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martes, 9 de julio de 2013
SANTA TERESA DE LISIEUX . POESIAS ------POR RITA AMODEI
POES�AS
SANTA TERESA DE LISIEUX
P 1 EL ROC�O DIVINO O LA LECHE VIRGINAL
P 2 SANTA CECILIA
P 3 C�NTICO PARA LA CANONIZACI�N DE JUANA DE ARCO
P 4 MI CANTO DE HOY
P 5 CANTO DE GRATITUD A LA VIRGEN DEL CARMEN
P 6 PLEGARIA DE LA HIJA DE UN SANTO
P 7 HISTORIA DE UNA PASTORA CONVERTIDA EN REINA
P 8 LA REINA DEL CIELO A MAR�A DE LA SANTA FAZ
P 9 A SAN JOS�
P 10 VIVIR DE AMOR
P 11 EL C�NTICO DE CELINA
P 12 MI CIELO EN LA TIERRA
P 13 C�NTICO DE UN ALMA
P 14 AL SAGRADO CORAZ�N DE JES�S
P 15 JES�S, AMADO M�O, ACU�RDATE
P 16 MIS DESEOS JUNTO A JES�S ESCONDIDO
P 17 RESPONSORIO DE SANTA IN�S
P 18 EL C�NTICO ETERNO CANTADO EN EL DESTIERRO
P 19 GLOSA A LO DIVINO
P 20 C�NTICO DE SOR MAR�A DE LA TRINIDAD
P 21 MI CIELO
P 22 LO QUE PRONTO VER� POR VEZ PRIMERA
P 23 ARROJAR FLORES
P 24 S�LO JES�S
P 25 LAS SACRISTANAS DEL CARMELO
P 26 AL NI�O JES�S
P 27 LA PAJARERA DEL NI�O JES�S
P 28 A MIS HERMANITOS DEL CIELO
P 29 MI ALEGR�A
P 30 A MI �NGEL DE LA GUARDA
P 31 A TE�FANO V�NARD
P 32 MIS ARMAS
P 33 UNA ROSA DESHOJADA
P 34 EL ABANDONO ES EL FRUTO DELICIOSO DEL AMOR
P 35 A SOR MAR�A DE LA TRINIDAD
P 36 POR QUE TE AMO, MAR�A
P 1
J.M.J.T.
2 de febrero de 1893
EL ROCIO (1) DIVINO
O LA LECHE (2) VIRGINAL
1 Envuelto en luz de amor,
en el blando regazo de tu Madre,
�oh, mi dulce Jes�s!, te muestras a mis ojos,
radiante de amor (3).
El amor:
misteriosa raz�n
que te alej� (4) de tu mansi�n celeste
y te trajo al destierro.
Deja que yo me esconda bajo el velo (5)
que a la humana mirada te disfraza.
Solamente a tu lado, �oh Estrella matutina!,
mi coraz�n pregusta un avance del cielo.
2 Cuando al nacer de cada nueva aurora
aparecen del sol los rayos de oro,
la tierna flor que empieza a abrir su c�liz
espera de lo alto un b�lsamo precioso:
la rutilante perla matutina,
misteriosa y henchida de frescura,
es la que, produciendo rica savia,
hace abrirse a la flor muy lentamente.
3 T� eres, Jes�s, la flor que acaba de entreabrirse,
contemplando aqu� estoy tu despertar primero.
T� eres, Jes�s, la encantadora rosa,
el capullito fresco, gracioso y encarnado.
Los pur�simos brazos de tu Madre querida
son para ti tu cuna y trono real.
Es tu sol dulce el seno de Mar�a,
tu roc�o, la leche virginal.
4 Divino Amado y hermanito m�o,
columbro en tu mirada tu futuro:
�pronto a tu Madre dejar�s por m�,
pues ya el amor te empuja al sufrimiento!
Pero sobre la cruz, �oh flor abierta!,
reconozco tu aroma matinal,
reconozco las perlas de Mar�a:
�es tu sangre la leche virginal!
5 Este roc�o se esconde en el santuario,
hasta el �ngel quisiera poder beber de �l:
al ofrecer a Dios su plegaria sublime,
como san Juan repite: ��Hele aqu�!�.
�Oh s�!, miradle aqu� a este Verbo hecho Hostia,
eterno Sacerdote, sacerdotal Cordero.
El que es Hijo de Dios es hijo de Mar�a...
�Se ha hecho pan de los �ngeles la leche virginal!
6 El seraf�n se nutre de la gloria,
del puro amor y del perfecto gozo;
yo, pobre y d�bil ni�a, s�lo veo
en el cop�n sagrado
de la leche el color y la figura.
Mas le leche es un bien para la infancia.
Del coraz�n divino el amor no halla igual...
�Oh tierno amor, potencia incalculable!
�Mi hostia blanca es la leche virginal!
NOTAS P 1 - EL ROC�O DIVINO
Fecha: 2 de febrero de 1893. - Compuesta para: sor Teresa de San
Agust�n. - Publicaci�n: HA 98 (once versos corregidos) - Melod�a: Minuit,
chr�tiens.
Un capullo de rosa que se abre con los primeros rayos del sol, bajo el
efecto del roc�o de la ma�ana: a nadie puede sorprender el encontrarse en
el umbral de las Poes�as con un s�mbolo tan teresiano.
Con la audacia serena de un ni�o, y como quien se siente a gusto en el
misterio, Teresa va siguiendo el itinerario de ese �roc�o celestial�.
Reconoce su �aroma matinal� en la Flor sangrante del Calvario; vuelve a
encontrar su sabor en el Pan de los �ngeles�, el Cuerpo eucar�stico del
Se�or, el �Verbo hecho Hostia� despu�s de haberse hecho carne por la
mediaci�n de Mar�a. En definitiva, Teresa canta, en su propio tono, y
aunque sea balbuciendo, el mismo Ave verum que santo Tom�s de
Aquino.
Para quien nunca hab�a compuesto un solo verso era una empresa
temeraria hacer sus primeros pinitos abordando un tema tan dif�cil. Detr�s
de la inexperiencia, especialmente en la continuidad y la apropiaci�n de las
im�genes, se revela la capacidad de la autora para hacernos entrar, a
trav�s de la modalidad po�tica, en �misterios m�s ocultos y de un orden
superior� (Cta 134).
Sor Teresa de San Agust�n ha contado c�mo pidi� a Teresa esta poes�a
(Souvenirs d'une sainte amiti�, publicados en VT n� 100, pp. 241-255),
antes de hacerla practicar la caridad de manera heroica al final de su vida
(cf Ms C 14r�)...
La lactaci�n del Hijo de Dios por una Madre Virgen es un aspecto de la
Encarnaci�n que ha sido cantado por la Iglesia a trav�s de lo siglos.
Teresa recibi� esa tradici�n de la liturgia y de diversos autores espirituales
(entre otros, a trav�s de El A�o Lit�rgico de Dom Gu�ranger). Es tambi�n
innegable el influjo de la Vida de sor Mar�a de San Pedro, de la que Teresa
de San Agust�n era una ferviente lectora.
(1) Esta palabra aparece cincuenta veces en los escritos. Como buena
normanda, Teresa toma en un principio sus im�genes de las riquezas de la
naturaleza (cf Cta 141). El roc�o ser� una met�fora de la Sangre de Jes�s
(P 15; RP 2, 8r�), del Bautismo (P 28; RP 2, 6v�), o de la Eucarist�a (Cta
240).
(2) Uso m�s bien escaso: catorce veces (de las cuales siete aqu�); Teresa
nunca digiri� la leche...
(3) �Jes�s, �qui�n te ha hecho tan peque�o? El amor� (San Bernardo,
citado en Cta 162).
(4) Cf P 8,9, 2+.
(5) Cf P 8,4+.
P 2 SANTA CECILIA
�Mientras sonaban los �rganos,
Cecilia cantaba en su coraz�n�
(Oficio divino)
�Oh santa del Se�or, yo contemplo extasiada
el surco luminoso (1) que dejas al pasar;
a�n me parece o�r tu dulce melod�a
y hasta m� llega tu celeste canto.
De mi alma desterrada escucha la plegaria,
d�jame que descanse
sobre tu dulce coraz�n de virgen,
inmaculado lirio
que brilla en las tinieblas de la tierra
con claro resplandor maravilloso
y casi sin igual.
Cast�sima paloma, pasando por la vida,
no buscaste a otro esposo que no fuera Jes�s.
Habiendo �l escogido por esposa a tu alma,
se hab�a unido a ella,
hall�ndola aromada y rica de virtud.
Sin embargo, otro amante,
radiante de hermosura y de virtud,
respir� tu perfume, blanca y celeste flor.
Por hacerte flor suya y ganar tu ternura,
el joven Valeriano
quiso darte, sin mengua, todo su coraz�n.
Prepar� sin demora, bodas maravillosas,
retembl� su palacio de cantos melodiosos;
pero tu coraz�n de virgen repet�a
c�nticos misteriosos,
cuyo divino eco se elevaba hasta el cielo.
Tan lejos de tu patria
y viendo junto a ti a este fr�gil mortal,
�qu� otra cosa pod�as t� cantar?
�Deseabas, acaso, abandonar la vida
y unirte para siempre con Jes�s en el cielo?
�Oh no, que no era eso! Oigo vibrar tu lira,
la ser�fica lira de tu amor,
la de las dulces notas,
cantando a tu Se�or este sublime c�ntico:
�Conserva siempre puro
mi coraz�n, Jes�s, mi tierno Esposo�.
�Inefable abandono, sublime melod�a!
Revelas el amor en tu celeste canto,
el amor que no teme, que se duerme y olvida
como un ni�o peque�o en los brazos de Dios (2)...
En la celeste b�veda brill� la blanca estrella
que a esclarecer ven�a con sus t�midos rayos
la noche luminosa que nos muestra, sin velo,
el virginal amor
que en el cielo se tienen los esposos...
Entonces Valeriano se ilumin� de gozo,
pues todo su deseo, Cecilia, era tu amor.
Mas hall� mucho m�s en tu noble alianza:
�le mostraste la vida que nunca acabar�!
��Oh, mi joven amigo -t� misma le dijiste-,
cerca de m� est� siempre un �ngel del Se�or
que me conserva puro el coraz�n!
Nunca de m� se aparta, ni aun cuando estoy dormida,
y me cubre gozoso con sus alas azules.
Yo veo por la noche brillar su amable rostro
con una luz m�s suave que el rayo de la aurora,
su cara me parece la transparente imagen,
el pur�simo rayo de la cara de Dios�.
Replic� Valeriano: �Mu�strame ese �ngel bello,
as� a tu juramento podr� prestar yo fe;
de lo contrario, teme desde ahora
que mi amor se transforme
en terribles furores y en odio contra ti�.
�Oh paloma escondida
en las hondas cavernas de la piedra (3),
no temiste la red del cazador!
El rostro de Jes�s (4) te mostraba sus luces,
el sagrado Evangelio reposaba en tu pecho (5)...,
y con dulce sonrisa al punto le dijiste:
�Mi celeste guardi�n escucha tu deseo,
t� le ver�s muy pronto, se dignar� decirte
que tienes que ser m�rtir para volar al cielo.
Mas antes que t� veas a mi �ngel,
es cosa necesaria que el bautismo
derrame por tu alma una santa blancura,
que el verdadero Dios habite en ella,
que el Esp�ritu Santo
le d� a tu coraz�n su propia vida.
El Verbo, Hijo del Padre, y el Hijo de Mar�a,
con un inmenso amor se inmola en el altar;
tienes que ir a sentarte
al sagrado convite de la vida,
para comer a Cristo, que es el pan de los cielos (6).
El seraf�n, entonces, te llamar� su hermano,
y al ver tu coraz�n ya convertido
en trono de su Dios,
har� que t� abandones las playas de la tierra,
t� ver�s la morada
de este celeste esp�ritu de fuego�.
�Mi coraz�n se quema en una nueva llama
-exclam�, transformado, el ardiente patricio-,
quiero que el Se�or venga y que habite en mi alma,
�oh, Cecilia, mi amor ser� digno del tuyo!�
Vestido con la blanca vestidura,
emblema de inocencia,
Valeriano vio al �ngel hermoso de los cielos,
y contempl�, extasiado, su sublime potencia,
vio el dulc�simo brillo que irradiaba su frente.
El seraf�n brillante sosten�a en sus manos
frescas y bellas rosas, y blanqu�simos lirios,
flores abiertas, todas, en el jard�n del cielo
bajo el rato de amor del Astro creador.
��Oh, queridos esposos, a los que el cielo ama
-as� les dijo el �ngel del Se�or (7)-,
las rosas del martirio
servir�n de corona a vuestras frentes,
y no hay lira ni voz que cantar pueda
este inmenso favor.
Yo que vivo abismado
en mi Dios y contemplo sus encantos,
no puedo ni inmolarme ni sufrir por su amor,
ofrecerle no puedo la sangre de mis venas
ni el llanto de mis ojos,
yo no puedo morir para expresar mi amor.
La pureza es del �ngel brillante patrimonio,
su inabarcable gloria nunca terminar�;
�mas vosotros, mortales,
sobre el �ngel ten�is la gran ventaja
de poder ser muy puros y de poder sufrir!
....................................................
�En estos blancos lirios perfumados
est�is viendo vosotros
el misterioso s�mbolo de la virginidad,
que es el dulce presente del Cordero.
Coronados ser�is con la blanca aureola,
por siempre y para siempre vuestro canto
ser� el c�ntico nuevo.
Vuestra uni�n casta engendrar� a otras almas (8)
que por �nico esposo buscar�n a Jes�s;
junto al trono divino, y entre los elegidos,
vosotros las ver�is alzar su lumbre
cual pur�simas llamas�.
�Oh, pr�stame, Cecilia, tu dulce melod�a!
Quisiera conquistarle a Jes�s corazones,
y, como t�, quisiera sacrificar mi vida,
darle toda mi sangre y el llanto de mis ojos...
Haz que yo guste en la extranjera playa (9)
el perfecto abandono, del amor dulce fruto.
�Oh, mi santa querida, haz que vuele a tu lado,
muy pronto y para siempre, muy lejos de la tierra...!
28 de abril de 1894
NOTAS P 2 - SANTA CECILIA
Fecha: 28 de abril de 1894. - Compuesta para: Celina al cumplir los
veinticinco a�os, unida a la Cta 161. - Publicaci�n: HA 98 (diez y siete
versos corregidos). - Melod�a: Himno a la Eucarist�a: Dieu de paix et
d'amour, o bien Prends mon coeur, le voil�, Vierge, ma bonne M�re.
Este primer poema espont�neo de Teresa es tambi�n una especie de
�Primera Sinfon�a� por su extensa composici�n, el entrelazado de los
temas, un cierto aire de nobleza y la disposici�n en grandes estrofas. Es
un mensaje para Celina, que se ha quedado sola junto a un padre anciano
y casi inconsciente. Aunque se ha consagrado a Dios con un voto privado,
Celina se siente tentada por el matrimonio. Teresa acaricia el sue�o de
tenerla a su lado en el Carmelo (Ms A 82r�). Para seducirla sin violentarla,
recurre al lenguaje po�tico: �la historia de Cecilia� �no es acaso una
par�bola prof�tica de �la historia de Celina� (cf Cta 161)?
Teresa intenta �balbucir� las relaciones que descubre entre virginidad,
matrimonio y martirio. No desprestigia la admiraci�n de su hermana por el
matrimonio; sin embargo, la orienta hacia una fecundidad espiritual todav�a
mayor: la de la virginidad consagrada.
Pero este poema es tambi�n un canto personal en el que Teresa quiere
expresar su �ternura de amiga� hacia Cecilia, su �santa predilecta� (Ms A
61v�; cf Cta 149), que es por encima de todo �la santa del abandono�.
Pronto har� Teresa de ese abandono una de las componentes
fundamentales de su �caminito�.
Teresa toma los elementos hist�ricos de su poema del Oficio propio del
Breviario romano (22 de noviembre) y de Sainte C�cile et la soci�t�
romaine aux deux premiers si�cles de Don Gu�ranger (1875).
(1) Cf Ms A 22r�; P 11, 3o; y VT n� 61, p. 74.
(2) Los versos ��Inefable abandono ... en los brazos de Dios� son ya una
especie de anticipo del �caminito�.
(3) Cf el comentario de san Juan de la Cruz a la canci�n 35 del C�ntico
Espiritual.
(4) En 1889 Teresa descubri� ya, no s�lo la Faz dolorosa, sino tambi�n la
Faz luminosa de Jes�s; cf Cta 95. Veinti�n veces la menciona en sus
Poes�as. Cf P 13.
(5) Cf Ms A 61v�. Teresa seguir� el ejemplo de Cecilia llevando
constantemente el Evangelio sobre su coraz�n.
(6) En estos once versos condensa Teresa lo esencial de la iniciaci�n
cristiana.
(7) Estas palabras del �ngel desarrollan una idea muy querida de Teresa, la
de la superioridad del hombre sobre el �ngel (P 7,9,1; P 8,2,2; Cta 83; RP
2, final, nota; RP 5,1r�; CA 16.8.4); de ah� una cierta envidia en los
�ngeles.
(8) Esta pincelada delicada y muy teresiana precisa la �ndole espec�fica del
apostolado de Cecilia y Valeriano: al elegir la castidad perfecta, engendran
espiritualmente una posteridad a imagen de s� mismos, enamorada de la
virginidad (cf la exclamaci�n de Teresa en el borrador de PN 26: Po�sies
II. p. 178).
(9) Estos cuatro �ltimos versos datan sin duda de mayo de 1897.
P 3 C�NTICO PARA OBTENER LA CANONIZACI�N DE LA
VENERABLE JUANA DE ARCO
1 Dios vencedor, tu Iglesia, toda entera,
rendir pronto quisiera honor en los altares
a una virgen y m�rtir, a una ni�a guerrera,
cuyo nombre resuena ya en el cielo.
Estrib. 1 Por tu poder,
�oh Rey del cielo!,
dale a Juana de Francia }
aureola y altar. } bis
2 Para salvar a Francia, a la Francia culpable,
no desea tu Iglesia ning�n conquistador.
A Francia solamente Juana puede salvarla:
�todos los h�roes juntos pesan menos que un m�rtir!
3 Juana es obra maestra de tus manos, Se�or.
Un coraz�n de fuego y un alma de guerrero
diste a la virgen t�mida,
coronando su frente de lirio y de laurel.
4 En su humilde pradera oy� voces del cielo
que a los campos de lucha la llamaban.
Parti� r�pidamente para salvar la patria,
y, tierna jovencita, a soldados mand�.
5 De los fieros guerreros Juana gan� las almas:
el resplandor divino de este �ngel de los cielos
y su mirada pura y su palabra en llamas
hicieron que las frentes atrevidas
al suelo se inclinaran.
6 Por un prodigio,entonces, que es �nico en la historia,
un monarca cobarde y tembloroso
reconquist� su gloria y su corona
vali�ndose del brazo de una d�bil doncella.
7 Mas no son �stas las victorias grandes
que de Juana hoy queremos celebrar;
la verdaderas glorias que en ella celebramos
son y ser�n por siempre, �oh Dios!,
sus virtudes, su amor.
8 Salv� a Francia en los campos de batalla,
mas su grandes virtudes
necesitaban el divino sello
del sufrimiento amargo,
que fue el sello bendito de su Esposo, Jes�s.
9 Sobre la pira en llamas sacrific� su vida,
y en aquel mismo instante
ella escuch� las voces de los santos,
abandon� el destierro por la Patria,
el �ngel salvador se remont� a los cielos...
10 T� eres, pura doncella, nuestra dulce esperanza,
escucha nuestras voces, ven de nuevo a nosotros.
Baja y convierte a Francia,
y por segunda vez ven a salvarla.
Estrib. 2 Por el poder
del Dios de las victorias,
�salva, salva a tu Francia, }
�ngel libertador! } bis
11 Hija de Dios, bellos fueron tus pasos,
arrojando al ingl�s de tu naci�n.
Mas no eches en olvido
que en los d�as primeros de tu infancia
te dedicabas a cuidar corderos.
Estrib. 3 S� t� la defensora
de los que nada pueden,
conserva la inocencia }
en las c�ndidas almas }
de los ni�os. } bis
12 Tuyos, �oh dulce m�rtir!, son nuestros monasterios,
t� sabes que las v�rgenes hermanas tuyas son;
y sabes que el objeto de sus ruegos
es, como fue el objeto de los tuyos,
ver que en todas las almas reina Dios.
Estrib. 4 Salvar las almas
es su deseo,
de ap�stol m�rtir }
dales tu llama. } bis
13 Muy lejos de nosotros huir�n temor y miedo
cuando la Iglesia ensalce la figura
de Juana, nuestra Santa,
coronando su frente, limpia y pura.
Entonces cantaremos:
Estrib. 5 En ti tenemos puesta
toda nuestra esperanza.
�Oh, ruega por nosotros, }
santa Juana de Francia! } bis
NOTAS P 3 - C�NTICO PARA OBTENER LA CANONIZACI�N DE LA
VENERABLE JUANA DE ARCO
Fecha: 8 de mayo de 1894. - Compuesto para s� misma y dedicado a
Celina. - Publicaci�n: HA 98 (quince versos corregidos). - Melod�a: Piti�,
mon Dieu.
Poes�a patri�tica y religiosa en la que la expresi�n es casi trivial. Teresa
pone el acento en las virtudes cristianas y profundas de su hero�na. En
algunas estrofas re�ne los principales temas de sus dos obras teatrales
dedicadas a Juana de Arco: la vocaci�n (estr. 3 y 4), tema de RP 1 (21 de
enero de 1894); la misi�n y la pasi�n (estr. 5-6 y 8-9), tema de RP 3 (21 de
enero de 1895), y la misi�n p�stuma (estr. 10-11). La estrofa 3 recoge una
estrofa de RP 1, 5r�. Sobre las circunstancias de esta composici�n, v�anse
las introducciones a estas dos Recreaciones.
Del entusiasmo de Teresa nos ofrecen variados matices los t�tulos que ella
misma puso en la copia original de su c�ntico - �Un soldado franc�s,
defensor de la Iglesia y admirador de Juana de Arco�-, que dedica a su
hermana, el �Valeroso caballero C. Martin�.
P 4 MI CANTO DE HOY
1 Mi vida es un instante (1), una ef�mera hora,
momento que se evade y que huye veloz.
Para amarte, Dios m�o, en esta pobre tierra
no tengo m�s que un d�a:
�s�lo el d�a de hoy!
2 �Oh, Jes�s, yo te amo! A ti tiende mi alma.
S� por un solo d�a mi dulce protecci�n,
ven y reina en mi pecho, �breme tu sonrisa
�nada m�s que por hoy!
3 �Qu� me importa que en sombras est� envuelto el futuro?
Nada puedo pedirte, Se�or, para ma�ana.
Conserva mi alma pura, c�breme con tu sombra
�nada m�s que por hoy!
4 Si pienso en el ma�ana, me asusta mi inconstancia (2),
siento nacer tristeza, tedio en mi coraz�n.
Pero acepto la prueba, acepto el sufrimiento
�nada m�s que por hoy!
5 �Oh Piloto divino, cuya mano me gu�a!,
en la ribera eterna pronto te ver� yo.
Por el mar borrascoso gobierna en paz mi barca
�nada m�s que por hoy!
6 �Ah, deja que me esconda en tu faz adorable (3),
all� no oir� del mundo el in�til rumor.
Dame tu amor, Se�or, cons�rvame en tu gracia
�nada m�s que por hoy!
7 Cerca yo de tu pecho, olvidada de todo,
no temo ya, Dios m�o, los miedos de la noche.
Hazme un sitio en tu pecho, un sitio, Jes�s m�o,
�nada m�s que por hoy!
8 Pan vivo, Pan del cielo, divina Eucarist�a,
�conmovedor misterio que produjo el amor!
Ven y mora en mi pecho, Jes�s, mi blanca hostia,
�nada m�s que por hoy!
9 Uneme a ti, Dios m�o, Vi�a santa y sagrada,
y mi d�bil sarmiento dar� su fruto bueno,
y yo podr� ofrecerte un racimo dorado (4),
�oh Se�or, desde hoy!
10 Es de amor el racimo, sus granos son las almas,
para formarlo un d�a tengo, que huye veloz.
�Oh, dame, Jes�s m�o, el fuego de un ap�stol
nada m�s que por hoy!
11 �Virgen inmaculada, oh t�, la dulce Estrella
que irradias a Jes�s y obras con �l mi uni�n!,
deja que yo me esconda bajo tu velo, Madre,
�nada m�s que por hoy!
12 �Oh �ngel de mi guarda, c�breme con tus alas,
que iluminen tus fuegos mi peregrinaci�n!
Ven y gu�a mis pasos, ay�dame, �ngel m�o,
�nada m�s que por hoy!
13 A mi Jes�s deseo ver sin velo, sin nubes.
Mientras tanto, aqu� abajo muy cerca de �l estoy.
Su adorable semblante se mantendr� escondido
�nada m�s que por hoy!
14 Yo volar� muy pronto para ensalzar sus glorias,
cuando el d�a sin noche se abra a mi coraz�n.
Entonces, con la lira de los �ngeles puros,
�yo cantar� el eterno, interminable hoy!
NOTAS P 4 - MI CANTO DE HOY
Fecha: 1 de junio de 1894. - Compuesto para: Mar�a del Sagrado Coraz�n,
a petici�n suya, para su santo. - Publicaci�n: HA 98 (veinti�n versos
corregidos). - Melod�a: Himno a la Eucarist�a �Dieu de paix et d'amour�, o
bien Une religieuse � son crucifix.
Esta poes�a naci� de una conversaci�n con Mar�a del Sagrado Coraz�n en
la primavera de 1894. Teresa expresa los pensamientos de ambas con
ocasi�n del onom�stico de su hermana mayor. La imagen, la actitud del
alma, se va desarrollando de manera armoniosa y sin violencias a lo largo
de todo el poema: la de un ser d�bil que nada puede prometer ni pedir
para ma�ana, pero que vive entregado totalmente a Dios, confiado en su
gracia. Esta poes�a, de una gran riqueza, re�ne como en un manojo varios
de los grandes temas preferidos de Teresa.
El lenguaje es sencillo, con im�genes que le son familiares a Teresa, y el
entusiasmo va creciendo poco a poco, conservando sin embargo su
sencillez, gracias al estribillo: �Nada m�s que por hoy�. La �ltima estrofa
es t�picamente teresiana con su vuelo potente y definitivo.
Es innegable una tonalidad lamartiniana, que refleja los gustos de Mar�a
del Sagrado Coraz�n. Pero a la observaci�n negativa del poeta: �S�lo
tenemos el d�a de hoy� (L'Homme), Teresa responde de forma positiva:
�Lo que cuenta para nosotras es el d�a de hoy�, ese d�a de hoy que nos
trae su gracia. Hay que subrayar la coherencia de esta poes�a con toda la
vida de Teresa (cf Cta 89, 96, 169, 241 y CA 19.8.10).
Adem�s de Lamartine, puede notarse tambi�n el parentesco con una hoja,
�Mi hoy�, que Teresa conservaba en un libro de uso corriente. Pero el
enfoque supera aqu� la perspectiva de paciencia en el sufrimiento a que se
limita el texto de esa hoja.
(1) Palabra muy teresiana, que encontramos ciento diez veces en sus
escritos.
(2) Unica vez que aparece en Teresa.
(3) Este vers�culo b�blico (Sal 30,21) volver� a repetirse cuatro veces m�s
en las Poes�as (PN 11,3; 12,8; 16,1; 20,5 = P 12,5) y lo elegir�n para el
recordatorio del se�or Martin.
(4) Cf P 36,8+.
(5) Acerca de Mar�a como Estrella, cf RP 1,11r�/v�; RP 3,12v�; Ms A 85v�+.
P 5 CANTO DE GRATITUD A LA VIRGEN DEL CARMEN
1 Desde el primer instante de mi vida
me tomaste en tus brazos,
y desde aquel momento,
amada Madre m�a,
me das tu protecci�n aqu� en la tierra.
Para guardar intacta mi inocencia,
me escondiste en un blando y dulce nido,
custodiaste mi infancia
a la sombra bendita
de un retirado claustro.
2 Y m�s tarde, al llegar
mi juventud a sus primeros d�as,
escuch� la llamada de Jes�s.
Me mostraste el Carmelo
con ternura inefable.
�Ven a inmolarte por tu Salvador
-me dec�as entonces con dulzura-.
Cerca de m� te sentir�s dichosa,
ven a inmolarte con tu Salvador�.
........................................
3 Cerca de ti, oh tierna Madre m�a,
he encontrado la paz del coraz�n;
en esta tierra nada m�s deseo,
s�lo Jes�s es toda mi ventura.
Si alguna vez me asaltan
la tristeza o el miedo,
en mi debilidad t� me sostienes
y siempre, Madre m�a, me bendices.
4 Ot�rgame la gracia
de mantenerme fiel
a mi divino Esposo,
Jes�s.
Para que un d�a
su dulce voz yo escuche,
cuando a volar me invite y a sentarme
entre sus elegidos.
Entonces ya no habr�
ni m�s destierro ni m�s sufrimiento.
Ya en el cielo,
yo volver� a cantarte
mi amor y gratitud,
amable y dulce Reina del Carmelo.
16 de julio de 1894
NOTAS P 5 - CANTO DE GRATITUD A LA V�RGEN DEL CARMEN
Fecha: 16 de julio de 1894. - Compuesta para: sor Marta de Jes�s, con
motivo de sus veintinueve a�os. - Publicaci�n: Po�sies, 1979.
Unos versos sencillos, cuyo inter�s es m�s hist�rico que po�tico. Destacan
la delicadeza de Teresa para con su novicia (hu�rfana desde los ocho
a�os) y nos ofrecen mas informaci�n acerca de la personalidad de �sta
�ltima que acerca de la vida mariana de la autora. Notemos, no obstante
que ya aqu� Mar�a aparece como �m�s Madre que Reina�.
P 6 PLEGARIA DE LA HIJA DE UN SANTO
1 Recuerda que en la tierra, en otro tiempo,
en querernos cifrabas tu delicia.
D�gnate ahora o�r nuestra plegaria,
prot�genos, y sigue bendici�ndonos.
Hoy vuelves a encontrar all� arriba, en el cielo,
a nuestra amada madre (1),
que hace tiempo lleg� a la patria santa.
All� rein�is los dos (2).
Velad por vuestras hijas.
2 Acu�rdate de tu Mar�a ardiente (3),
de tu fiel coraz�n la m�s querida.
Recuerda que su amor
llen� toda tu vida de encanto, gozo y gracia.
Por Dio s t� renunciaste a su dulce presencia,
y bendijiste la divina mano
que el sufrimiento en pago te ofrec�a.
De tu Diamante (4) bello,
cuyos reflejos cada vez m�s brillan,
�acu�rdate!
3 Acu�rdate de tu maravillosa Perla fina (5),
a quien t� conociste
tierno, d�bil y t�mido cordero.
M�rale ahora fuerte, divinamente fuerte,
y conduciendo del Carmelo santo
al peque�o reba�o (6).
Hoy es ella la madre de tus hijas,
ven y conduce a la que tanto quieres...
Y, sin dejar el cielo,
de tu amado Carmelo
�acu�rdate!
4 Acu�rdate de la oraci�n ferviente
que un d�a formulaste por tu tercera hija (7).
�Dios la escuch�!
Ella es, igual que sus hermanas,
un lirio que brilla sin igual.
Ya la Visitaci�n la esconde y cela
a los ojos del mundo y su malicia.
Ama al Se�or, y ya su paz la inunda,
su dulce paz y su quietud divina.
De sus ardientes
suspiros y deseos
�acu�rdate!
5 Acu�rdate de tu leal Celina,
de la que fue tu �ngel, como un �ngel del cielo (8)
cuando en tu rostro de elegido insigne
se pos� la mirada de la faz divina <9 y 10>.
T� reinas ya en el cielo...,
su tarea a tu lado est� cumplida,
y ahora (11) a Jes�s consagra ella gozosa
su servicio, su amor, toda su vida.
Protege a tu hija,
que con frecuencia dice:
�acu�rdate!
6 Acu�rdate tambi�n de tu Reinecita,
de la que fue �la Hu�rfana de la B�r�zina� (12).
Recuerda que tu mano
en su camino incierto le fue gu�a.
Recuerda que en las horas de su infancia
para Dios conservaba su alma limpia.
De sus bucles de oro
que encantaban tus ojos,
�acu�rdate!
7 Recuerda que en la paz del mirador (13)
gustabas de sentarla en tus rodillas,
y en ellas, murmurando una plegaria,
con tus dulces canciones la mec�as.
En tu rostro un reflejo del cielo ella ve�a
cuando, al mirar tus ojos
en el lejano espacio se perd�an...
y de la eternidad
cantabas la belleza.
�Acu�rdate!
8 Recuerda aquel domingo luminoso:
unida a ti tu Reina,
en apretado y paternal abrazo,
le diste aquella florecilla blanca,
y con ella, el permiso de volar al Carmelo.
Recuerda, �oh padre!, que en sus grandes pruebas,
del m�s sincero amor pruebas le diste.
En Bayeux, luego en Roma,
le mostraste los cielos.
�Acu�rdate!
9 Recuerda que la mano del Santo Padre, en Roma,
sobre tu noble frente se pos�;
mas no pudiste comprender entonces
el oscuro misterio doloroso
que aquel sello divino en ti imprim�a...
Ahora tus hijas te alzan su plegaria,
y bendices tu cruz y tu dolor amargo.
En tu frente gloriosa
nueve rayos de cielo se iluminan,
�nueve lirios (14) en flor!
NOTAS P 6 - PLEGARIA DE LA HIJA DE UN SANTO
Fecha: agosto de 1894. - Compuesta para: ella misma, en recuerdo de su
padre (fallecido el 29 de julio). - Publicaci�n: HA 98 (veinticinco versos
corregidos). - Melod�a: Rappelle-toi.
Primera poes�a de Teresa para su uso personal y exclusivo. Durante las
semanas que siguen a la muerte de su padre, hay un largo fluir de
recuerdos, en medio de una gran paz (cf Cta 170). Teresa se encuentra
con �l en la oraci�n y va hojeando con �l el �lbum familiar.
�Recuerda�, �Acu�rdate� es un t�rmino importante en su vocabulario,
expresi�n de un temperamento apto para grabarlo todo de manera
indeleble.
En esta poes�a hist�rico-biogr�fica, peque�o exvoto en el santuario
familiar, Teresa dedica una estrofa a los pap�s Martin, otra a cada una de
las cuatro hijas, otra a s� misma, y termina con la pasi�n y la glorificaci�n
del se�or Martin. No se trata de una simple evocaci�n. el recuerdo se
desdobla ya en una interpretaci�n, como volver� a hacerlo pronto en su
primer Manuscrito.
La desafortunada falta de sintaxis (se rappeller de), que ir� repitiendo
hasta el final, desfigura algunos versos [en el original franc�s,
naturalmente]. En cambio, apenas hay �escoria� en esta meditaci�n l�rica,
que fluye con soltura.
Un a�o m�s tarde, Teresa retomar� la misma melod�a y la misma m�trica
para un gran poema contemplativo en el que recuerda a Jes�s todo lo que
�l ha hecho por ella (P 15).
(1) La se�ora de Martin hab�a fallecido diez y siete a�os antes, el 28 de
agosto de 1877.
(2) Sobre la certeza que tiene Teresa de que su padre est� en el cielo, cf
Ms A 82v�.
(3) Que Mar�a, la hermana mayor, sea la preferida de su padre no es un
secreto para ninguna de sus hermanas.
(4) Sobrenombre que el se�or Martin daba a Mar�a y que Teresa usa con
frecuencia en las cartas que escribe a su padre.
(5) Sobrenombre que el se�or Martin daba a Paulina.
(6) In�s hab�a sido elegida priora el 20 de febrero de 1893.
(7) Leonia, entonces en la Visitaci�n de Caen.
(8) Cf Cta 142, 161, 165 y Ms A 82r�.
(9) Para Teresa, el sufrimiento nace de una �elecci�n gloriosa�, de una
mirada de la Santa Faz a una persona, una �mirada velada� (Cta 120,
127, 134, 140; Or 12), que imprime en ella la imagen del Siervo sufriente.
(10) [En el original franc�s, �glorieux�] que en el Ms A se aplica cuatro
veces a la enfermedad del se�or Martin (20v�, 21r�, 49v�, 73r�; cf Cta 83 y
CA 27.5.6).
(11) As� pues, la decisi�n est� tomada: Celina entrar� en el Carmelo un mes
m�s tarde: el 14 de septiembre.
(12) Dos sobrenombres que el se�or Martin daba a Teresa.
(13) El mirador de los Buissonnets; cf Ms A 18r� y P 11, estr. 12 y 13.
(14) Dado que el cabeza de familia est� ya en la gloria, todos los miembros
de la misma est�n tambi�n potencialmente all� (cf Cta 173).
P 7 HISTORIA DE UNA PASTORA CONVERTIDA EN REINA
A sor Mar�a Magdalena
en el d�a de su profesi�n
en manos de la madre In�s de Jes�s.
1 En este d�a feliz,
�oh Magdalena!, a tu lado
venimos a celebrar
el maravilloso enlace,
el dulce enlace que une
con tu celestial Esposo.
Escucha con embeleso
esta encantadora historia
de una pastorcita humilde
a la que un gran Rey llam�
para colmarla de honores,
y ella respondi� a su voz.
Estrib. Cantemos a la pastora,
pobrecita de la tierra,
a quien el gran Rey del cielo
en el Carmelo hoy escoge
por esposa.
2 Erase una pastorcita
que guardaba sus corderos
mientras hilaba la rueca.
Admiraba a cada flor
y escuchaba a cada p�jaro,
y comprend�a muy
el dulc�simo lenguaje
del bosque y del cielo azul.
en todo hallaba la imagen
que le revelaba a Dios.
3 Ella a Jes�s y a Mar�a
amaba con gran ardor,
y ellos, amando a Melania,
le hablaron al coraz�n.
La dulce Reina divina
le dijo amorosamente:
��Quieres, Melania, venir
conmigo al Monte Carmelo,
y llamarte Magdalena
y no ganar m�s que el cielo?
4 ��Oh, ni�a, deja tus campos,
tu reba�o deja, nena!
All� arriba en mi monta�a
mi Jes�s y tu Jes�s
ser� tu �nico Cordero� (1).
Jes�s, a su vez, le dijo:
��Oh, ven pronto, que tu alma
ha cautivado a la m�a!
Por prometida te tomo,
ser�s m�a para siempre�.
5 Dichosa, la pastorcita
oy� la dulce llamada,
y tras la Virgen, su Madre,
lleg� a la cumbre del Monte
................................
�Oh peque�a Magdalena!,
en este dichoso d�a
es a ti a quien festejamos.
Hoy la pastora es ya reina,
y reina junto a Jes�s,
que es su Rey y que es su amor.
6 T� lo sabes, hermanita:
servir a Dios es reinar (2).
Jes�s, durante, su vida,
nos lo ense�� claramente:
�Si en la celeste patria
quieres ser el primero,
procura ser el �ltimo
en el destierro�.
7 Magdalena, est�s contenta
con el lugar que te toca
en este Monte Carmelo.
�C�mo no hab�as de estarlo,
si est�s tan cerca del cielo?
A Marta y Mar�a imitas (3):
orar y servir a Cristo.
Esta es toda nuestra vida,
nuestra dicha verdadera.
8 Si, tal vez, el sufrimiento,
el amargo sufrimiento,
visita tu coraz�n,
haz de �l tu dicha y tu gozo:
�qu� dulce es sufrir por Dios!
Y las ternuras divinas
te har�n muy pronto olvidar
que caminas sobre espinas,
te parecer� volar...
9 Hoy hasta el �ngel te envidia (4),
�quisiera gustar la dicha
que t� posees, Mar�a,
siendo esposa del Se�or!
Muy pronto podr�s cantar,
en el concierto glorioso
de los Tronos y Virtudes,
del Rey Jes�s los loores,
del Rey Jes�s, que es tu Esposo.
Estr. final Muy pronto la pastorcita,
pobrecita de la tierra,
volando, al cielo se ir�
a reinar con el Eterno.
A nuestras Reverendas Madres
10 A vosotras, nuestras Madres,
a vuestro orar y desvelos,
nuestra hermana Magdalena
debe su dicha y su paz.
Ella sabr� agradeceros
vuestro tierno amor materno,
pidi�ndole a su Maestro
que os d� sus dones del cielo.
Estribillo Y en vuestras coronas,
Madres tan buenas,
brillar� la flor
que hoy a �l ofrec�is.
NOTAS P 7 - HISTORIA DE UNA PASTORA CONVERTIDA EN REINA
Fecha: 20 de noviembre de 1894. - Compuesta para: sor Mar�a Magdalena
del Ssmo. Sacramento, para su profesi�n. La �ltima estrofa est� dedicada
a la madre In�s y a la madre Mar�a de Gonzaga. - Publicaci�n: HA 98
(doce versos corregidos); la �ltima estrofa y �ltimo estribillo, en Po�sies,
1979. - Melod�a: Tomb� du nid.
Teresa hab�a evocado ya, siendo novicia, la historia de �una joven aldeana
a quien un rey poderoso viniera a pedir en matrimonio� (Cta 109). �La
pastora convertida en reina� es uno de los temas m�s cl�sicos del folclore
universal en el campo de las novelas del coraz�n. La imagen es de lo m�s
apropiada para seducir a Teresa, sensible como es a la alianza del m�s
peque�o con el m�s grande, del menos-que-nada con el eterno. Y en este
caso, esa imagen se impone por s� misma, ya que Mar�a Magdalena (antes
Melania) fue efectivamente pastora (cf RP 7, escena 1).
Hab�a que ser Teresa para escribir un poema tan libre y lleno de chispa
dedicado a una novicia de temperamento tan tenso, que se encierra en s�
misma ante la perspicacia de la Santa. Y sin embargo, Mar�a Magdalena la
quiere: su deposici�n en el Proceso Ordinario es uno de los m�s bellos
retratos de Teresa.
Esta, por su parte, nunca perdi� la paciencia. En este poema no hay ni una
sombra de reticencia, nada que deje adivinar la menor irritaci�n o el menor
esfuerzo. El poema es un misterio de amor: el del gran Rey hacia una
pobre pastora, el de Teresa hacia su pr�jimo a quien ama �como la am�
Jes�s�.
Pero es tambi�n ella misma que canta sus propias bodas: asume ya el
tono de quien va a cantar �eternamente las misericordias del Se�or� en el
manuscrito A.
(1) Cf P 11, estr. 35-36; RP 5, 26; Cta 183. Teresa se acuerda de san Juan
de la Cruz: �Ya no guardo ganado� (C�ntico Espiritual, canci�n 28), pero
la consagraci�n exclusiva al ��nico cordero� es una explicitaci�n propia de
Teresa que nos recuerda a Apocalipsis 14, 3,4.
(2) Cita de san Agust�n.
(3) A Marta y a Mar�a: Teresa no se para en las distinciones de �clases�,
tan marcadas en su �poca. �Orar y servir� es el patrimonio de toda
carmelita. (cf RP 4).
(4) Idea que gustaba mucho a Teresa.
P 8 LA REINA DEL CIELO A SU HIJA QUERIDA MAR�A DE LA SANTA
FAZ
1 Yo buscando estoy a un ni�o
que a mi Jes�s se parezca,
a mi �nico Cordero (1),
para esconder a los dos
en una misma cunita.
2 Los �ngeles de la patria
envidiar�an tal suerte (2);
mas yo te la doy a ti:
Mar�a, este ni�o Dios
tu Dios y esposo ser�.
3 Te escojo para que seas
de mi Jes�s hermanita.
�Deseas acompa�arle?
�Posar�s en mi regazo!
4 Te esconder� bajo el manto
que cubre al Rey de los cielos.
Para tus ojos, mi Hijo
ser� ya brillante estrella.
5 Para que mi manto pueda
cubrirte junto a Jes�s,
tienes que ser peque�ita,
con virtudes infantiles (4).
6 Quiero que en tu frente brillen
la dulzura y la pureza.
Mas sobre todo te doy
por virtud la sencillez.
7 El Dios Uno en Tres personas,
que el �ngel temblando adora,
quiere que s�lo le des
por nombre �Flor de los campos�.
8 Como blanca margarita
que vive mirando al cielo,
t� has de ser la flor sencilla
del Ni�o de navidad.
9 El mundo desconoc�a (5)
los encantos de este Rey
que se desterr� del cielo (6).
Muchas veces t� ver�s
c�mo en sus dulces ojitos
las l�grimas brillan ya.
10 Tendr�s que olvidar tus penas
para alegrar a mi Ni�o,
bendecir con alegr�a
los nobles lazos que te atan
y cantar muy suavemente...
11 El Dios todopoderoso
que calma a al mar rugiente,
tomando rasgos de ni�o
se ha hecho d�bil y peque�o.
12 El Verbo, que es la palabra,
Palabra eterna del Padre,
que por ti aqu� se destierra,
mi dulce Cordero, que es
tambi�n tu peque�o hermano,
�oh, ni�a, no te hablar�!
13 El silencio es la primera
prenda del amor callado.
Comprendiendo su lenguaje,
deber�s siempre imitarle.
14 Y si alguna vez se duerme,
cerca de �l descansar�s.
Su coraz�n vela siempre
y te servir� de apoyo
para poder descansar.
15 No te inquiete la labor
que has de cumplir cada d�a;
tu solo quehacer, Mar�a,
en la vida es el amor.
16 Puedes decir a quien diga
que tus obras no se ven:
�amo mucho, y en la vida
el amor es mi quehacer�.
17 Jes�s har� tu corona (7)
si s�lo buscas su amor.
Un d�a te har� reinar
si le das tu coraz�n.
18 Tras la noche de esta vida
ver�s su dulce mirada,
y a aquella cumbre de arriba
volar� tu alma veloz...
Noche de Navidad de 1894
(Melod�a: Sur le grand m�t d'une corvette)
NOTAS P 8 - LA REINA DEL CIELO A SU HIJA QUERIDA MAR�A DE LA
SANTA FAZ
Fecha: 25 de diciembre de 1894. - Compuesta para: Celina, postulante con
el nombre de Mar�a de la Santa Faz; composici�n espont�nea. -
Publicaci�n: HA 98 (diecisiete versos retocados). - Melod�a: Le petit
mousse noir.
La frescura de una canci�n de Navidad, pero tambi�n una poes�a
estructurada, meticulosa, de palabras escogidas, un peque�o tratado
sobre la infancia y la omnipotencia. Teresa compone esta poes�a para
consolar a su hermana, cuyas cualidades no parec�an reconocerse
demasiado en el Carmelo; el �xito ser� completo (cf los seis relatos de
Celina, especialmente CSG, pp. 50 y 151).
En realidad, Teresa apunta mucho m�s alto: despu�s de Mar�a de la
Trinidad, quiere arrastrar a �Mar�a de la Santa Faz� por el camino de la
infancia. Este canto de Navidad es tambi�n un canto de Nazaret, de la vida
escondida. La presencia de Mar�a es un elemento primordial para la
iniciaci�n en la sencillez, en el silencio del amor, en el parecido (1,1) con
�el �nico cordero�, con el Verbo hecho ni�o.
(1) Cf P 7,4+.
(2) Cf P 2+.
(3) El velo -o el manto- de la Sant�sima Virgen, bajo el que podemos
cubrirnos (4,2; 51), o escondernos (P 1,1; aqu� estr. 4; Cta 161; RP 8, 6r�),
o descansar (PN 5,11,3 = P 4,11,3), o dormirse (P 27,8; 35,12) es el
s�mbolo de la completa seguridad para el ni�o, el lugar del perfecto
abandono. Pero despu�s de una gracia como la que Teresa recibi� en el
verano de 1889 (cf CA 11.7.2), este velo pasa a tener un sentido m�stico.
Al igual que el manto, tambi�n el velo �virginiza� (Cta 105), sit�a a la
persona en un �silencio profundo de todos los cuidados de la tierra� (Cta
122). Bajo este velo, el alma encuentra solo a Jes�s, lo mira, se une a �l.
Teresa est� en perfecta armon�a con la tradici�n de la Orden: la vida
escondida del Carmelo es algo as� como un desierto mariano.
(4) La estrofa 6 hablar� de grandes virtudes, pero de unas virtudes que son
las de la infancia. El vocabulario no debe llamarnos a enga�o: estas
�virtudes infantiles� exigen un abandono total de s� mismo. Cf Or 14, nota
4+.
(5) Las estrofas 9-14 presentan un entramado de temas bastante sutil y una
prosecuci�n de ideas polif�nicas que, tras las im�genes de la infancia,
anuncian ya el futuro tr�gico de Jes�s. Desconocer: cf RP 2,3r� y 7v�;
4,1v�; 5,2r�; Cta 108 (Is 53,2).
(6) Excepto en P 15,5 (hu�da a Egipto), destierro en Teresa designa la
Encarnaci�n (P 1,1; 15,1; 19,1; Cta 141; Ms B 5v�; RP 2,1r�; RP 5,1r�; RP
6,2v�). Teresa, al parecer, nunca tiene en cuenta que Jes�s, al encarnarse,
vino a su casa.
(7) Cf Cta 143, nota 5.
P 9 A SAN JOS�
1 Vuestra admirable vida
en la sombra, Jos�, se desliz�
humilde y escondida,
�pero fue augusto privilegio vuestro
contemplar muy de cerca la belleza
de Jes�s y Mar�a!
Estribillo Jos�, tierno Padre,
protege al Carmelo.
Que en la tierra tus hijos }
gocen ya la paz del cielo } bis
2 �M�s de una vez, el que es Hijo de Dios,
y entonces era ni�o
y sometido en todo a la obediencia vuestra,
sobre el dulce refugio de vuestro pecho amante
descans� con placer!
3 Y como vos, nosotros,
en la tranquila soledad, servimos
a Mar�a y Jes�s,
nuestro mayor cuidado es contentarles,
no deseamos m�s.
4 A vos, Teresa, nuestra santa Madre,
acud�a amorosa y confiada
en la necesidad,
y asegura que nunca su plegaria
dejasteis de escuchar.
5 Tenemos la esperanza de que un d�a,
cuando haya terminado la prueba de esta vida,
al lado de Mar�a iremos, Padre, a veros.
Estribillo Bendecid, tierno Padre,
nuestro Carmelo,
y tras el destierro de esta vida }
�reunidnos en el cielo! }bis
NOTAS P 9 - A SAN JOS�
Fecha: 1894. - Compuesta para: sor Mar�a de la Encarnaci�n (Josefina
Lecouturier), a petici�n de �sta. - Publicaci�n: HA 98 (cinco versos
corregidos). - Melod�a: Nous voulons Dieu.
No sabemos nada acerca de las circunstancias de esta composici�n, pero
data con seguridad de 1894. La vida escondida de san Jos�, hecha de
contemplaci�n y de servicio a Jes�s y a Mar�a, en pobreza y en soledad,
es un buen ejemplo para las carmelitas (cf TERESA DE JESUS, Vida, cap.
6).
P 10 VIVIR DE AMOR
1 En la �ltima noche, la noche del amor,
hablando claramente y sin par�bolas,
Jes�s dec�a as�:
�Si alguno quiere amarme, que guarde mi palabra (1),
que la guarde fielmente. Mi Padre le amar�,
y vendremos a �l, moraremos en �l,
ser� para nosotros una morada viva,
ser� nuestro palacio.
Pero tambi�n queremos que more �l en nosotros,
lleno de paz, que more en nuestro amor.�
2 �Vivir de amor quiere decir guardarte
a ti, Verbo increado, Palabra de mi Dios!
Lo sabes, Jes�s m�o, yo te amo,
me abrasa con su fuego (2) tu Esp�ritu de Amor.
Am�ndote yo a ti, atraigo al Padre,
mi d�bil coraz�n se entrega a �l sin reserva.
�Oh augusta Trinidad,
eres la prisionera, la santa prisionera (3)
de mi amor!
3 Vivir de amor vivir es de tu vida,
glorioso Rey, delicia de los cielos.
Por m� vives oculto en una hostia,
por ti tambi�n, Jes�s, vivir quiero escondida.
Soledad necesitan los amantes (4),
que hablen sus corazones noche y d�a.
Me hace feliz tan s�lo tu mirada,
�vivo de amor!
4 Vivir de amor
no es en la cima del Tabor su tienda
plantar el peregrino de la vida.
Es subir al Calvario
a zaga de las huellas de Jes�s,
y valorar la cruz como un tesoro (5)...
En el cielo, mi vida ser� el gozo,
y el dolor ser� ido para siempre.
Mas aqu� desterrada, quiero, en el sufrimiento,
�vivir de amor!
5 Vivir de amor es darse sin medida (6),
sin reclamar salario aqu� en la tierra.
�Ah, yo me doy sin cuento, bien segura
de que en amor el c�lculo no entre!
Lo he dado todo al coraz�n divino,
que rebosa ternura.
Nada me queda ya... Corro ligera (7).
Ya mi �nica riqueza es, y ser� por siempre
�vivir de amor!
6 Vivir de amor es disipar el miedo,
aventar el recuerdo de pasadas ca�das.
De aquellos mis pecados no veo ya la huella,
junto al fuego divino se han quemado (8)...
�Oh dulc�sima hoguera, sacrat�sima llama,
en tu centro yo fijo mi mansi�n.
Y all�, Jes�s, yo canto confiada y alegre:
�vivo de amor!
7 Vivir de amor guardar es, en s� misma,
en un vaso mortal, un inmenso tesoro.
Mi flaqueza es extrema, Amado m�o,
disto mucho de ser un �ngel de los cielos.
Mas si es verdad que caigo a cada paso,
lo es tambi�n que t� vienes en mi ayuda (9)
y me levantas
y tu gracia me das.
�Vivo de amor!
8 Vivir de amor es navegar (10) sin tregua
en las almas sembrado paz y gozo.
�Oh mi Piloto amado!, la caridad me urge,
Pues te veo en las almas, mis hermanos (11).
La caridad me gu�a, ella es mi estrella,
bogo siempre a su luz.
en mi vela yo llevo grabada mi divisa:
�Vivir de amor!
9 Vivir de amor es mientras Jes�s duerme
permanecer en calma
en medio de la mar aborrascada.
No temas, �oh Se�or!, que te despierte,
espero en paz (12) la orilla de los cielos...
Pronto la fe desgarrar� su velo
y habr� sido mi espera s�lo un d�a.
La caridad me empuja, ella hinche mi vela,
�vivo de amor!
10 Vivir de amor, Maestro amado m�o,
es pedir que derrames tu luz y tu calor
del sacerdote (13) en el alma santa,
en su alma elegida.
�Pueda ser �l m�s puro que un seraf�n del cielo!
Y protege tambi�n a tu Iglesia inmortal (14),
no cierres tus o�dos, Jes�s, a mi clamor.
Hija suya soy yo, por mi Madre me inmolo,
�vivo de amor!
11 Vivir de amor es enjugar tu rostro (15),
es a los pecadores (16) alcanzar el perd�n.
�Oh Dios de amor!, que vuelvan a tu gracia,
que bendigan tu nombre eternamente.
Hasta el alma me llega la blasfemia (17),
para borrarla yo canto cada d�a:
�Oh nombre de mi Dios, te adoro y amo,
vivo de amor!
12 Vivir de amor
es imitar, Jes�s, la haza�a de Mar�a
cuando ba�� de l�grimas y perfumes preciosos
tus fatigados y divinos pies y los bes� arrobada,
enjug�ndolos luego con sus largos cabellos...
Y alz�ndose del suelo, rompi� el frasco
y tu cabeza Mar�a perfum�.
�Oh Jes�s, el perfume (18) que yo doy a tu rostro
es y ser� mi amor!
13 ��Vivir de amor, oh qu� locura extra�a
-me dice el mundo-, cese ya tu canto!
�No pierdas tus perfumes, no derroches tu vida,
aprende a utilizarlos con ganancia!�
�Jes�s, amarte es p�rdida fecunda!
Tuyos son mis perfumes para siempre.
Al salir de este mundo cantar quiero:
�muero de amor!
14 �Morir de amor (19), dulc�simo martirio,
y es el martirio que sufrir quisiera!
Acordad, querubines, vuestras liras,
siento que mi destierro va a acabar...
Llama de amor (20), cons�meme sin tregua.
�Oh vida de un momento,
muy pesada tu carga se me hace!
�Oh divino Jes�s!, haz realidad mi sue�o:
�morir de amor!
15 Morir de amor, es �sta mi esperanza,
cuando vea romperse mis cadenas.
Mi Dios ser� mi recompensa grande (21),
otros bienes no quiero poseer.
Quiero ser abrasada por su amor,
quiero verle (22) y unirme a �l para siempre.
Este ser� mi cielo y mi destino:
���Vivir de amor...!!!
NOTAS P 10 - VIVIR DE AMOR
Fecha: 26 de febrero de 1895. Composici�n espont�nea. - Publicaci�n: HA
98 (veinti�n versos corregidos). - Melod�a: Il est � moi.
Uno no puede por menos de sentirse impresionado por los acentos de
gravedad dentro del tono de fervor de este poema de amor, rico, profundo,
extenso. Una verdadera �declaraci�n� que contempla toda la envergadura
de ese amor, como se contemplan todas las consecuencias de un acto
antes de tomar una grave resoluci�n. �Vivir de amor - morir de amor� (cf
un billete de la madre Mar�a de Gonzaga a Teresa de 1890, LC 144): �se
es el n�cleo de esta gran meditaci�n, hecha en un momento en que
Teresa adquiere la certeza de que morir� pronto y en que comienza su
autobiograf�a, un punto de vista privilegiado sobre el presente, el pasado y
el futuro. El hecho de que escriba espont�neamente un poema as� es
significativo.
Teresa habla �sin par�bolas� al menos en diez estrofas (de quince). No es
que no haya aqu� im�genes simb�licas; pero son m�s raras que en los
dem�s poemas. Las ideas y las intuiciones prevalecen a veces sobre la
poes�a, o al menos el pensamiento teol�gico es en ocasiones tan fuerte
que encuentra mayor dificultad en encarnarse en una forma po�tica; la
�violenta� o incluso la supera.
Vivir de amor brot� de un solo tir�n durante los largos ratos de oraci�n
ante el Sant�simo Sacramento, expuesto los tres d�as de las Cuarenta
Horas (domingo, lunes y martes que preceden al mi�rcoles de ceniza) para
reparar los excesos del carnaval antes de entrar en la Cuaresma.
Las monjas se turnan cada hora de dos en dos ante la custodia. S�lo est�
iluminado el altar de la capilla, mientras el coro de las carmelitas
permanece en penumbra. Pr�cticamente no pueden leer. Y en este clima
de ferviente intimidad es donde el canto Vivir de amor fluye del alma de
Teresa: un r�o de paz, inmenso, tranquilo, que cada estrofa va engrosando
como un afluente sin perturbar su curso.
Las copias B y C de este poema tienen como ep�grafe: �Si alguien me
ama guardar� mi palabra, y mi Padre lo amara, y vendremos a �l y
haremos en �l nuestra morada... Mi paz os doy... Permaneced en mi
amor... San Juan, c. 14, v. 23 y 27; 15, v. 9.
(1) Cf Cta 142, y sobre todo la larga par�frasis de Cta 165.
(2) Primera de las im�genes del fuego, que dar�n vida al poema (estr. 6, 10,
14, 15). Cf infra, nota 8. La palabra fuego aparece diez y siete veces en las
Poes�as.
(3) Probable reminiscencia de san Juan de la Cruz (C�ntico Espiritual,
declaraci�n a la canci�n 32). Cf P 20,5,2.
(4) Posible alusi�n al C�ntico Espiritual, declaraci�n a la canci�n 36.
(5) Cf P 30,5 y PN 50,5.
(6) El amor gratuito, generoso, es un tema que encontramos con frecuencia
en Teresa; cf, por ejemplo, Cta 142; Or 6; CSG, p. 62; CA 9.5.3; 6.8.4;
6.8.7; etc.
(7) Cf el comentario de san Juan de la Cruz en el C�ntico Espiritual, canci�n
25: �Las j�venes discurren al camino�, que Teresa retomar� (poco m�s
tarde) en el Ms A 47v�/48r�. Pi�nsese tambi�n en el salmo 118,32 (cf Ms C
16r�). Recordemos finalmente Imitaci�n III, 5: �El que ama corre, vuela, es
alegre, es libre..., todo lo entrega�, etc., que preanuncia directamente al
Ms A 80v�.
(8) La estrofa del fuego; cf Ms A 84v�. Otros textos completan e ilustran m�s
esta estrofa del �purgatorio�: Ms A 84r�/v�; P 14,8; Cta 226; CA 8.7.15 y
30.7.3; Ultimas Conversaciones (Burgos, Monte Carmelo, 1973) p. 615; VT
n� 99, pp. 185, 187.
(9) Cf P 29,4.
(10) Sobre el vocabulario de la navegaci�n en Teresa puede verse un
repertorio en VT n�. 61, enero 1976, p. 80.
(11) Cf Ms C 30r�.
(12) Sobre la espera serena del cielo en 1895, cf tambi�n P 13,3; 15,32; PN
22,11.
(13) Cf Cta 94+.
(14) Cf Acto de Ofrenda, Or 6.
(15) La imagen de la Ver�nica �enjugando el rostro de Jes�s�: s�mbolo del
amor que �borra� las blasfemias, y que da un bello ritmo a la estrofa; cf
RP 2,4r�; Ms A 66v�; Or 12.
(16) Cf P 13,1. Primera menci�n de los pecadores en las Poes�as.
(17) Cf RP 2,8r�; Ms A 52r�; P 15,29. En 1885, siendo todav�a una ni�a,
Teresa fue inscrita en la Archicofrad�a reparadora de las blasfemias y de la
profanaci�n del domingo. Ya de carmelita, pudo volver a encontrar en la
Vie de soeur Marie de Saint-Pi�rre la invitaci�n constante a la reparaci�n
de las blasfemias. Pero en sus escritos s�lo aqu� encontramos un eco de
ello.
(18) Cf P 23,E1+.
(19) Es �sta la primera vez que en sus escritos se manifiesta este impulso
hacia la �muerte de amor�. Lo volveremos a encontrar enseguida en P
11,52; Or 6; P 15,26; 20,6; Cta 242; Ms C 7v� y 8r�; Cta 255, y m�s tarde
en las Ultimas Conversaciones. Mar�a de la Eucarist�a cantar� esta estrofa
en la enfermer�a el 16.7.1897 despu�s de la comuni�n de Teresa: cf Cta
255. El martirio de amor aparece evocado de nuevo en Or 6; PN 29,12; P
20,�ltima estr.; 22,4; Cta 182 y 224.
(20) Clara alusi�n a la Llama de amor viva, cuya operaci�n consumante y
transformadora canta san Juan de la Cruz. (cf Cta 197).
(21) Cf Cta 182+, nota 15.
(22) Cf Cta 56+, nota 2.
P 11 EL C�NTICO DE CELINA
1 �Hoy me gusta evocar
los recuerdos benditos de mi infancia!
Para guardar la flor de mi inocencia
siempre pura y sin mancha,
Dios puso en torno m�o una cerca de amor (1),
2 A pesar de ser yo tan peque�a,
me hallaba rodeada de ternura,
y de mi coraz�n en lo m�s hondo
naci� la fiel promesa de desposarme un d�a
con Jes�s, Rey de los cielos, Rey de los elegidos.
3 Desde la primavera de mi vida
a la Virgen Mar�a y a san Jos� yo amaba.
Y ya mi alma se abismaba (2) entera,
extasiada y feliz, cuando en mis ojos
el cielo reflejaba su belleza.
4 Me gustaban los campos, los trigales,
la colina lejana y la llanura.
Y era tanta mi dicha cuando con mis hermanas
cog�amos las flores,
que hasta el aliento a veces me faltaba.
5 Me gustaba coger las hierbezuelas,
las florecillas todas, los acianos.
Me gustaba much�simo el perfume
de las moradas violetas claras,
y el de las primaveras, sobre todo.
6 Me gustaban la blanca margarita,
los hermosos paseos del domingo,
el p�jaro ligero gorjeando en la rama
y el radiante color azul del cielo.
7 Me gustaba poner todos los a�os
junto a la chimenea mis zapatos,
y apenas despertaba, iba corriendo
y cantando canciones
de la fiesta del cielo. �Navidad!
8 De mam� me encantaba la sonrisa,
su mirada profunda parec�a decir:
�La eternidad me atrae, me cautiva,
al cielo azul ir� �para ver all� a Dios!
9 �Encontrar� en la patria
a la Virgen Mar�a y a mis �ngeles (3)...
�Y de las hijas que en la vida dejo,
los corazones y tambi�n las l�grimas
ofrecer� a Jes�s.
10 Amaba a Jes�s Hostia,
que vino en la ma�ana de mi vida (4)
a prometerse a mi alma enajenada.
�Oh, con cu�nta alegr�a el coraz�n le abr�!
11 Y m�s tarde am� a la criatura
que yo ve�a m�s pura,
a Dios buscando en su creaci�n.
Y en El, s�lo en �l hall� la paz.
12 Y tambi�n me gustaba, en aquel mirador
inundado de luz y de alegr�a,
recibir de mi padre los besos y caricias,
y acariciar yo misa sus cabellos
blancos como la nieve.
13 Sentada con Teresa (5) en sus rodillas,
durante las veladas, largo rato
a las dos nos mec�a, lo recuerdo muy bien,
y a�n me parece o�r de sus tonadas
y de su voz el dulce y grave acento.
14 �Recuerdos dulces, que entra��is sosiego
y me hac�is revivir tantas cosas lejanas...,
las cenas, el perfume de las rosas,
los Buissonnets, henchidos de una limpia alegr�a,
y los claros veranos!
15 Al llegarse la noche,
cuando todo rumor vano se apaga,
me sent�a feliz expansionando mi alma
con mi Teresa en dulce desahogo.
Mi coraz�n y el suyo
formaban, confundidos, uno solo.
16 Entonces se mezclaban nuestras voces,
las manos se enlazaban,
y cant�bamos juntas
nuestras futuras y sagradas bodas,
so�ando en el Carmelo...
y so�ando en el cielo.
17 En Suiza y en Italia me encantaron (6)
los frutos de oro bajo el cielo azul.
Me gust�, sobre todo, la mirada,
toda llena de vida,
que el santo anciano, el papa,
el Pont�fice Rey, me dirigi�.
18 Con amor te bes�,
�oh tierra bendita del Coliseo augusto!
La b�veda sagrada y silenciosa
de las santas y oscuras catacumbas
repiti� dulcemente el eco de mi canto.
19 Tras mi dicha vinieron el dolor y las l�grimas (7).
�Muchas y amargas l�grimas!
Me vest� la armadura de mi Esposo,
y fue su cruz mi escudo y mi consuelo.
20 Durante largo tiempo estuve desterrada,
lejos, �ay, si, qu� lejos!, de mi familia amada;
y sin tener siquiera, cual pobre cierva herida,
el refugio de un simple agavanzo en flor.
21 Mas un atardecer, mi alma enternecida
percibi� la sonrisa de Mar�a (8),
y una gota bendita de su sangre
se torn� (�ah, qu� dicha!) en leche para m�
22 Gustaba, por entonces,
de apartarme del mundo y de sus ruidos,
para o�r c�mo el eco, desde lejos,
respond�a a mi voz,
y en el fecundo, en el umbroso valle (9),
en medio de mis l�grimas, yo recog�a flores.
23 Me gustaba escuchar
de la lejana iglesia la campana
ta�endo vagamente.
Me sentaba en el campo
para o�r el susurro de la brisa
al caer de la tarde.
24 Me embobaba mirando
las golondrinas en su raudo vuelo,
y escuchando, callada,
el pla�idero canto de las t�rtolas.
Me gustaba sentir el ruido de alas
y el bronco bordoneo del insecto.
25 Me gustaba la gota de roc�o,
la cantora cigarra,
la virginal abeja preparando la miel
desde su mismo despertar.
26 Gustaba yo de recoger el brezo,
corriendo sobre el leve y blando musgo;
cazar las mariposas,
en fr�gil vuelo sobre los helechos
y pintado en sus alas el puro azul del cielo.
27 Amaba a las luci�rnagas en la sombra,
y amaba las estrellas incontables.
Y, sobre todo, el disco plateado
de la luna en la noche (10).
28 En su �ltima vejez
me gustaba rodear a mi padre de ternura.
El lo era para m� todo en la vida:
hijo, dicha, riqueza.
�Ah, cu�ntas veces y con qu� cari�o
le estrechaba en mis brazos!
29 Nos gustaba escuchar el dulce ruido de las olas
y el retumbo encendido de la oscura tormenta,
y en la quietud profunda de la tarde
del ruise�or la voz en el fondo del bosque.
30 Pero su hermoso rostro una ma�ana
la imagen, con sus ojos, busc� del crucifijo...
Al marchar, me dej� su postrera mirada,
la prenda de su amor. �Aquella era mi parte!
31 Con su divina mano, con su amorosa mano,
a Celina Jes�s le arrebat�
el �nico tesoro que ten�a,
�y llev�ndolo lejos, lejos de la colina,
lo coloc� en el cielo, cerca del Dios eterno!
32 Ahora estoy prisionera (11),
muy lejos de la tierra y de sus bosques.
vi que todo es en ella ef�mero y caduco (12),
�toda mi dicha, en ella, vi apagarse y morir!
33 Bajo mis pies se magull� la hierba,
y en mis manos la flor se marchit�...
Jes�s, por tu pradera (13) correr quiero,
no dejar�n en ella mis pies huella.
34 Como un ciervo sediento
va suspirando por las aguas vivas,
as�, desfallecida, �oh Jes�s!, a ti corro.
Para calmar mi sed y mis ardores
hacen falta tus l�grimas...
35 S�lo tu amor me arrastra. En la llanura
mi reba�o dej�, ya no lo cuido (14).
Complacer s�lo quiero
a mi nuevo Cordero, a mi Cordero �nico.
36 El Cordero a quien amo eres t�, mi Jes�s.
Me bastas, �bien supremo!, todo lo tengo en ti (15),
tengo la tierra y hasta tengo el cielo.
T� eres la flor, Rey m�o, que yo corto (16).
37 Jes�s, Lirio del valle, me cautiv� tu aroma.
Ramillete de mirra, corola perfumada,
dentro del coraz�n quiero guardarte
y en �l darte mi amor.
38 Junto a m� va tu amor, siempre conmigo.
En ti tengo los bosques y campi�as,
los r�os, las monta�as, la pradera,
la lluvia de los cielos y la nieve.
39 Todo lo tengo en ti:
los trigos y las flores entreabiertas,
los botones de oro, las miosotis y rosas.
El perfume poseo y la frescura de los blancos lirios (17).
40 En ti tengo la lira melodiosa (18),
la soledad sonora, los r�os y las rocas,
la graciosa cascada, el gamo saltador,
la gacela, los corzos y la ardilla.
41 En ti tengo tambi�n
el arco iris y la nieve pura,
el inmenso horizonte y la verdura,
las �nsulas extra�as y las maduras mieses,
las leves mariposas,
los campos y la alegre primavera.
42 En tu amor, �oh Jes�s!, tambi�n encuentro
las palmeras esbeltas que el sol dora,
la noche en par de los levantes de la aurora (19),
las aves y el suave murmullo del arroyo.
43 Tengo en ti los racimos deliciosos,
las graciosas lib�lulas,
la selva virgen llena de flores misteriosas.
Tengo a todos los ni�os, rubios, peque�itos,
con sus alegres cantos.
44 Tengo en ti las colinas y las fuentes,
Tengo vincapervincas, madreselvas,
agavanzos, bejucos,
flores blancas de espino y los frescos nen�fares.
45 Tengo la avena, loca y tembladora,
la voz grave y potente de los vientos,
el hilo de la Virgen,
la llama ardiente, el c�firo ligero,
los zarzales floridos y los nidos.
46 Tengo el hermoso lago,
el valle solitario, oscuro de �rboles,
la ola plateada del oc�ano,
peces dorados
y los raros tesoros de los mares.
47 Yo tengo en ti la nave que navega
por alta mar y lejos de la playa,
el surco de oro (20) y la tranquila costa.
Tengo el fuego del sol cuando se va del cielo
festoneando con su luz las nubes.
48 En ti, Jes�s, yo tengo la palmera pura;
y bajo el burdo sayal de que me visto,
valiosas joyas, ricos aderezos,
anillos y diamantes, brillantes y collares.
49 Tengo en ti la brillante y clara estrella.
Muchas veces tu amor se me descubre,
y entonces yo percibo, como a trav�s de un velo,
al declinar el d�a,
la caricia divina de tu mano.
50 T� sostienes los mundos con tu mano,
t� plantas las profundas, las oscuras florestas,
y en un volver de ojos las fecundas (21).
Con mirada de amor (22) me sigues siempre.
51 Tengo tu coraz�n y tu adorado rostro,
y esa mirada tuya que me ha herido.
De tu sagrada boca el beso tengo.
Te amo, Jes�s, y nada m�s deseo.
52 Ir� a cantar al cielo con los �ngeles
de tu sagrado amor las alabanzas.
Haz que yo vuele pronto a formar en sus filas,
�que yo muera de amor (23), Jes�s, un d�a.
53 La mariposa se lanza contra el fuego,
fuertemente atra�da
por su encendida y clara transparencia.
De ese modo tu amor es mi esperanza,
quiero volar a �l y en �l quemarme 24>...
54 �Oigo ya que se acerca, mi Dios, tu eterna fiesta!
Tomar� de los sauces mi arpa muda
y en tus rodillas (25) a sentarme ir�,
�para all� verte...!
55 Y muy cerca de ti ver� a Mar�a,
a los santos ver� y a mi familia amada.
Despu�s de este destierro de la vida,
yo volver� a encontrar all� en el cielo
el hogar (26) paternal...
NOTAS P 11 - C�NTICO DE CELINA
Fecha: 28 de abril de 1895. - Compuesta para: sor Genoveva, a petici�n
de �sta, para su cumplea�os (veintis�is). - Publicaci�n: HA 98, cincuenta y
una estrofas, dos de las cuales fueron modificadas, y treinta y cuatro
versos corregidos. - Melod�a: Combien j'ai douce souvenance.
Es el �C�ntico de las criaturas� de Celina, pero m�s a�n de Teresa. Tras
la c�spide de su Vivir de amor, Teresa va recorriendo con verdadero j�bilo
las riquezas de la creaci�n, que luego volver� a descubrir, trascendidas, en
su Amado.
Esta sinfon�a de flores, de perfumes, de verdor, de p�jaros es toda una
orquestaci�n a dos versos de Celina. Un domingo de 1895, cuando sor
Genoveva est� a punto de cortar el primer narciso, su hermana la detiene:
��Hace falta permiso!� Al volver a su celda, la novicia intenta consolarse
recordando a Jes�s, en una poes�a, lo que ha dejado por �l. S�lo una
pocas palabras consiguen traspasar la capa de tristeza:
La Flor que yo corto, Rey m�o,
�eres T�!
Teresa viene en ayuda de Celina y, con certero instinto de maestra
espiritual, se esmera por que no quede en la sombra ninguna de las
alegr�as del pasado, aun cuando esto la lleve a desleir demasiado la
poes�a, que es la m�s larga de todo su repertorio en cuanto al n�mero de
estrofas (cincuenta y cinco).
Y ser�n sus recuerdos comunes de la infancia y de la juventud (el Ms A
est� en v�as de redacci�n) lo que Teresa rememorar� en este poema de
amor, de familia y sobre todo de la naturaleza. Un poema que se divide en
dos grandes partes: antes de la entrada en el Carmelo (estr. 1 a la 31), y el
�ahora� (estr. 32 hasta el final).
El influjo de san Juan de la Cruz es innegable (C�ntico Espiritual, canc. 14-
15), y la propia Teresa lo indica as� en una carta de 1892 (Cta 135). La
gran similitud entre los dos santos reside en una intuici�n fundamental
com�n: en Cristo se recapitula la profusi�n de todas las riquezas creadas.
Estrofas 1 a 9: Alen�on
(1) Cf Ms A 4v�.
(2) Se plonger o �tre plong� (abismarse), usado de forma incorrecta, sin
complemento (lo mismo que en Cta 54; Ms A 31v�; o PN 54,18,3 = P
36,18,3) es una expresi�n de la familia Martin que indica asombro,
recogimiento admirativo.
(3) Sus cuatro hijos, muertos muy peque�itos.
Estrofas 10 a 18: Los Buissonnets
(4) Primera comuni�n de Celina, el 13 de mayo de 1880.
(5) Teresa se pone a s� misma en escena en el mirador; cf P 6,7.
(6) El viaje a Roma en noviembre de 1887.
Estrofas 11 a 31: Celina y su padre
(7) Una secuencia propia de la vida de Celina: la enfermedad del se�or
Martin (19-20) y su muerte (30-31), con los recuerdos felices de las
vacaciones en La Musse en el intervalo (22-27), y sobre todo con su padre
(28-29).
(8) Dos gracias de Mar�a a la desterrada: cf Po�sies, II, pp 126s.
(9) Lugar privilegiado en la topograf�a teresiana; cf P 36,3; RP 3,14v�; RP
5,7; Cta 142, 146, 165; aqu� se percibe una reminiscencia del C�ntico
Espiritual de san Juan de la Cruz, canc. 14.
(10) Teresa, hija del sol, y que concede tanto espacio a las estrellas, muy
pocas veces habla de la luna (Ms A 48r�; Ms C 26r�; P 15,6 y 17,4).
Estrofas 32 a 36: Celina en el Carmelo
(11) El Carmelo es una �prisi�n bendita� (Ms A 67r�); cf Cta 106. Celina, al
igual que Teresa, se constituye voluntariamente prisionera en �l (Ms A
58r�, 81v�); pero no prisionera de las rejas, sino prisionera del amor a
Jes�s (P 20,E5; Cta 201), como Jes�s lo est� del nuestro; cf Or 17.
(12) Cf Ms A 69v�; Cta 245 y 260; P 11,32; 29,1; 31,2; PN 50,2.
(13) Cf las praderas del cielo de 24.9.4. Como hija que es de la Normand�a,
es l�gico que Teresa conceda mucho espacio a la pradera (veintitr�s
veces en sus escritos), que pertenece tambi�n a su imaginer�a celestial.
Tambi�n san Juan de la Cruz compara el cielo a un �prado de verduras,
de flores esmaltado� (C�ntico Espiritual, canc. 4).
(14) Cf P 7,4+.
(15) Cf Oraci�n del alma enamorada, de san Juan de la Cruz: �M�os son los
cielos y m�a es la tierra (...) y todas las cosas son m�as. Y el mismo Dios es
m�o y para m�, porque Cristo es m�o y todo para m��. Cf infra, el t�tulo de
PN 18 bis [�Quien tiene a Jes�s lo tiene todo�].
(16) Los dos versos de Celina que dieron origen a la poes�a; cf supra,
introducci�n a la misma.
Estrofas 38 a 51: Quien tiene a Jes�s lo tiene todo
(17) Esta es la �nica vez que Teresa menciona el �muguet�, el lirio de los
valles, con esa palabra, al que Celina atribuye el sentido de �amor
escondido�.
(18) S�mbolo que le gustaba mucho a Celina; cf Cta 149+.
(19) Cf C�ntico Espiritual, canc. 15.
(20) Cf P 2,2+.
(21) Cf LAMARTINE: �T�, que con una mirada vuelves fecunda la
inmensidad� (La Pri�re).
(22) La mirada de Dios, que se posa con amor sobre la criatura y le da vida
y belleza, es uno de los grandes temas sanjuanistas; cf Or 6, nota 11. �Qu�
lejos est� esto de un �vigilante� airado por el pecado! Esa mirada de amor
rec�proca e incesante est� en el coraz�n mismo de la vida contemplativa
de Teresa.
Estrofas 52 a 55: Pronto... el cielo
(23) Cf P 10,14+.
(24) Cf Ms A 38v�; estrofa que sintetiza en pocas palabras todo este largo
poema.
(25) Cf Cta 211+.
(26) El hogar [toit en el original] es una palabra rara en los escritos de
Teresa (Ms A 59v�, 65 r�, 75r�, 82r�). Pero la idea del cielo como casa y
como hogar [foyer] paterno les es familiar a los dos hermanas: cf Ms A 41�,
muy cercano a esta estrofa, y Ms A 75r�.
P 12 MI CIELO EN LA TIERRA
1 Es tu imagen inefable (1)
astro que gu�a mis pasos.
Tu dulce rostro, Jes�s,
bien lo sabes,
es en la tierra mi cielo.
Mi amor descubre el encanto (2)
de tu rostro
embellecido de llanto.
Y a trav�s de mis l�grimas
yo sonr�o
contemplando tus dolores.
2 Quiero, para consolarte (3),
vivir ignorada (4) y sola
aqu� en la tierra.
Tu hermosura,
que tan bien sabes velar,
me descubre
todo su inmenso misterio,
y a ti quisiera volar.
3 Tu faz es mi sola patria,
ella es mi reino (5) de amor,
es mi riente pradera
y mi sol de cada d�a.
Ella es el lirio del valle,
cuyo aroma misterioso (6)
a mi alma desterrada
en su destierro consuela,
d�ndole a gustar la paz
de los cielos.
4 Es mi descanso y dulzura
y mi lira melodiosa...
Es tu rostro,
�oh mi dulce Salvador!,
el ramillete divino
de mirra, que guardar quiero
prendido sobre mi pecho (7).
5 Es tu faz
mi �nica y sola riqueza,
ninguna otra cosa pido.
En ella, escondida siempre (8),
a ti me parecer� (9).
Deja en m�, Jes�s, la huella
de tus dulc�simos rasgos,
y muy pronto ser� santa,
y hacia ti los corazones
atraer�.
6 A fin de poder juntar
abundante mies dorada,
con tu fuego qu�mame.
No tardes, Amado m�o,
en darme tu eterno beso.
�Con tus labios b�same!
12 de agosto de 1895
NOTAS P 12 - MI CIELO EN LA TIERRA
Fecha: 12 de agosto de 1895. - Compuesta para: sor Mar�a de la Trinidad
(entonces Mar�a In�s de la Santa Faz), para sus veinti�n a�os. -
Publicaci�n: HA 98, cinco versos corregidos. - Melod�a: Les regrets de
Mignon.
Al d�a siguiente de la Transfiguraci�n, en ese clima de resplandor del
Tabor, Teresa siente que todo su ser se dilata, seducido por el Rostro
divino. Y al igual que en la santa monta�a, sus versos evocan los
�dolores� de la pasi�n, pero para embellecerlos enseguida y ba�arlos de
dulzura. En pleno coraz�n del verano de 1895, este poema es como un
anticipo del Cara a cara del que hablara algunas semanas antes en el Acto
de ofrenda.
Sin embargo, no tenemos que buscar en esta composici�n toda la riqueza
que este tema tiene en Teresa. Tambi�n otros escritos suyos aportan o
aportar�n elementos complementarios, por ejemplo las Or 11, 12, 14, 16, �
RP 2, centrada toda ella en el car�cter gozoso, doloroso y glorioso de la
Faz de Jes�s. Tambi�n las Ultimas Conversaciones ofrecen datos del
mayor inter�s (por ejemplo, CA 5.8.9). Cf Po�sies, II, p. 135.
(1) La representaci�n de la Santa Faz seg�n el modelo de Tours.
(2) Cf 15,24.
(3) Consolar es la forma teresiana de la reparaci�n ( PN 19,2,3; 41,1,6; P
15,31; 29,5). Y se manifiesta sobre todo con la �semejanza�.
(4) Cf Im I,2,3: �querer ser ignorada y tenida en nada�, citado en Ms A 71r�
(escrito unas semanas despu�s de P 12), en Cta 145 y 176. Seg�n Mar�a
de la Trinidad, esa era la constante aspiraci�n de Teresa: �Muchas veces,
en la recreaci�n o en otras partes, cuando yo le dec�a: �En qu� piensas?,
dime algo: -�Que qu� pienso?, respond�a con un profundo suspiro, Que
quisiera ser ignorada y tenida en nada...� (PO 466).
(5) Cf Ms A 77v�.
(6) Ese aroma designa la patria con la que sue�a Teresa (Ms C 6v�).
(7) Cf en Or 11 la reproducci�n de la Santa Faz (seg�n el modelo de Tours)
que pronto Teresa �llevar� sobre su pecho� permanentemente.
(8) Cf PN 11,3 y 12,8, compuestas para esta misma novicia.
(9) Sobre el deseo y la necesidad de parecerse a Jes�s, sobre todo en su
humildad y en su anonadamiento, cf Cta 87, 145 y 201; P 8,1 y 20,E2.
P 13 C�NTICO DE UN ALMA QUE HA ENCONTRADO EL LUGAR DE
SU REPOSO
1 �Hoy rompes, Jes�s mis lazos <1>!
En la Orden de Mar�a
podr� hallar todos los bienes
de verdad.
Si abandono a mi familia
entra�able,
de tus celestes favores t� la sabr�s colmar.
Y a m� el perd�n me dar�s de los pobres pecadores...
2 En el Carmelo, Jes�s,
debo vivir, pues tu amor
a este oasis me ha llamado.
Aqu� te quiero seguir,
amarte, y pronto morir <2>.
�Aqu�, mi Jes�s, aqu�!
3 En este d�a, Se�or, colmas todos mis deseos.
En adelante podr�, cerca de la Eucarist�a <3>,
inmolarme noche y d�a, inmolarme silenciosa,
y esperar en paz y en calma tu llegada para el cielo.
Exponi�ndome a los rayos de la hostia inmaculada,
en esta hoguera de amor pronto me ir� consumiendo,
y te amar�, Jes�s m�o, como un seraf�n del cielo.
4 Cuando terminen, Se�or,
mis d�as aqu� en la tierra,
que ser� pronto, a la playa
eterna <4> te seguir�.
�En el cielo vivir siempre!
�Amarte y nunca morir!
�Para siempre! �Para siempre...! <5>
NOTAS P 13 - C�NTICO DE UN ALMA QUE HA ENCONTRADO EL
LUGAR DE SU REPOSO
Fecha: 15 de agosto de 1895. - Compuesta para: Mar�a Gu�rin, a su
entrada en el Carmelo (sor Mar�a de la Eucarist�a). - Publicaci�n: HA 98,
un verso corregido. - Melod�a: �Connais-tu le pays� de Mignon.
Era costumbre que la postulante cantase �algo� a la comunidad la noche
de su entrada. Mar�a Gu�rin est� dotada de una hermosa voz de soprano;
y Teresa quiere que se luzca eligiendo para ello una romanza apropiada.
Y, cosa muy extra�a, la poes�a plagia muy de cerca a su modelo, al menos
en el estribillo. Teresa realiza con destreza la transposici�n del amor
humano al amor m�stico. A pesar del t�tulo [seg�n el original, C�ntico de un
alma que ha encontrado el lugar de su reposo], un impulso profundo
atraviesa este poema, que presuntamente iba a ser de �reposo�.
Esta palabra aparece cinco veces en las Poes�as entre 1895 y 1896 (P
10,9; 12,4; aqu�; 15,20 y 32; PN 27,4), y describe acertadamente el clima
espiritual de Teresa en esta �poca; pero a comienzos de 1896 ella misma
escribir� extra�ada: �No puedo vivir siempre as�, en el sosiego� (Ms C
31r�).
Teresa dedicar� dos poes�as m�s a su prima: S�lo Jes�s (P 24, el 15 de
agosto de 1896) y Mis armas (P 32, para su profesi�n, el 25 de marzo de
1897).
<1> Partiendo de un vers�culo que le ofrece el salmista, Teresa juega con
una anfibolog�a: tristeza por la separaci�n de la familia, pero liberaci�n del
mundo y libertad para Jes�s (cf Ms A 67v�).
<2> Acerca de esta profunda aspiraci�n de Mar�a Gu�rin, cf LC 114 (CG, p.
491), Cta 92 y 190.
<3> Esta estrofa -breve compendio teol�gico sobre la adoraci�n ante la
hostia- demuestra la fuerte atracci�n de Mar�a por la Eucarist�a; cf LC 113
y 130 (CG, pp. 485 y 546), Cta 109 y 234.
<4> La rivera eterna, expresi�n tan frecuente en Teresa (cf Ms A 41r+), es
importante en esta poes�a, que habla de traves�a m�s que de reposo.
<5> Cf Ms A 69v�, de redacci�n casi contempor�nea.
P 14 AL SAGRADO CORAZ�N DE JES�S
1 Junto al sepulcro santo,
Mar�a Magdalena, en l�grimas deshecha,
se arrodill� en el suelo, buscando a su Jes�s.
Los �ngeles vinieron a suavizar su pena,
pero no consiguieron suavizar su dolor.
Luminosos arc�ngeles,
Mas no era vuestro brillo, luminosos arc�ngeles
lo que esta alma ardiente ven�a aqu� a buscar.
Ella quer�a ver al Se�or de los �ngeles,
tomarle en sus brazos y llevarle muy lejos.
2 Junto al sepulcro santo ella qued� la �ltima,
y al sepulcro volvi� antes de amanecer.
Su Dios se hizo tambi�n
presente, aunque velando su presencia,
no pudo ella vencerle en la lid del amor...
Cuando lleg� el momento,
desvel�ndole �l su faz bendita
envuelta en propia luz,
brot�le de los labios una sola palabra,
fruto del coraz�n.
Jes�s el dulce nombre murmur� de: ��Mar�a!�
y devolvi� a Mar�a la alegr�a y la paz.
....................................................
3 Un d�a, mi Se�or, como la Magdalena,
quise verte de cerca, y me llegu� hasta ti.
Se abism� mi mirada por la inmensa llanura
a cuyo Due�o y Rey yo iba buscando.
Al ver la flor y el p�jaro,
el estrellado cielo y la onda pura,
exclam� arrebatada:
�Bella naturaleza, si en ti no veo a Dios,
no ser�s para m� m�s que un sepulcro inmenso.
4 �Necesito encontrar
un coraz�n que arda en llamas de ternura,
que me preste su apoyo sin reserva,
que me ame como soy, peque�a y d�bil,
que todo lo ame en m�,
y que no me abandone de noche ni de d�a�.
No he podido encontrar ninguna criatura
capaz de amarme siempre y de nunca morir.
Yo necesito a un Dios que, como yo, se vista
de mi misma y mi pobre naturaleza humana,
que se haga hermano m�o <2> y que pueda sufrir.
5 T� me escuchaste, amado Esposo m�o.
Por cautivar mi coraz�n, te hiciste
igual que yo, mortal,
derramaste tu sangre, �oh supremo misterio!,
y, por si fuera poco,
sigues viviendo en el altar por m�.
Y si el brillo no puedo contemplar de tu rostro
ni tu voz escuchar, toda dulzura,
puedo, �feliz de m�!,
de tu gracia vivir, y descansar yo puedo
en tu sagrado coraz�n, Dios m�o.
6 �Coraz�n de Jes�s, tesoro de ternura,
t� eres mi dicha, mi �nica esperanza!
T� que supiste hechizar mi tierna juventud,
qu�date junto a m� hasta que llegue
la �ltima tarde de mi d�a aqu�.
Te entrego, mi Se�or, mi vida entera,
y t� ya conoces todos mis deseos.
En tu tierna bondad, siempre infinita,
quiero perderme toda, Coraz�n de Jes�s.
7 S� que nuestras justicias y todos nuestros m�ritos
carecen de valor a tus divinos ojos.
Para darles un precio,
todos mis sacrificios echar quiero
en tu inefable coraz�n de Dios.
No encontraste a tus �ngeles sin mancha.
En medio de rel�mpagos t� dictaste tu ley
�Oh coraz�n sagrado, yo me escondo en tu seno
y ya no tengo miedo, mi virtud eres t� <3>!
8 Para poder un d�a contemplarte en tu gloria,
antes hay que pasar por el fuego, lo s�.
En cuanto a mi me toca, por purgatorio escojo
tu amor consumidor <4>, coraz�n de mi Dios.
Mi desterrada alma, al dejar esta vida,
quisiera hace un acto de pur�simo amor,
y luego, dirigiendo su vuelo hacia la patria,
�entrar ya para siempre
en tu coraz�n...!
NOTAS P 14 - AL SAGRADO CORAZ�N DE JES�S
Fecha: 21 de junio o de octubre de 1895. - Compuesta para: sor Mar�a del
Sagrado Coraz�n, a petici�n de �sta. - Publicaci�n: HA 98, nueve versos
corregidos. - Melod�a: Le petit soulier de No�l.
Para no alterar la nueva numeraci�n de las Po�sies de 1975, se ha
conservado en la Edici�n del Centenario la fecha que se conjeturaba como
m�s probable -octubre de 1895- y que desde 1907 atribu�a generalmente a
este texto (HA 07, p. 388). Sin embargo, la fecha del 21 de junio parece
m�s probable. (cf Po�sies, II, p. 147), lo cual nos llevar�a a colocar Al
Sagrado Coraz�n despu�s del C�ntico de Celina.
La cuesti�n de este peque�o problema cronol�gico estriba en que la
contemplaci�n del Sagrado Coraz�n -tal como la �ve� Teresa- habr�a
preparado y acompa�ado la iluminaci�n del domingo de la Trinidad. Sea
como fuere, es innegable la similitud entre el Acto de Ofrenda (Or 6), P 14
y Ms A 84r�/v�.
Teresa no se queda en el s�mbolo, entonces tan en boga, del Coraz�n
herido por la lanza. Ella ve directamente a la realidad: al amor personal de
Jes�s, a sus sentimientos profundos, al amor que llena su Coraz�n. Y la
manifestaci�n suprema de este amor, Teresa la encuentra, no en la
escena de Getseman� o en el Coraz�n traspasado por la lanza en el
Calvario, sino en la respuesta del Resucitado a la b�squeda apasionada
de Mar�a Magdalena: en el murmullo de su nombre.
Fortalecida con esa respuesta, que le garantizaba que �el coraz�n de su
Esposo era s�lo para ella, como el suyo era s�lo para �l�, la confianza de
la esposa ya no conocer� barreras. Ir� cada vez m�s lejos en su audacia,
hasta entrar ya �sin reserva� alguna en el Coraz�n de su Dios. Este
extraordinario dinamismo es lo que da unida al poema. Un cuadro de gran
fuerza expresiva en el que se ve plasmado un amor a la vez humano y
sobrenatural de enorme intensidad.
<1> Cf P 15,15 y 30,3.
<2> Aqu� Jes�s es el Hermano-Amigo, es decir, el Esposo del Cantar de los
Cantares (Ct 4,9 � 5,2); cf, por ejemplo, Cta 158, 164; RP 3,23r� bis; P
20,5; Or 12. Pero el sentido de nuestra fraternidad con Jes�s reviste
muchos matices.
<3> Cf Ms A 32r� y Cta 197.
<4> �Alusi�n (que s�lo ella entiende) a la herida de amor que ha sufrido
poco tiempo antes (14/6/1895, cf CA 7.7.2)? Es conocida la insistencia con
que san Juan de la Cruz recuerda la fuerza purificadora de la Llama de
amor viva, semejante a la del purgatorio (canci�n 2, explicaci�n del verso
5). Cf P 10,6+.
P 15 JES�S, AMADO M�O, ACU�RDATE
�Hija m�a, busca entre mis palabras las que respiren m�s amor;
escr�belas, y luego, guard�ndolas como preciosas reliquias, procura leerlas
con frecuencia. Cuando un amigo quiere reavivar en el coraz�n de su
amigo el fuego de su primer afecto, le dice: Acuerdate de lo que sentiste al
decirme un d�a tal o cual palabra. O bien: �Te acuerdas de tus
sentimientos en tal �poca, en tal d�a, en tal lugar...? Cr�eme, hija: las
reliquias m�s preciosas que de m� quedan en la tierra son las palabras de
mi amor, las palabras salidas de mi dulc�simo Coraz�n�.
(Nuestro Se�or a santa Gertrudis <1>)
1 Acu�rdate, Jes�s, de la gloria del Padre,
del esplendor divino que dejaste en el cielo
al bajar a esta tierra, al desterrarte
de aquella eterna patria
por rescatar a todos los pobres pecadores.
Bajando a las entra�as de la Virgen Mar�a,
velaste tu grandeza y tu gloria infinita.
Del seno maternal
de tu segundo cielo
�acu�rdate!
2 Acu�rdate que el d�a en que naciste
los �ngeles bajaron a la tierra
y cantaron a coro:
��Gloria, honor y potencia a nuestro Dios,
y la paz a los hombres de buena voluntad!�
Tras diecinueve siglos,
sigues cumpliendo siempre tu promesa.
La paz es la riqueza de tus hijos.
Para gustar por siempre
la inefable paz tuya,
�yo vengo a ti!
3 Yo vengo a ti, en tu cuna
quiero, Ni�o, quedarme para siempre,
entre esos tus pa�ales <2> esc�ndeme contigo.
Ah� podr� cantar a coro con los �ngeles,
recordarte las fiestas de estos d�as.
Acu�rdate, Jes�s, de los pastores,
y de los Reyes Magos,
que con gozo sus dones te ofrecieron,
coraz�n y homenaje.
Del cortejo inocente
que por ti dio su sangre
�acu�rdate!
4 Acu�rdate de que los dulces brazos
de Mar�a, tu Madre, preferiste
a tu trono de rey.
Para sostener tu vida, peque�o Ni�o m�o,
s�lo ten�as la leche virginal.
A ese fest�n de amor que tu madre te da,
inv�tame, Jes�s, t� que eres mi hermanito.
De tu peque�a hermana,
que te hizo palpitar,
�acu�rdate!
5 Acu�rdate de que llamaste padre
al humilde Jos�, quien por orden del cielo
supo, sin despertarte del materno regazo,
arrancarte a las iras de un mortal.
Verbo de Dios, acu�rdate de aquel misterio extra�o:
�T� guardaste silencio e hiciste hablar a un �ngel!
Del lejano destierro
a la orilla del Nilo
�acu�rdate!
6 Acu�rdate, Jes�s, de que en otras riberas
los mismos astros de oro y la luna de plata
que yo contemplo en el azul sin nubes
tus ojitos de ni�o
encendieron de gozo y maravilla.
Con la misma manita
con que a tu dulce Madre acariciabas
sosten�as el mundo y le dabas la vida.
Y pensabas en m� <3>,
�oh mi peque�o Rey!,
�acu�rdate!
7 Acu�rdate, Se�or, de que en la soledad
con tus divinas manos trabajaste.
Vivir en el olvido fue tu mayor cuidado,
despreciaste la ciencia de los hombres.
T� que con sola una palabra dicha
por tu divina boca
sumir pod�as en asombro al mundo,
te complaciste en esconder a todos
tu profundo saber, ciencia infinita.
Pareciste ignorante,
siendo el Omnipotente,
�acu�rdate!
8 Acu�rdate de haber vivido errante,
extranjero en la tierra, �oh Verbo eterno!
Ni una piedra tuviste ni un abrigo,
ni tan siquiera el nido que los p�jaros tienen...
Ven, �oh Jes�s!, a m�, reclina tu cabeza,
ven..., para recibirte tengo dispuesta el alma.
Sobre mi coraz�n
descansa, Amado m�o,
�mi coraz�n es tuyo!
9 Acu�rdate de qu� ternura inmensa
t� colmaste a los ni�os peque�itos.
�Yo deseo tambi�n recibir tus caricias,
dame tus deliciosos, suaves besos!
Para gozar un d�a
de tu dulce presencia all� en el cielo,
practicar� en la tierra
las peque�as virtudes de la infancia.
Muchas veces dijiste:
�El cielo es de los ni�os...�,
�acu�rdate!
10 Acu�rdate, Jes�s: junto al brocal de un pozo,
un viajero, cansado del camino,
hizo que rebosaran <4> sobre cierta mujer samaritana
los raudales de amor que encerraba su pecho.
�Yo s� qui�n es aquel que pidi� de beber <5>:
�l es el Don de Dios, la fuente de la gloria!
Es �l,agua que brota,
Es �l, que nos ha dicho:
��Venid a m�!
11 Venid a m� vosotras, pobres almas cargadas,
vuestras pesadas cargas pronto se har�n ligeras,
y, saciada la sed ya para siempre,
de vuestro seno fuentes manar�n�.
YO tengo sed, Jes�s, esa agua pido,
que me inunden el alma sus divinos torrentes.
Por fijar mi morada
en el mar del amor
�yo vengo a ti!
12 Acu�rdate, Jes�s, de que, a pesar de ser
hija yo de la luz <6>,
�ay!, de servir a mi Rey me olvido con frecuencia.
De mi miseria inmensa ten piedad
y en tu infinito amor perd�name.
En las cosas del cielo, Se�or, hazme una experta,
mu�strame los secretos que tu Evangelio esconde.
Haz que este libro de oro
sea mi gran riqueza,
�acu�rdate!
13 Acu�rdate, Jes�s, del poder asombroso
que tu divina Madre tuvo y tiene
sobre tu coraz�n.
Acu�rdate de haber cambiado un d�a
el agua clara en delicioso vino <7>,
obedeciendo a su sencilla s�plica.
D�gnate transformar mis mortecinas obras
y a la voz de tu Madre, dales vida.
De que yo soy tu hija,
mi Jes�s, con frecuencia
�acu�rdate!
14 Acu�rdate, Se�or: muchas veces sub�as
a las altas colinas al caer de la tarde.
Recuerda tu oraci�n, tus divinas plegarias
y tus himnos de amor mientras todos dorm�an.
Y yo en mis oraciones, en mi oficio divino,
ofrezco con delicia mi oraci�n, �oh Dios m�o!
Junto a tu coraz�n
canto entonces gozosa,
�acu�rdate!
15 Acu�rdate de que al mirar los campos,
tu coraz�n divino presagiaba la siega,
con los ojos alzados <8> a la santa Monta�a,
murmurabas los nombres de tus predestinados...
Para que tu cosecha recoger pronto puedas,
mi Dios, todos los d�as me inmolo y te suplico.
Son mi llanto y mi gozo
para tus segadores,
�acu�rdate!
16 Acu�rdate, Jes�s, del gozo de los �ngeles,
del j�bilo que habr� en tu reino del cielo
entre sus elegidos moradores,
al ver que un pecador alza hacia ti sus ojos.
Yo quiero acrecentar esa gran alegr�a,
y por los pecadores rogar� sin cesar.
Porque al Carmelo vino
para poblar tu cielo,
�acu�rdate!
17 Acu�rdate de aquella dulce llama
que hacer arder quer�as en nuestros corazones.
En mi alma has encendido ese fuego del cielo <9>,
y yo quiero, tambi�n, derramar sus ardores.
Una d�bil centella, �oh misterio de vida!,
levantar puede sola un grand�simo incendio <10>.
Muy lejos quiero llevar
�oh Dios m�o!, tu fuego <11>,
�acu�rdate!
18 Acu�rdate de la grandiosa fiesta
que te dignaste <12> da al hijo arrepentido.
Acu�rdate igualmente de que al alma que es pura
t� mismo la alimentas d�a a d�a.
Recibes con amor al hijo pr�digo,
mas las olas de amor
que de tu coraz�n al m�o vienen,
�sas no tienen n�mero ni dique.
Tus bienes m�os son,
mi Rey, Amado m�o,
�acu�rdate.
19 Acu�rdate de que al, obrar milagros,
despreciaste la gloria y exclamaste:
��C�mo pod�is creer
los que busc�is la estima de los hombres?
Hall�is maravillosas las obras que yo hago,
mayores las har�n los que son mis amigos�.
�Qu� humilde y dulce fuiste,
Jes�s, mi tierno Esposo!,
�acu�rd`te!
20 Acu�rdate de que, en un trance santo
de divina embriaguez, tu ap�stol virgen
descans� su cabeza sobre tu coraz�n.
�Se�or, en su descanso
conoci� tu ternura, comprendi� sus secretos!
No me siento celosa del disc�pulo amado,
tambi�n yo tus secretos conozco, soy tu esposa.
Duermo sobre tu pecho,
divino Salvador,
��l es m�o! <13>,
�acu�rdate!
21 Acu�rdate de aquella triste noche,
noche de tu agon�a,
en la que con tu sangre se mezclaron tus l�grimas.
�Perlas de amor, cuyo infinito precio
hizo que germinaran
en esta tierra virginales flores!
Un �ngel, al mostrarte esta mies escogida,
renacer hizo el gozo de tu bendita alma.
Mas t�, Jes�s, me viste
en medio de tus lirios,
�acu�rdate!
22 Acu�rdate, Se�or, que tu roc�o fecundo,
virginizando el c�liz de las flores,
capaces las volvi�, ya en esta vida,
de engendrar multitud de corazones.
Soy virgen, �oh Jes�s! No obstante, �qu� misterio!,
al unirme yo a ti, soy madre de almas <14>.
De las v�rgenes flores
que salvan pecadores,
�acu�rdate!
23 Acu�rdate: un Condenado a muerte,
abrevado de amargo sufrimiento,
alz� al cielo los ojos y exclam�:
��Un d�a me ver�is aparecer con gloria
nimbado de poder sobre las nubes!�
Nadie creer quer�a que el Hijo de Dios fuese,
pues su gloria inefable permanec�a oscura.
Pr�ncipe de la paz,
yo s� te reconozco,
�yo creo en ti...!
24 Acu�rdate de que hasta entre los tuyos
siempre desconocido fue tu divino rostro.
Pero a m� me dejaste tu dulce y pura imagen,
y bien sabes, Se�or, que siempre
yo te reconoc�...
Te reconozco, s�, �oh rostro eterno!,
aun a trav�s del velo de tus l�grimas
descubro tus encantos.
De todos los corazones
que recogen tus l�grimas, Jes�s,
�acu�rdate!
25 Acu�rdate de la amorosa queja
que, clavado en la cruz, se te escap� del pecho.
�En el m�o qued�, Se�or, grabada,
y por eso comparte el ardor de tu sed <15>!
Y cuanto m�s herido se siente por tu fuego,
m�s sed tiene, Jes�s, de darte almas.
De que una sed de amor
me quema noche y d�a
�acu�rdate!
26 �Acu�rdate, Jes�s, Verbo de vida,
de que tanto me amaste, que moriste por m�!
Tambi�n yo quiero <16> amarte con locura,
tambi�n por ti vivir y morir quiero yo.
Bien sabes, �oh Dios m�o!, que lo que yo deseo
es hacer que te amen y ser m�rtir un d�a.
Quiero morir de amor.
Se�or, de mi deseo
�acu�rdate!
27 Acu�rdate de aquello que dijiste
el d�a de tu triunfo:
��Dichoso el que sin ver en plenitud de gloria
al Hijo del Alt�simo, sin embargo crey�!�
Desde la oscura noche de mi fe
yo te amo ya y te adoro.
Para verte, Jes�s, espero en paz la aurora.
De que no es mi deseo
aqu� en la tierra verte <17>
�acu�rdate!
28 Acu�rdate de que, subiendo al Padre,
no pod�as dejarnos aqu� hu�rfanos,
y haci�ndote en la tierra prisionero
supiste velar bien tu resplandor divino.
Pero es pura y radiante la sombra de tu velo,
Pan vivo de la fe, alimento celeste.
�Oh misterio de amor!
�Mi pan de cada d�a
Jes�s, eso eres t�!
29 No obstante las sacr�legas blasfemias
con que insultarte intentan
los enemigos que en el mundo tiene
el dulce Sacramento de tu amor,
t� me muestras, Jes�s, cu�nto me amas,
pues en mi coraz�n a morar vienes.
�Oh Pan del desterrado! �Hostia santa y divina!
Ya no soy yo quien vive,
sino que vivo de tu propia vida.
�Tu dorado cop�n <18>
preferido entre todos,
Jes�s, soy yo!
30 Soy para ti un santuario vivo,
que los malvados profanar no pueden.
Qu�date siempre en m�, �no es, acaso, un parterre
mi coraz�n
donde todas las flores se vuelven hacia ti?
Mas si t� te alejaras, blanco Lirio del valle,
t� lo sabes muy bien, mis flores
ser�an prestamente deshojadas.
�Siempre, Jes�s, mi Amado
y perfumado Lirio,
florece en m�!
31 Acu�rdate de que en la tierra quiero
consolarte, Se�or, del negro olvido
al que los pecadores te condenan.
�Amor �nico m�o, escucha mi plegaria,
para amarte, Jes�s, dame mil corazones!
Pero no basta a�n,
�oh Belleza suprema! �Para amarte
dame tu propio coraz�n divino! <19>
De mi deseo ardiente,
Se�or, a cada instante
�acu�rdate!
32 Acu�rdate, Se�or,
de que es tu santa voluntad mi dicha
y mi �nico reposo <10>.
Sin temor en tus brazos me duermo y abandono,
divino Salvador.
Si mientras ruge el hurac�n t� duermes,
yo seguir� sumida en una paz profunda.
Mas, Jes�s, mientras duermes,
para tu despertar
�prep�rame!
33 Acu�rdate, Se�or,
de que vivo en la espera del gran d�a.
Que, por fin, aparezca
el �ngel
y nos convoque a todos:
��El tiempo se acab�, despertad ya!�
Yo hendir� entonces r�pida el espacio
y muy cerca de ti ocupar� un lugar.
En la morada eterna
mi cielo ser�s t�,
�acu�rdate!
NOTAS P 15 - JES�S, AMADO M�O, ACU�RDATE
Fecha: 21 de octubre de 1895. - Compuesta para: sor Genoveva, con
ocasi�n de su santo (Celina), a petici�n de �sta. - Publicaci�n: HA 98,
cuarenta y tres versos corregidos. - Melod�a: Rapelle-toi.
El noviciado de Celina sigue su curso desde el 5 de febrero de 1895.
Suficientemente generoso para que Teresa proponga a su hermana, el 9
de junio, que se entregue totalmente al Amor. Y suficientemente laborioso
para que Celina sienta la necesidad de animarse haciendo un recuento de
sus m�ritos pasados. Y acude al genio po�tico de Teresa para �recordar a
Jes�s (...) los inmensos sacrificios que ha hecho por �l�. Pero Teresa
invierte la perspectiva, enumerando �los sacrificios de Jes�s� por Celina...
No por esp�ritu de contradicci�n, sino sencillamente para dar una
�peque�a lecci�n� a su novicia (CSG, p. 73). Pero, sobre todo, porque su
inspiraci�n la lleva en una direcci�n completamente distinta. El nervio vital
de su existencia se encuentra ahora en una convicci�n extremadamente
fuerte del amor preveniente y gratuito de Jes�s hacia su criatura. En treinta
y tres estrofas (�n�mero intencionado para recordar los treinta y tres a�os
de Cristo?) va desarrollando una vida de Jes�s a partir del Evangelio, en el
que �cada d�a descubre luces nuevas, sentidos ocultos y misteriosos� (Ms
A 83v�). Junto con P 35, este poema es un lugar privilegiado para un
estudio escritur�stico en Teresa.
En esa �poca Teresa vive en un ba�o de luz. Su fe es viva y transparente.
Y sus versos son una clara expresi�n de su inteligencia de la fe, por la
forma tan personal de leer y releer los textos evang�licos.
<1> Este ep�grafe (a�adido por Teresa en julio de 1896) proviene de
L'Ann�e de Sainte Gertrude del P. Cros (Toulouse, 1871).
<2> Cf RP 1,12r�; RP 2,2r� y 7v�; RP 5,3r�; RP 6,2v�; Or 8, de octubre de
1895; P 36,10.
<3> Teresa no habla de Jes�s en tercera persona, sino en segunda persona
del singular, como lo hace habitualmente en su oraci�n (CSG, p. 82). En
todas las estrofas, salvo alguna rara excepci�n, el T� y el yo se van
conjugando en una exquisita reciprocidad de ternura. Tal vez pueda
parecer extra�o que �acapare� de esa manera a su Se�or; pero lo �nico
que hace es apropiarse las palabras de san Pablo: �Me am� hasta
entregarse por m�� (Gal 2,20).
<4> Cf estr. 18 y Or 6.
<5> En 1889-1890, la sed de Jes�s que Teresa deseaba apagar era sobre
todo la del Crucificado (Jn 19,28; cf LC 145 en CG, p. 631). En 1893,
pensaba m�s en el episodio de la Samaritana (Cta 141). En 1895, combina
los dos temas en el Ms A (45v� y 46v�) y aqu� (estr. 10 y 25). Finalmente,
en 1896 los escribir�, junto con otros textos evang�licos, en una estampa
de Cristo en la cruz, con referencias expl�citas (Est 1). Cf tambi�n Cta 196
(= Ms B 1v�).
<6> Expresi�n que s�lo se encuentra aqu� y en Ms B 4r�.
<7> Junto con una furtiva alusi�n a la tempestad calmada, es �ste el �nico
milagro que se menciona en la poes�a. Teresa usa siempre una gran
discreci�n al referirse a los milagros.
<8> Teresa recoge aqu� de nuevo, aplic�ndola a Jes�s, su ex�gesis tan
personal, de 1892, de la invitaci�n a �levantar los ojos�: �Levantad los
ojos y ved. Ved c�mo en mi cielo hay sitios vac�os, a vosotros os toca
llenarlos...� (Cta 135).
<9> Posible alusi�n a la herida de amor de junio de 1895 (CA 7.7.2).
<10> Unica vez que emplea en este sentido esa expresi�n en sus escritos,
no obstante la importancia del fuego en el vocabulario de Teresa.
<11> La madre In�s escogi� en un primer momento estos dos versos para
adornar la cruz de la tumba de Teresa y definir as� su misi�n p�stuma,
netamente apost�lica; cf CSG, p. 200. Cf tambi�n RP 4,4v� y P 31,6.
<12> El padre del hijo pr�digo, para Teresa, es el propio Jes�s en seis de
los ocho pasajes en que ella menciona (RP 2,3r�; Cta 142; aqu�; Ms C 34v�
y 36v�; Cta 261).
<13> Cf Cta 122: �El coraz�n de mi Esposo es s�lo para m�, como el m�o es
s�lo para �l�.
<14> Los escritos de Teresa evocan con frecuencia este �misterio� de la
maternidad espiritual de la virgen consagrada que se une a Jes�s; cf, por
ejemplo, Cta 124 (la flor Celina); Cta 129, 135, 182, 183, 185; Ms A 81r� y
Ms B 2v�; P 29,6; etc.
<15> De las siete palabras de Cristo en la cruz, la que m�s veces cita
Teresa es la queja �Tengo sed� (Ms A 45v�, 46v�, 85v�; P 20, estr. 5 y 6.
Cf supra, nota 5.
<16> �Tambi�n� sugiere que la muerte de Jes�s es ya una locura de amor,
que justifica el deseo de Teresa: �amarte con locura�. Y esta aspiraci�n no
es nueva: cf Cta 85, 93, 96, 169; Ms A 39r�, 82r� (finales de 1895). Y se
hace m�s acuciante en 1896: cf Ms B (en el que la palabra �locura�
recurre hasta diez veces) y Cta 25.
<17> A pesar de la fuerza de su amor, Teresa prefiere amar a Jes�s de
acuerdo al estilo que ha elegido para s� (cf RP 7,1v�). Muy poco antes de
morir, reafirmar� su deseo de �no ver� a Dios o a los santos aqu� abajo (cf
CA 4.6.1; 5.8.4; 11.8.5; 11.9.7).
<18> La misma idea en Ms A 48v� y en P 16,6.
<19> Amar a Dios no s�lo con �mil corazones�, sino con su propio Amor,
con su �propio Coraz�n divino�, es una aspiraci�n que va creciendo en
Teresa hasta el final (cf Ms B 3v� y Ms C 35r�; PN 41,2,7-8).
<20> El �reposo� saboreado �nicamente en la �voluntad� de Jes�s, el
deseo de cumplir siempre su voluntad, es un tema teresiano del que
encontramos huellas en todos sus escritos, y muy temprano (cf Po�sies, II,
p. 169). En la enfermer�a, Teresa repetir� esta estrofa 32 �con semblante y
acento celestiales�: cf CA 14.7.3. En ese mismo sentido, v�ase tambi�n
CA 10.6; 10.7.13; 14.7.9; 30.8.2.
P 16 MIS DESEOS JUNTO A JES�S ESCONDIDO EN SU PRISI�N <1>
DE AMOR
Compuesta a petici�n de sor San Vicente de Paul. La misma melod�a que
la anterior, o bien la de la glosa de santa Teresa.
1 Llavecita, yo te envidio,
porque puedes cada d�a
abrir y cerrar la puerta
de la c�rcel donde mora
el Dios hecho Eucarist�a.
Mas �oh dichoso milagro!,
por la virtud de mi fe
y de mi amor tambi�n puedo
el tabern�culo abrir
y en �l esconderme yo <2>
cerca de mi amado Rey.
2 Quisiera en el santuario
junto a mi Dios consumirme,
y, como t�, lamparilla,
brillar siempre en el misterio.
�Oh qu� dicha!, yo tambi�n
unas llamas tengo en m�,
y con ellas ganar puedo
para Jes�s muchas almas
y abrasarlas en su amor...
3 En cada aurora te envidio,
piedra santa del altar.
Como un d�a en el establo,
veo en ti nacer a Dios.
Atiende mi humilde ruego,
ven a mi alma, mi Se�or.
Lejos de hallar piedra fr�a,
en ella hallar�s el eco
de tu propio coraz�n.
4 Corporales, rodeados
de �ngeles, tambi�n yo
envidia os tengo a vosotros.
Como los limpios pa�ales,
envolv�is a mi Jes�s,
mi �nico y solo tesoro.
Mi coraz�n cambia, �oh Virgen!,
en corporal puro y bello,
para poder recibir
la hostia blanca do se esconde
tu amado y dulce Cordero.
5 Patena santa, te envidio.
En ti viene a reposar
Jes�s, el Verbo hecho carne.
�Que su infinita grandeza
se digne abajarse a m�...!
Jes�s colma mi esperanza
sin esperar a que llegue
la tarde de mi destierro.
�Viene a m�! Con su presencia
me hace su custodia viva...
6 Yo quisiera ser el c�liz
en el que adoro la sangre
de mi Dios y Salvador.
Mas puedo en la santa Misa
recogerla cada d�a.
A Jes�s le gusta mi alma
m�s que los vasos de oro.
El altar es un Calvario
donde por m� y para m�
se derrama gota a gota
toda su sangre divina.
7 �Oh Jes�s, vi�a sagrada!,
lo sabes, mi Rey divino:
soy un racimo dorado <3>
que han de arrancar para ti.
Exprimida en el lagar
del oscuro sufrimiento,
yo te probar� mi amor.
Mi �nico gozo ser�
inmolarme cada d�a.
8 �Oh qu� suerte para m�!
Fui contada entre los granos
de maduro y puro trigo
destinados a perder
por Jes�s su ser y vida.
�Oh exquisito arrobamiento!
Tu esposa querida soy,
ven, mi Amado, vive en m�.
�Ven, tu belleza me encanta,
ven a transformarme en ti!
NOTAS P 16 - MIS DESEOS JUNTO A JES�S ESCONDIDO EN SU
PRISI�N DE AMOR
Fecha: oto�o (?) 1895. - Compuesta para: sor San Vicente de Pa�l, a
petici�n suya. - Publicaci�n: HA 98 con el t�tulo �Mis deseos al pie del
tabern�culo�), siete versos corregidos. - Melod�a: Par les chants les plus
magnifiques, o bien la Glosa de santa Teresa �Je meurs de ne point
mourir�.
En este poema eucar�stico-lit�rgico, Teresa no deja volar la inspiraci�n. Es
una meditaci�n en un tono sumamente sobrio, centrada en los objetos de
culto, de los que habla como si fueran palabras o im�genes de la Sagrada
Escritura. Tan s�lo en la �ltima estrofa da rienda suelta al amor y al
entusiasmo.
La fe de Teresa la lleva a descubrir la forma de hacer realidad sus
�deseos�: �Mas yo puedo...� No tiene ning�n motivo para �envidiar� a la
llave del sagrario, a la l�mpara, a la piedra del altar, o a los vasos
sagrados. Ella tiene m�s valor, ella es incomparablemente m�s valiosa que
esos objetos inanimados. La �esposa� se asocia al sacrificio como
v�ctima, aun cuando esta palabra no se pronuncia, y con �arrobamiento�.
<1> Cf Ms A 31v�; PN 19,1; P 15,28; Cta 189 y 201; Or 7.
<2> Jes�s escondido en la hostia, en el sagrario, es uno de los temas
favoritos de la santa del Dios escondido: cf Cta 140; numerosas referencia
en las Poes�as y en RP.
<3> Primero de los tres anuncios de la �pasi�n� de Teresa bajo el s�mbolo
del �racimo�, junto con RP 5,2r� y Ms A 85v� (escudo de armas).
P 17 RESPONSORIO DE SANTA IN�S
1 Cristo es mi amor, �l es toda mi vida,
�l es el prometido
que enamora mis ojos.
Oigo vibrar la nota melodiosa
de su armon�a suave.
2 Engalan� mi mano
con perlas nunca vistas
y colg� de mi cuello
collares de gran precio.
Los diamantes preciosos
que veis en mis orejas
regalo son de Cristo.
3 Estoy toda adornada
de rica pedrer�a
y fulgura en mi dedo
el anillo nupcial.
El quiso recubrir de perlas luminosas
mi manto virginal.
4 Yo soy la prometida
de aquel a quien los �ngeles,
temblando, servir�n eternamente,
cuya alabanza cantan sol y luna
y su belleza admiran
5 Es el cielo su imperio
y su ser es divino.
Una virgen por madre
escogi� aqu� en la tierra.
Su padre es el Dios vivo
que no tiene principio
y es esp�ritu puro.
6 Cuando amo a Cristo y cuando yo le toco,
se hace mi coraz�n m�s puro y limpio
y me vuelvo m�s casta.
El beso de su boca
me da el dulce tesoro
de la virginidad.
7 Sobre mi frente ha impreso ya su sello,
a fin de que otro amante
no se acerque ya a m�.
Mi amable Rey sostiene
con su divina gracia
mi d�bil coraz�n.
8 De su sangre preciosa
me siento empurpurada,
y gusto ya en mi alma
las delicias del cielo.
De sus labios sagrados
recojo leche y miel.
9 A nada tengo miedo,
ni al hierro ni a las llamas,
nada turbar ya puede
mi inexpresable paz.
Y este amor, cuyo fuego
el alma me consume,
nunca se apagar�...
NOTAS P 17 - RESPONSORIO DE SANTA IN�S
Fecha: 21 de enero de 1896. - Compuesto para: madre In�s de Jes�s,
priora, para su santo. Publicaci�n: HA 98 (�C�ntico de santa In�s�), once
versos corregidos. - Melod�a: Le Lac, o bien Himne � l'Eucharistie.
Resplandeciente como una novia que se adorna para su Esposo: as� se
nos muestra Teresa a trav�s de este poema. Con �l termina un a�o de
paz, de amor y de luz. Ese mismo 21 de enero, entrega a la madre In�s su
primer cuaderno autobiogr�fico. Aunque en estilos diferentes, el
Manuscrito y el este poema no cantan sino un mismo Magnificat.
Poema de esponsales. Al leerlo, uno piensa de inmediato en la p�gina
maravillada del Ms A en que Teresa reproduce la profec�a de Ezequiel
(que ella toma del C�ntico Espiritual de san Juan de la Cruz, canci�n 23):
�Cuando lleg� para m� el tiempo de ser amada -era en 1887-, hizo alianza
conmigo y fui suya... Extendi� su manto sobre m�... Me visti� con
bordados, d�ndome collares y aderezos inestimables... S�, todo eso hizo
Jes�s conmigo� (Ms A 47r�).
En 1887, no era m�s que el comienzo de los esponsales. Hoy, en 1896,
despu�s de un a�o de plenitud que toca a su fin, los esponsales se
realizan en secreto. Pronto se va a escuchar la �primera llamada�, tr�gica,
�qu� duda cabe?, pues se trata de una hemoptisis, pero gozosa �como un
dulce y lejano murmullo que me anunciaba la llegada del Esposo� (Ms C
5r�).
Teresa lo indica expresamente en el t�tulo: quiere traducir los
Responsorios del Oficio de santa In�s [El t�tulo original del poema reza as�:
�Responsorios de santa In�s�. N. del T.]. La liturgia de la joven m�rtir
(muerta hacia el 305) se remonta a una gran antig�edad: siglos VII-VIII.
Teresa asimil� el texto hasta el punto de revitalizar su simbolismo desde el
interior, como puede comprobarse haciendo una sinopsis lineal del poema
con sus diversos modelos (cf Po�sies, II, p. 180ss). La transcripci�n de
Teresa es de especial calidad. Habr�a que observar c�mo se transforman
las palabras al pasar del modelo al poema; como, gracias a una admirable
organizaci�n po�tica, Teresa va elaborando su miel sirvi�ndose de todas
las im�genes dispersas en el texto latino, para desplegar esa gran visi�n
de un movimiento arm�nico.
P 18 EL C�NTICO ETERNO CANTADO EN EL DESTIERRO
1 Tu esposa, �oh Se�or m�o!, en tierra extranjera
puede cantar el c�ntico eterno del amor,
porque en el seno mismo de su oscuro destierro
la abrasas con el fuego de tu amor,
como lo har�s un d�a all� en el cielo.
2 �Oh belleza suprema y dulce Amado m�o!,
t� te entregas a m�, y yo pago tu entrega
am�ndote, Jes�s.
Haz que toda mi vida sea un acto de amor.
3 Olvid�ndote t� de mi inmensa miseria,
vienes a hacer morada aqu� en mi coraz�n.
�Ah qu� misterio grande, mi d�bil amor basta
para tenerte m�o y encadenarte a m�!
4 Amor que me inflamas,
penetra mi alma.
Ven, yo te reclamo,
ven, cons�meme.
5 Tu llama me urge,
y quiero sin tregua
�oh divino horno!,
abismarme en ti.
6 El sufrir me es gozo
cuando en raudo vuelo
a ti para siempre
se alza el amor.
7 �Oh patria celeste,
dulzura infinita,
t� d�a tras d�a
encantas mi alma!
8 �Oh celeste patria,
oh gozo infinito,
no eres m�s que Amor!
NOTAS P 18 - EL C�NTICO ETERNO CANTADO EN EL DESTIERRO
Fecha: 1 de marzo de 1896. - Compuesta para: sor Mar�a de San Jos�, a
petici�n suya (?) para su santo. - Publicaci�n: HA 98, siete versos
corregidos. - Melod�a: Mignon regrettant sa patrie.
Sin fijarse en los problemas psicol�gicos de su compa�era (igual que
Jes�s lo hace con ella, ella olvida tambi�n la �inmensa miseria� de esta
hermana), Teresa no habla m�s que de �amor� a esta disc�pula de buena
voluntad, de la que pronto ser� �segunda� en la lavander�a.
El poema es pobre, aunque resulte precioso saber que Teresa vive al pie
de la letra lo que canta en nombre de la destinataria del mismo.
P 19 GLOSA A LO DIVINO
Compuesta por N.P. san Juan de la Cruz y puesta en verso por la m�s
peque�a de sus hijas para la profesi�n de su querida hermana sor Mar�a
de la Trinidad y de la Santa Faz.
�Sin arrimo y con arrimo,
sin luz y a oscuras viviendo,
toda me voy consumiendo�.
1 Al mundo, �oh dicha suprema!,
yo le di un eterno adi�s...
... Elev�ndome sobre �l,
mi coraz�n ya no tiene
fuera de Dios otro arrimo.
Y voy a decir ahora
lo que, cerca de �l, estimo:
es ver que mi coraz�n
y mi alma viven ya
con arrimo y sin arrimo.
2 Y aunque padezco sin luz
en este vivir de un d�a,
en la tierra, por lo menos,
poseo al Astro celeste
del Amor.
En el camino que sigo
los peligros no me faltan.
Pero por amor yo quiero
vivir sin luz y en destierro.
3 El amor, tengo experiencia,
el bien y el mal que halla en m�
lo aprovecha, �qu� poder!,
y mi alma transforma en s�.
Y este fuego que arde en m�
penetra mi alma sin tregua.
Por eso, en su llama viva
toda me voy consumiendo
en el amor y de amor.
30 de abril de 1896.
Teresa del N. Jes�s y de la S. Faz
rel. carm. ind.
NOTAS P 19 - GLOSA A LO DIVINO
Fecha: 30 de abril de 1896. - Compuesta para: sor Mar�a de la Trinidad,
para su profesi�n. - Publicaci�n: HA 98, seis versos corregidos. - Melod�a:
ninguna indicaci�n.
Nadie como Mar�a de la Trinidad ha hablado del amor de su maestra a su
Padre san Juan de la Cruz, del cual Teresa traslada aqu�, a veces
literalmente, la Glosa a lo divino seg�n la traducci�n de las carmelitas de
Par�s.
�Por amor yo quiero�: he aqu� su respuesta heroica ante las pruebas m�s
fuertes. Ayer, en aquel gran dolor familiar (�Querer todo lo que Jes�s
quiere, Cta 87); hoy, al entrar en la noche �sin luz y en las tinieblas�;
pronto, enfrentada con la �ltima agon�a (�S�, Dios m�o, todo lo que
quieras�, CA 30.9). Tal es la fuerza del Amor.
Semejante contexto confiere a este breve poema, por lo dem�s muy
parecido a su modelo, un autenticidad y una intensidad realmente
conmovedoras. Pero Teresa es la �nica que conoce por entonces su
significado, pues vive su prueba �en silencio y esperanza�.
Al entreg�rselo a su destinataria, el d�a de su profesi�n, �nicamente le
se�ala �el pensamiento que a ella m�s le gusta (...): que el amor sabe
sacar provecho de todo: del bien y del mal que encuentra en nosotros�
(estr. 3-4; cf Cta 142 y Ms A 83r�). Esta certeza es el potente motor de su
carrera por el �caminito�. Las faltas de una joven carmelita todav�a d�bil,
la prueba purificadora de una santa que camina hacia su final, todo puede
ser asumido y superado por una confianza absoluta en el �Amor
consumidor y transformante� (Cta 197, eco del �ltimo verso de san Juan
de la Cruz).
P 20 C�NTICO DE SOR MAR�A DE LA TRINIDAD Y DE LA SANTA FAZ
Compuesta por su hermanita sor T. del N.J.
1 Jes�s, al desterrarte a nuestra tierra,
movido por tu amor,
por m� t� te inmolaste.
Toma mi vida entera, Amado m�o,
yo sufrir por ti quiero,
quiero morir por ti.
E. 1 T� mismo, mi Se�or, nos lo dijiste:
�Nadie puede hacer m�s por los que ama
que por ellos morir�.
Pues bien: mi amor supremo
eres t�, mi Jes�s.
2 Se hace ya tarde, el d�a ya declina,
ven, Se�or, a guiarme en el camino.
Con tu cruz voy trepando
por la colina arriba.
Qu�date aqu� conmigo,
peregrino celeste.
E. 2 En mi alma tu voz encuentra un eco,
quiero a ti parecerme.
reclamo el sufrimiento.
Tu palabra encendida me quema el coraz�n.
3 Tuya es para siempre la victoria,
y extasiados los �ngeles la cantan.
Antes de entrar en la celeste gloria,
el Dios-Hombre ten�a que sufrir.
E. 3 �Cu�ntos desprecios por mi amor sufriste
en tierra extra�a!
Tambi�n yo quiero oculta y despreciada
vivir y ser en todo
la �ltima por ti.
4 Tu ejemplo, Amado m�o,
a abajarme me invita y a despreciar honores.
Para encontrarte, quiero
permanecer peque�a.
Olvid�ndome a m�
tu dulce coraz�n cautivar�.
E. 4 No ambiciono otra cosa
que en soledad vivir, donde encuentro
mi paz y mi alegr�a.
En complacerte es s�lo mi ejercicio
y mi felicidad... eres t�, mi Jes�s.
5 T�, el Dios inmenso, a quien rendido adora
el infinito cielo,
vives dentro de m�,
hecho mi prisionero noche y d�a.
Tu dulce voz me implora
y a cada instante me repite quedo:
��Yo tengo sed! �Yo tengo sed de amor!�
E. 5 Yo tambi�n soy, Jes�s, tu prisionera,
y a mi vez quiero repetirte siempre
tu emocionada imploraci�n divina:
�Amado m�o, hermano,
�yo tengo sed de amor!�
6 Yo tengo sed de amor, colma mis esperanzas
y aumenta en m�, Se�or, tu llama viva.
Yo tengo sed de amor, mi sufrimiento es grande,
a ti volar quisiera... �a ti, Dios m�o...!
E. 6 Tu amor es mi martirio, mi �nico martirio.
Cuanto m�s �l se enciende en mis entra�as,
tanto m�s mis entra�as te desean...
���Jes�s, haz que yo muera
de amor por ti...!!!
NOTAS P 20 - C�NTICO DE SOR MAR�A DE LA TRINIDAD Y DE LA
SANTA FAZ
Fecha: 31 de mayo de 1896. - Compuesta para: sor Mar�a de la Trinidad,
en su santo. Publicaci�n: HA 98 (bajo el t�tulo �Tengo sed de amor�), seis
versos corregidos. - Melod�a:ninguna indicaci�n.
Esta poes�a, de ritmo vibrante, es una especie de di�logo m�stico, en el
que se puede percibir como en una transparencia la voz de Jes�s y la
respuesta de Teresa, y que deja una impresi�n bastante dram�tica que
expresa muy bien el t�tulo elegido para su publicaci�n en la Histoire d'une
�me: �Tengo sed de amor�.
Teresa sabe que su muerte est� pr�xima, y la noche desciende sobre su
alma. Pero Jes�s �est� con ella� en el oscuro camino, en esa subida a �la
colina� del Calvario. Y como a los peregrinos de Ema�s, a ella tambi�n le
dice: ��No era necesario que el Mes�as padeciera para entrar en su
gloria?� Y su �palabra encendida quema el coraz�n� de Teresa. Para ella
no habr� otro camino: el amor y la muerte. Por eso, �reclama� el
sufrimiento: primero el �desprecio�, en el cual el �caminito� garantiza al
alma que se parecer� a Jes�s; la �sed� del Crucificado, �sed de amor�
inextinguible, que implora como en un estertor y que despierta en ella una
sed semejante a la de �l; y finalmente, el �martirio de amor�, que repite
incansablemente la �ltima estrofa, pat�tica como un preanuncio de la
agon�a de Teresa. En ella se pueden leer, a la vez, el amor m�s absoluto y
la angustia, una esperanza apasionada rayana en la desesperanza.
Esta estrofa apasionada y su estribillo, en su expresi�n llameante y
dram�tica, hace pensar en la Llama de amor viva de Juan de la Cruz: �Las
profundas cavernas del sentido� (Explicaci�n del v. 3 de la 3� canci�n).
P 21 MI CIELO
Festividad del Ssmo. Sacramento
7 de junio de 1896.
1 Para poder soportar el destierro
de este valle de l�grimas,
de mi amado Salvador necesito la mirada.
Esa mirada divina, llena de amor, me revela
sus inefables encantos, nuncios de la dicha eterna.
Y mi Jes�s me sonr�e cuando por �l suspiro,
y entonces ya no siento la prueba de la fe.
La mirada de mi Dios y su inefable sonrisa
�son mi cielo para m�!
2 Mi cielo es atraer sobre las almas,
sobre mi Madre la Iglesia <1> y mis hermanos,
las gracias de Jes�s y sus divinas llamas
que abrasan y que alegran del hombre el coraz�n.
Todo puedo obtenerlo cuando, all� en lo secreto,
a mi divino Rey le hablo,
coraz�n a coraz�n.
Esta �ntima oraci�n cerquita del santuario
�es mi cielo para m�!
3 Mi cielo est� escondido en la peque�a hostia
en que Jes�s, mi Esposo, se oculta por amor.
Y de este divino horno quiero sacar mi vida,
mi Salvador est� en �l y me escucha noche y d�a.
�Oh dichos�simo instante, cuando en tu inmensa ternura
vienes a m�, Amado m�o, para transformarme en ti!
Esta inefable embriaguez y esta uni�n de corazones
�son mi cielo para m�!
4 Mi cielo es sentir en m� la semejanza de Dios,
que con un soplo potente <2> a su imagen me cre�.
Mi cielo es permanecer en su presencia divina,
y llamarla Padre m�o, y ser y sentirme su hija.
En sus divinos brazos no temo la tormenta.
�Es toda y mi sola ley el abandono completo <3>!
Dormitar sobre su pecho, muy cerquita de su cara
�es mi cielo para m�!
5 Mi cielo yo lo he encontrado en la santa Trinidad,
que, prisionera de amor, habita en mi coraz�n.
Contemplando all� a mi Dios, yo le repito, sin miedo,
que quiero amarle y servirle hasta mi postrer aliento.
Es mi cielo sonre�r a ese Dios al que adoro
cuando �l se quiere esconder para probar mi fe.
Sonre�r mientras espero a que �l mi mire otra vez
�es mi cielo para m�!
(Pensamientos de sor san Vicente de Paul,
puestos en verso por su hermanita sor Teresa
del Ni�o Jes�s.)
NOTAS P 21 - MI CIELO
Fecha 7 de junio de 1896. - Compuesta para: sor San vicente de Paul, a
petici�n suya. Publicaci�n: HA 98, tres versos corregidos. - Melod�a: Himne
� l'Eucharistie.
Poes�a algo melanc�lica, pero iluminada por una sonrisa y llena de
confianza, sin duda para responder a los �pensamientos� de la
destinataria. La �mirada llena de amor� de Jes�s, el �coraz�n a coraz�n�
con �l en una oraci�n que se hace intercesi�n por la Iglesia, La �uni�n de
corazones� en la Eucarist�a transformante, la �semejanza� filial, el
�abandono completo� en el Coraz�n del Padre, la inhabitaci�n de la
�santa Trinidad� en el coraz�n amante van siendo cantados uno tras otro
en versos alejandrinos que a veces alcanzas una hermosa solidez.
Sin embargo, Teresa desliza en ellos discretamente (y con su propio
nombre), al principio y al final, una evocaci�n de su propia �prueba de la
fe� (�nica menci�n en los escritos). Seguir, a pesar de todo, sonriendo al
Dios que se esconde (�redoblar las ternuras�, P 29,4; hacerle toda suerte
de cumplidos�, CA 6.7.3): �sta ser� su respuesta hasta el �ltimo atardecer.
<1> Primera vez que aparece esta expresi�n que har� famosa el Ms B 3v� y
4v�.
<2> S�lo aqu� se encuentra esta bella expresi�n -soplo-, que para Teresa es
siempre sin�nimo de suavidad y frescor primaveral.
<3> Esta palabra no hab�a vuelto a aparecer en las Poes�as desde P 2 (de
abril de 1894); la encontraremos luego en siete ocasiones (PN 38; P 26,
28, 34).
P 22 LO QUE PRONTO VER� POR VEZ PRIMERA
Fiesta del Sagrado Coraz�n de Jes�s
12 de junio de 1896.
1 Me encuentro en tierra extranjera
todav�a, mas presiento
la futura, eterna dicha.
Quisiera dejar la tierra
para contemplar de cerca
las maravillas del cielo.
So�ando en aquella vida,
no siento de mi destierro
ni el peso ni la medida.
Pronto volar�, Dios m�o,
hacia mi �nica patria,
�volar� por vez primera!
2 Dame, Jes�s, blancas alas
para emprender hacia ti,
rauda y alegre, mi vuelo.
Quiero verte, mi tesoro,
quiero volar a las playas
eternas de tu azul reino.
Quiero volar a los brazos
maternales de Mar�a,
y descansar en su trono,
que para m� es su regazo,
y de mi Madre querida
el dulce beso de amor
�recibir por vez primera!
3 No tardes en descubrirme,
�oh, mi Amado!, la dulzura
de tu primera sonrisa.
Cumple mi ardiente delirio <1>,
d�jame estar escondida
en tu coraz�n divino.
�Oh dichos�simo instante,
oh felicidad cumplida,
cuando escuche el dulce acento
de tu voz, y cuando pueda
de tu rostro el claro brillo
contemplar por vez primera!
4 Lo sabes bien, mi martirio,
mi �nico y solo martirio,
�oh Coraz�n de Jes�s!,
es tu amor, y si suspiro
por verte pronto en el cielo,
es para amarte, que amarte
m�s y m�s cada vez quiero.
En el cielo, emborrachada
dulcemente de ternura,
yo te amar� sin medida,
Jes�s, te amar� sin ley.
Y esta mi felicidad
constante y eternamente
me parecer� tan nueva
�como la primera vez!
La hermanita del Ni�o Jes�s.
NOTAS P 22 - MI ESPERANZA
Fecha: 12 de junio de 1896. - Compuesta para: sor Mar�a del Sagrado
Coraz�n, a petici�n suya para su cumplea�os. - Publicaci�n: HA 98 (bajo
el t�tulo �Mi esperanza�), seis versos corregidos. - Melod�a: ninguna
indicaci�n.
�Pronto, volar, ver, amar�: �ste es el deseo apasionado de Teresa en junio
de 1896, lo que exige su amor, lo que ella �quiere�. Hace un mes, la
Venerable madre Ana de Jes�s, que la visit� en sue�os, le dijo: �S�,
pronto, pronto, te lo prometo�.
Este sue�o -�rayo de gracia en medio de la m�s oscura tormenta�-
encuentra un eco en esta poes�a, llena de fervor, movida, orientada hacia
el m�s all�, y con un cierto grado de angustia o de melancol�a subyacente.
El �pronto, pronto� que Teresa repite con verdadera alegr�a aviva el deseo
de rasgar los velos. �Pronto� no son alas de paloma lo que ella pide, como
el salmista, para �volar y descansar�, sino �las propias alas del Aguila
divina� (Ms B 5v�). Y �pronto� podr� ver.
La �sonrisa�, el �coraz�n� el �rostro� del Amado: es un amor a la vez
humano y sobrenatural el que aqu� se expresa. Un amor que es fuente de
�martirio�, y hay que darle toda su fuerza a esta palabra que brota de
manera espont�nea (estr. 4). Teresa, cual esposa impaciente, sufre un
verdadero martirio por causa de su amor a Jes�s que a�n no puede
abrirse en plenitud en su presencia. Y ya s�lo suspira ardientemente por
ese cielo en donde podr� �amar sin medida y sin ley� (n�tese la fuerza de
la expresi�n).
<1> Palabra rara en Teresa, que confirma el tono apasionado de esta
estrofa.
<2> Reproche afectuoso a Jes�s por dejarla tanto tiempo �en tierra
extrajera�, su ��nico martirio�, pues, en su comparaci�n, los sufrimientos
de aqu� abajo nada cuentan para Teresa: no es el deseo de verse liberada
de ellos lo que la hace �suspirar� por el cielo.
P 23 ARROJAR FLORES
1 Jes�s, Amado m�o,
al pie de tu calvario
quiero, todas las tardes,
arrojarte mis flores,
deshojarte mi rosa
-mi rosa primavera <1>-
y enjugar con sus p�talos
tu llanto <2>, mi Se�or.
E. 1 �Arrojarte mis flores,
ofrecerte en primicia
sacrificios peque�os,
mis suspiros m�s leves,
mis dolores m�s hondos,
y mi dicha y mis penas...,
arrojarte mis flores <3>
y mi rosa, Se�or!
2 De tu inmensa belleza
se ha prendado mi alma <4>.
Yo quiero prodigarte
mis flores y perfumes,
por tu amor arrojarlos
sobre el ala del viento
e inflamar corazones
para ti, mi Se�or.
E. 2 Y cuando sufro y lucho <5>
por salvar pecadores,
arrojarte mis flores.
Mis flores son el arma
que me da la victoria.
Te desarmo y te venzo
con mis flores, Se�or.
3 Mis flores con sus p�talos
acarician tu rostro
y te dicen que es tuyo
todo mi coraz�n.
De mi rosa en deshoje
t� entiendes el lenguaje,
miras y le sonr�es
a mi amor t�, Se�or.
E. 3 �Arrojarte mis flores,
repetir mi alabanza
es mi �nica alegr�a,
es todo mi placer
en este oscuro valle
de sombras y de l�grimas!
Al cielo pronto ir�,
con los peque�os �ngeles
ir� a arrojarte flores
�mis flores, oh Se�or!
NOTAS P 23 - ARROJAR FLORES
Fecha: 28 de junio de 1896. - Compuesta para: la madre In�s de Jes�s
para su santo (Paulina). - Publicaci�n: HA 98, tres versos corregidos. -
Melod�a: Oui, je le crois, elle est immacul�e.
Todas las noches del mes de junio de 1896, Teresa y las cinco j�venes
novicias se re�nen alrededor de la cruz de granito del patio. Recogen los
p�talos que han ca�do de una veintena de rosales y los arrojan al Crucifijo.
Este rito simb�lico acaba gust�ndole a la madre In�s de Jes�s.
A pesar de algunos aciertos, el texto no tiene mayores pretensiones
po�ticas. Su gracia virgiliana, la ternura de la expresi�n, el encanto de las
im�genes pueden llamar un poco a enga�o acerca de la fuerza real del
s�mbolo, tan rico de por s� en el caso presente. Tal vez se sienta tambi�n
excitada la sensibilidad del lector a causa de los estereotipos asociados a
esa imagen de Teresa (�arrojar flores�, �rosa deshojada� �angelitos�),
para la que este poema es uno de los lugares privilegiados. Ser�a una
pena que esto nos llevase a despreciar una poes�a que es esencial en el
repertorio teresiano, tanto m�s cuanto que ese s�mbolo de arrojar flores
hunde sus ra�ces en la infancia de Teresa (Ms A 17r�).
La �ltima etapa de toda su vida de amor la cantar� nuestra carmelita en
Una rosa deshojada (P 33). El anuncio floreado de su misi�n p�stuma,
�una lluvia de rosas� (CA 9.6.3) desvela -o, mejor, no deber�a velar- la
�nica pretensi�n de Teresa para el cielo y en la tierra: amar a Jes�s y
hacerlo amar.
<1> Teresa cita estos cuatro versos en CA 14.9.1. La �rosa primavera� es
entonces ya ella misma, a quince d�as de la muerte.
<2> Un deseo muy antiguo en Teresa (cf Cta 74, 95, 115, 134), un gesto
que se asemeja al de la Ver�nica (cf Cta 98).
<3> Cf Ms B 4r�/v� y CA 6.8.8.
<4> Es �sta la primera de las once veces que se menciona la lucha en las
Poes�as en las Recreaciones Piadosas hasta marzo de 1897; cf Po�sies,
II, p. 260. Casi todas ellas tienen miras apost�licas. Este vocabulario
guerrero es un d�bil eco de la obra teatral de �ndole muy combativa El
triunfo de la humildad (RP 7), que hab�a sido representada unos d�as antes
(21/6/1896).
P 24 S�LO JES�S
1 Mi coraz�n ardiente quiere darse sin tregua,
siente necesidad de mostrar su ternura.
Mas �qui�n comprender�
mi amor, qu� coraz�n
querr� corresponderme?
En vano espero y pido
que nadie pague con amor mi amor.
S�lo t�, mi Jes�s,
eres capaz de contentar mi alma.
Nada puede encantarme aqu� en la tierra,
no se halla aqu� la verdadera dicha.
�Mi �nica paz, mi amor, mi sola dicha
eres t�, mi Se�or!
2 T� supiste crear un coraz�n de madre,
por eso encuentro en ti
al m�s tierno y amable de los padres.
�Oh, Jes�s, mi �nico amor, Verbo eterno!,
tu coraz�n es para m� m�s dulce
que el coraz�n m�s dulce de una madre.
A cada instante y paso
me sigues en mis pasos y me guardas.
Cuando te llamo, acudes prontamente.
Y si, tal vez, parece que te escondes,
t� mismo vienes en mi ayuda luego
para poder buscarte.
3 En ti solo, Jes�s, mi afici�n pongo,
corro a tus brazos, a esconderme en ellos.
Como un ni�o peque�o quiero amarte,
como un bravo soldado luchar quiero.
Como un ni�o, te colmo de caricias,
y de mi apostolado en la palestra
como un guerrero a combatir me lanzo...
4 Tu coraz�n divino,
que guarda y que devuelve la inocencia,
no es capaz de frustrar mis esperanzas.
En ti, Se�or, reposan mis deseos:
despu�s de este destierro,
al cielo a verte ir�.
Cuando la tempestad se alza en mi alma,
levanto a ti mis ojos,
y en tu tierna mirada compasiva
yo leo tu respuesta:
��Hija m�a, por ti cre� los cielos!�
5 Yo s� que mis suspiros y mis l�grimas
ante ti est�n y te encantan, mi Se�or.
Los serafines forman en el cielo
tu corte, y sin embargo
t� vienes a buscar mi pobre amor...
Quieres mi coraz�n, aqu� lo tienes,
te entrego enteros todos mis deseos.
Y por ti, �oh mi Rey y Esposo m�o!,
a los que amo seguir� yo amando.
NOTAS P 24 - S�LO JES�S
Fecha: 15 de agosto de 1896. - Compuesta para: sor Mar�a de la
Eucarist�a, a petici�n suya, para su cumplea�os y para el primer
aniversario de su entrada en el Carmelo. - Publicaci�n: HA 98, dos versos
corregidos. - Melod�a: Pr�s d'un berceau.
Teresa descuella por su capacidad de ponerse en el lugar de los dem�s,
sin dejar de ser, cuando habla, plenamente ella misma. En S�lo Jes�s es
f�cil, ciertamente, reconocer a la gran enamorada de Jes�s en ese verano
de 1896; pero se puede leer tambi�n ah�, con la misma facilidad, una
biograf�a espiritual de Mar�a de la Eucarist�a.
En esa �poca, Teresa est� viviendo unas semanas de un extraordinaria
densidad espiritual. Su �noche�, sin ser tan oscura como llegar� a serlo en
1897, la lanza con mayor fuerza que nunca hacia la persona de Jes�s. El 6
de agosto, se hab�a consagrado a la Santa Faz (junto con dos novicias) en
una plegaria totalmente impregnada de amor (Or 12). Combatiente con el
P. Roulland, que acaba de partir para China, descubre en Isa�as, con
nuevas tonalidades, los hermosos textos de la infancia espiritual (cf Cta
196). Aspira cada vez m�s a �amar como un ni�ito�. En su interior bulle un
n�mero incalculable de deseos vehementes y bien probados que logra
integrar en la sencillez de una �nica vocaci�n (cf Ms B).
El poema habla el lenguaje del amor humano, al estilo del Cantar de los
Cantares. Por uno de esos cambios bruscos de direcci�n, tan propios de
Teresa, la �ltima estrofa incita a una actitud completamente distinta a la del
punto de partida. Al comienzo, la criatura propon�a su amor como para la
galer�a: ��Qui�n comprender�?�, ��Qu� coraz�n querr�?�. Ahora
descubre un coraz�n de una ternura mucho m�s desbordante a�n que el
suyo: un amor que se hace pobre, pedig�e�o, que �mendiga� los suspiros
y las l�grimas de su criatura. A un amor as� no se puede resistir, hay que
entregarse por entero.
El amor a �Jes�s solo� es el programa que Teresa propone a la
generosidad de Mar�a de la Eucarist�a, a medio camino entre el
�descanso� del primer c�ntico que compone para su prima (P 13) y el
violento �combate� del de su profesi�n (P 32). La ant�tesis �ni�oguerrero
� queda por la graf�a cursiva que Teresa reserva para las palabras
importantes. El vocabulario es el del Ms B 2v� y el de Cta 194.
NOTAS P 25 - LAS SACRISTANAS DEL CARMELO
Fecha: principios de noviembre de 1896. - Compuesta para: sor Mar�a
Filomena de Jes�s, a petici�n suya, y las dem�s sacristanas. - Publicaci�n:
HA 98, cinco versos corregidos. - Melod�a: ninguna indicaci�n.
Evocar�amos aqu� gustosos algo parecido a la escala de Jacob, para
expresar ese intercambio misterioso entre el cielo y la tierra, cuyos agentes
incansables son las sacristanas, y que viene expresado en unas estrofas
llenas de ternura.
Ternura callada de la �mujer de su casa�, por as� decirlo: esposa �m�s
feliz que una reina�, cuyo coraz�n est� siempre atento a su esposo,
mientras sus manos trabajan diligentemente por �l. Ternura callada
tambi�n la de la carmelita, asociada al ap�stol desde el lugar que a ella le
corresponde, el de acompa�ante escondida. En uno y otro caso,
compa�era que se ha hecho semejante al hombre a quien ayuda.
A estas se�as responde perfectamente la primera destinataria de la
poes�a, sor Mar�a Filomena, que ha pedido a su antigua compa�era de
noviciado que le componga unas coplillas para cantarlas en la soledad.
En un tono sumamente sencillo, la segunda parte (estr. 7-10) ofrece una
respuesta al aparente desaf�o del Manuscrito B. All� Teresa proclamaba,
entre otros ardientes anhelos, su deseo de ser sacerdote, deseo
irrealizable debido a las circunstancias. Aqu� canta su forma concreta de
tomar parte sin demora en la �sublime misi�n del sacerdote�.
�Transformada� en Jes�s por la eucarist�a, �convertida� en �l, �no acaba
siendo �otro Cristo�, como entonces les gustaba definir al sacerdote? Y va
describiendo la parte que ella tiene en la misi�n, en la penitencia, en la
eucarist�a.
Por lo tanto, ning�n complejo de inferioridad frente a los �hombres�, frente
a los sacerdotes. Pero tampoco la m�s m�nima presunci�n: para Teresa,
quien act�a es Jes�s, con la colaboraci�n de los hombres... Y de las
mujeres.
Una bella imagen para concluir este hermoso poema: el cop�n se dilata
hasta alcanzar las dimensiones infinitas del cielo, que no solamente est�
�poblado� de elegidos (p 15,16, sino incluso �lleno�. No hay �sitios
vac�os� (cta 135). Teresa va a �luchar por ello sin tregua ni descanso� (p
29,6). Ni siquiera en el cielo habr� reposo hasta que est� �completo el
n�mero de los elegidos� (CA 17.7).
P 26 AL NI�O JES�S
1. T�, Jes�s, me conoces,
t� mi nombre conoces, y me llamas
con la dulce mirada de tus ojos�
Ellos me comunican tu palabra:
�Simple abandono, conducir yo quiero,
mi amada, tu barquilla�.
2. Y con tu voz de ni�o, �oh maravilla!,
s�lo con tu voz d�bil,
calmas el mar rugiente,
pones paz en el viento.
3. Si mientras brama la tormenta, �oh Ni�o!,
t� te quieres dormir,
posa tu linda cabecita blonda
sobre mi coraz�n.
4. �Qu� encantador sonr�es cuando duermes!
Con mi canto m�s dulce
yo mecer� tu cuna tiernamente,
�Oh hermoso Ni�o m�o!
NOTAS P 26 - AL NI�O JES�S
Fecha: diciembre de 1896. - Compuesta para: sor Mar�a de San Jos�, a
petici�n suya. - Publicaci�n: HA 98 (con el t�tulo de �Al Ni�o Jes�s�), tres
versos corregidos. - Melod�a: O� vas-tu quand tout est noir?
Una vez m�s, una poes�a hecha por encargo, en la que Teresa juega al
equilibrio entre el �ni�o� y la �tormenta�, y luego Jes�s que calma la
tempestad... El ni�o que duerme (o, mejor, que no duerme...) durante la
tormenta forma parte de los arquetipos de la infancia. Mientras tanto,
Jes�s quiere dormir, como m�s tarde en la barca... Un juego sutil.
Este dulce encantamiento es especialmente apropiado para la destinataria,
una compa�era de car�cter tormentoso que Teresa se ha propuesto
domesticar. Pues esta mujer tan dura es a la vez como la manteca, y unas
pocas palabras infantiles logran desarmarla mejor que mil razonamientos.
Y unas coplillas como �stas pod�an transformar un mar tempestuoso... en
madre mimosa que meza �tiernamente� la �cabecita rubia� del Ni�o que
se entrega a ella para llevarla a entregarse a �l.
P 27 LA PAJARERA DEL NI�O JES�S
1 Para los desterrados de la tierra
Dios cre� los graciosos pajarillos.
Ellos van gorjeando su plegaria
por bosques, valles, montes y laderas.
2 Los traviesos y alegres rapazuelos,
tras de escoger algunos preferidos,
los cazan y aprisionan
en lindas jaulas de doradas rejas.
3 �Oh Jes�s, hermanito!,
t� abandonaste el cielo por nosotros,
pero sabes muy bien que es el Carmelo
Ni�o divino, tu bella pajarera.
4 Amamos nuestra jaula,
sin ser ella dorada.
Nunca de su prisi�n escaparemos
ni a la llanura azul ni al bosque oscuro.
5 Jes�s, los bosques de este mundo
no pueden contentarnos.
En la profunda soledad queremos
cantar para ti solo.
6 Es tu blanca manita
la que orienta y atrae nuestro vuelo.
�Qu� bellos son, oh Ni�o, tus encantos!
En tu sonrisa quedan,
cautivos de su luz, los pajarillos.
7 Aqu� el alma sencilla, pura y c�ndida
halla el motivo exacto de su amor.
Aqu� la blanca y t�mida paloma
no teme ya el ataque del buitre carnicero <1>.
8 En alas de una c�lida plegaria
el coraz�n se eleva como alondra ligera,
como alondra que sube cantando
y sube alt�sima.
9 Se escucha aqu� el gorjeo
del reyezuelo y del pinz�n alegre.
Ni�o Jes�s, tus pajarillos cantan,
en su jaula, tu santo y dulce nombre.
10 Vive siempre cantando el pajarillo,
su pan no le preocupa,
ni siembra ni recoge,
y un granito de mijo le contenta.
11 Y como al pajarillo,
en nuestra pajarera
todo, Divino Ni�o, nos viene de tu mano.
S�lo una cosa es necesaria, una,
y esta cosa es amarte.
12 Por eso, con los puros esp�ritus del cielo
contamos noche y d�a tus glorias y alabanzas.
Y sabemos con cu�nto amor los �ngeles <2>
nos miran a nosotras,
tus pobres pajarillos del Carmelo.
13 Para enjugar las l�grimas
que te hacen derramar los pecadores,
tus pajarillos cantar�n tus gracias,
y el dulce canto de tus avecillas
te atraer� corazones.
14 Un d�a, lejos de la triste tierra,
al escuchar tu voz y tu llamada,
desde tu pajarera
tus pajarillos volar�n al cielo.
15 Y all�, con las falanges
de peque�os y alegres querubines,
eternamente, Ni�o,
cantaremos tus glorias.
NOTAS P 27 - LA PAJARERA DEL NI�O JES�S
Fecha: Navidad de 1896. - Compuesta espont�neamente para la
comunidad en la noche de Navidad. Publicaci�n: HA 98, cuatro versos
corregidos. - Melod�a: Au Rossignol.
Una hermosa imagen es el punto de partida de esta �Navidad de los
p�jaros� que estira un poco demasiado la comparaci�n entre la pajarera y
el Carmelo. Pero para la recreaci�n de un fiesta como Navidad, bien puede
permitirse alg�n exceso... Cada p�jaro canta aqu� en su propio registro: la
paloma, la alondra, el reyezuelo, el pinz�n. Al igual que los p�jaros del
Evangelio, �que no siembran ni siegan�, la carmelita lo recibe �todo de la
mano� de Jes�s; de ah� su alegr�a y su abandono y su consagraci�n a �la
�nica cosa necesaria, amar�. Al final, todos los p�jaros, ya libres, �volar�n
al cielo�, en donde continuar�n su canto de alabanza.
Diez a�os antes, una pajarera adornaba la �pobre buhardilla� de Teresa
(Ms A 42v�); en el Carmelo, los p�jaros seguir�n poblando sus sue�os (Ms
A 79r�); en el verano de 1896, con el Ms B, el valor simb�lico del p�jaro
adquiere una nueva dimensi�n: ser� la se�al por excelencia de la unidad
din�mica, y aun cuando �no est� en su poder el volar�, como el p�jaro es
canto tanto como vuelo, ni siquiera en el mismo coraz�n de la tormenta -
las pruebas del cuerpo y del alma- Teresa renunciar� a cantar (estr. 10; cf
34,15 y Ms B 5v�).
<1> Cf Ms B 5v� y P 2,53-54.
<2> Cf Ms B 5r�/v�.
P 28 A MIS HERMANITOS DEL CIELO
�El que sea peque�ito
que venga a m�� (Proverbios)
1 Venturosos peque�ines, �con qu� amor, con qu� ternura,
en otro tiempo Jes�s, el Rey del cielo, os bendijo,
y de caricias y besos vuestras frentes jubilosas
�l colm�!
De todos los inocentes erais vosotros figura,
y adivino las riquezas y los gozos que en el cielo,
sin medida, a manos llenas,
os dar� vuestro Jes�s,
Rey de reyes.
2 Contemplasteis los encantos y las bellezas del cielo,
inmensas e innumerables,
antes de haber conocido las tristezas y amarguras
del destierro,
�lirios blancos
peque�itos!
�Oh capullos perfumados,
en la virgen luz del alba <1> cortados por el Se�or...!
El dulce sol del amor que vuestras tiernas corolas
un d�a hizo estallar <2>
�fue, sin duda, su divino
coraz�n!
3 �Oh que inefables cuidados y qu� exquisitas ternuras,
cu�nto amor,
oh ni�os reci�n nacidos,
os prodiga aqu� en la tierra
la Iglesia, que es nuestra Madre!
En sus brazos maternales fuisteis a Dios ofrecidos
como c�ndidas primicias.
Eternamente ser�is del hermoso y azul cielo
las delicias.
4 Compon�is vosotros, ni�os,
el cortejo virginal que sigue al dulce Cordero,
y pod�is cantar tambi�n
-�asombroso privilegio!-
el c�ntico de las v�rgenes
canto nuevo.
Sin combatir ni luchar como los conquistadores,
su misma gloria alcanzasteis:
el Salvador os gan� la victoria y la corona,
�oh graciosos
vencedores!
5 No luce en vuestras cabezas luz de brillantes preciosos,
s�lo el reflejo dorado de vuestros sedosos bucles,
que a los bienaventurados
embelesa...
�Todo es vuestro <3>, los tesoros de todos los elegidos,
sus palmas y sus coronas!
En el cielo, sus rodillas <4> son vuestros m�s ricos tronos,
�ni�os santos!
6 Junto a los angelitos jug�is al pie del altar,
vuestros cantos infantiles, �oh encantadoras ras falanges!,
son el encanto del cielo,
�dulce encanto!
Dios os cuenta c�mo hizo los p�jaros y los vientos <5>
y las rosas.
Ning�n genio hay en la tierra que sepa lo que vosotros,
peque�ines.
7 Alzando del firmamento el velo azul, misterioso,
cog�is en vuestras manitas <6> las estrellas de mil luces.
Cuando cruz�is el espacio, a vuestro paso dej�is
una hermos�sima estela
argentada.
Cuando miro por la noche la brillante V�a L�ctea,
me parece en ella veros
a vosotros.
8 A los brazos de Mar�a corr�is tras de vuestros juegos,
y escondiendo vuestras rubias cabecitas infantiles
bajo su velo estrellado,
os dorm�s...
Gusta el inmenso Se�or,
�oh peque�os traviesillos!, de vuestra infantil audacia:
�os atrev�is a llenar de besos y caricias <7>
su augusta, adorable faz!,
�qu� favor!
9 El Se�or me dio en vosotros, dulces santos inocentes,
un acabado modelo.
Yo quiero en la tierra ser
vuestra imagen,
ni�os m�os
peque�itos.
Ayudadme a conseguir las virtudes de la infancia:
me encanta vuestro candor,
vuestro abandono perfecto y vuestra amable inocencia
cautivan mi coraz�n.
10 �Oh, mi Se�or, t� conoces estos ardientes deseos
de mi alma desterrada!
Lirio hermoso de los valles,
para ti segar quisiera lirios henchidos de luz...
Busco y quiero para ti capullos de primavera,
el agua de tu bautismo <8> vierte sobre ellos, Se�or,
�y luego ven a cortarlos!
11 Quiero aumentar la falange de los santos inocentes,
mi alegr�a y mis dolores cambio por almas de ni�os.
�Oh Rey de los elegidos!,
quiero <9> entre esos inocentes tener tambi�n yo mi
puesto:
como ellos quiero besar tu dulce rostro, Jes�s,
en el cielo.
NOTAS P 28 - A MIS HERMANITOS DEL CIELO
Fecha: 28 de diciembre de 1896. - Compuesta: espont�neamente para ella
misma. - Publicaci�n: HA 98 (con el t�tulo de �A mis hermanitos del cielo,
los Santos Inocentes�), cuatro versos retocados, - Melod�a: La rose
mousse, o bien Le fil de la Vierge.
Desde el verano de 1896, en que descubre los textos m�s bellos sobre la
infancia, Teresa piensa mucho en los Inocentes. Durante sus ejercicios
espirituales del mes de septiembre, pinta, en dos ejemplares, una
estampa-recuerdo de sus cuatro hermanitos y hermanitas muertos de
ni�os. Al dorso, escribe unos vers�culos de la Sagrada Escritura
sumamente significativos (cf Est 5 y 6). A la luz de estos vers�culos, las
estrofas de esta poes�a proclaman la misericordia gratuita, incluso
escandalosa, que Dios ha desplegado en favor de unos ni�os que nunca
llegaron al uso de raz�n y para los que �el Salvador�, y s�lo �l, �gan� la
victoria�. Diez a�os antes, sus �hermanitos del cielo� hab�an liberado a
Teresa del tormento de los escr�pulos (Ms A 44r�); hoy su ejemplo la salva
de la angustia de las �manos vac�as� (CA 23.6).
En un exceso de amor (Ms A 4v�), Teresa llegar� incluso a �desear la
muerte� a muchos ni�os bautizados; pero no, en primer lugar, �para que
vayan al cielo�, sino para ofrecer a Jes�s esas �frescas flores abiertas�
que son las que �l prefiere....
N�tese que Teresa no se deja enga�ar por su imaginer�a,un poco
exagerada (cf Ca 21/26.5.9); esas flores, esos ni�os y ese mundo estelar
pretenden trasladarnos a un mundo espiritual, radiante de frescor, de luz y
de alegr�a.
<1> El tema de esta poes�a no es el de unos ni�os m�rtires: es Jes�s, y no
el perseguidor, quien corta sus lirios. La referencia de HA 98 a los Santos
Inocentes es, pues, inexacta.
<2> Cf Cta 124.
<3> Cf Cta 182, que remita a la Oraci�n del alma enamorada de san Juan
de la Cruz.
<4> Para Teresa y Celina, habr� algo mucho mejor que las �rodillas� de los
elegidos: las del propio Jes�s... Cf Cta 211+, un billete contempor�neo de
P 28; y P 11,54.
<5> Preciosa imagen po�tica para expresar la idea de que Dios concede su
reino a los peque�os y no a los sabios...
<6> Estas im�genes c�smicas son tanto m�s fuertes cuanto que se est�
hablando de ni�os; cf RP 2,7r�.
<7> Cf Ca 5.7.3.
<8> Cf RP 2, 6v�.
<9> Teresa exige mucho en sus poes�as (PN 12,8; P 10,5; 15,11; 18,4; PN
29,8; P 20,2; PN 35,4; P 24,1; PN 41,2; y aqu�)...
P 29 MI ALEGR�A
1 Hay almas en la tierra
que van, en vano, en busca de la dicha.
No es �se el caso m�o:
yo llevo la alegr�a dentro del coraz�n.
No es una flor ef�mera, la tengo para siempre,
cada d�a me manda al alma su sonrisa,
lo mismo que una rosa de eterna primavera.
2 Soy, en verdad, dichosa en demas�a,
hago siempre y en todo lo que deseo y quiero.
�C�mo podr�a yo no estar alegre,
c�mo ocultar mi j�bilo?
Amar el sufrimiento es mi alegr�a,
sonr�o cuando lloro.
Con gratitud escojo la espina entre mis flores <1>.
3 Cuando el azul del cielo se oscurece
y parece que el cielo me abandona <2>,
mi alegr�a es quedarme en medio de la sombra,
escondida y peque�a.
Mi alegr�a es cumplir siempre
la santa voluntad de mi Jes�s,
mi �nico y solo amor.
As�, vivo sin miedo,
amo el d�a y la noche <3> por igual.
4 Mi alegr�a es ser peque�a, permanecer peque�a <4>,
as�, si alguna vez en el camino caigo,
me levanto enseguida,
y mi Jes�s me coge de la mano.
Y colm�ndole entonces de caricias,
le digo que �l es todo para m�...
Redoblo mis ternuras cuando �l se hurta a mi fe.
5 Mi alegr�a es esconder a mis hermanas,
cuando lloro, mis l�grimas,
que tiene el sufrimiento sus encantos
cuando velar sabemos con flores su aridez.
Quiero sufrir, mas sin decir palabra,
para que mi Jes�s se sienta consolado,
que mi alegr�a es ver c�mo �l sonr�e
mientras en el destierro est� mi coraz�n.
6 Mi alegr�a es luchar siempre, sin tregua ni descanso,
por poder engendrar multitud de elegidos.
Es decir, con ternura y muchas veces,
a mi dulce Jes�s:
�Por ti, hermano divino, sufro gozosamente.
Mi alegr�a en la tierra, mi �nica alegr�a,
es poder alegrarte�.
7 Quiero seguir viviendo largo tiempo en la tierra,
si �se es tu deseo, mi Se�or.
Quiero seguirte al cielo,
si te complace a ti <5>.
El fuego de la patria,
que es el amor,
sin cesar me consume.
�Qu� me importa mi vida? �Qu� me importa la muerte?
�Amarte, �se es mi gozo!
�Mi �nica dicha, amarte...!
NOTAS P 29 - MI ALEGR�A
Fecha: 21 de enero de 1897. - Compuesta para: la madre In�s de Jes�s
por su santo. - Publicaci�n: HA 98 (�Mi paz y mi alegr�a�), catorce versos
corregidos. - Melod�a: O� vas-tu, petit oisseau?
�Ah� est� toda mi alma�, dice simplemente Teresa al entregar Mi alegr�a a
la madre In�s para su cumplea�os, en unos momentos en los que va a
abordar los pasos m�s terribles de su prueba de la fe y pronto los de la
agon�a. Tras una expresi�n y unas im�genes aparentemente ingenuas,
est�n en juego una actitud de fe y un combate m�stico, que se expresan
sin refinamientos art�sticos pero s� con una intensidad interior y una fuerza
vital realmente sorprendentes. Cada palabra lleva una gran carga de
experiencia y de madurez, y el fluir de las estrofas nos lleva realmente a
penetrar en el �alma� de Teresa.
Este poema anuncia ya la famosa p�gina de junio de 1897: �T�, Se�or,
me colmas de alegr�a con todo lo que haces� (MS C 7r�), aun cuando en
enero esta alegr�a sea a�n un acto de fe dictado por la voluntad.
A Teresa no le basta con creer en la alegr�a, con aceptar el sufrimiento,
con esconder las l�grimas, con sonreir a Jes�s que se empe�a en
ocultarse: su alegr�a consiste en �luchar sin tregua ni descanso� para
engendrar nuevos elegidos. Esta breve indicaci�n ayuda a embellecer todo
el poema: Teresa se deja escapar que todas sus paradojas y todas sus
ant�tesis ella ha sabido �velarlas con flores� y que su alegr�a se cifra en
una dura e incesante lucha avivada por el fuego del amor (estr. 6 y 7).
<1> En la segunda estrofa contin�a el paisaje aparentemente id�lico de la
primera, pero el interrogante de los versos 3 y 4 muestra ya lo que esta
alegr�a tiene, si no de forzado, s� al menos de voluntariamente querido. En
los versos 5-7 el velo se desgarra (cf Ms C 4v� y Ms A 4v�).
<2> La prueba de la fe; cf P 21,6-8.
<3> Verso de una gran valent�a, que Teresa rubricar� con toda su conducta
hasta la muerte. Tras la �noche de esta vida (PN 12,9,3; P 8,18,1), se
encuentra realmente en la noche m�s oscura: �noche de la tierra� (P
32,4,4), �noche de la fe� (P 36,15,12 y tambi�n 36,16,2).
<4> Cf Cta 141+ y PN 11,3,5; P 8,5; 20,4; 36,6; Ms C 3r�.
<5> Cf SAN JUAN DE LA CRUZ, C�ntico Espiritual, explicaci�n de las
canciones 20 y 21: �En el vivir y en el morir est� conforme y ajustada con
la voluntad de Dios� [C�nt Esp B, 21-22, n� 11. N. del T.]; y Llama de amor
viva, explicaci�n del verso �Acaba ya si quieres� [Ll A, 1,23. N. del T.]. En
las Ultimas Conversaciones hay numerosas observaciones sobre este
abandono de Teresa ante la vida o la muerte, porque �me gusta lo que �l
hace� (CA 27.5.4).
P 30 A MI �NGEL DE LA GUARDA
1 �Oh mi glorioso guardi�n,
guardi�n del cuerpo y del alma,
que en el cielo est�s brillando
hecho dulce y pura llama
junto al trono del Eterno!
Por m� bajas a la tierra
y me alumbras con tu luz,
te haces mi hermano, �ngel bello,
mi amigo y consolador.
2 Conociendo que soy d�bil,
�gran debilidad la m�a!,
t� me coges de la mano <1>,
y te veo, conmovida,
apartar de mi camino
la piedra que lo entorpece <2>.
Me invita tu dulce voz
a no mirar m�s que al cielo.
Y cuanto mas peque�ita
y m�s humilde me ves <3>,
tanto m�s tu clara frente
irradia de puro gozo.
3 T� que los espacios cruzas
m�s r�pido que el rel�mpago,
vuela por m� muchas veces
al lado de los que amo.
Seca el llanto de tus ojos
con la pluma de tu ala,
y c�ntales al o�do
cu�n bueno es nuestro Jes�s.
�Oh, diles que el sufrimiento
tiene tambi�n sus encantos!
Y luego, murm�rales
quedo, muy quedo, mi nombre.
4 Yo quiero en mi breve vida
salvar a los pecadores <4>,
mis hermanos.
�Oh �ngel bello de la patria!,
dame tus santos ardores,
para que en el mismo fuego
que t� te abrasas me abrase.
Fuera de mis sacrificios
y de mi austera pobreza,
nada m�s tengo, �ngel m�o.
Unelo todo a tus gracias
y ofr�ceselo al Dios Trino.
5 Para ti la gloria, el reino,
las riquezas del que es Rey,
Rey de los reyes del mundo.
Para m� el Pan del sagrario
y el tesoro de la cruz.
Con la cruz y con la hostia,
y con tu celeste ayuda,
espero en paz la otra vida,
la felicidad del cielo,
que nunca terminar�.
(A mi querida sor Filomena,
en recuerdo de su hijita,
Teresa del Ni�o Jes�s y de la S.F.,
rel. carm. ind.)
NOTAS P 30 - A MI �NGEL DE LA GUARDA
Fecha: enero de 1897. - Compuesta espont�neamente, y m�s tarde
dedicada a sor Mar�a Filomena de Jes�s. - Publicaci�n: HA 98, tres versos
corregidos. - Melod�a: Par les chants les plus magnifiques.
El tono de sereno fervor de este poema es caracter�stico de la �ltima
�poca de su vida, menos visionaria y menos rodeada de consuelos
sensibles. Son muchos los temas que se esbozan, y el centro de poema lo
constituye la estrofa 3, en la que Teresa, a lo que parece, se considera ya
a s� misma en otro mundo.
Tras esas primeras estrofas, marcadas por la humildad, el tono glorioso
desemboca en un final casi exultante, al estilo de los salmos con esos
�Para ti... Para m�... Con... Con... Con...� al comienzo del verso, y con
esas palabras tan ricas: �Reino, Gloria, Riquezas�, Rey de los reyes,
Sagrario, Cruz�, con frecuencia rimando entre ellas [en el original franc�s,
naturalmente. N. del T.]. El final del caminito puede quedar escondido;
Teresa camina hacia �l en la �paz�, mientras va repitiendo esta letan�a
gloriosa en la que se concentran en unos pocos versos una gran cantidad
de bienes eternos, de alegr�as y �felicidad que nunca terminar��.
<1> El �ngel de la guarda es el compa�ero de Teresa a lo largo del
�caminito�. Esta escena familiar nos trae inevitablemente el recuerdo la
ni�ez de Teresa cuando su padre la llevaba de la mano (cf Ms A 18r�; P 6,
estr. 6).
<2> Comparar con Ms A 38v�/39r�.
<3> La humildad adquiere en Teresa una tonalidad y unos nuevos
desarrollos a partir del verano de 1896 y sobre todo en 1897 bajo el yugo
de la prueba de la fe.
<4> Esta es la primera vez que Teresa designa a los �pecadores� como sus
�hermanos�; preludio de la �mesa de los pecadores�del Ms C 6r�. Ver
tambi�n P 36, estr. 4 y 20.
P 31 A TE�FANO V�NARD
Sacerdote de las Misiones Extranjeras,
martirizado en Tonk�n
a los 31 a�os de edad.
1 M�rtir angelical, �oh Te�fano santo!,
los elegidos cantan tus loores,
y en los coros ang�licos
el encumbrado seraf�n se siente
honrado de servirte.
No pudiendo mezclar en el destierro
mi voz con la sublime santa voz de los cielos,
quiero, al menos, tomar mi lira en tierra extra�a
para cantar con ella tus virtudes.
2 Fue tu breve destierro como un canto muy dulce
que supo conmover los corazones.
Tu alma de poeta <1>
hac�a, a cada instante, brotar flores,
flores para Jes�s.
Y al elevarte a la celeste esfera,
hasta tu �ltimo canto
fue un canto juvenil de primavera.
Al morir, murmuraste:
��Yo, que soy un ef�mero,
me voy al cielo azul, voy el primero <2>!�
3 �Afortunado m�rtir, al borde del suplicio
t� gustaste la dicha de sufrir!
Sufrir por Dios te pareci� delicia.
T� supiste vivir y supiste morir
alegre y sonriente.
Cuando el verdugo quiso abreviar tu tormento,
replicaste enseguida:
��Cuanto m�s largos sean mi dolor y mi martirio,
mayor valor tendr�n, estar� m�s contento <3>!�
4 �Oh lirio virginal!,
en la plena y hermosa primavera
de tu vivir
escuch� el Rey del cielo tu deseo.
T� eres �la rosa abierta
que para su recreo cort� Dios� <4>.
Ya no est�s desterrado,
los bienaventurados admiran tu esplendor.
Eres rosa de amor,
la inmaculada Virgen
de tu aroma respira la frescura.
5 Apr�stame tus armas, �oh soldado de Cristo! <5>,
yo quiero aqu� en la tierra,
por salvar a los pobres pecadores,
sufrir y combatir a la sombra de tu palma.
Dame tu protecci�n, sost�n mi brazo,
por ellos luchar quiero en incesante guerra
y tomar al asalto el reino de mi Dios.
El Se�or a la tierra no vino a traer paz,
sino fuego y espada.
6 Yo amo esa playa infiel,
la que fue blanco de tu amor ardiente:
hacia ella volar�a gozosamente yo,
si un d�a mi Jes�s me lo pidiese.
Mas yo s� que a sus ojos se borran las distancias
y el universo entero es s�lo un punto.
Mi flaco amor y mis peque�os sufrimientos,
bendecidos por El,
hacen amar a Dios m�s all� de los mares.
7 �Ah, si yo fuese flor de primavera
que cortar pronto mi Se�or quisiera!
�Oh, mi m�rtir glorioso, te conjuro,
baja del cielo a m� en mi postrer momento <6>!
Que de tu amor las llamas virginales
me abrasen en la vida,
y un d�a pueda ser yo de las almas
que forman tu cortejo...
NOTAS P 31 - A TE�FANO V�NARD
Fecha: 2 de febrero de 1897. - Composici�n espont�nea. - Publicaci�n: HA
98, diez versos corregidos. - Melod�a: Les adieux du martyr.
�Mi alma se parece a la suya�, dir� Teresa a sus hermanas (Ultimas
Conversaciones, Burgos, Monte Carmelo, 1973, p. 355), y, como recuerdo
de despedida (Cta 245), les har� entrega de una antolog�a de las cartas de
este �santito�, misionero m�rtir en Tonk�n, cuya biograf�a le hab�a
recomendado el P. Roulland. A partir del 21 de noviembre de 1896, hab�a
ido copiando en su �libreta de apuntes� tres p�ginas de extractos de esas
cartas (cf �Otros Escritos�).
Para cantar a su santo amigo, Teresa vuelve a encontrar los acentos que
poco antes le inspirara su �santa predilecta�, santa Cecilia. Cantos y
flores, pero tambi�n sufrimiento y martirio y el apostolado en�rgico y
vigoroso, �la espada y el fuego�, he ah� los temas que la inspiran.
El 19 de marzo, al enviar el poema al P.Roulland (cf Cta 221), llama su
atenci�n sobre la pen�ltima estrofa, desvelando as� su proyecto misionero:
irse para la reciente fundaci�n de Hanoi, si su salud no se lo impide.
Esperanza poco razonable, pero el deseo misionero no cesa de crecer en
su coraz�n y, en estas mismas semanas, se consolida su confianza de
�volver a la tierra� para trabajar en ella sin respiro �hasta el fin del
mundo� (CA 17.7).
En la enfermer�a, la imagen de Te�fano V�nard ya no la abandonar� y le
servir� de mucha ayuda en la prueba (CA 10.8.1; 10.8.3; 19.8.5; 20.8.13;
6.9).
<1> Al igual que Teresa, Te�fano tambi�n escrib�a poes�as.
<2> Cita de un a carta del 20./1/1861; cf Cta 245+.
<3> Respuesta aut�ntica de Te�fano al verdugo, un c�nico jorobado, que
pregunt� al joven �cu�nto le dar�a por ejecutarlo h�bilmente y con
rapidez�. Y la cabeza no rod� por el suelo hasta el quinto golpe de sable.
<4> Otra cita de Te�fano.
<5> El vocabulario guerrero anuncia ya Mis armas, su pr�xima poes�a.
<6> Cf Ca 16.8.3.
P 32 MIS ARMAS
(C�ntico compuesto para el d�a de una profesi�n)
�Revest�os de las armas de Dios,
para poder resistir los estratagemas
del enemigo� (San Pablo).
�La esposa del rey es terrible,
como un ej�rcito en orden de batalla.
Se parece a un coro de m�sica
en medio de un campamento� (Cant. de los Cant.)
1 Vest� las armas <1> del Omnipotente,
y su mano divina me adorn�.
Nada me har� temer en adelante,
�qui�n podr� separarme de su amor?
A su lado, lanz�ndome al combate,
ya ni al fuego ni al hierro temer� <2>.
Sabr�n mis enemigos que soy reina,
que esposa soy de un Dios <3>.
Guardar� la armadura que me ci�o,
Jes�s, ante tus ojos adorados,
y hasta la �ltima tarde del destierro
ser�n mis votos mi mejor adorno.
2 Eres t�, �oh Pobreza!,
mi primer sacrificio,
te llevar� conmigo hasta la muerte.
S� que el atleta, puesto en el estadio,
para correr de todo se despoja.
Gustad, mundanos, vuestra angustia y pena,
de vuestra vanidad amargos frutos;
yo, jubilosa, alcanzar� en la arena
de la pobreza las triunfales palmas.
Jes�s dijo que �por la violencia
el reino de los cielos se conquista�.
Me servir� de lanza la pobreza,
y de glorioso casco.
3 Hermana de los �ngeles
victoriosos y puros
la Castidad me hace.
Formar espero un d�a en sus falanges;
mas debo en el destierro
como lucharon ellos luchar yo.
Luchar continuamente,
sin descanso ni tregua,
por mi Esposo adorado,
el Se�or de los se�ores.
Porque es la castidad celeste espada <4>
que puede conquistarle corazones.
La castidad ser� mi arma invencible,
con ella vencer� a mis enemigos.
Por ella llego a ser,
�oh inefable ventura!,
la esposa de Jes�s.
4 En medio de la luz grit�, orgulloso,
el �ngel:
��Nunca obedecer�... <5>!�
En medio de la noche de la tierra
yo grito:
��Siempre obedecer� <6>!�
Siento nacer en m�
una divina audacia,
al furor del infierno desaf�o.
Y es mi fuerte coraza
y de mi coraz�n escudo fuerte,
la Obediencia.
�Oh mi Dios vencedor!,
no ambiciono otra gloria
que la de someter
mi voluntad en todo,
pues ser� el obediente
quien cantar� victoria
en el descanso de la eternidad.
5 Si tengo del guerrero
las poderosas armas
y le imito luchando bravamente,
quiero tambi�n como graciosa virgen
cantar mientras combato.
T� haces vibrar las cuerdas de tu lira,
�y es tu lira, Jes�s, mi coraz�n <7>!
Por eso, cantar puedo
la fuerza y la dulzura
de tus misericordias.
Sonriendo, yo afronto la metralla,
y en tus brazos, cantando,
�oh --divino Esposo--, mi divino Esposo!,
morir� <8> sobre el campo de batalla,
�las armas en la mano!
NOTAS P 32 - MIS ARMAS
Fecha: 25 de marzo de 1897. Compuesta para: sor Mar�a de la Eucarist�a
con ocasi�n de su profesi�n. - Publicaci�n: HA 98, tres versos corregidos. -
Melod�a: Canto de despedida a los misioneros �Partez, h�rauts de la
bonne nouvelle�.
Una poes�a en�rgica, aguerrida, tensa, echada sobre el papel como para
entablar batalla. Una Teresa segura de s� misma y segura de Dios, que
pasa por el crisol de la prueba como Juana de Arco por la hoguera. Ella
sabe bien que es reina, una reina que lucha y que bru�e sus armas para
triunfar, y cuya primera preocupaci�n es la eficacia.
La cita de san Pablo en el ep�grafe (tomada de la Regla del Carmelo)
introduce directamente en la ceremonia de �armar caballeros�; la audaz
yuxtaposici�n de dos vers�culos independientes del Cantar de los Cantares
da la imagen de una reina imponente y de inmenso poder�o, �terrible como
un ej�rcito en orden de batalla, semejante a un coro de m�sica en medio
de un campamento�. Hay que tener verdadera mirada de poeta para
elaborar de esa manera una cita tan brillante, herm�tica y antit�tica, como
fuente de inspiraci�n capaz de animar una profesi�n religiosa y de
bosquejar una alegor�a completa de los votos, tema ingrato donde los haya
para hacer una poes�a.
La destinataria es Mar�a Gu�rin, a la vez �angelito� y �mujer fuerte�,
�ni�ito� y �valiente guerrero� (P 24); pero tambi�n sor Genoveva, que el
a�o anterior hab�a quedado defraudada [porque a Teresa no se le hab�a
pedido componer para ella una poes�a en nombre de la comunidad y tuvo
que conformarse con entregarle casi a escondidas apenas unas migajas]
(cf PN 27) y que sigue vibrando con las �im�genes de la caballer�a�.
Pero para Teresa se trata mucho m�s de un romance de caballer�a,
aunque el lenguaje aleg�rico pueda llamarnos a enga�o (cf Cta 224); ella
libra su batalla en �la realidad de la vida� (cf Ms A 31v�), y pronto la librar�
en la de la muerte. �Sonriendo� (como su amigo Te�fano), �cantando�
(como una esposa enamorada), Teresa lucha hasta el l�mite de sus
fuerzas, antes de caer �con las armas en la mano� (n�tese la fuerza de
este final).
<1> Obs�rvese el vocabulario tan paulino de esta poes�a, inspirada en Ef 6,
aun cuando las alegor�as sean diferentes: en Pablo, �la verdad como
cintur�n, la justicia como coraza, como calzado el celo por anunciar el
Evangelio, como escudo la fe, como casco la salvaci�n y como espada la
del Esp�ritu; en Teresa, �la armadura� son los �sagrados votos: la
Pobreza, lanza y casco; la espada de la Castidad; la coraza de la
Obediencia; el escudo de mi coraz�n�.
<2> Cf P 17,9.
<3> Cf RP 7, 1r�.
<4> La espada implica en el caso de Teresa un trasfondo b�blico en el que
se mezclan Mt 10,34 y Ef 6,17; cf P 31,5 y Or 17.
<5> Cf RP 7,3r�.
<6> Teresa recobra por un momento (en estos versos) el tono de los poetas
rom�nticos (Vigni, Lamartine, Hugo), a los que les gustan los di�logos
fant�sticos a trav�s de los espacios infinitos... La ant�tesis luz-noche hace
que la prueba de la fe aparezca en toda su intensidad; este enraizamiento
existencial del poema confiere un car�cter de aut�ntica bravura a lo
hubiera podido parecer pura literatura o una simple bravata.
<7> Tras el choque del enfrentamiento, la calma. La ternura de la
femineidad recobra sus derechos, a ejemplo de santa Cecilia (la �virgen�,
con la menci�n de la lira; cf P 2).
<8> Esta muerte en el campo del honor le habr�a encantado a Teresa de
Avila: �Los defensores de la Iglesia (...) pueden morir; ser vencidos,
jam�s� (Camino de perfecci�n, cap. 3). [Las palabras originales de la
Santa son: �Porque, como no haya traidor, si no es por hambre, no los
pueden ganar. Ac� esta hambre no la puede haber que baste a que se
rindan; a morir, s�, mas no a quedar vencidos�, Camino 3,1.]
P 33 UNA ROSA DESHOJADA
1 Jes�s, cuando te veo
que abandonas los brazos de tu Madre,
y tenido por ella,
ensayas,
vacilante,
por nuestra triste tierra
tus indecisos y primeros pasos,
yo quisiera ir delante
deshojando una rosa blanca y fresca,
y as� tu piececito posar�a
muy suave y dulcemente
sobre una flor.
2 La rosa deshojada,
�oh mi Ni�o divino!,
es la m�s fiel imagen
del coraz�n que quiere a cada instante
por tu amor inmolarse enteramente.
Hay muchas rosas frescas
que gustan de brillar en tus altares
y se entregan a ti.
Mas yo anhelo otra cosa:
deshojarme...
3 La rosa en su esplendor
puede, mi Ni�o, embellecer tu fiesta.
A la rosa en deshoje se la olvida,
se la tira y arroja
al capricho del viento.
La rosa, deshoj�ndose,
se entrega a cada instante
con ansia de no ser.
Como ella, quiero yo buscar mi dicha
d�ndome, mi Jes�s, del todo a ti.
4 Se pasa sobre p�talos
de rosa deshojada,
y se pisan sin pena.
Y esos muertos despojos
son un simple ornamento,
dispuestos al azar,
sin arte y sin estudio,
lo comprendo...
Yo prodigu� mi vida,
prodigu� mi futuro
por tu amor, �oh Jes�s!
A los ojos profanos de los hombres,
como rosa marchita para siempre
un d�a morir�...
5 Mas morir� por ti, �oh Ni�o m�o,
hermosura <1> suprema!
�Oh suerte venturosa!
Deshoj�ndome quiero demostrarte
mi amor,
�oh, mi tesoro...!
A zaga de tus pasos infantiles,
escondida vivir quiero aqu� abajo.
Y aun suavizar quisiera
tus �ltimas pisadas
camino del Calvario...
NOTAS P 33 - UNA ROSA DESHOJADA
Fecha: 19 de mayo de 1897. - Compuesta para: Mar�a Enriqueta, del
Carmelo de Par�s, a petici�n suya. - Publicaci�n: HA 98 (�La rose
effeuill�e�), cinco versos corregidos. - Melod�a: Le fil de la Vierge, o bien
La rosse mousse.
La verdad es que pocos m�sticos han llegado tan lejos como Teresa,
minada por la enfermedad, en el l�mite de sus fuerzas y que ofrece su
�nada� arroj�ndose a los pies de Jes�s en un acto de amor puro y total.
As� la descubrimos aqu�: no pide nada, se entrega por entero, est� casi
casi al otro lado de la muerte, se dir�a que al otro lado del amor.
En mayo ya no est� en condiciones de participar en la liturgia floral de las
novicias (cf P 23). Uno tras otro va renunciando a los actos de comunidad.
Ahora le queda una tarea suprema: �Debo morir�. Morir disolvi�ndose al
filo de los d�as, como una �rosa� que se �deshoja�. En la m�s completa
oblaci�n: �enteramente, a cada instante, sin pena alguna�, sin
escenograf�as (�sin arte y sin estudio�). Su generosidad s�lo puede
compararse con su delicadeza: que su vida as� �prodigada� sea s�lo
dulzura bajo el �piececito� del Ni�o Jes�s y bajo las ��ltimas pisadas� del
Var�n de dolores. El s�mbolo de la rosa deshojada, hoy aparentemente
desgastado, surge aqu� en toda su pat�tica belleza, con la autenticidad de
lo vivido.
Teresa ya no sue�a siquiera con entregarse a Jes�s, sino con deshojarse
bajo sus pasos, con morir disolvi�ndose. En las estrofas 3 y 4 desarrolla
esta idea hasta unos l�mites a los que antes a�n no hab�a llegado: �La
rosa en su esplendor puede embellecer tu fiesta, a la rosa en deshoje se la
tira y arroja (n�tese la fuerza de esta palabra al final del verso) al capricho
del viento� (es decir, a ninguna parte, no importa d�nde). La rosa
deshojada se entrega para ya no ser m�s (�con ansias de no ser�), lo cual
es ya el colmo del abandono; ni siquiera se le presta atenci�n (4,1-3), no
es m�s que unos �muertos despojos�. Teresa �lo comprende�: ella
�prodig� su vida, prodig� su futuro�, est� �marchita para siempre, un d�a
morir�...�. De esta manera, ofrece la prueba suprema de su amor, sin
saber lo que Jes�s har� de ella. Ella es s�lo una rosa deshojada, es decir,
nada.
Teresa responde a una petici�n de una carmelita de Par�s, antigua priora,
que hab�a o�do hablar maravillas de sus dotes de poeta y que quiere
pon�rselas a prueba: �Si es verdad que esa hermanita es una joya (...),
que me env�e una de sus poes�as, y lo comprobar� por m� misma�; y,
seg�n Mar�a de la Trinidad, propon�a incluso el tema de la rosa deshojada.
�La madre Enriqueta qued� muy contenta (...), pensando �nicamente que
le faltaba una �ltima estrofa para explicar que, a la hora de mi muerte, Dios
recoger�a esos p�talos para volver a formar con ellos una rosa preciosa
que brillar�a por toda la eternidad�. �Qu� gran error! Para Teresa, �amar
es entregarse� sin pedir nada a cambio. Y contesta: �Que esa buena
Madre haga la estrofa tal como lo dice, que yo no me encuentro en
absoluto inspirada para hacerlo. Mi deseo es ser deshojada para siempre,
para alegrar a Dios. Y se acab��.
<1> Teresa tiene un sentimiento muy agudo de la Belleza (cincuenta y seis
veces emplea esa palabra en sus escritos, y veintiocho veces ser trata de
la belleza de Jes�s). Belleza suprema en P 15,31; 18,2; RP 2,1r� y 8r�; RP
4,3r�.
P 34 EL ABANDONO ES EL FRUTO DELICIOSO DEL AMOR
1 Hay en la tierra un �rbol, �rbol maravilloso,
cuya ra�z se encuentra,�oh misterio!, en el cielo <1>.
2 Acogido a su sombra, nada ni nadie te podr� alcanzar;
sin miedo a la tormenta, bajo �l puedes descansar.
3 El �rbol inefable lleva por nombre �amor�.
Su fruto <2> deleitable se llama �el abandono�.
4 Ya en esta misma vida este fruto me da felicidad,
mi alma se recrea con su divino aroma.
5 Al tocarlo mi mano, me parece un tesoro.
Al llevarlo a la boca, me parece m�s dulce todav�a.
6 Un mar de paz me da ya en este mundo,
un oc�ano de paz,
y en esta paz profunda descanso para siempre.
7 El abandono, s�lo el abandono
a tus brazos me entrega, �oh Jes�s m�o!,
y es el que me hace vivir con la vida de tus elegidos.
8 A ti, divino Esposo, me abandono, y no quiero
nada m�s en la vida que tu dulce mirada.
9 Quiero sonre�r siempre, dormirme en tu regazo
y repetirte en �l que te amo, mi Se�or <3>.
10 Como la margarita de amarilla corola,
yo, florecilla humilde, abro al sol mi capullo.
11 Mi dulce sol de vida, mi amad�simo Rey,
es tu divina hostia peque�a como yo...
12 El rayo luminoso de tu celeste llama
nacer hace en mi alma el perfecto abandono.
13 Todas las criaturas pueden abandonarme,
lo aceptar� sin queja y vivir� a tu lado.
14 Y si t� me dejases, �oh divino tesoro!,
aun vi�ndome privada de tus dulces caricias,
seguir� sonriendo.
15 En paz yo esperar�, Jes�s, tu vuelta,
no interrumpiendo nunca mis c�nticos de amor.
16 Nada, nada me inquieta, nada puede turbarme,
m�s alto que la alondra sabe volar mi alma.
17 Encima de las nubes el cielo es siempre azul,
y se tocan las playas del reino de mi Dios.
18 Espero en paz la gloria de la celeste patria,
pues hallo en el cop�n el suave fruto
�el dulc�simo fruto del amor!
NOTAS P 34- EL ABANDONO ES EL FRUTO DELICIOSO DEL AMOR
Fecha: 31 de mayo de 1897. - Compuesta para: sor Teresa de San
Agust�n, a petici�n suya. - Publicada: HA 98 (�L'Abbandon�), tres versos
corregidos. - Melod�a: Si j'�tais grande dame.
Una canci�n, pero una canci�n que va m�s all� de ella misma, una
canci�n para capear �la tormenta� y entregarse de coraz�n, pero
tranquilos, seguros, �en paz� (palabra que se repite cuatro veces). La
confianza de las cuatro �ltimas estrofas no es fingida: es el aut�ntico
�abandono�, por encima de los consuelos sensibles. Aunque menos
vibrante y m�s parco en confidencias que Una rosa deshojada, este
poema es tambi�n un poema personal.
La destinataria, una monja tan virtuosa como severa, hab�a hecho �voto de
abandono a todos los deseos de Dios�, no sin descontar del todo un cierto
complejo �de superioridad en la perfecci�n�. Para Teresa, el abandono no
es �obra del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene
misericordia�. Al reconocer en s� misma ese abandono total ante la
muerte, rendir� homenaje por ello a su �nico autor: �Ahora ya estoy en �l;
Dios me ha hecho llegar a �l, me ha tomado en sus brazos y me ha puesto
en �l...� (CA 7.7.3).
<1> Bella imagen de un �rbol A LA CHAGALL, �cuya ra�z se encuentra en
el cielo�. El s�mbolo del �rbol es muy poco frecuente en Teresa (�sta es la
�nica vez que se encuentra en las poes�as, y en la Cta 137 el �rbol de
Zaqueo).
<2> Este fruto es la ant�tesis del fruto del libro del G�nesis (3,6): se lo puede
tocar sin temor (Gen 3,3) y comer de �l; y no trae consigo el desorden del
pecado y de la muerte, sino �un mar de paz� y la felicidad ya en esta vida.
<3> En estas estrofas 7-9 volvemos a encontrar el tono y el colorido de P 2,
Santa Cecilia (vv. 29-32), �la santa del abandono�.
<4> Teresa �espera en paz�. Pero es una espera que no tiene nada de
ocioso: la fuga repentina de la alondra (est. 16), en una ascensi�n vertical
que rompe la �espesa niebla� (Ms C 5v�), lo dice bien claro. Y evoca
irresistiblemente los actos anag�gicos de san Juan de la Cruz: para el
alma que se ve acosada por la tentaci�n, lo mejor es echarse a volar de un
salto hacia Dios...Y Teresa vuela incluso �m�s alto que la alondra�: la
mirada puede seguir al p�jaro por el cielo, pero no nos es posible ver volar
a la carmelita hasta los confines de esa tierra prometida donde hunde sus
ra�ces el Arbol de la vida.
P 35 A SOR MAR�A DE LA TRINIDAD
1 Se�or, me has elegido
desde mi tierna infancia <1>;
puedo en verdad llamarme la obra de tu amor.
�C�mo quisiera yo poder, Dios m�o,
pagarte, agradecida,
devolvi�ndote amor.
Jes�s, Amado m�o, �qu� privilegio es �ste?
Yo, pobrecita nada <2>, �qu� hab�a hecho por ti?
�Y me veo en el blanco cortejo de las v�rgenes
que componen tu corte,
dulce y divino Rey!
2 Sabes que soy, Dios m�o,
pura debilidad,
sabes tambi�n, Se�or,
que no tengo virtud.
Pero igualmente sabes que mi �nico amigo <3>,
el �nico a quien yo amo, el que me ha cautivado,
eres t�, mi Jes�s.
Cuando en mi joven coraz�n la llama
se encendi� del amor,
t� viniste, Jes�s, a quemarte en tu fuego.
�Y s�lo t� pudiste saciarme el alma entera,
pues mi urgencia de amar era infinita!
3 Cual tierno corderillo lejos de la majada,
jugueteaba alegre
ignorando el peligro.
Mas �oh Reina del cielo, mis pastora querida!,
tu blanca, tu invisible, dulce mano
sab�a protegerme.
Y as�, aunque yo jugaba
al borde de los hondos precipicios,
ya t� me se�alabas la cumbre del Carmelo,
y ya yo comprend�a
las austeras delicias que habr�a de abrazar
para volar al cielo.
4 Si amas, mi Se�or, la pureza del �ngel
-de ese brillante esp�ritu que nada en el azul-,
�no amar�s la blancura
del lirio que se eleva sobre el fango,
del lirio que tu amor
supo conservar limpio?
Si el �ngel de alas rojas
goza de presentarse ante tus ojos
radiante de pureza,
yo me gozo tambi�n, porque ya en este mundo
el ropaje que visto al suyo se parece,
pues poseo el tesoro
de la virginidad <4>...
NOTAS P 35 - A SOR MAR�A DE LA TRINIDAD
Fecha: mayo de 1897. - Compuesta para: sor Mar�a de la Trinidad, a
petici�n suya. - Publicaci�n: HA 98 (�Un lis au milieu des �pines�), trece
versos corregidos. - Melod�a: L'envers du ciel.
A pesar de su tonalidad lamartiniana, este poema -de una firmeza que se
ve confirmada por la graf�a, y de una energ�a sorprendente en una enferma
de esa �ndole- es sobrio, con una impronta cl�sica y una notable reducci�n
de adjetivos,
Teresa ofrece a Mar�a de la Trinidad un verdadero �canto de las
misericordias�. Esta, �d�bil y sin virtudes�, gracias al humillamiento
constante a que se somete, es una candidata de primera calidad para la
obra del �amor consumidor y transformante� (Cta 197). Y sobre todo para
Teresa, ahora m�s que nunca, ya s�lo cuenta el amor (Cf Cta 242, final).
Un toque de travesura ilumina la estrofa 3 al evocar las escapadas de la
adolescencia al torbellino de las atracciones de Par�s: estampa simp�tica y
pintoresca, con �el cordero lejos de la majada�, que �retoza alegre
ignorando el peligro�..., y la Virgen Sant�sima como �pastora�..., una
ant�tesis alpestre de los �precipicios� y de la �cumbre del Carmelo�..., y
todo ello endulzando de antemano las �austeras delicias� de los dos
�ltimos versos.
<1> La elecci�n divina; cf pr�logo del Ms A, 2r�; PN 16,6; P 16,8; 25,6.
<2> La misma tonalidad de la Rosa deshojada. La prueba de la fe y el
debilitamiento producido por la enfermedad producen en Teresa una toma
de conciencia m�s aguda de su �nada�. Cf Ms B (cuatro veces) y Cta 197;
y sobre todo, en la primavera de 1897: Cta 226, 243, 261 y Ms C 2r�. Lo
mismo en la enfermer�a: CA 6.8.8; 7.8.4; 8.8.1; 13.8.1.
<3> Cf P 14,5. La amistad con Jes�s, que implica igualdad en la confianza y
en la ternura, floreci� muy pronto en el alma de Teresa; cf Ms A 40v�; Cta
57 (dos veces), 74, 92, 109, 141, 157, 158, 169; Ms B 4v�; y en este mes
de mayo, el �tierno amigo� de Cta 226. En las poes�as: PN 15,5 y 9; P
14,5; 25,6.
<4> Unas brillantes im�genes (estr. 4, vv. 2, 5, 7, 9, 12-13) concurren a
exaltar la �virginidad�, �ltima palabra y coronaci�n del poema.
P 36 POR QUE TE AMO, MAR�A
1 Cantar, Madre, quisiera
por qu� te amo .
Por qu� tu dulce nombre
me hace saltar de gozo <1> el coraz�n,
y por qu� el pensamiento de tu suma grandeza
a mi alma no puede inspirarle temor.
Si yo te contemplase en tu sublime gloria,
muy m�s brillante sola
que la gloria de todos los elegidos juntos,
no podr�a creer que soy tu hija,
Mar�a, en tu presencia bajar�a los ojos...
2 Para que una hija pueda a su madre querer,
es necesario que �sta sepa llorar con ella,
que con ella comparta sus penas y dolores.
�Oh dulce Reina m�a,
cu�ntas y amargas l�grimas lloraste en el destierro
para ganar mi coraz�n, �oh Reina!
Meditando tu vida
tal como la describe el Evangelio,
yo me atrevo a mirarte y hasta a acercarme a ti.
No me cuesta creer que soy tu hija,
cuando veo que mueres,
cuando veo que sufres
como yo <2>.
3 Cuando un �ngel del cielo te ofrece ser la Madre
de un Dios que ha de reinar eternamente,
veo que t� prefieres, �oh asombroso misterio!,
el tesoro inefable de la virginidad.
Comprendo que tu alma, inmaculada Virgen,
le sea a Dios m�s grata
que su propia morada de los cielos.
Comprendo que tu alma, humilde y dulce valle,
contenga a mi Jes�s, oc�ano de amor <3>.
4 Te amo cuando proclamas
que eres la siervecilla del Se�or,
del Se�or a quien t� con tu humildad cautivas.
Esta es la gran virtud que te hace omnipotente
y a tu coraz�n lleva la Santa Trinidad.
Entonces el Esp�ritu, Esp�ritu de amor,
te cubre con su sombra,
y el Hijo, igual al Padre,
se encarna en ti...
�Muchos habr�n de ser
sus hermanos
pecadores
para que se le llame: Jes�s, tu primog�nito!
5 Mar�a, t� lo sabes: como t� <4>,
no obstante ser peque�a, poseo y tengo en m�
al todopoderoso.
Mas no me asuste mi gran debilidad,
pues todo los tesoros de la madre
son tambi�n de la hija,
y yo soy hija tuya, Madre m�a querida.
�Acaso no son m�as tus virtudes
y tu amor tambi�n m�o?
As�, cuando la pura y blanca Hostia
baja a mi coraz�n,
tu Cordero, Jes�s, sue�a estar reposando
en ti misma, Mar�a.
6 T� me haces comprender, �oh Reina de los santos!,
que no me es imposible caminar tras tus huellas.
Nos hiciste visible
el estrecho camino que va al cielo
con la constante pr�ctica de virtudes humildes.
Imit�ndote a ti,
permanecer peque�a es mi deseo,
veo cu�n vanas son las riquezas terrenas.
Al verte ir presurosa a tu prima Isabel,
de ti aprendo, Mar�a,
a practicar la caridad ardiente.
7 En casa de Isabel escucho, de rodillas,
el c�ntico sagrado, �oh Reina de los �ngeles!,
que de tu coraz�n brota exaltado <5>.
Me ense�as a cantar los loores divinos,
a gloriarme en Jes�s, mi Salvador.
Tus palabras de amor son las m�sticas rosas
que envolver�n en su perfume vivo <6>
a los siglos futuros.
En ti el Omnipotente obr� sus maravillas,
yo quiero meditarlas y bendecir a Dios.
8 A san Jos�, que ignora
el milagro asombroso
que en tu humildad <7> quisieras ocultar,
t� le dejas llorar cerca del tabern�culo
donde se oculta y vela
la divina beldad del Salvador.
�Oh, cu�nto amo, Mar�a, tu elocuente silencio!
Es para m� un concierto muy dulce y melodioso,
que canta a mis o�dos la grandeza,
y hasta la omnipotencia,
de un alma que su auxilio s�lo del cielo espera...
9 Luego, en Bel�n, os veo, �oh Mar�a y Jos�!,
rechazados por todos.
Nadie quiere acoger en su posada
a dos pobres y humildes forasteros.
�S�lo para los grandes tienen sitio...!
Y en un establo m�sero, rudo y destartalado,
tiene que dar a luz la Reina de los cielos
a su Hijo Dios.
�Madre del Salvador,
qu� amable me pareces, qu� grande me pareces
en tan pobre lugar!
10 Cuando veo al Eterno en vuelto en los pa�ales
y oigo el tierno vagido del Verbo entre las pajas,
�podr�a yo, Mar�a, en ese instante,
envidiar a los �ngeles?
�Su Se�or adorable es mi hermano querido!
�C�mo te amo, Mar�a, cuando en nuestra ribera
abres para nosotros esa divina Flor!
�C�mo te amo, Virgen, cuando escuchas
a los simples pastores, y a los magos,
y guardas y meditas todo eso
dentro del coraz�n!
11 Te amo cuando te mezclas con las dem�s mujeres
que dirigen sus pasos al templo del Se�or.
Te amo cuando presentas al Ni�o que nos salva
al venerable anciano que le toma en sus brazos.
Al principio yo escucho sonriendo
su c�ntico, mas pronto sus acentos
hacen correr mis l�grimas.
Hundiendo en el futuro su mirada prof�tica,
Sime�n te presenta la espada del dolor.
12 �Oh Reina de los m�rtires, la espada dolorosa
traspasar� tu pecho
hasta la tarde misma de tu vida!
Ya te ves obligada
a abandonar el suelo de tu patria
por escapar, huyendo,
del furor sanguinario de un envidioso rey.
Jes�s duerme tranquilo
bajo los suaves pliegues de tu velo
cuando Jos� te advierte que hay que partir aprisa.
Y es pronto tu obediencia:
t� partes sin demora y sin razonamientos.
13 En la tierra de Egipto, me parece, �oh Mar�a!,
que, a pesar de vivir en la suma pobreza,
lleno de gozo y paz vive tu coraz�n.
�Qu� te importa el destierro? �No es, acaso, Jes�s
la patria de las patrias, la m�s bella?
Posey�ndole a �l, t� posees el cielo.
Mas en Jerusal�n, una amarga tristeza
te envuelve y, como un mar, tu coraz�n inunda.
Por tres d�as Jes�s se esconde a <8> tu ternura,
y entonces si, sobre tu vida cae
un oscuro, implacable, riguroso destierro.
14 Por fin logras hallarle, y al tenerle,
rompe tu coraz�n en transporte amoroso.
Y le dices al Ni�o, encanto de doctores:
�Hijo m�o, �por qu� has obrado as�?
Tu padre y yo, con l�grimas, te est�bamos buscando�.
Y el Ni�o Dios responde, �oh profundo misterio!,
a la Madre querida que hacia �l tiende los brazos:
��A qu� buscarme, Madre? �No sab�as, acaso,
que en las cosas que son del Padre m�o
he de ocuparme ya?�
15 Me ense�a el Evangelio que sumiso
a Mar�a y Jos� permanece Jes�s,
mientras crece en sabidur�a.
�Y el coraz�n me dice
con qu� inmensa ternura a sus padre queridos
�l obedece siempre!
Ahora es cuando comprendo el misterio del templo,
las palabras ocultas del amable Rey m�o:
Tu dulce Ni�o, Madre,
quieres que seas t� el ejemplo vivo
del alma que le busca
a oscuras, en la noche de la fe.
16 Puesto que el Rey del cielo quiso ver a su Madre
sometida a la noche,
sometida a la angustia
del coraz�n <9>,
�ser�, acaso, merced sufrir aqu� en la tierra?
�Oh, s�...! �Sufrir amando es la dicha m�s pura <10>!
Puede tomar de nuevo Jes�s lo que me ha dado,
dile que por m� nunca se moleste.
Puede, si a bien lo tiene, esconderse de m�,
me resigno a esperarle
hasta que llegue el d�a sin ocaso
en el que para siempre se apagar� mi fe <11>...
17 Yo s� que en Nazaret, Virgen llena de gracia,
viviste pobremente sin ambici�n de m�s.
Ni �xtasis ni raptos ni milagros
tu vida hermosearon, �Reina de los electos!
Muchos son en la tierra los peque�os,
y ellos pueden alzar, sin miedo, a ti los ojos.
Por el com�n camino, oh Madre incomparable,
caminas t�, gui�ndonos al cielo!
18 Vivir contigo quiero, Madre amada,
a la espera del cielo,
seguirte en el destierro d�a a d�a.
En tu contemplaci�n yo me hundo absorta,
y de tu inmenso coraz�n descubro
los abismos de amor.
Tu maternal mirada desvanece mis miedos,
y m ense�a a llorar, y me ense�a a re�r.
Lejos de despreciar las fiestas de la tierra,
las fiestas que son santas,
t�, Madre, las comparte y bendices.
19 Al ver que los esposos de Can�
no pueden ocultar al gran apuro
en que se encuentran por faltarles vino,
con maternal solicitud acudes
al Salvador, tu Hijo,
de su poder divino esperando la ayuda.
Jes�s parece rechazar tu s�plica
en un primer momento:
�Mujer, �qu� no importa esto a ti y a m�?�
Mas de su coraz�n all� en el fondo
madre suya te llama,
y para ti y por ti Jes�s realiza
su milagro primero.
20 Te veo un d�a, Madre, en la colina,
entre los pecadores <12> que escuchan la palabra
de aquel que m�s nadie
desea recibirles a todos en el cielo.
Alguien dice a Jes�s que quieres verle.
Entonces �l, Hijo divino tuyo, ante la gente
muestra lo inmensamente que nos ama:
��Qui�n es mi hermano -dice-, qui�n mi hermana,
y mi madre qui�n es, sino el que cumple
mi voluntad en todo?�
21 Al escucharle, t�, Virgen inmaculada,
�oh Madre, la m�s tierna!,
no te entristeces <13>, antes bien te alegras
de que nos haga comprender entonces
que aqu� abajo, en la tierra, nuestra alma
se hace familia suya.
�Oh, s�, te alegras, Virgen, de que �l nos d� su vida,
el tesoro infinito de su divinidad!
�C�mo no amarte y bendecirte, viendo
en ti tanto amor, tanta humildad?
22 T� nos amas, Mar�a, como Jes�s nos ama,
por nosotros aceptas verte alejada de �l.
Amar es darlo todo, darse incluso a s� mismo:
quisiste demostrarlo quedando con nosotros
como fuerte y visible ayuda nuestra.
�Conoc�a Jes�s tus �ntimos secretos
y la inmensa ternura
de tu divino coraz�n de madre!
Te nos dej� a nosotros,
como refugio fiel de pecadores,
cuando, para esperarnos en el cielo,
abandon� la cruz.
23 Te me apareces, Virgen,
en la sombr�a cumbre del Calvario,
de pie junto a la cruz,
igual que un sacerdote en el altar,
ofreciendo tu V�ctima,
tu Jes�s amad�simo,
nuestro dulce Emmanuel,
para desenfadar la justicia del Padre.
Un profeta lo dijo, �oh Madre desolada!:
��No hay dolor semejante a tu dolor!�
�Oh Reina de los m�rtires, quedando en el destierro,
prodigas por nosotros
toda la sangre de tu coraz�n!
24 La casa de san Juan se hace tu �nico asilo,
de Zebedeo el hijo reemplaza a tu Jes�s...
Y es �ste ya el �ltimo detalle
que nos da el Evangelio <14,
de la Virgen Mar�a no vuelve ya a hablar m�s.
Pero, Madre querida, su silencio profundo
�acaso no revela
que el Verbo eterno -�l mismo- cantar quiere
de tu vida los �ntimos secretos,
para gozosa gloria de tus hijos,
los santos moradores de la patria del cielo?
25 Yo escuchar� muy pronto esa dulce armon�a,
ir� muy pronto a verte en , el hermoso cielo.
T� que viniste a sonre�rme, Madre,
en la suave ma�ana de mi vida,
ven otra vez a sonre�rme ahora...,
pues ha llegado ya de mi vida la tarde.
No temo el resplandor de tu gloria suprema <16>,
he sufrido contigo,
y ahora quiero
cantar en tus rodillas, Virgen, por qu� te amo
�y repetir por siempre y para siempre
que yo soy hija tuya...!
La peque�a Teresa...
NOTAS P 36 - POR QUE TE AMO, MAR�A
Fecha: mayo de 1897. - Compuesta espont�neamente (pero tambi�n a
petici�n de sor Mar�a del Sagrado Coraz�n). - Publicaci�n: HA 98, treinta y
nueve versos corregidos. - Melod�a: La plainte du mousse.
�Todav�a tengo que hacer una cosa antes de morir�, le dec�a Teresa a
Celina: �Siempre he so�ado con exponer en un canto a la Sant�sima
Virgen todo lo que pienso sobre ella� (PA, Roma, p. 268). En este mes de
mayo comienza a vislumbrar la posible difusi�n de sus escritos. Y juzga
que sus �pensamientos� sobre Mar�a son parte integrante de la �obra
important�sima� que se est� preparando (CA 1.8.2).
Ahora m�s que nunca, Teresa �no puede alimentarse m�s que de la
verdad� (5.8.4). Necesita �ver las cosas tal como son� (CA 21.7.4). Y
respecto a la Virgen Mar�a, lo �nico que le interesa es �su vida real, no su
vida supuesta� (CA 21.8.3*). E instintivamente vuelve su mirada al
Evangelio, su �nica fuente ya de inspiraci�n.: �Este libro me basta� (CA
15.5.3 y cf Cta 226). Y nos informa incluso sobre el �m�todo� que ella
sigue: �Me ense�a el Evangelio ... y el coraz�n me dice� (estr. 15).
Y el coraz�n le hace �comprender�, por connaturalidad, el sentido
escondido de los hechos y el alcance de los mismos para su vida de hoy y
muy pronto tambi�n para su eternidad. Estos �ltimos meses la mirada del
coraz�n se ha ido afinando en ella de mil maneras, pero sobre todo en dos
campos muy concretos: el misterio del sufrimiento bajo el crisol de la
prueba; la amplitud de las exigencias de la caridad, gracias a luces muy
intensas que recibi�; y todo ello rodeado de silencio.
Este largo poema hay que acogerlo, ante todo, en actitud de oraci�n: es,
en efecto, una especie de himno lit�rgico, de doscientos versos
alejandrinos, que traducen a la perfecci�n �la objetividad� a la que quiere
ce�irse la autora. Pero, no obstante, una emoci�n contenida recorre estas
estrofas que alcanzan momentos de gran altura (estr. 8, 16, 22...). Bellas
im�genes vienen a enriquecerlo (3,8-9; 7,6-8...); brotan f�rmulas lapidarias
(10,5; 16,6, que son como el Credo de Teresa; y el famoso 22,3). Lo
corona todo una estrofa realmente magn�fica.
�La peque�a Teresa� firma estas l�neas con mano desfalleciente: humilde
y conmovedor punto final a toda su obra po�tica.
<1> Expresi�n fuerte que merece tanta m�s atenci�n cuanto que Teresa,
acrisolada por la prueba, �ya no sabe lo que son las alegr�as vivas� (CA
13.7.17); �El pensamiento de la felicidad eterna apenas si hace
estremecerse a mi coraz�n� (Cta 254). Ese verbo [�Tressaillir� = saltar de
gozo, estremecerse. N. del T.] aparece usado catorce veces en los escritos
(Ms A 60v�; Ms B 3r�; Cta 74, 107, 134, 254, 258, 261; y cinco veces en las
RP), y adem�s en CA 17.7 y 20.8.4.
<2> Ese parecido en la debilidad es como una constante que tiene el don de
emocionar a Teresa; cf, por ejemplo, P 34,11. Sobre el sufrimiento de
Mar�a, cf 20.8.11.
<3> Esta hermosa imagen del �humilde y dulce valle�, lecho del �oc�ano
de amor� sugiere muy a las claras la plenitud de paz y de sosiego que
Dios pide y ofrece a la criatura que acepta recibirlo a �l.
<4> Misterio de la omnipotencia que se realiza en la peque�ez de la
criatura: �ste es el �tesoro� que tienen en com�n la madre y la hija. Una y
otra han recibido �el tesoro inefable de la virginidad� (3,4), �tierra natal de
Jes�s� (Cta 122). Las dos tienen en ellas al �Hijo igual al Padre� (4,8),
una por el misterio �nico de la Encarnaci�n (estr. 4), la otra por la
inhabitaci�n trinitaria (5,2-3, que no remite a P 10,2) y especialmente por la
comuni�n eucar�stica (5,10-11). Madre e hija acogen en ellas a �Jes�s, (el)
Cordero� con id�nticas disposiciones.
<5> Como ya ocurr�a en P 15, tambi�n en este poema el coraz�n� ocupa un
lugar importante: catorce veces se menciones, y diez de ellas se refiere a
Mar�a.
<6> Imagen profundamente teresiana, en la que el Magnificat se compara a
una rosaleda que �envuelve en su perfume� (toda la riqueza de la rosa y
del perfume, en Teresa...).
<7> Tema dif�cil, que viene tratado con sobriedad. Teresa expresa con
bellas im�genes la dolorosa expectaci�n de Jos� y el �elocuente� silencio
de la Virgen.
<8> �Esconderse� (13,9; 16,9; y 15,6 en el original franc�s), �buscar� (14,5
y 7; 15,10): �ste es el austero drama que describen todos esos versos
consagrados al �misterio del templo�. Y la meditaci�n se va haciendo cada
vez m�s profunda, hasta llegar a esa asombrosa proclama de paciencia de
la estrofa 16,7-12, c�spide del poema, en que volvemos a encontrar aquel
pat�tico despojo de la Rosa deshojada.
<9> Estos cuatro versos (1-4) desarrollan la intuici�n anunciada en 15,9-12:
es el propio Jes�s quien quiere la prueba para los que m�s ama. Esta
certeza, que es una constante en Teresa, aparece afirmada muchas veces
en las cartas; cf, entre muchas otras, Cta 190.
<10> Esta alegr�a en el sufrimiento est� ampliamente documentada en esta
�poca de la vida de Teresa: Cf Ms C 7r�; Cta 253; P 31,3; y en las Ultimas
conversaciones. Podr� comprobarse el progreso realizado desde enero,
releyendo P 29, donde la �alegr�a� es a�n un acto de fe voluntario, y se
dir�a que no muy alegre... Despu�s de haber alcanzado el punto m�s alto
del abandono (�Una rosa deshojada), la encontraremos, en la enfermer�a,
con una naturalidad total y con una alegr�a sin fisuras ya.
<11> No s�lo ser� la fe lo que se �apagar�� para ella, como para todo el
mundo, en �ltimo d�a, sino tambi�n �la angustia del coraz�n�; cf Ms C 5v�.
Teresa �se resigna� -mejor, acepta- a tener una paciencia ilimitada.
Abandono realmente heroico, admirablemente expresado por la imagen de
�la fe� (esa �antorcha de la fe� en el coraz�n de la noche, Ms C 6r�) que
�se apagar�� cuando amanezca �el d�a sin ocaso� de la visi�n cara a
cara.
<12> La �colina� donde se reunir�n los �pecadores�: una precisi�n que no
encontramos en ninguno de los sin�pticos, pero que est� acorde con el
esp�ritu del Ms C.
<13> Mar�a no se reserva codiciosamente su condici�n �nica de �Madre� de
Jes�s. Acepta ser desapropiada de ese t�tulo, a la espera de la
desapropiaci�n efectiva y real cuando Juan �reemplace a Jes�s� (24,2).
<14> El velo vuelve a caer sobre la existencia de Mar�a. Teresa no menciona
el descendimiento de la cruz. �Ve... mira... oye... escucha� lo que relata el
evangelista, y no va m�s all� con la imaginaci�n. Omite, pues, los
�misterios gloriosos�. El propio Jes�s se reserva para s� el ser su canto en
el cielo (cf estr. 24).
<15> La sonrisa de la Virgen en los Buissonnets, el 13 de mayo de 1883, cf
Ms A 30r�. El 8 de julio, cuando baje a la enfermer�a, encontrar� all�, para
recibirla, a la Virgen de la Sonrisa: �Nunca me pareci� tan hermosa�
(Ultimas Conversaciones, Burgos, Monte Carmelo, 1973, pp. 385s). Una
hora antes de morir, volver� a clavar largamente en ella su mirada (Ib., p
335).
<16> El poema vuelve sobre s� mismo, y el lazo se cierra con el verso 7 que
responde a la estrofa 1.
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