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martes, 9 de julio de 2013

SANTA TERESA DE LISIEUX . POESIAS ------POR RITA AMODEI

POES�AS SANTA TERESA DE LISIEUX P 1 EL ROC�O DIVINO O LA LECHE VIRGINAL P 2 SANTA CECILIA P 3 C�NTICO PARA LA CANONIZACI�N DE JUANA DE ARCO P 4 MI CANTO DE HOY P 5 CANTO DE GRATITUD A LA VIRGEN DEL CARMEN P 6 PLEGARIA DE LA HIJA DE UN SANTO P 7 HISTORIA DE UNA PASTORA CONVERTIDA EN REINA P 8 LA REINA DEL CIELO A MAR�A DE LA SANTA FAZ P 9 A SAN JOS� P 10 VIVIR DE AMOR P 11 EL C�NTICO DE CELINA P 12 MI CIELO EN LA TIERRA P 13 C�NTICO DE UN ALMA P 14 AL SAGRADO CORAZ�N DE JES�S P 15 JES�S, AMADO M�O, ACU�RDATE P 16 MIS DESEOS JUNTO A JES�S ESCONDIDO P 17 RESPONSORIO DE SANTA IN�S P 18 EL C�NTICO ETERNO CANTADO EN EL DESTIERRO P 19 GLOSA A LO DIVINO P 20 C�NTICO DE SOR MAR�A DE LA TRINIDAD P 21 MI CIELO P 22 LO QUE PRONTO VER� POR VEZ PRIMERA P 23 ARROJAR FLORES P 24 S�LO JES�S P 25 LAS SACRISTANAS DEL CARMELO P 26 AL NI�O JES�S P 27 LA PAJARERA DEL NI�O JES�S P 28 A MIS HERMANITOS DEL CIELO P 29 MI ALEGR�A P 30 A MI �NGEL DE LA GUARDA P 31 A TE�FANO V�NARD P 32 MIS ARMAS P 33 UNA ROSA DESHOJADA P 34 EL ABANDONO ES EL FRUTO DELICIOSO DEL AMOR P 35 A SOR MAR�A DE LA TRINIDAD P 36 POR QUE TE AMO, MAR�A P 1 J.M.J.T. 2 de febrero de 1893 EL ROCIO (1) DIVINO O LA LECHE (2) VIRGINAL 1 Envuelto en luz de amor, en el blando regazo de tu Madre, �oh, mi dulce Jes�s!, te muestras a mis ojos, radiante de amor (3). El amor: misteriosa raz�n que te alej� (4) de tu mansi�n celeste y te trajo al destierro. Deja que yo me esconda bajo el velo (5) que a la humana mirada te disfraza. Solamente a tu lado, �oh Estrella matutina!, mi coraz�n pregusta un avance del cielo. 2 Cuando al nacer de cada nueva aurora aparecen del sol los rayos de oro, la tierna flor que empieza a abrir su c�liz espera de lo alto un b�lsamo precioso: la rutilante perla matutina, misteriosa y henchida de frescura, es la que, produciendo rica savia, hace abrirse a la flor muy lentamente. 3 T� eres, Jes�s, la flor que acaba de entreabrirse, contemplando aqu� estoy tu despertar primero. T� eres, Jes�s, la encantadora rosa, el capullito fresco, gracioso y encarnado. Los pur�simos brazos de tu Madre querida son para ti tu cuna y trono real. Es tu sol dulce el seno de Mar�a, tu roc�o, la leche virginal. 4 Divino Amado y hermanito m�o, columbro en tu mirada tu futuro: �pronto a tu Madre dejar�s por m�, pues ya el amor te empuja al sufrimiento! Pero sobre la cruz, �oh flor abierta!, reconozco tu aroma matinal, reconozco las perlas de Mar�a: �es tu sangre la leche virginal! 5 Este roc�o se esconde en el santuario, hasta el �ngel quisiera poder beber de �l: al ofrecer a Dios su plegaria sublime, como san Juan repite: ��Hele aqu�!�. �Oh s�!, miradle aqu� a este Verbo hecho Hostia, eterno Sacerdote, sacerdotal Cordero. El que es Hijo de Dios es hijo de Mar�a... �Se ha hecho pan de los �ngeles la leche virginal! 6 El seraf�n se nutre de la gloria, del puro amor y del perfecto gozo; yo, pobre y d�bil ni�a, s�lo veo en el cop�n sagrado de la leche el color y la figura. Mas le leche es un bien para la infancia. Del coraz�n divino el amor no halla igual... �Oh tierno amor, potencia incalculable! �Mi hostia blanca es la leche virginal! NOTAS P 1 - EL ROC�O DIVINO Fecha: 2 de febrero de 1893. - Compuesta para: sor Teresa de San Agust�n. - Publicaci�n: HA 98 (once versos corregidos) - Melod�a: Minuit, chr�tiens. Un capullo de rosa que se abre con los primeros rayos del sol, bajo el efecto del roc�o de la ma�ana: a nadie puede sorprender el encontrarse en el umbral de las Poes�as con un s�mbolo tan teresiano. Con la audacia serena de un ni�o, y como quien se siente a gusto en el misterio, Teresa va siguiendo el itinerario de ese �roc�o celestial�. Reconoce su �aroma matinal� en la Flor sangrante del Calvario; vuelve a encontrar su sabor en el Pan de los �ngeles�, el Cuerpo eucar�stico del Se�or, el �Verbo hecho Hostia� despu�s de haberse hecho carne por la mediaci�n de Mar�a. En definitiva, Teresa canta, en su propio tono, y aunque sea balbuciendo, el mismo Ave verum que santo Tom�s de Aquino. Para quien nunca hab�a compuesto un solo verso era una empresa temeraria hacer sus primeros pinitos abordando un tema tan dif�cil. Detr�s de la inexperiencia, especialmente en la continuidad y la apropiaci�n de las im�genes, se revela la capacidad de la autora para hacernos entrar, a trav�s de la modalidad po�tica, en �misterios m�s ocultos y de un orden superior� (Cta 134). Sor Teresa de San Agust�n ha contado c�mo pidi� a Teresa esta poes�a (Souvenirs d'une sainte amiti�, publicados en VT n� 100, pp. 241-255), antes de hacerla practicar la caridad de manera heroica al final de su vida (cf Ms C 14r�)... La lactaci�n del Hijo de Dios por una Madre Virgen es un aspecto de la Encarnaci�n que ha sido cantado por la Iglesia a trav�s de lo siglos. Teresa recibi� esa tradici�n de la liturgia y de diversos autores espirituales (entre otros, a trav�s de El A�o Lit�rgico de Dom Gu�ranger). Es tambi�n innegable el influjo de la Vida de sor Mar�a de San Pedro, de la que Teresa de San Agust�n era una ferviente lectora. (1) Esta palabra aparece cincuenta veces en los escritos. Como buena normanda, Teresa toma en un principio sus im�genes de las riquezas de la naturaleza (cf Cta 141). El roc�o ser� una met�fora de la Sangre de Jes�s (P 15; RP 2, 8r�), del Bautismo (P 28; RP 2, 6v�), o de la Eucarist�a (Cta 240). (2) Uso m�s bien escaso: catorce veces (de las cuales siete aqu�); Teresa nunca digiri� la leche... (3) �Jes�s, �qui�n te ha hecho tan peque�o? El amor� (San Bernardo, citado en Cta 162). (4) Cf P 8,9, 2+. (5) Cf P 8,4+. P 2 SANTA CECILIA �Mientras sonaban los �rganos, Cecilia cantaba en su coraz�n� (Oficio divino) �Oh santa del Se�or, yo contemplo extasiada el surco luminoso (1) que dejas al pasar; a�n me parece o�r tu dulce melod�a y hasta m� llega tu celeste canto. De mi alma desterrada escucha la plegaria, d�jame que descanse sobre tu dulce coraz�n de virgen, inmaculado lirio que brilla en las tinieblas de la tierra con claro resplandor maravilloso y casi sin igual. Cast�sima paloma, pasando por la vida, no buscaste a otro esposo que no fuera Jes�s. Habiendo �l escogido por esposa a tu alma, se hab�a unido a ella, hall�ndola aromada y rica de virtud. Sin embargo, otro amante, radiante de hermosura y de virtud, respir� tu perfume, blanca y celeste flor. Por hacerte flor suya y ganar tu ternura, el joven Valeriano quiso darte, sin mengua, todo su coraz�n. Prepar� sin demora, bodas maravillosas, retembl� su palacio de cantos melodiosos; pero tu coraz�n de virgen repet�a c�nticos misteriosos, cuyo divino eco se elevaba hasta el cielo. Tan lejos de tu patria y viendo junto a ti a este fr�gil mortal, �qu� otra cosa pod�as t� cantar? �Deseabas, acaso, abandonar la vida y unirte para siempre con Jes�s en el cielo? �Oh no, que no era eso! Oigo vibrar tu lira, la ser�fica lira de tu amor, la de las dulces notas, cantando a tu Se�or este sublime c�ntico: �Conserva siempre puro mi coraz�n, Jes�s, mi tierno Esposo�. �Inefable abandono, sublime melod�a! Revelas el amor en tu celeste canto, el amor que no teme, que se duerme y olvida como un ni�o peque�o en los brazos de Dios (2)... En la celeste b�veda brill� la blanca estrella que a esclarecer ven�a con sus t�midos rayos la noche luminosa que nos muestra, sin velo, el virginal amor que en el cielo se tienen los esposos... Entonces Valeriano se ilumin� de gozo, pues todo su deseo, Cecilia, era tu amor. Mas hall� mucho m�s en tu noble alianza: �le mostraste la vida que nunca acabar�! ��Oh, mi joven amigo -t� misma le dijiste-, cerca de m� est� siempre un �ngel del Se�or que me conserva puro el coraz�n! Nunca de m� se aparta, ni aun cuando estoy dormida, y me cubre gozoso con sus alas azules. Yo veo por la noche brillar su amable rostro con una luz m�s suave que el rayo de la aurora, su cara me parece la transparente imagen, el pur�simo rayo de la cara de Dios�. Replic� Valeriano: �Mu�strame ese �ngel bello, as� a tu juramento podr� prestar yo fe; de lo contrario, teme desde ahora que mi amor se transforme en terribles furores y en odio contra ti�. �Oh paloma escondida en las hondas cavernas de la piedra (3), no temiste la red del cazador! El rostro de Jes�s (4) te mostraba sus luces, el sagrado Evangelio reposaba en tu pecho (5)..., y con dulce sonrisa al punto le dijiste: �Mi celeste guardi�n escucha tu deseo, t� le ver�s muy pronto, se dignar� decirte que tienes que ser m�rtir para volar al cielo. Mas antes que t� veas a mi �ngel, es cosa necesaria que el bautismo derrame por tu alma una santa blancura, que el verdadero Dios habite en ella, que el Esp�ritu Santo le d� a tu coraz�n su propia vida. El Verbo, Hijo del Padre, y el Hijo de Mar�a, con un inmenso amor se inmola en el altar; tienes que ir a sentarte al sagrado convite de la vida, para comer a Cristo, que es el pan de los cielos (6). El seraf�n, entonces, te llamar� su hermano, y al ver tu coraz�n ya convertido en trono de su Dios, har� que t� abandones las playas de la tierra, t� ver�s la morada de este celeste esp�ritu de fuego�. �Mi coraz�n se quema en una nueva llama -exclam�, transformado, el ardiente patricio-, quiero que el Se�or venga y que habite en mi alma, �oh, Cecilia, mi amor ser� digno del tuyo!� Vestido con la blanca vestidura, emblema de inocencia, Valeriano vio al �ngel hermoso de los cielos, y contempl�, extasiado, su sublime potencia, vio el dulc�simo brillo que irradiaba su frente. El seraf�n brillante sosten�a en sus manos frescas y bellas rosas, y blanqu�simos lirios, flores abiertas, todas, en el jard�n del cielo bajo el rato de amor del Astro creador. ��Oh, queridos esposos, a los que el cielo ama -as� les dijo el �ngel del Se�or (7)-, las rosas del martirio servir�n de corona a vuestras frentes, y no hay lira ni voz que cantar pueda este inmenso favor. Yo que vivo abismado en mi Dios y contemplo sus encantos, no puedo ni inmolarme ni sufrir por su amor, ofrecerle no puedo la sangre de mis venas ni el llanto de mis ojos, yo no puedo morir para expresar mi amor. La pureza es del �ngel brillante patrimonio, su inabarcable gloria nunca terminar�; �mas vosotros, mortales, sobre el �ngel ten�is la gran ventaja de poder ser muy puros y de poder sufrir! .................................................... �En estos blancos lirios perfumados est�is viendo vosotros el misterioso s�mbolo de la virginidad, que es el dulce presente del Cordero. Coronados ser�is con la blanca aureola, por siempre y para siempre vuestro canto ser� el c�ntico nuevo. Vuestra uni�n casta engendrar� a otras almas (8) que por �nico esposo buscar�n a Jes�s; junto al trono divino, y entre los elegidos, vosotros las ver�is alzar su lumbre cual pur�simas llamas�. �Oh, pr�stame, Cecilia, tu dulce melod�a! Quisiera conquistarle a Jes�s corazones, y, como t�, quisiera sacrificar mi vida, darle toda mi sangre y el llanto de mis ojos... Haz que yo guste en la extranjera playa (9) el perfecto abandono, del amor dulce fruto. �Oh, mi santa querida, haz que vuele a tu lado, muy pronto y para siempre, muy lejos de la tierra...! 28 de abril de 1894 NOTAS P 2 - SANTA CECILIA Fecha: 28 de abril de 1894. - Compuesta para: Celina al cumplir los veinticinco a�os, unida a la Cta 161. - Publicaci�n: HA 98 (diez y siete versos corregidos). - Melod�a: Himno a la Eucarist�a: Dieu de paix et d'amour, o bien Prends mon coeur, le voil�, Vierge, ma bonne M�re. Este primer poema espont�neo de Teresa es tambi�n una especie de �Primera Sinfon�a� por su extensa composici�n, el entrelazado de los temas, un cierto aire de nobleza y la disposici�n en grandes estrofas. Es un mensaje para Celina, que se ha quedado sola junto a un padre anciano y casi inconsciente. Aunque se ha consagrado a Dios con un voto privado, Celina se siente tentada por el matrimonio. Teresa acaricia el sue�o de tenerla a su lado en el Carmelo (Ms A 82r�). Para seducirla sin violentarla, recurre al lenguaje po�tico: �la historia de Cecilia� �no es acaso una par�bola prof�tica de �la historia de Celina� (cf Cta 161)? Teresa intenta �balbucir� las relaciones que descubre entre virginidad, matrimonio y martirio. No desprestigia la admiraci�n de su hermana por el matrimonio; sin embargo, la orienta hacia una fecundidad espiritual todav�a mayor: la de la virginidad consagrada. Pero este poema es tambi�n un canto personal en el que Teresa quiere expresar su �ternura de amiga� hacia Cecilia, su �santa predilecta� (Ms A 61v�; cf Cta 149), que es por encima de todo �la santa del abandono�. Pronto har� Teresa de ese abandono una de las componentes fundamentales de su �caminito�. Teresa toma los elementos hist�ricos de su poema del Oficio propio del Breviario romano (22 de noviembre) y de Sainte C�cile et la soci�t� romaine aux deux premiers si�cles de Don Gu�ranger (1875). (1) Cf Ms A 22r�; P 11, 3o; y VT n� 61, p. 74. (2) Los versos ��Inefable abandono ... en los brazos de Dios� son ya una especie de anticipo del �caminito�. (3) Cf el comentario de san Juan de la Cruz a la canci�n 35 del C�ntico Espiritual. (4) En 1889 Teresa descubri� ya, no s�lo la Faz dolorosa, sino tambi�n la Faz luminosa de Jes�s; cf Cta 95. Veinti�n veces la menciona en sus Poes�as. Cf P 13. (5) Cf Ms A 61v�. Teresa seguir� el ejemplo de Cecilia llevando constantemente el Evangelio sobre su coraz�n. (6) En estos once versos condensa Teresa lo esencial de la iniciaci�n cristiana. (7) Estas palabras del �ngel desarrollan una idea muy querida de Teresa, la de la superioridad del hombre sobre el �ngel (P 7,9,1; P 8,2,2; Cta 83; RP 2, final, nota; RP 5,1r�; CA 16.8.4); de ah� una cierta envidia en los �ngeles. (8) Esta pincelada delicada y muy teresiana precisa la �ndole espec�fica del apostolado de Cecilia y Valeriano: al elegir la castidad perfecta, engendran espiritualmente una posteridad a imagen de s� mismos, enamorada de la virginidad (cf la exclamaci�n de Teresa en el borrador de PN 26: Po�sies II. p. 178). (9) Estos cuatro �ltimos versos datan sin duda de mayo de 1897. P 3 C�NTICO PARA OBTENER LA CANONIZACI�N DE LA VENERABLE JUANA DE ARCO 1 Dios vencedor, tu Iglesia, toda entera, rendir pronto quisiera honor en los altares a una virgen y m�rtir, a una ni�a guerrera, cuyo nombre resuena ya en el cielo. Estrib. 1 Por tu poder, �oh Rey del cielo!, dale a Juana de Francia } aureola y altar. } bis 2 Para salvar a Francia, a la Francia culpable, no desea tu Iglesia ning�n conquistador. A Francia solamente Juana puede salvarla: �todos los h�roes juntos pesan menos que un m�rtir! 3 Juana es obra maestra de tus manos, Se�or. Un coraz�n de fuego y un alma de guerrero diste a la virgen t�mida, coronando su frente de lirio y de laurel. 4 En su humilde pradera oy� voces del cielo que a los campos de lucha la llamaban. Parti� r�pidamente para salvar la patria, y, tierna jovencita, a soldados mand�. 5 De los fieros guerreros Juana gan� las almas: el resplandor divino de este �ngel de los cielos y su mirada pura y su palabra en llamas hicieron que las frentes atrevidas al suelo se inclinaran. 6 Por un prodigio,entonces, que es �nico en la historia, un monarca cobarde y tembloroso reconquist� su gloria y su corona vali�ndose del brazo de una d�bil doncella. 7 Mas no son �stas las victorias grandes que de Juana hoy queremos celebrar; la verdaderas glorias que en ella celebramos son y ser�n por siempre, �oh Dios!, sus virtudes, su amor. 8 Salv� a Francia en los campos de batalla, mas su grandes virtudes necesitaban el divino sello del sufrimiento amargo, que fue el sello bendito de su Esposo, Jes�s. 9 Sobre la pira en llamas sacrific� su vida, y en aquel mismo instante ella escuch� las voces de los santos, abandon� el destierro por la Patria, el �ngel salvador se remont� a los cielos... 10 T� eres, pura doncella, nuestra dulce esperanza, escucha nuestras voces, ven de nuevo a nosotros. Baja y convierte a Francia, y por segunda vez ven a salvarla. Estrib. 2 Por el poder del Dios de las victorias, �salva, salva a tu Francia, } �ngel libertador! } bis 11 Hija de Dios, bellos fueron tus pasos, arrojando al ingl�s de tu naci�n. Mas no eches en olvido que en los d�as primeros de tu infancia te dedicabas a cuidar corderos. Estrib. 3 S� t� la defensora de los que nada pueden, conserva la inocencia } en las c�ndidas almas } de los ni�os. } bis 12 Tuyos, �oh dulce m�rtir!, son nuestros monasterios, t� sabes que las v�rgenes hermanas tuyas son; y sabes que el objeto de sus ruegos es, como fue el objeto de los tuyos, ver que en todas las almas reina Dios. Estrib. 4 Salvar las almas es su deseo, de ap�stol m�rtir } dales tu llama. } bis 13 Muy lejos de nosotros huir�n temor y miedo cuando la Iglesia ensalce la figura de Juana, nuestra Santa, coronando su frente, limpia y pura. Entonces cantaremos: Estrib. 5 En ti tenemos puesta toda nuestra esperanza. �Oh, ruega por nosotros, } santa Juana de Francia! } bis NOTAS P 3 - C�NTICO PARA OBTENER LA CANONIZACI�N DE LA VENERABLE JUANA DE ARCO Fecha: 8 de mayo de 1894. - Compuesto para s� misma y dedicado a Celina. - Publicaci�n: HA 98 (quince versos corregidos). - Melod�a: Piti�, mon Dieu. Poes�a patri�tica y religiosa en la que la expresi�n es casi trivial. Teresa pone el acento en las virtudes cristianas y profundas de su hero�na. En algunas estrofas re�ne los principales temas de sus dos obras teatrales dedicadas a Juana de Arco: la vocaci�n (estr. 3 y 4), tema de RP 1 (21 de enero de 1894); la misi�n y la pasi�n (estr. 5-6 y 8-9), tema de RP 3 (21 de enero de 1895), y la misi�n p�stuma (estr. 10-11). La estrofa 3 recoge una estrofa de RP 1, 5r�. Sobre las circunstancias de esta composici�n, v�anse las introducciones a estas dos Recreaciones. Del entusiasmo de Teresa nos ofrecen variados matices los t�tulos que ella misma puso en la copia original de su c�ntico - �Un soldado franc�s, defensor de la Iglesia y admirador de Juana de Arco�-, que dedica a su hermana, el �Valeroso caballero C. Martin�. P 4 MI CANTO DE HOY 1 Mi vida es un instante (1), una ef�mera hora, momento que se evade y que huye veloz. Para amarte, Dios m�o, en esta pobre tierra no tengo m�s que un d�a: �s�lo el d�a de hoy! 2 �Oh, Jes�s, yo te amo! A ti tiende mi alma. S� por un solo d�a mi dulce protecci�n, ven y reina en mi pecho, �breme tu sonrisa �nada m�s que por hoy! 3 �Qu� me importa que en sombras est� envuelto el futuro? Nada puedo pedirte, Se�or, para ma�ana. Conserva mi alma pura, c�breme con tu sombra �nada m�s que por hoy! 4 Si pienso en el ma�ana, me asusta mi inconstancia (2), siento nacer tristeza, tedio en mi coraz�n. Pero acepto la prueba, acepto el sufrimiento �nada m�s que por hoy! 5 �Oh Piloto divino, cuya mano me gu�a!, en la ribera eterna pronto te ver� yo. Por el mar borrascoso gobierna en paz mi barca �nada m�s que por hoy! 6 �Ah, deja que me esconda en tu faz adorable (3), all� no oir� del mundo el in�til rumor. Dame tu amor, Se�or, cons�rvame en tu gracia �nada m�s que por hoy! 7 Cerca yo de tu pecho, olvidada de todo, no temo ya, Dios m�o, los miedos de la noche. Hazme un sitio en tu pecho, un sitio, Jes�s m�o, �nada m�s que por hoy! 8 Pan vivo, Pan del cielo, divina Eucarist�a, �conmovedor misterio que produjo el amor! Ven y mora en mi pecho, Jes�s, mi blanca hostia, �nada m�s que por hoy! 9 Uneme a ti, Dios m�o, Vi�a santa y sagrada, y mi d�bil sarmiento dar� su fruto bueno, y yo podr� ofrecerte un racimo dorado (4), �oh Se�or, desde hoy! 10 Es de amor el racimo, sus granos son las almas, para formarlo un d�a tengo, que huye veloz. �Oh, dame, Jes�s m�o, el fuego de un ap�stol nada m�s que por hoy! 11 �Virgen inmaculada, oh t�, la dulce Estrella que irradias a Jes�s y obras con �l mi uni�n!, deja que yo me esconda bajo tu velo, Madre, �nada m�s que por hoy! 12 �Oh �ngel de mi guarda, c�breme con tus alas, que iluminen tus fuegos mi peregrinaci�n! Ven y gu�a mis pasos, ay�dame, �ngel m�o, �nada m�s que por hoy! 13 A mi Jes�s deseo ver sin velo, sin nubes. Mientras tanto, aqu� abajo muy cerca de �l estoy. Su adorable semblante se mantendr� escondido �nada m�s que por hoy! 14 Yo volar� muy pronto para ensalzar sus glorias, cuando el d�a sin noche se abra a mi coraz�n. Entonces, con la lira de los �ngeles puros, �yo cantar� el eterno, interminable hoy! NOTAS P 4 - MI CANTO DE HOY Fecha: 1 de junio de 1894. - Compuesto para: Mar�a del Sagrado Coraz�n, a petici�n suya, para su santo. - Publicaci�n: HA 98 (veinti�n versos corregidos). - Melod�a: Himno a la Eucarist�a �Dieu de paix et d'amour�, o bien Une religieuse � son crucifix. Esta poes�a naci� de una conversaci�n con Mar�a del Sagrado Coraz�n en la primavera de 1894. Teresa expresa los pensamientos de ambas con ocasi�n del onom�stico de su hermana mayor. La imagen, la actitud del alma, se va desarrollando de manera armoniosa y sin violencias a lo largo de todo el poema: la de un ser d�bil que nada puede prometer ni pedir para ma�ana, pero que vive entregado totalmente a Dios, confiado en su gracia. Esta poes�a, de una gran riqueza, re�ne como en un manojo varios de los grandes temas preferidos de Teresa. El lenguaje es sencillo, con im�genes que le son familiares a Teresa, y el entusiasmo va creciendo poco a poco, conservando sin embargo su sencillez, gracias al estribillo: �Nada m�s que por hoy�. La �ltima estrofa es t�picamente teresiana con su vuelo potente y definitivo. Es innegable una tonalidad lamartiniana, que refleja los gustos de Mar�a del Sagrado Coraz�n. Pero a la observaci�n negativa del poeta: �S�lo tenemos el d�a de hoy� (L'Homme), Teresa responde de forma positiva: �Lo que cuenta para nosotras es el d�a de hoy�, ese d�a de hoy que nos trae su gracia. Hay que subrayar la coherencia de esta poes�a con toda la vida de Teresa (cf Cta 89, 96, 169, 241 y CA 19.8.10). Adem�s de Lamartine, puede notarse tambi�n el parentesco con una hoja, �Mi hoy�, que Teresa conservaba en un libro de uso corriente. Pero el enfoque supera aqu� la perspectiva de paciencia en el sufrimiento a que se limita el texto de esa hoja. (1) Palabra muy teresiana, que encontramos ciento diez veces en sus escritos. (2) Unica vez que aparece en Teresa. (3) Este vers�culo b�blico (Sal 30,21) volver� a repetirse cuatro veces m�s en las Poes�as (PN 11,3; 12,8; 16,1; 20,5 = P 12,5) y lo elegir�n para el recordatorio del se�or Martin. (4) Cf P 36,8+. (5) Acerca de Mar�a como Estrella, cf RP 1,11r�/v�; RP 3,12v�; Ms A 85v�+. P 5 CANTO DE GRATITUD A LA VIRGEN DEL CARMEN 1 Desde el primer instante de mi vida me tomaste en tus brazos, y desde aquel momento, amada Madre m�a, me das tu protecci�n aqu� en la tierra. Para guardar intacta mi inocencia, me escondiste en un blando y dulce nido, custodiaste mi infancia a la sombra bendita de un retirado claustro. 2 Y m�s tarde, al llegar mi juventud a sus primeros d�as, escuch� la llamada de Jes�s. Me mostraste el Carmelo con ternura inefable. �Ven a inmolarte por tu Salvador -me dec�as entonces con dulzura-. Cerca de m� te sentir�s dichosa, ven a inmolarte con tu Salvador�. ........................................ 3 Cerca de ti, oh tierna Madre m�a, he encontrado la paz del coraz�n; en esta tierra nada m�s deseo, s�lo Jes�s es toda mi ventura. Si alguna vez me asaltan la tristeza o el miedo, en mi debilidad t� me sostienes y siempre, Madre m�a, me bendices. 4 Ot�rgame la gracia de mantenerme fiel a mi divino Esposo, Jes�s. Para que un d�a su dulce voz yo escuche, cuando a volar me invite y a sentarme entre sus elegidos. Entonces ya no habr� ni m�s destierro ni m�s sufrimiento. Ya en el cielo, yo volver� a cantarte mi amor y gratitud, amable y dulce Reina del Carmelo. 16 de julio de 1894 NOTAS P 5 - CANTO DE GRATITUD A LA V�RGEN DEL CARMEN Fecha: 16 de julio de 1894. - Compuesta para: sor Marta de Jes�s, con motivo de sus veintinueve a�os. - Publicaci�n: Po�sies, 1979. Unos versos sencillos, cuyo inter�s es m�s hist�rico que po�tico. Destacan la delicadeza de Teresa para con su novicia (hu�rfana desde los ocho a�os) y nos ofrecen mas informaci�n acerca de la personalidad de �sta �ltima que acerca de la vida mariana de la autora. Notemos, no obstante que ya aqu� Mar�a aparece como �m�s Madre que Reina�. P 6 PLEGARIA DE LA HIJA DE UN SANTO 1 Recuerda que en la tierra, en otro tiempo, en querernos cifrabas tu delicia. D�gnate ahora o�r nuestra plegaria, prot�genos, y sigue bendici�ndonos. Hoy vuelves a encontrar all� arriba, en el cielo, a nuestra amada madre (1), que hace tiempo lleg� a la patria santa. All� rein�is los dos (2). Velad por vuestras hijas. 2 Acu�rdate de tu Mar�a ardiente (3), de tu fiel coraz�n la m�s querida. Recuerda que su amor llen� toda tu vida de encanto, gozo y gracia. Por Dio s t� renunciaste a su dulce presencia, y bendijiste la divina mano que el sufrimiento en pago te ofrec�a. De tu Diamante (4) bello, cuyos reflejos cada vez m�s brillan, �acu�rdate! 3 Acu�rdate de tu maravillosa Perla fina (5), a quien t� conociste tierno, d�bil y t�mido cordero. M�rale ahora fuerte, divinamente fuerte, y conduciendo del Carmelo santo al peque�o reba�o (6). Hoy es ella la madre de tus hijas, ven y conduce a la que tanto quieres... Y, sin dejar el cielo, de tu amado Carmelo �acu�rdate! 4 Acu�rdate de la oraci�n ferviente que un d�a formulaste por tu tercera hija (7). �Dios la escuch�! Ella es, igual que sus hermanas, un lirio que brilla sin igual. Ya la Visitaci�n la esconde y cela a los ojos del mundo y su malicia. Ama al Se�or, y ya su paz la inunda, su dulce paz y su quietud divina. De sus ardientes suspiros y deseos �acu�rdate! 5 Acu�rdate de tu leal Celina, de la que fue tu �ngel, como un �ngel del cielo (8) cuando en tu rostro de elegido insigne se pos� la mirada de la faz divina <9 y 10>. T� reinas ya en el cielo..., su tarea a tu lado est� cumplida, y ahora (11) a Jes�s consagra ella gozosa su servicio, su amor, toda su vida. Protege a tu hija, que con frecuencia dice: �acu�rdate! 6 Acu�rdate tambi�n de tu Reinecita, de la que fue �la Hu�rfana de la B�r�zina� (12). Recuerda que tu mano en su camino incierto le fue gu�a. Recuerda que en las horas de su infancia para Dios conservaba su alma limpia. De sus bucles de oro que encantaban tus ojos, �acu�rdate! 7 Recuerda que en la paz del mirador (13) gustabas de sentarla en tus rodillas, y en ellas, murmurando una plegaria, con tus dulces canciones la mec�as. En tu rostro un reflejo del cielo ella ve�a cuando, al mirar tus ojos en el lejano espacio se perd�an... y de la eternidad cantabas la belleza. �Acu�rdate! 8 Recuerda aquel domingo luminoso: unida a ti tu Reina, en apretado y paternal abrazo, le diste aquella florecilla blanca, y con ella, el permiso de volar al Carmelo. Recuerda, �oh padre!, que en sus grandes pruebas, del m�s sincero amor pruebas le diste. En Bayeux, luego en Roma, le mostraste los cielos. �Acu�rdate! 9 Recuerda que la mano del Santo Padre, en Roma, sobre tu noble frente se pos�; mas no pudiste comprender entonces el oscuro misterio doloroso que aquel sello divino en ti imprim�a... Ahora tus hijas te alzan su plegaria, y bendices tu cruz y tu dolor amargo. En tu frente gloriosa nueve rayos de cielo se iluminan, �nueve lirios (14) en flor! NOTAS P 6 - PLEGARIA DE LA HIJA DE UN SANTO Fecha: agosto de 1894. - Compuesta para: ella misma, en recuerdo de su padre (fallecido el 29 de julio). - Publicaci�n: HA 98 (veinticinco versos corregidos). - Melod�a: Rappelle-toi. Primera poes�a de Teresa para su uso personal y exclusivo. Durante las semanas que siguen a la muerte de su padre, hay un largo fluir de recuerdos, en medio de una gran paz (cf Cta 170). Teresa se encuentra con �l en la oraci�n y va hojeando con �l el �lbum familiar. �Recuerda�, �Acu�rdate� es un t�rmino importante en su vocabulario, expresi�n de un temperamento apto para grabarlo todo de manera indeleble. En esta poes�a hist�rico-biogr�fica, peque�o exvoto en el santuario familiar, Teresa dedica una estrofa a los pap�s Martin, otra a cada una de las cuatro hijas, otra a s� misma, y termina con la pasi�n y la glorificaci�n del se�or Martin. No se trata de una simple evocaci�n. el recuerdo se desdobla ya en una interpretaci�n, como volver� a hacerlo pronto en su primer Manuscrito. La desafortunada falta de sintaxis (se rappeller de), que ir� repitiendo hasta el final, desfigura algunos versos [en el original franc�s, naturalmente]. En cambio, apenas hay �escoria� en esta meditaci�n l�rica, que fluye con soltura. Un a�o m�s tarde, Teresa retomar� la misma melod�a y la misma m�trica para un gran poema contemplativo en el que recuerda a Jes�s todo lo que �l ha hecho por ella (P 15). (1) La se�ora de Martin hab�a fallecido diez y siete a�os antes, el 28 de agosto de 1877. (2) Sobre la certeza que tiene Teresa de que su padre est� en el cielo, cf Ms A 82v�. (3) Que Mar�a, la hermana mayor, sea la preferida de su padre no es un secreto para ninguna de sus hermanas. (4) Sobrenombre que el se�or Martin daba a Mar�a y que Teresa usa con frecuencia en las cartas que escribe a su padre. (5) Sobrenombre que el se�or Martin daba a Paulina. (6) In�s hab�a sido elegida priora el 20 de febrero de 1893. (7) Leonia, entonces en la Visitaci�n de Caen. (8) Cf Cta 142, 161, 165 y Ms A 82r�. (9) Para Teresa, el sufrimiento nace de una �elecci�n gloriosa�, de una mirada de la Santa Faz a una persona, una �mirada velada� (Cta 120, 127, 134, 140; Or 12), que imprime en ella la imagen del Siervo sufriente. (10) [En el original franc�s, �glorieux�] que en el Ms A se aplica cuatro veces a la enfermedad del se�or Martin (20v�, 21r�, 49v�, 73r�; cf Cta 83 y CA 27.5.6). (11) As� pues, la decisi�n est� tomada: Celina entrar� en el Carmelo un mes m�s tarde: el 14 de septiembre. (12) Dos sobrenombres que el se�or Martin daba a Teresa. (13) El mirador de los Buissonnets; cf Ms A 18r� y P 11, estr. 12 y 13. (14) Dado que el cabeza de familia est� ya en la gloria, todos los miembros de la misma est�n tambi�n potencialmente all� (cf Cta 173). P 7 HISTORIA DE UNA PASTORA CONVERTIDA EN REINA A sor Mar�a Magdalena en el d�a de su profesi�n en manos de la madre In�s de Jes�s. 1 En este d�a feliz, �oh Magdalena!, a tu lado venimos a celebrar el maravilloso enlace, el dulce enlace que une con tu celestial Esposo. Escucha con embeleso esta encantadora historia de una pastorcita humilde a la que un gran Rey llam� para colmarla de honores, y ella respondi� a su voz. Estrib. Cantemos a la pastora, pobrecita de la tierra, a quien el gran Rey del cielo en el Carmelo hoy escoge por esposa. 2 Erase una pastorcita que guardaba sus corderos mientras hilaba la rueca. Admiraba a cada flor y escuchaba a cada p�jaro, y comprend�a muy el dulc�simo lenguaje del bosque y del cielo azul. en todo hallaba la imagen que le revelaba a Dios. 3 Ella a Jes�s y a Mar�a amaba con gran ardor, y ellos, amando a Melania, le hablaron al coraz�n. La dulce Reina divina le dijo amorosamente: ��Quieres, Melania, venir conmigo al Monte Carmelo, y llamarte Magdalena y no ganar m�s que el cielo? 4 ��Oh, ni�a, deja tus campos, tu reba�o deja, nena! All� arriba en mi monta�a mi Jes�s y tu Jes�s ser� tu �nico Cordero� (1). Jes�s, a su vez, le dijo: ��Oh, ven pronto, que tu alma ha cautivado a la m�a! Por prometida te tomo, ser�s m�a para siempre�. 5 Dichosa, la pastorcita oy� la dulce llamada, y tras la Virgen, su Madre, lleg� a la cumbre del Monte ................................ �Oh peque�a Magdalena!, en este dichoso d�a es a ti a quien festejamos. Hoy la pastora es ya reina, y reina junto a Jes�s, que es su Rey y que es su amor. 6 T� lo sabes, hermanita: servir a Dios es reinar (2). Jes�s, durante, su vida, nos lo ense�� claramente: �Si en la celeste patria quieres ser el primero, procura ser el �ltimo en el destierro�. 7 Magdalena, est�s contenta con el lugar que te toca en este Monte Carmelo. �C�mo no hab�as de estarlo, si est�s tan cerca del cielo? A Marta y Mar�a imitas (3): orar y servir a Cristo. Esta es toda nuestra vida, nuestra dicha verdadera. 8 Si, tal vez, el sufrimiento, el amargo sufrimiento, visita tu coraz�n, haz de �l tu dicha y tu gozo: �qu� dulce es sufrir por Dios! Y las ternuras divinas te har�n muy pronto olvidar que caminas sobre espinas, te parecer� volar... 9 Hoy hasta el �ngel te envidia (4), �quisiera gustar la dicha que t� posees, Mar�a, siendo esposa del Se�or! Muy pronto podr�s cantar, en el concierto glorioso de los Tronos y Virtudes, del Rey Jes�s los loores, del Rey Jes�s, que es tu Esposo. Estr. final Muy pronto la pastorcita, pobrecita de la tierra, volando, al cielo se ir� a reinar con el Eterno. A nuestras Reverendas Madres 10 A vosotras, nuestras Madres, a vuestro orar y desvelos, nuestra hermana Magdalena debe su dicha y su paz. Ella sabr� agradeceros vuestro tierno amor materno, pidi�ndole a su Maestro que os d� sus dones del cielo. Estribillo Y en vuestras coronas, Madres tan buenas, brillar� la flor que hoy a �l ofrec�is. NOTAS P 7 - HISTORIA DE UNA PASTORA CONVERTIDA EN REINA Fecha: 20 de noviembre de 1894. - Compuesta para: sor Mar�a Magdalena del Ssmo. Sacramento, para su profesi�n. La �ltima estrofa est� dedicada a la madre In�s y a la madre Mar�a de Gonzaga. - Publicaci�n: HA 98 (doce versos corregidos); la �ltima estrofa y �ltimo estribillo, en Po�sies, 1979. - Melod�a: Tomb� du nid. Teresa hab�a evocado ya, siendo novicia, la historia de �una joven aldeana a quien un rey poderoso viniera a pedir en matrimonio� (Cta 109). �La pastora convertida en reina� es uno de los temas m�s cl�sicos del folclore universal en el campo de las novelas del coraz�n. La imagen es de lo m�s apropiada para seducir a Teresa, sensible como es a la alianza del m�s peque�o con el m�s grande, del menos-que-nada con el eterno. Y en este caso, esa imagen se impone por s� misma, ya que Mar�a Magdalena (antes Melania) fue efectivamente pastora (cf RP 7, escena 1). Hab�a que ser Teresa para escribir un poema tan libre y lleno de chispa dedicado a una novicia de temperamento tan tenso, que se encierra en s� misma ante la perspicacia de la Santa. Y sin embargo, Mar�a Magdalena la quiere: su deposici�n en el Proceso Ordinario es uno de los m�s bellos retratos de Teresa. Esta, por su parte, nunca perdi� la paciencia. En este poema no hay ni una sombra de reticencia, nada que deje adivinar la menor irritaci�n o el menor esfuerzo. El poema es un misterio de amor: el del gran Rey hacia una pobre pastora, el de Teresa hacia su pr�jimo a quien ama �como la am� Jes�s�. Pero es tambi�n ella misma que canta sus propias bodas: asume ya el tono de quien va a cantar �eternamente las misericordias del Se�or� en el manuscrito A. (1) Cf P 11, estr. 35-36; RP 5, 26; Cta 183. Teresa se acuerda de san Juan de la Cruz: �Ya no guardo ganado� (C�ntico Espiritual, canci�n 28), pero la consagraci�n exclusiva al ��nico cordero� es una explicitaci�n propia de Teresa que nos recuerda a Apocalipsis 14, 3,4. (2) Cita de san Agust�n. (3) A Marta y a Mar�a: Teresa no se para en las distinciones de �clases�, tan marcadas en su �poca. �Orar y servir� es el patrimonio de toda carmelita. (cf RP 4). (4) Idea que gustaba mucho a Teresa. P 8 LA REINA DEL CIELO A SU HIJA QUERIDA MAR�A DE LA SANTA FAZ 1 Yo buscando estoy a un ni�o que a mi Jes�s se parezca, a mi �nico Cordero (1), para esconder a los dos en una misma cunita. 2 Los �ngeles de la patria envidiar�an tal suerte (2); mas yo te la doy a ti: Mar�a, este ni�o Dios tu Dios y esposo ser�. 3 Te escojo para que seas de mi Jes�s hermanita. �Deseas acompa�arle? �Posar�s en mi regazo! 4 Te esconder� bajo el manto que cubre al Rey de los cielos. Para tus ojos, mi Hijo ser� ya brillante estrella. 5 Para que mi manto pueda cubrirte junto a Jes�s, tienes que ser peque�ita, con virtudes infantiles (4). 6 Quiero que en tu frente brillen la dulzura y la pureza. Mas sobre todo te doy por virtud la sencillez. 7 El Dios Uno en Tres personas, que el �ngel temblando adora, quiere que s�lo le des por nombre �Flor de los campos�. 8 Como blanca margarita que vive mirando al cielo, t� has de ser la flor sencilla del Ni�o de navidad. 9 El mundo desconoc�a (5) los encantos de este Rey que se desterr� del cielo (6). Muchas veces t� ver�s c�mo en sus dulces ojitos las l�grimas brillan ya. 10 Tendr�s que olvidar tus penas para alegrar a mi Ni�o, bendecir con alegr�a los nobles lazos que te atan y cantar muy suavemente... 11 El Dios todopoderoso que calma a al mar rugiente, tomando rasgos de ni�o se ha hecho d�bil y peque�o. 12 El Verbo, que es la palabra, Palabra eterna del Padre, que por ti aqu� se destierra, mi dulce Cordero, que es tambi�n tu peque�o hermano, �oh, ni�a, no te hablar�! 13 El silencio es la primera prenda del amor callado. Comprendiendo su lenguaje, deber�s siempre imitarle. 14 Y si alguna vez se duerme, cerca de �l descansar�s. Su coraz�n vela siempre y te servir� de apoyo para poder descansar. 15 No te inquiete la labor que has de cumplir cada d�a; tu solo quehacer, Mar�a, en la vida es el amor. 16 Puedes decir a quien diga que tus obras no se ven: �amo mucho, y en la vida el amor es mi quehacer�. 17 Jes�s har� tu corona (7) si s�lo buscas su amor. Un d�a te har� reinar si le das tu coraz�n. 18 Tras la noche de esta vida ver�s su dulce mirada, y a aquella cumbre de arriba volar� tu alma veloz... Noche de Navidad de 1894 (Melod�a: Sur le grand m�t d'une corvette) NOTAS P 8 - LA REINA DEL CIELO A SU HIJA QUERIDA MAR�A DE LA SANTA FAZ Fecha: 25 de diciembre de 1894. - Compuesta para: Celina, postulante con el nombre de Mar�a de la Santa Faz; composici�n espont�nea. - Publicaci�n: HA 98 (diecisiete versos retocados). - Melod�a: Le petit mousse noir. La frescura de una canci�n de Navidad, pero tambi�n una poes�a estructurada, meticulosa, de palabras escogidas, un peque�o tratado sobre la infancia y la omnipotencia. Teresa compone esta poes�a para consolar a su hermana, cuyas cualidades no parec�an reconocerse demasiado en el Carmelo; el �xito ser� completo (cf los seis relatos de Celina, especialmente CSG, pp. 50 y 151). En realidad, Teresa apunta mucho m�s alto: despu�s de Mar�a de la Trinidad, quiere arrastrar a �Mar�a de la Santa Faz� por el camino de la infancia. Este canto de Navidad es tambi�n un canto de Nazaret, de la vida escondida. La presencia de Mar�a es un elemento primordial para la iniciaci�n en la sencillez, en el silencio del amor, en el parecido (1,1) con �el �nico cordero�, con el Verbo hecho ni�o. (1) Cf P 7,4+. (2) Cf P 2+. (3) El velo -o el manto- de la Sant�sima Virgen, bajo el que podemos cubrirnos (4,2; 51), o escondernos (P 1,1; aqu� estr. 4; Cta 161; RP 8, 6r�), o descansar (PN 5,11,3 = P 4,11,3), o dormirse (P 27,8; 35,12) es el s�mbolo de la completa seguridad para el ni�o, el lugar del perfecto abandono. Pero despu�s de una gracia como la que Teresa recibi� en el verano de 1889 (cf CA 11.7.2), este velo pasa a tener un sentido m�stico. Al igual que el manto, tambi�n el velo �virginiza� (Cta 105), sit�a a la persona en un �silencio profundo de todos los cuidados de la tierra� (Cta 122). Bajo este velo, el alma encuentra solo a Jes�s, lo mira, se une a �l. Teresa est� en perfecta armon�a con la tradici�n de la Orden: la vida escondida del Carmelo es algo as� como un desierto mariano. (4) La estrofa 6 hablar� de grandes virtudes, pero de unas virtudes que son las de la infancia. El vocabulario no debe llamarnos a enga�o: estas �virtudes infantiles� exigen un abandono total de s� mismo. Cf Or 14, nota 4+. (5) Las estrofas 9-14 presentan un entramado de temas bastante sutil y una prosecuci�n de ideas polif�nicas que, tras las im�genes de la infancia, anuncian ya el futuro tr�gico de Jes�s. Desconocer: cf RP 2,3r� y 7v�; 4,1v�; 5,2r�; Cta 108 (Is 53,2). (6) Excepto en P 15,5 (hu�da a Egipto), destierro en Teresa designa la Encarnaci�n (P 1,1; 15,1; 19,1; Cta 141; Ms B 5v�; RP 2,1r�; RP 5,1r�; RP 6,2v�). Teresa, al parecer, nunca tiene en cuenta que Jes�s, al encarnarse, vino a su casa. (7) Cf Cta 143, nota 5. P 9 A SAN JOS� 1 Vuestra admirable vida en la sombra, Jos�, se desliz� humilde y escondida, �pero fue augusto privilegio vuestro contemplar muy de cerca la belleza de Jes�s y Mar�a! Estribillo Jos�, tierno Padre, protege al Carmelo. Que en la tierra tus hijos } gocen ya la paz del cielo } bis 2 �M�s de una vez, el que es Hijo de Dios, y entonces era ni�o y sometido en todo a la obediencia vuestra, sobre el dulce refugio de vuestro pecho amante descans� con placer! 3 Y como vos, nosotros, en la tranquila soledad, servimos a Mar�a y Jes�s, nuestro mayor cuidado es contentarles, no deseamos m�s. 4 A vos, Teresa, nuestra santa Madre, acud�a amorosa y confiada en la necesidad, y asegura que nunca su plegaria dejasteis de escuchar. 5 Tenemos la esperanza de que un d�a, cuando haya terminado la prueba de esta vida, al lado de Mar�a iremos, Padre, a veros. Estribillo Bendecid, tierno Padre, nuestro Carmelo, y tras el destierro de esta vida } �reunidnos en el cielo! }bis NOTAS P 9 - A SAN JOS� Fecha: 1894. - Compuesta para: sor Mar�a de la Encarnaci�n (Josefina Lecouturier), a petici�n de �sta. - Publicaci�n: HA 98 (cinco versos corregidos). - Melod�a: Nous voulons Dieu. No sabemos nada acerca de las circunstancias de esta composici�n, pero data con seguridad de 1894. La vida escondida de san Jos�, hecha de contemplaci�n y de servicio a Jes�s y a Mar�a, en pobreza y en soledad, es un buen ejemplo para las carmelitas (cf TERESA DE JESUS, Vida, cap. 6). P 10 VIVIR DE AMOR 1 En la �ltima noche, la noche del amor, hablando claramente y sin par�bolas, Jes�s dec�a as�: �Si alguno quiere amarme, que guarde mi palabra (1), que la guarde fielmente. Mi Padre le amar�, y vendremos a �l, moraremos en �l, ser� para nosotros una morada viva, ser� nuestro palacio. Pero tambi�n queremos que more �l en nosotros, lleno de paz, que more en nuestro amor.� 2 �Vivir de amor quiere decir guardarte a ti, Verbo increado, Palabra de mi Dios! Lo sabes, Jes�s m�o, yo te amo, me abrasa con su fuego (2) tu Esp�ritu de Amor. Am�ndote yo a ti, atraigo al Padre, mi d�bil coraz�n se entrega a �l sin reserva. �Oh augusta Trinidad, eres la prisionera, la santa prisionera (3) de mi amor! 3 Vivir de amor vivir es de tu vida, glorioso Rey, delicia de los cielos. Por m� vives oculto en una hostia, por ti tambi�n, Jes�s, vivir quiero escondida. Soledad necesitan los amantes (4), que hablen sus corazones noche y d�a. Me hace feliz tan s�lo tu mirada, �vivo de amor! 4 Vivir de amor no es en la cima del Tabor su tienda plantar el peregrino de la vida. Es subir al Calvario a zaga de las huellas de Jes�s, y valorar la cruz como un tesoro (5)... En el cielo, mi vida ser� el gozo, y el dolor ser� ido para siempre. Mas aqu� desterrada, quiero, en el sufrimiento, �vivir de amor! 5 Vivir de amor es darse sin medida (6), sin reclamar salario aqu� en la tierra. �Ah, yo me doy sin cuento, bien segura de que en amor el c�lculo no entre! Lo he dado todo al coraz�n divino, que rebosa ternura. Nada me queda ya... Corro ligera (7). Ya mi �nica riqueza es, y ser� por siempre �vivir de amor! 6 Vivir de amor es disipar el miedo, aventar el recuerdo de pasadas ca�das. De aquellos mis pecados no veo ya la huella, junto al fuego divino se han quemado (8)... �Oh dulc�sima hoguera, sacrat�sima llama, en tu centro yo fijo mi mansi�n. Y all�, Jes�s, yo canto confiada y alegre: �vivo de amor! 7 Vivir de amor guardar es, en s� misma, en un vaso mortal, un inmenso tesoro. Mi flaqueza es extrema, Amado m�o, disto mucho de ser un �ngel de los cielos. Mas si es verdad que caigo a cada paso, lo es tambi�n que t� vienes en mi ayuda (9) y me levantas y tu gracia me das. �Vivo de amor! 8 Vivir de amor es navegar (10) sin tregua en las almas sembrado paz y gozo. �Oh mi Piloto amado!, la caridad me urge, Pues te veo en las almas, mis hermanos (11). La caridad me gu�a, ella es mi estrella, bogo siempre a su luz. en mi vela yo llevo grabada mi divisa: �Vivir de amor! 9 Vivir de amor es mientras Jes�s duerme permanecer en calma en medio de la mar aborrascada. No temas, �oh Se�or!, que te despierte, espero en paz (12) la orilla de los cielos... Pronto la fe desgarrar� su velo y habr� sido mi espera s�lo un d�a. La caridad me empuja, ella hinche mi vela, �vivo de amor! 10 Vivir de amor, Maestro amado m�o, es pedir que derrames tu luz y tu calor del sacerdote (13) en el alma santa, en su alma elegida. �Pueda ser �l m�s puro que un seraf�n del cielo! Y protege tambi�n a tu Iglesia inmortal (14), no cierres tus o�dos, Jes�s, a mi clamor. Hija suya soy yo, por mi Madre me inmolo, �vivo de amor! 11 Vivir de amor es enjugar tu rostro (15), es a los pecadores (16) alcanzar el perd�n. �Oh Dios de amor!, que vuelvan a tu gracia, que bendigan tu nombre eternamente. Hasta el alma me llega la blasfemia (17), para borrarla yo canto cada d�a: �Oh nombre de mi Dios, te adoro y amo, vivo de amor! 12 Vivir de amor es imitar, Jes�s, la haza�a de Mar�a cuando ba�� de l�grimas y perfumes preciosos tus fatigados y divinos pies y los bes� arrobada, enjug�ndolos luego con sus largos cabellos... Y alz�ndose del suelo, rompi� el frasco y tu cabeza Mar�a perfum�. �Oh Jes�s, el perfume (18) que yo doy a tu rostro es y ser� mi amor! 13 ��Vivir de amor, oh qu� locura extra�a -me dice el mundo-, cese ya tu canto! �No pierdas tus perfumes, no derroches tu vida, aprende a utilizarlos con ganancia!� �Jes�s, amarte es p�rdida fecunda! Tuyos son mis perfumes para siempre. Al salir de este mundo cantar quiero: �muero de amor! 14 �Morir de amor (19), dulc�simo martirio, y es el martirio que sufrir quisiera! Acordad, querubines, vuestras liras, siento que mi destierro va a acabar... Llama de amor (20), cons�meme sin tregua. �Oh vida de un momento, muy pesada tu carga se me hace! �Oh divino Jes�s!, haz realidad mi sue�o: �morir de amor! 15 Morir de amor, es �sta mi esperanza, cuando vea romperse mis cadenas. Mi Dios ser� mi recompensa grande (21), otros bienes no quiero poseer. Quiero ser abrasada por su amor, quiero verle (22) y unirme a �l para siempre. Este ser� mi cielo y mi destino: ���Vivir de amor...!!! NOTAS P 10 - VIVIR DE AMOR Fecha: 26 de febrero de 1895. Composici�n espont�nea. - Publicaci�n: HA 98 (veinti�n versos corregidos). - Melod�a: Il est � moi. Uno no puede por menos de sentirse impresionado por los acentos de gravedad dentro del tono de fervor de este poema de amor, rico, profundo, extenso. Una verdadera �declaraci�n� que contempla toda la envergadura de ese amor, como se contemplan todas las consecuencias de un acto antes de tomar una grave resoluci�n. �Vivir de amor - morir de amor� (cf un billete de la madre Mar�a de Gonzaga a Teresa de 1890, LC 144): �se es el n�cleo de esta gran meditaci�n, hecha en un momento en que Teresa adquiere la certeza de que morir� pronto y en que comienza su autobiograf�a, un punto de vista privilegiado sobre el presente, el pasado y el futuro. El hecho de que escriba espont�neamente un poema as� es significativo. Teresa habla �sin par�bolas� al menos en diez estrofas (de quince). No es que no haya aqu� im�genes simb�licas; pero son m�s raras que en los dem�s poemas. Las ideas y las intuiciones prevalecen a veces sobre la poes�a, o al menos el pensamiento teol�gico es en ocasiones tan fuerte que encuentra mayor dificultad en encarnarse en una forma po�tica; la �violenta� o incluso la supera. Vivir de amor brot� de un solo tir�n durante los largos ratos de oraci�n ante el Sant�simo Sacramento, expuesto los tres d�as de las Cuarenta Horas (domingo, lunes y martes que preceden al mi�rcoles de ceniza) para reparar los excesos del carnaval antes de entrar en la Cuaresma. Las monjas se turnan cada hora de dos en dos ante la custodia. S�lo est� iluminado el altar de la capilla, mientras el coro de las carmelitas permanece en penumbra. Pr�cticamente no pueden leer. Y en este clima de ferviente intimidad es donde el canto Vivir de amor fluye del alma de Teresa: un r�o de paz, inmenso, tranquilo, que cada estrofa va engrosando como un afluente sin perturbar su curso. Las copias B y C de este poema tienen como ep�grafe: �Si alguien me ama guardar� mi palabra, y mi Padre lo amara, y vendremos a �l y haremos en �l nuestra morada... Mi paz os doy... Permaneced en mi amor... San Juan, c. 14, v. 23 y 27; 15, v. 9. (1) Cf Cta 142, y sobre todo la larga par�frasis de Cta 165. (2) Primera de las im�genes del fuego, que dar�n vida al poema (estr. 6, 10, 14, 15). Cf infra, nota 8. La palabra fuego aparece diez y siete veces en las Poes�as. (3) Probable reminiscencia de san Juan de la Cruz (C�ntico Espiritual, declaraci�n a la canci�n 32). Cf P 20,5,2. (4) Posible alusi�n al C�ntico Espiritual, declaraci�n a la canci�n 36. (5) Cf P 30,5 y PN 50,5. (6) El amor gratuito, generoso, es un tema que encontramos con frecuencia en Teresa; cf, por ejemplo, Cta 142; Or 6; CSG, p. 62; CA 9.5.3; 6.8.4; 6.8.7; etc. (7) Cf el comentario de san Juan de la Cruz en el C�ntico Espiritual, canci�n 25: �Las j�venes discurren al camino�, que Teresa retomar� (poco m�s tarde) en el Ms A 47v�/48r�. Pi�nsese tambi�n en el salmo 118,32 (cf Ms C 16r�). Recordemos finalmente Imitaci�n III, 5: �El que ama corre, vuela, es alegre, es libre..., todo lo entrega�, etc., que preanuncia directamente al Ms A 80v�. (8) La estrofa del fuego; cf Ms A 84v�. Otros textos completan e ilustran m�s esta estrofa del �purgatorio�: Ms A 84r�/v�; P 14,8; Cta 226; CA 8.7.15 y 30.7.3; Ultimas Conversaciones (Burgos, Monte Carmelo, 1973) p. 615; VT n� 99, pp. 185, 187. (9) Cf P 29,4. (10) Sobre el vocabulario de la navegaci�n en Teresa puede verse un repertorio en VT n�. 61, enero 1976, p. 80. (11) Cf Ms C 30r�. (12) Sobre la espera serena del cielo en 1895, cf tambi�n P 13,3; 15,32; PN 22,11. (13) Cf Cta 94+. (14) Cf Acto de Ofrenda, Or 6. (15) La imagen de la Ver�nica �enjugando el rostro de Jes�s�: s�mbolo del amor que �borra� las blasfemias, y que da un bello ritmo a la estrofa; cf RP 2,4r�; Ms A 66v�; Or 12. (16) Cf P 13,1. Primera menci�n de los pecadores en las Poes�as. (17) Cf RP 2,8r�; Ms A 52r�; P 15,29. En 1885, siendo todav�a una ni�a, Teresa fue inscrita en la Archicofrad�a reparadora de las blasfemias y de la profanaci�n del domingo. Ya de carmelita, pudo volver a encontrar en la Vie de soeur Marie de Saint-Pi�rre la invitaci�n constante a la reparaci�n de las blasfemias. Pero en sus escritos s�lo aqu� encontramos un eco de ello. (18) Cf P 23,E1+. (19) Es �sta la primera vez que en sus escritos se manifiesta este impulso hacia la �muerte de amor�. Lo volveremos a encontrar enseguida en P 11,52; Or 6; P 15,26; 20,6; Cta 242; Ms C 7v� y 8r�; Cta 255, y m�s tarde en las Ultimas Conversaciones. Mar�a de la Eucarist�a cantar� esta estrofa en la enfermer�a el 16.7.1897 despu�s de la comuni�n de Teresa: cf Cta 255. El martirio de amor aparece evocado de nuevo en Or 6; PN 29,12; P 20,�ltima estr.; 22,4; Cta 182 y 224. (20) Clara alusi�n a la Llama de amor viva, cuya operaci�n consumante y transformadora canta san Juan de la Cruz. (cf Cta 197). (21) Cf Cta 182+, nota 15. (22) Cf Cta 56+, nota 2. P 11 EL C�NTICO DE CELINA 1 �Hoy me gusta evocar los recuerdos benditos de mi infancia! Para guardar la flor de mi inocencia siempre pura y sin mancha, Dios puso en torno m�o una cerca de amor (1), 2 A pesar de ser yo tan peque�a, me hallaba rodeada de ternura, y de mi coraz�n en lo m�s hondo naci� la fiel promesa de desposarme un d�a con Jes�s, Rey de los cielos, Rey de los elegidos. 3 Desde la primavera de mi vida a la Virgen Mar�a y a san Jos� yo amaba. Y ya mi alma se abismaba (2) entera, extasiada y feliz, cuando en mis ojos el cielo reflejaba su belleza. 4 Me gustaban los campos, los trigales, la colina lejana y la llanura. Y era tanta mi dicha cuando con mis hermanas cog�amos las flores, que hasta el aliento a veces me faltaba. 5 Me gustaba coger las hierbezuelas, las florecillas todas, los acianos. Me gustaba much�simo el perfume de las moradas violetas claras, y el de las primaveras, sobre todo. 6 Me gustaban la blanca margarita, los hermosos paseos del domingo, el p�jaro ligero gorjeando en la rama y el radiante color azul del cielo. 7 Me gustaba poner todos los a�os junto a la chimenea mis zapatos, y apenas despertaba, iba corriendo y cantando canciones de la fiesta del cielo. �Navidad! 8 De mam� me encantaba la sonrisa, su mirada profunda parec�a decir: �La eternidad me atrae, me cautiva, al cielo azul ir� �para ver all� a Dios! 9 �Encontrar� en la patria a la Virgen Mar�a y a mis �ngeles (3)... �Y de las hijas que en la vida dejo, los corazones y tambi�n las l�grimas ofrecer� a Jes�s. 10 Amaba a Jes�s Hostia, que vino en la ma�ana de mi vida (4) a prometerse a mi alma enajenada. �Oh, con cu�nta alegr�a el coraz�n le abr�! 11 Y m�s tarde am� a la criatura que yo ve�a m�s pura, a Dios buscando en su creaci�n. Y en El, s�lo en �l hall� la paz. 12 Y tambi�n me gustaba, en aquel mirador inundado de luz y de alegr�a, recibir de mi padre los besos y caricias, y acariciar yo misa sus cabellos blancos como la nieve. 13 Sentada con Teresa (5) en sus rodillas, durante las veladas, largo rato a las dos nos mec�a, lo recuerdo muy bien, y a�n me parece o�r de sus tonadas y de su voz el dulce y grave acento. 14 �Recuerdos dulces, que entra��is sosiego y me hac�is revivir tantas cosas lejanas..., las cenas, el perfume de las rosas, los Buissonnets, henchidos de una limpia alegr�a, y los claros veranos! 15 Al llegarse la noche, cuando todo rumor vano se apaga, me sent�a feliz expansionando mi alma con mi Teresa en dulce desahogo. Mi coraz�n y el suyo formaban, confundidos, uno solo. 16 Entonces se mezclaban nuestras voces, las manos se enlazaban, y cant�bamos juntas nuestras futuras y sagradas bodas, so�ando en el Carmelo... y so�ando en el cielo. 17 En Suiza y en Italia me encantaron (6) los frutos de oro bajo el cielo azul. Me gust�, sobre todo, la mirada, toda llena de vida, que el santo anciano, el papa, el Pont�fice Rey, me dirigi�. 18 Con amor te bes�, �oh tierra bendita del Coliseo augusto! La b�veda sagrada y silenciosa de las santas y oscuras catacumbas repiti� dulcemente el eco de mi canto. 19 Tras mi dicha vinieron el dolor y las l�grimas (7). �Muchas y amargas l�grimas! Me vest� la armadura de mi Esposo, y fue su cruz mi escudo y mi consuelo. 20 Durante largo tiempo estuve desterrada, lejos, �ay, si, qu� lejos!, de mi familia amada; y sin tener siquiera, cual pobre cierva herida, el refugio de un simple agavanzo en flor. 21 Mas un atardecer, mi alma enternecida percibi� la sonrisa de Mar�a (8), y una gota bendita de su sangre se torn� (�ah, qu� dicha!) en leche para m� 22 Gustaba, por entonces, de apartarme del mundo y de sus ruidos, para o�r c�mo el eco, desde lejos, respond�a a mi voz, y en el fecundo, en el umbroso valle (9), en medio de mis l�grimas, yo recog�a flores. 23 Me gustaba escuchar de la lejana iglesia la campana ta�endo vagamente. Me sentaba en el campo para o�r el susurro de la brisa al caer de la tarde. 24 Me embobaba mirando las golondrinas en su raudo vuelo, y escuchando, callada, el pla�idero canto de las t�rtolas. Me gustaba sentir el ruido de alas y el bronco bordoneo del insecto. 25 Me gustaba la gota de roc�o, la cantora cigarra, la virginal abeja preparando la miel desde su mismo despertar. 26 Gustaba yo de recoger el brezo, corriendo sobre el leve y blando musgo; cazar las mariposas, en fr�gil vuelo sobre los helechos y pintado en sus alas el puro azul del cielo. 27 Amaba a las luci�rnagas en la sombra, y amaba las estrellas incontables. Y, sobre todo, el disco plateado de la luna en la noche (10). 28 En su �ltima vejez me gustaba rodear a mi padre de ternura. El lo era para m� todo en la vida: hijo, dicha, riqueza. �Ah, cu�ntas veces y con qu� cari�o le estrechaba en mis brazos! 29 Nos gustaba escuchar el dulce ruido de las olas y el retumbo encendido de la oscura tormenta, y en la quietud profunda de la tarde del ruise�or la voz en el fondo del bosque. 30 Pero su hermoso rostro una ma�ana la imagen, con sus ojos, busc� del crucifijo... Al marchar, me dej� su postrera mirada, la prenda de su amor. �Aquella era mi parte! 31 Con su divina mano, con su amorosa mano, a Celina Jes�s le arrebat� el �nico tesoro que ten�a, �y llev�ndolo lejos, lejos de la colina, lo coloc� en el cielo, cerca del Dios eterno! 32 Ahora estoy prisionera (11), muy lejos de la tierra y de sus bosques. vi que todo es en ella ef�mero y caduco (12), �toda mi dicha, en ella, vi apagarse y morir! 33 Bajo mis pies se magull� la hierba, y en mis manos la flor se marchit�... Jes�s, por tu pradera (13) correr quiero, no dejar�n en ella mis pies huella. 34 Como un ciervo sediento va suspirando por las aguas vivas, as�, desfallecida, �oh Jes�s!, a ti corro. Para calmar mi sed y mis ardores hacen falta tus l�grimas... 35 S�lo tu amor me arrastra. En la llanura mi reba�o dej�, ya no lo cuido (14). Complacer s�lo quiero a mi nuevo Cordero, a mi Cordero �nico. 36 El Cordero a quien amo eres t�, mi Jes�s. Me bastas, �bien supremo!, todo lo tengo en ti (15), tengo la tierra y hasta tengo el cielo. T� eres la flor, Rey m�o, que yo corto (16). 37 Jes�s, Lirio del valle, me cautiv� tu aroma. Ramillete de mirra, corola perfumada, dentro del coraz�n quiero guardarte y en �l darte mi amor. 38 Junto a m� va tu amor, siempre conmigo. En ti tengo los bosques y campi�as, los r�os, las monta�as, la pradera, la lluvia de los cielos y la nieve. 39 Todo lo tengo en ti: los trigos y las flores entreabiertas, los botones de oro, las miosotis y rosas. El perfume poseo y la frescura de los blancos lirios (17). 40 En ti tengo la lira melodiosa (18), la soledad sonora, los r�os y las rocas, la graciosa cascada, el gamo saltador, la gacela, los corzos y la ardilla. 41 En ti tengo tambi�n el arco iris y la nieve pura, el inmenso horizonte y la verdura, las �nsulas extra�as y las maduras mieses, las leves mariposas, los campos y la alegre primavera. 42 En tu amor, �oh Jes�s!, tambi�n encuentro las palmeras esbeltas que el sol dora, la noche en par de los levantes de la aurora (19), las aves y el suave murmullo del arroyo. 43 Tengo en ti los racimos deliciosos, las graciosas lib�lulas, la selva virgen llena de flores misteriosas. Tengo a todos los ni�os, rubios, peque�itos, con sus alegres cantos. 44 Tengo en ti las colinas y las fuentes, Tengo vincapervincas, madreselvas, agavanzos, bejucos, flores blancas de espino y los frescos nen�fares. 45 Tengo la avena, loca y tembladora, la voz grave y potente de los vientos, el hilo de la Virgen, la llama ardiente, el c�firo ligero, los zarzales floridos y los nidos. 46 Tengo el hermoso lago, el valle solitario, oscuro de �rboles, la ola plateada del oc�ano, peces dorados y los raros tesoros de los mares. 47 Yo tengo en ti la nave que navega por alta mar y lejos de la playa, el surco de oro (20) y la tranquila costa. Tengo el fuego del sol cuando se va del cielo festoneando con su luz las nubes. 48 En ti, Jes�s, yo tengo la palmera pura; y bajo el burdo sayal de que me visto, valiosas joyas, ricos aderezos, anillos y diamantes, brillantes y collares. 49 Tengo en ti la brillante y clara estrella. Muchas veces tu amor se me descubre, y entonces yo percibo, como a trav�s de un velo, al declinar el d�a, la caricia divina de tu mano. 50 T� sostienes los mundos con tu mano, t� plantas las profundas, las oscuras florestas, y en un volver de ojos las fecundas (21). Con mirada de amor (22) me sigues siempre. 51 Tengo tu coraz�n y tu adorado rostro, y esa mirada tuya que me ha herido. De tu sagrada boca el beso tengo. Te amo, Jes�s, y nada m�s deseo. 52 Ir� a cantar al cielo con los �ngeles de tu sagrado amor las alabanzas. Haz que yo vuele pronto a formar en sus filas, �que yo muera de amor (23), Jes�s, un d�a. 53 La mariposa se lanza contra el fuego, fuertemente atra�da por su encendida y clara transparencia. De ese modo tu amor es mi esperanza, quiero volar a �l y en �l quemarme 24>... 54 �Oigo ya que se acerca, mi Dios, tu eterna fiesta! Tomar� de los sauces mi arpa muda y en tus rodillas (25) a sentarme ir�, �para all� verte...! 55 Y muy cerca de ti ver� a Mar�a, a los santos ver� y a mi familia amada. Despu�s de este destierro de la vida, yo volver� a encontrar all� en el cielo el hogar (26) paternal... NOTAS P 11 - C�NTICO DE CELINA Fecha: 28 de abril de 1895. - Compuesta para: sor Genoveva, a petici�n de �sta, para su cumplea�os (veintis�is). - Publicaci�n: HA 98, cincuenta y una estrofas, dos de las cuales fueron modificadas, y treinta y cuatro versos corregidos. - Melod�a: Combien j'ai douce souvenance. Es el �C�ntico de las criaturas� de Celina, pero m�s a�n de Teresa. Tras la c�spide de su Vivir de amor, Teresa va recorriendo con verdadero j�bilo las riquezas de la creaci�n, que luego volver� a descubrir, trascendidas, en su Amado. Esta sinfon�a de flores, de perfumes, de verdor, de p�jaros es toda una orquestaci�n a dos versos de Celina. Un domingo de 1895, cuando sor Genoveva est� a punto de cortar el primer narciso, su hermana la detiene: ��Hace falta permiso!� Al volver a su celda, la novicia intenta consolarse recordando a Jes�s, en una poes�a, lo que ha dejado por �l. S�lo una pocas palabras consiguen traspasar la capa de tristeza: La Flor que yo corto, Rey m�o, �eres T�! Teresa viene en ayuda de Celina y, con certero instinto de maestra espiritual, se esmera por que no quede en la sombra ninguna de las alegr�as del pasado, aun cuando esto la lleve a desleir demasiado la poes�a, que es la m�s larga de todo su repertorio en cuanto al n�mero de estrofas (cincuenta y cinco). Y ser�n sus recuerdos comunes de la infancia y de la juventud (el Ms A est� en v�as de redacci�n) lo que Teresa rememorar� en este poema de amor, de familia y sobre todo de la naturaleza. Un poema que se divide en dos grandes partes: antes de la entrada en el Carmelo (estr. 1 a la 31), y el �ahora� (estr. 32 hasta el final). El influjo de san Juan de la Cruz es innegable (C�ntico Espiritual, canc. 14- 15), y la propia Teresa lo indica as� en una carta de 1892 (Cta 135). La gran similitud entre los dos santos reside en una intuici�n fundamental com�n: en Cristo se recapitula la profusi�n de todas las riquezas creadas. Estrofas 1 a 9: Alen�on (1) Cf Ms A 4v�. (2) Se plonger o �tre plong� (abismarse), usado de forma incorrecta, sin complemento (lo mismo que en Cta 54; Ms A 31v�; o PN 54,18,3 = P 36,18,3) es una expresi�n de la familia Martin que indica asombro, recogimiento admirativo. (3) Sus cuatro hijos, muertos muy peque�itos. Estrofas 10 a 18: Los Buissonnets (4) Primera comuni�n de Celina, el 13 de mayo de 1880. (5) Teresa se pone a s� misma en escena en el mirador; cf P 6,7. (6) El viaje a Roma en noviembre de 1887. Estrofas 11 a 31: Celina y su padre (7) Una secuencia propia de la vida de Celina: la enfermedad del se�or Martin (19-20) y su muerte (30-31), con los recuerdos felices de las vacaciones en La Musse en el intervalo (22-27), y sobre todo con su padre (28-29). (8) Dos gracias de Mar�a a la desterrada: cf Po�sies, II, pp 126s. (9) Lugar privilegiado en la topograf�a teresiana; cf P 36,3; RP 3,14v�; RP 5,7; Cta 142, 146, 165; aqu� se percibe una reminiscencia del C�ntico Espiritual de san Juan de la Cruz, canc. 14. (10) Teresa, hija del sol, y que concede tanto espacio a las estrellas, muy pocas veces habla de la luna (Ms A 48r�; Ms C 26r�; P 15,6 y 17,4). Estrofas 32 a 36: Celina en el Carmelo (11) El Carmelo es una �prisi�n bendita� (Ms A 67r�); cf Cta 106. Celina, al igual que Teresa, se constituye voluntariamente prisionera en �l (Ms A 58r�, 81v�); pero no prisionera de las rejas, sino prisionera del amor a Jes�s (P 20,E5; Cta 201), como Jes�s lo est� del nuestro; cf Or 17. (12) Cf Ms A 69v�; Cta 245 y 260; P 11,32; 29,1; 31,2; PN 50,2. (13) Cf las praderas del cielo de 24.9.4. Como hija que es de la Normand�a, es l�gico que Teresa conceda mucho espacio a la pradera (veintitr�s veces en sus escritos), que pertenece tambi�n a su imaginer�a celestial. Tambi�n san Juan de la Cruz compara el cielo a un �prado de verduras, de flores esmaltado� (C�ntico Espiritual, canc. 4). (14) Cf P 7,4+. (15) Cf Oraci�n del alma enamorada, de san Juan de la Cruz: �M�os son los cielos y m�a es la tierra (...) y todas las cosas son m�as. Y el mismo Dios es m�o y para m�, porque Cristo es m�o y todo para m��. Cf infra, el t�tulo de PN 18 bis [�Quien tiene a Jes�s lo tiene todo�]. (16) Los dos versos de Celina que dieron origen a la poes�a; cf supra, introducci�n a la misma. Estrofas 38 a 51: Quien tiene a Jes�s lo tiene todo (17) Esta es la �nica vez que Teresa menciona el �muguet�, el lirio de los valles, con esa palabra, al que Celina atribuye el sentido de �amor escondido�. (18) S�mbolo que le gustaba mucho a Celina; cf Cta 149+. (19) Cf C�ntico Espiritual, canc. 15. (20) Cf P 2,2+. (21) Cf LAMARTINE: �T�, que con una mirada vuelves fecunda la inmensidad� (La Pri�re). (22) La mirada de Dios, que se posa con amor sobre la criatura y le da vida y belleza, es uno de los grandes temas sanjuanistas; cf Or 6, nota 11. �Qu� lejos est� esto de un �vigilante� airado por el pecado! Esa mirada de amor rec�proca e incesante est� en el coraz�n mismo de la vida contemplativa de Teresa. Estrofas 52 a 55: Pronto... el cielo (23) Cf P 10,14+. (24) Cf Ms A 38v�; estrofa que sintetiza en pocas palabras todo este largo poema. (25) Cf Cta 211+. (26) El hogar [toit en el original] es una palabra rara en los escritos de Teresa (Ms A 59v�, 65 r�, 75r�, 82r�). Pero la idea del cielo como casa y como hogar [foyer] paterno les es familiar a los dos hermanas: cf Ms A 41�, muy cercano a esta estrofa, y Ms A 75r�. P 12 MI CIELO EN LA TIERRA 1 Es tu imagen inefable (1) astro que gu�a mis pasos. Tu dulce rostro, Jes�s, bien lo sabes, es en la tierra mi cielo. Mi amor descubre el encanto (2) de tu rostro embellecido de llanto. Y a trav�s de mis l�grimas yo sonr�o contemplando tus dolores. 2 Quiero, para consolarte (3), vivir ignorada (4) y sola aqu� en la tierra. Tu hermosura, que tan bien sabes velar, me descubre todo su inmenso misterio, y a ti quisiera volar. 3 Tu faz es mi sola patria, ella es mi reino (5) de amor, es mi riente pradera y mi sol de cada d�a. Ella es el lirio del valle, cuyo aroma misterioso (6) a mi alma desterrada en su destierro consuela, d�ndole a gustar la paz de los cielos. 4 Es mi descanso y dulzura y mi lira melodiosa... Es tu rostro, �oh mi dulce Salvador!, el ramillete divino de mirra, que guardar quiero prendido sobre mi pecho (7). 5 Es tu faz mi �nica y sola riqueza, ninguna otra cosa pido. En ella, escondida siempre (8), a ti me parecer� (9). Deja en m�, Jes�s, la huella de tus dulc�simos rasgos, y muy pronto ser� santa, y hacia ti los corazones atraer�. 6 A fin de poder juntar abundante mies dorada, con tu fuego qu�mame. No tardes, Amado m�o, en darme tu eterno beso. �Con tus labios b�same! 12 de agosto de 1895 NOTAS P 12 - MI CIELO EN LA TIERRA Fecha: 12 de agosto de 1895. - Compuesta para: sor Mar�a de la Trinidad (entonces Mar�a In�s de la Santa Faz), para sus veinti�n a�os. - Publicaci�n: HA 98, cinco versos corregidos. - Melod�a: Les regrets de Mignon. Al d�a siguiente de la Transfiguraci�n, en ese clima de resplandor del Tabor, Teresa siente que todo su ser se dilata, seducido por el Rostro divino. Y al igual que en la santa monta�a, sus versos evocan los �dolores� de la pasi�n, pero para embellecerlos enseguida y ba�arlos de dulzura. En pleno coraz�n del verano de 1895, este poema es como un anticipo del Cara a cara del que hablara algunas semanas antes en el Acto de ofrenda. Sin embargo, no tenemos que buscar en esta composici�n toda la riqueza que este tema tiene en Teresa. Tambi�n otros escritos suyos aportan o aportar�n elementos complementarios, por ejemplo las Or 11, 12, 14, 16, � RP 2, centrada toda ella en el car�cter gozoso, doloroso y glorioso de la Faz de Jes�s. Tambi�n las Ultimas Conversaciones ofrecen datos del mayor inter�s (por ejemplo, CA 5.8.9). Cf Po�sies, II, p. 135. (1) La representaci�n de la Santa Faz seg�n el modelo de Tours. (2) Cf 15,24. (3) Consolar es la forma teresiana de la reparaci�n ( PN 19,2,3; 41,1,6; P 15,31; 29,5). Y se manifiesta sobre todo con la �semejanza�. (4) Cf Im I,2,3: �querer ser ignorada y tenida en nada�, citado en Ms A 71r� (escrito unas semanas despu�s de P 12), en Cta 145 y 176. Seg�n Mar�a de la Trinidad, esa era la constante aspiraci�n de Teresa: �Muchas veces, en la recreaci�n o en otras partes, cuando yo le dec�a: �En qu� piensas?, dime algo: -�Que qu� pienso?, respond�a con un profundo suspiro, Que quisiera ser ignorada y tenida en nada...� (PO 466). (5) Cf Ms A 77v�. (6) Ese aroma designa la patria con la que sue�a Teresa (Ms C 6v�). (7) Cf en Or 11 la reproducci�n de la Santa Faz (seg�n el modelo de Tours) que pronto Teresa �llevar� sobre su pecho� permanentemente. (8) Cf PN 11,3 y 12,8, compuestas para esta misma novicia. (9) Sobre el deseo y la necesidad de parecerse a Jes�s, sobre todo en su humildad y en su anonadamiento, cf Cta 87, 145 y 201; P 8,1 y 20,E2. P 13 C�NTICO DE UN ALMA QUE HA ENCONTRADO EL LUGAR DE SU REPOSO 1 �Hoy rompes, Jes�s mis lazos <1>! En la Orden de Mar�a podr� hallar todos los bienes de verdad. Si abandono a mi familia entra�able, de tus celestes favores t� la sabr�s colmar. Y a m� el perd�n me dar�s de los pobres pecadores... 2 En el Carmelo, Jes�s, debo vivir, pues tu amor a este oasis me ha llamado. Aqu� te quiero seguir, amarte, y pronto morir <2>. �Aqu�, mi Jes�s, aqu�! 3 En este d�a, Se�or, colmas todos mis deseos. En adelante podr�, cerca de la Eucarist�a <3>, inmolarme noche y d�a, inmolarme silenciosa, y esperar en paz y en calma tu llegada para el cielo. Exponi�ndome a los rayos de la hostia inmaculada, en esta hoguera de amor pronto me ir� consumiendo, y te amar�, Jes�s m�o, como un seraf�n del cielo. 4 Cuando terminen, Se�or, mis d�as aqu� en la tierra, que ser� pronto, a la playa eterna <4> te seguir�. �En el cielo vivir siempre! �Amarte y nunca morir! �Para siempre! �Para siempre...! <5> NOTAS P 13 - C�NTICO DE UN ALMA QUE HA ENCONTRADO EL LUGAR DE SU REPOSO Fecha: 15 de agosto de 1895. - Compuesta para: Mar�a Gu�rin, a su entrada en el Carmelo (sor Mar�a de la Eucarist�a). - Publicaci�n: HA 98, un verso corregido. - Melod�a: �Connais-tu le pays� de Mignon. Era costumbre que la postulante cantase �algo� a la comunidad la noche de su entrada. Mar�a Gu�rin est� dotada de una hermosa voz de soprano; y Teresa quiere que se luzca eligiendo para ello una romanza apropiada. Y, cosa muy extra�a, la poes�a plagia muy de cerca a su modelo, al menos en el estribillo. Teresa realiza con destreza la transposici�n del amor humano al amor m�stico. A pesar del t�tulo [seg�n el original, C�ntico de un alma que ha encontrado el lugar de su reposo], un impulso profundo atraviesa este poema, que presuntamente iba a ser de �reposo�. Esta palabra aparece cinco veces en las Poes�as entre 1895 y 1896 (P 10,9; 12,4; aqu�; 15,20 y 32; PN 27,4), y describe acertadamente el clima espiritual de Teresa en esta �poca; pero a comienzos de 1896 ella misma escribir� extra�ada: �No puedo vivir siempre as�, en el sosiego� (Ms C 31r�). Teresa dedicar� dos poes�as m�s a su prima: S�lo Jes�s (P 24, el 15 de agosto de 1896) y Mis armas (P 32, para su profesi�n, el 25 de marzo de 1897). <1> Partiendo de un vers�culo que le ofrece el salmista, Teresa juega con una anfibolog�a: tristeza por la separaci�n de la familia, pero liberaci�n del mundo y libertad para Jes�s (cf Ms A 67v�). <2> Acerca de esta profunda aspiraci�n de Mar�a Gu�rin, cf LC 114 (CG, p. 491), Cta 92 y 190. <3> Esta estrofa -breve compendio teol�gico sobre la adoraci�n ante la hostia- demuestra la fuerte atracci�n de Mar�a por la Eucarist�a; cf LC 113 y 130 (CG, pp. 485 y 546), Cta 109 y 234. <4> La rivera eterna, expresi�n tan frecuente en Teresa (cf Ms A 41r+), es importante en esta poes�a, que habla de traves�a m�s que de reposo. <5> Cf Ms A 69v�, de redacci�n casi contempor�nea. P 14 AL SAGRADO CORAZ�N DE JES�S 1 Junto al sepulcro santo, Mar�a Magdalena, en l�grimas deshecha, se arrodill� en el suelo, buscando a su Jes�s. Los �ngeles vinieron a suavizar su pena, pero no consiguieron suavizar su dolor. Luminosos arc�ngeles, Mas no era vuestro brillo, luminosos arc�ngeles lo que esta alma ardiente ven�a aqu� a buscar. Ella quer�a ver al Se�or de los �ngeles, tomarle en sus brazos y llevarle muy lejos. 2 Junto al sepulcro santo ella qued� la �ltima, y al sepulcro volvi� antes de amanecer. Su Dios se hizo tambi�n presente, aunque velando su presencia, no pudo ella vencerle en la lid del amor... Cuando lleg� el momento, desvel�ndole �l su faz bendita envuelta en propia luz, brot�le de los labios una sola palabra, fruto del coraz�n. Jes�s el dulce nombre murmur� de: ��Mar�a!� y devolvi� a Mar�a la alegr�a y la paz. .................................................... 3 Un d�a, mi Se�or, como la Magdalena, quise verte de cerca, y me llegu� hasta ti. Se abism� mi mirada por la inmensa llanura a cuyo Due�o y Rey yo iba buscando. Al ver la flor y el p�jaro, el estrellado cielo y la onda pura, exclam� arrebatada: �Bella naturaleza, si en ti no veo a Dios, no ser�s para m� m�s que un sepulcro inmenso. 4 �Necesito encontrar un coraz�n que arda en llamas de ternura, que me preste su apoyo sin reserva, que me ame como soy, peque�a y d�bil, que todo lo ame en m�, y que no me abandone de noche ni de d�a�. No he podido encontrar ninguna criatura capaz de amarme siempre y de nunca morir. Yo necesito a un Dios que, como yo, se vista de mi misma y mi pobre naturaleza humana, que se haga hermano m�o <2> y que pueda sufrir. 5 T� me escuchaste, amado Esposo m�o. Por cautivar mi coraz�n, te hiciste igual que yo, mortal, derramaste tu sangre, �oh supremo misterio!, y, por si fuera poco, sigues viviendo en el altar por m�. Y si el brillo no puedo contemplar de tu rostro ni tu voz escuchar, toda dulzura, puedo, �feliz de m�!, de tu gracia vivir, y descansar yo puedo en tu sagrado coraz�n, Dios m�o. 6 �Coraz�n de Jes�s, tesoro de ternura, t� eres mi dicha, mi �nica esperanza! T� que supiste hechizar mi tierna juventud, qu�date junto a m� hasta que llegue la �ltima tarde de mi d�a aqu�. Te entrego, mi Se�or, mi vida entera, y t� ya conoces todos mis deseos. En tu tierna bondad, siempre infinita, quiero perderme toda, Coraz�n de Jes�s. 7 S� que nuestras justicias y todos nuestros m�ritos carecen de valor a tus divinos ojos. Para darles un precio, todos mis sacrificios echar quiero en tu inefable coraz�n de Dios. No encontraste a tus �ngeles sin mancha. En medio de rel�mpagos t� dictaste tu ley �Oh coraz�n sagrado, yo me escondo en tu seno y ya no tengo miedo, mi virtud eres t� <3>! 8 Para poder un d�a contemplarte en tu gloria, antes hay que pasar por el fuego, lo s�. En cuanto a mi me toca, por purgatorio escojo tu amor consumidor <4>, coraz�n de mi Dios. Mi desterrada alma, al dejar esta vida, quisiera hace un acto de pur�simo amor, y luego, dirigiendo su vuelo hacia la patria, �entrar ya para siempre en tu coraz�n...! NOTAS P 14 - AL SAGRADO CORAZ�N DE JES�S Fecha: 21 de junio o de octubre de 1895. - Compuesta para: sor Mar�a del Sagrado Coraz�n, a petici�n de �sta. - Publicaci�n: HA 98, nueve versos corregidos. - Melod�a: Le petit soulier de No�l. Para no alterar la nueva numeraci�n de las Po�sies de 1975, se ha conservado en la Edici�n del Centenario la fecha que se conjeturaba como m�s probable -octubre de 1895- y que desde 1907 atribu�a generalmente a este texto (HA 07, p. 388). Sin embargo, la fecha del 21 de junio parece m�s probable. (cf Po�sies, II, p. 147), lo cual nos llevar�a a colocar Al Sagrado Coraz�n despu�s del C�ntico de Celina. La cuesti�n de este peque�o problema cronol�gico estriba en que la contemplaci�n del Sagrado Coraz�n -tal como la �ve� Teresa- habr�a preparado y acompa�ado la iluminaci�n del domingo de la Trinidad. Sea como fuere, es innegable la similitud entre el Acto de Ofrenda (Or 6), P 14 y Ms A 84r�/v�. Teresa no se queda en el s�mbolo, entonces tan en boga, del Coraz�n herido por la lanza. Ella ve directamente a la realidad: al amor personal de Jes�s, a sus sentimientos profundos, al amor que llena su Coraz�n. Y la manifestaci�n suprema de este amor, Teresa la encuentra, no en la escena de Getseman� o en el Coraz�n traspasado por la lanza en el Calvario, sino en la respuesta del Resucitado a la b�squeda apasionada de Mar�a Magdalena: en el murmullo de su nombre. Fortalecida con esa respuesta, que le garantizaba que �el coraz�n de su Esposo era s�lo para ella, como el suyo era s�lo para �l�, la confianza de la esposa ya no conocer� barreras. Ir� cada vez m�s lejos en su audacia, hasta entrar ya �sin reserva� alguna en el Coraz�n de su Dios. Este extraordinario dinamismo es lo que da unida al poema. Un cuadro de gran fuerza expresiva en el que se ve plasmado un amor a la vez humano y sobrenatural de enorme intensidad. <1> Cf P 15,15 y 30,3. <2> Aqu� Jes�s es el Hermano-Amigo, es decir, el Esposo del Cantar de los Cantares (Ct 4,9 � 5,2); cf, por ejemplo, Cta 158, 164; RP 3,23r� bis; P 20,5; Or 12. Pero el sentido de nuestra fraternidad con Jes�s reviste muchos matices. <3> Cf Ms A 32r� y Cta 197. <4> �Alusi�n (que s�lo ella entiende) a la herida de amor que ha sufrido poco tiempo antes (14/6/1895, cf CA 7.7.2)? Es conocida la insistencia con que san Juan de la Cruz recuerda la fuerza purificadora de la Llama de amor viva, semejante a la del purgatorio (canci�n 2, explicaci�n del verso 5). Cf P 10,6+. P 15 JES�S, AMADO M�O, ACU�RDATE �Hija m�a, busca entre mis palabras las que respiren m�s amor; escr�belas, y luego, guard�ndolas como preciosas reliquias, procura leerlas con frecuencia. Cuando un amigo quiere reavivar en el coraz�n de su amigo el fuego de su primer afecto, le dice: Acuerdate de lo que sentiste al decirme un d�a tal o cual palabra. O bien: �Te acuerdas de tus sentimientos en tal �poca, en tal d�a, en tal lugar...? Cr�eme, hija: las reliquias m�s preciosas que de m� quedan en la tierra son las palabras de mi amor, las palabras salidas de mi dulc�simo Coraz�n�. (Nuestro Se�or a santa Gertrudis <1>) 1 Acu�rdate, Jes�s, de la gloria del Padre, del esplendor divino que dejaste en el cielo al bajar a esta tierra, al desterrarte de aquella eterna patria por rescatar a todos los pobres pecadores. Bajando a las entra�as de la Virgen Mar�a, velaste tu grandeza y tu gloria infinita. Del seno maternal de tu segundo cielo �acu�rdate! 2 Acu�rdate que el d�a en que naciste los �ngeles bajaron a la tierra y cantaron a coro: ��Gloria, honor y potencia a nuestro Dios, y la paz a los hombres de buena voluntad!� Tras diecinueve siglos, sigues cumpliendo siempre tu promesa. La paz es la riqueza de tus hijos. Para gustar por siempre la inefable paz tuya, �yo vengo a ti! 3 Yo vengo a ti, en tu cuna quiero, Ni�o, quedarme para siempre, entre esos tus pa�ales <2> esc�ndeme contigo. Ah� podr� cantar a coro con los �ngeles, recordarte las fiestas de estos d�as. Acu�rdate, Jes�s, de los pastores, y de los Reyes Magos, que con gozo sus dones te ofrecieron, coraz�n y homenaje. Del cortejo inocente que por ti dio su sangre �acu�rdate! 4 Acu�rdate de que los dulces brazos de Mar�a, tu Madre, preferiste a tu trono de rey. Para sostener tu vida, peque�o Ni�o m�o, s�lo ten�as la leche virginal. A ese fest�n de amor que tu madre te da, inv�tame, Jes�s, t� que eres mi hermanito. De tu peque�a hermana, que te hizo palpitar, �acu�rdate! 5 Acu�rdate de que llamaste padre al humilde Jos�, quien por orden del cielo supo, sin despertarte del materno regazo, arrancarte a las iras de un mortal. Verbo de Dios, acu�rdate de aquel misterio extra�o: �T� guardaste silencio e hiciste hablar a un �ngel! Del lejano destierro a la orilla del Nilo �acu�rdate! 6 Acu�rdate, Jes�s, de que en otras riberas los mismos astros de oro y la luna de plata que yo contemplo en el azul sin nubes tus ojitos de ni�o encendieron de gozo y maravilla. Con la misma manita con que a tu dulce Madre acariciabas sosten�as el mundo y le dabas la vida. Y pensabas en m� <3>, �oh mi peque�o Rey!, �acu�rdate! 7 Acu�rdate, Se�or, de que en la soledad con tus divinas manos trabajaste. Vivir en el olvido fue tu mayor cuidado, despreciaste la ciencia de los hombres. T� que con sola una palabra dicha por tu divina boca sumir pod�as en asombro al mundo, te complaciste en esconder a todos tu profundo saber, ciencia infinita. Pareciste ignorante, siendo el Omnipotente, �acu�rdate! 8 Acu�rdate de haber vivido errante, extranjero en la tierra, �oh Verbo eterno! Ni una piedra tuviste ni un abrigo, ni tan siquiera el nido que los p�jaros tienen... Ven, �oh Jes�s!, a m�, reclina tu cabeza, ven..., para recibirte tengo dispuesta el alma. Sobre mi coraz�n descansa, Amado m�o, �mi coraz�n es tuyo! 9 Acu�rdate de qu� ternura inmensa t� colmaste a los ni�os peque�itos. �Yo deseo tambi�n recibir tus caricias, dame tus deliciosos, suaves besos! Para gozar un d�a de tu dulce presencia all� en el cielo, practicar� en la tierra las peque�as virtudes de la infancia. Muchas veces dijiste: �El cielo es de los ni�os...�, �acu�rdate! 10 Acu�rdate, Jes�s: junto al brocal de un pozo, un viajero, cansado del camino, hizo que rebosaran <4> sobre cierta mujer samaritana los raudales de amor que encerraba su pecho. �Yo s� qui�n es aquel que pidi� de beber <5>: �l es el Don de Dios, la fuente de la gloria! Es �l,agua que brota, Es �l, que nos ha dicho: ��Venid a m�! 11 Venid a m� vosotras, pobres almas cargadas, vuestras pesadas cargas pronto se har�n ligeras, y, saciada la sed ya para siempre, de vuestro seno fuentes manar�n�. YO tengo sed, Jes�s, esa agua pido, que me inunden el alma sus divinos torrentes. Por fijar mi morada en el mar del amor �yo vengo a ti! 12 Acu�rdate, Jes�s, de que, a pesar de ser hija yo de la luz <6>, �ay!, de servir a mi Rey me olvido con frecuencia. De mi miseria inmensa ten piedad y en tu infinito amor perd�name. En las cosas del cielo, Se�or, hazme una experta, mu�strame los secretos que tu Evangelio esconde. Haz que este libro de oro sea mi gran riqueza, �acu�rdate! 13 Acu�rdate, Jes�s, del poder asombroso que tu divina Madre tuvo y tiene sobre tu coraz�n. Acu�rdate de haber cambiado un d�a el agua clara en delicioso vino <7>, obedeciendo a su sencilla s�plica. D�gnate transformar mis mortecinas obras y a la voz de tu Madre, dales vida. De que yo soy tu hija, mi Jes�s, con frecuencia �acu�rdate! 14 Acu�rdate, Se�or: muchas veces sub�as a las altas colinas al caer de la tarde. Recuerda tu oraci�n, tus divinas plegarias y tus himnos de amor mientras todos dorm�an. Y yo en mis oraciones, en mi oficio divino, ofrezco con delicia mi oraci�n, �oh Dios m�o! Junto a tu coraz�n canto entonces gozosa, �acu�rdate! 15 Acu�rdate de que al mirar los campos, tu coraz�n divino presagiaba la siega, con los ojos alzados <8> a la santa Monta�a, murmurabas los nombres de tus predestinados... Para que tu cosecha recoger pronto puedas, mi Dios, todos los d�as me inmolo y te suplico. Son mi llanto y mi gozo para tus segadores, �acu�rdate! 16 Acu�rdate, Jes�s, del gozo de los �ngeles, del j�bilo que habr� en tu reino del cielo entre sus elegidos moradores, al ver que un pecador alza hacia ti sus ojos. Yo quiero acrecentar esa gran alegr�a, y por los pecadores rogar� sin cesar. Porque al Carmelo vino para poblar tu cielo, �acu�rdate! 17 Acu�rdate de aquella dulce llama que hacer arder quer�as en nuestros corazones. En mi alma has encendido ese fuego del cielo <9>, y yo quiero, tambi�n, derramar sus ardores. Una d�bil centella, �oh misterio de vida!, levantar puede sola un grand�simo incendio <10>. Muy lejos quiero llevar �oh Dios m�o!, tu fuego <11>, �acu�rdate! 18 Acu�rdate de la grandiosa fiesta que te dignaste <12> da al hijo arrepentido. Acu�rdate igualmente de que al alma que es pura t� mismo la alimentas d�a a d�a. Recibes con amor al hijo pr�digo, mas las olas de amor que de tu coraz�n al m�o vienen, �sas no tienen n�mero ni dique. Tus bienes m�os son, mi Rey, Amado m�o, �acu�rdate. 19 Acu�rdate de que al, obrar milagros, despreciaste la gloria y exclamaste: ��C�mo pod�is creer los que busc�is la estima de los hombres? Hall�is maravillosas las obras que yo hago, mayores las har�n los que son mis amigos�. �Qu� humilde y dulce fuiste, Jes�s, mi tierno Esposo!, �acu�rd`te! 20 Acu�rdate de que, en un trance santo de divina embriaguez, tu ap�stol virgen descans� su cabeza sobre tu coraz�n. �Se�or, en su descanso conoci� tu ternura, comprendi� sus secretos! No me siento celosa del disc�pulo amado, tambi�n yo tus secretos conozco, soy tu esposa. Duermo sobre tu pecho, divino Salvador, ��l es m�o! <13>, �acu�rdate! 21 Acu�rdate de aquella triste noche, noche de tu agon�a, en la que con tu sangre se mezclaron tus l�grimas. �Perlas de amor, cuyo infinito precio hizo que germinaran en esta tierra virginales flores! Un �ngel, al mostrarte esta mies escogida, renacer hizo el gozo de tu bendita alma. Mas t�, Jes�s, me viste en medio de tus lirios, �acu�rdate! 22 Acu�rdate, Se�or, que tu roc�o fecundo, virginizando el c�liz de las flores, capaces las volvi�, ya en esta vida, de engendrar multitud de corazones. Soy virgen, �oh Jes�s! No obstante, �qu� misterio!, al unirme yo a ti, soy madre de almas <14>. De las v�rgenes flores que salvan pecadores, �acu�rdate! 23 Acu�rdate: un Condenado a muerte, abrevado de amargo sufrimiento, alz� al cielo los ojos y exclam�: ��Un d�a me ver�is aparecer con gloria nimbado de poder sobre las nubes!� Nadie creer quer�a que el Hijo de Dios fuese, pues su gloria inefable permanec�a oscura. Pr�ncipe de la paz, yo s� te reconozco, �yo creo en ti...! 24 Acu�rdate de que hasta entre los tuyos siempre desconocido fue tu divino rostro. Pero a m� me dejaste tu dulce y pura imagen, y bien sabes, Se�or, que siempre yo te reconoc�... Te reconozco, s�, �oh rostro eterno!, aun a trav�s del velo de tus l�grimas descubro tus encantos. De todos los corazones que recogen tus l�grimas, Jes�s, �acu�rdate! 25 Acu�rdate de la amorosa queja que, clavado en la cruz, se te escap� del pecho. �En el m�o qued�, Se�or, grabada, y por eso comparte el ardor de tu sed <15>! Y cuanto m�s herido se siente por tu fuego, m�s sed tiene, Jes�s, de darte almas. De que una sed de amor me quema noche y d�a �acu�rdate! 26 �Acu�rdate, Jes�s, Verbo de vida, de que tanto me amaste, que moriste por m�! Tambi�n yo quiero <16> amarte con locura, tambi�n por ti vivir y morir quiero yo. Bien sabes, �oh Dios m�o!, que lo que yo deseo es hacer que te amen y ser m�rtir un d�a. Quiero morir de amor. Se�or, de mi deseo �acu�rdate! 27 Acu�rdate de aquello que dijiste el d�a de tu triunfo: ��Dichoso el que sin ver en plenitud de gloria al Hijo del Alt�simo, sin embargo crey�!� Desde la oscura noche de mi fe yo te amo ya y te adoro. Para verte, Jes�s, espero en paz la aurora. De que no es mi deseo aqu� en la tierra verte <17> �acu�rdate! 28 Acu�rdate de que, subiendo al Padre, no pod�as dejarnos aqu� hu�rfanos, y haci�ndote en la tierra prisionero supiste velar bien tu resplandor divino. Pero es pura y radiante la sombra de tu velo, Pan vivo de la fe, alimento celeste. �Oh misterio de amor! �Mi pan de cada d�a Jes�s, eso eres t�! 29 No obstante las sacr�legas blasfemias con que insultarte intentan los enemigos que en el mundo tiene el dulce Sacramento de tu amor, t� me muestras, Jes�s, cu�nto me amas, pues en mi coraz�n a morar vienes. �Oh Pan del desterrado! �Hostia santa y divina! Ya no soy yo quien vive, sino que vivo de tu propia vida. �Tu dorado cop�n <18> preferido entre todos, Jes�s, soy yo! 30 Soy para ti un santuario vivo, que los malvados profanar no pueden. Qu�date siempre en m�, �no es, acaso, un parterre mi coraz�n donde todas las flores se vuelven hacia ti? Mas si t� te alejaras, blanco Lirio del valle, t� lo sabes muy bien, mis flores ser�an prestamente deshojadas. �Siempre, Jes�s, mi Amado y perfumado Lirio, florece en m�! 31 Acu�rdate de que en la tierra quiero consolarte, Se�or, del negro olvido al que los pecadores te condenan. �Amor �nico m�o, escucha mi plegaria, para amarte, Jes�s, dame mil corazones! Pero no basta a�n, �oh Belleza suprema! �Para amarte dame tu propio coraz�n divino! <19> De mi deseo ardiente, Se�or, a cada instante �acu�rdate! 32 Acu�rdate, Se�or, de que es tu santa voluntad mi dicha y mi �nico reposo <10>. Sin temor en tus brazos me duermo y abandono, divino Salvador. Si mientras ruge el hurac�n t� duermes, yo seguir� sumida en una paz profunda. Mas, Jes�s, mientras duermes, para tu despertar �prep�rame! 33 Acu�rdate, Se�or, de que vivo en la espera del gran d�a. Que, por fin, aparezca el �ngel y nos convoque a todos: ��El tiempo se acab�, despertad ya!� Yo hendir� entonces r�pida el espacio y muy cerca de ti ocupar� un lugar. En la morada eterna mi cielo ser�s t�, �acu�rdate! NOTAS P 15 - JES�S, AMADO M�O, ACU�RDATE Fecha: 21 de octubre de 1895. - Compuesta para: sor Genoveva, con ocasi�n de su santo (Celina), a petici�n de �sta. - Publicaci�n: HA 98, cuarenta y tres versos corregidos. - Melod�a: Rapelle-toi. El noviciado de Celina sigue su curso desde el 5 de febrero de 1895. Suficientemente generoso para que Teresa proponga a su hermana, el 9 de junio, que se entregue totalmente al Amor. Y suficientemente laborioso para que Celina sienta la necesidad de animarse haciendo un recuento de sus m�ritos pasados. Y acude al genio po�tico de Teresa para �recordar a Jes�s (...) los inmensos sacrificios que ha hecho por �l�. Pero Teresa invierte la perspectiva, enumerando �los sacrificios de Jes�s� por Celina... No por esp�ritu de contradicci�n, sino sencillamente para dar una �peque�a lecci�n� a su novicia (CSG, p. 73). Pero, sobre todo, porque su inspiraci�n la lleva en una direcci�n completamente distinta. El nervio vital de su existencia se encuentra ahora en una convicci�n extremadamente fuerte del amor preveniente y gratuito de Jes�s hacia su criatura. En treinta y tres estrofas (�n�mero intencionado para recordar los treinta y tres a�os de Cristo?) va desarrollando una vida de Jes�s a partir del Evangelio, en el que �cada d�a descubre luces nuevas, sentidos ocultos y misteriosos� (Ms A 83v�). Junto con P 35, este poema es un lugar privilegiado para un estudio escritur�stico en Teresa. En esa �poca Teresa vive en un ba�o de luz. Su fe es viva y transparente. Y sus versos son una clara expresi�n de su inteligencia de la fe, por la forma tan personal de leer y releer los textos evang�licos. <1> Este ep�grafe (a�adido por Teresa en julio de 1896) proviene de L'Ann�e de Sainte Gertrude del P. Cros (Toulouse, 1871). <2> Cf RP 1,12r�; RP 2,2r� y 7v�; RP 5,3r�; RP 6,2v�; Or 8, de octubre de 1895; P 36,10. <3> Teresa no habla de Jes�s en tercera persona, sino en segunda persona del singular, como lo hace habitualmente en su oraci�n (CSG, p. 82). En todas las estrofas, salvo alguna rara excepci�n, el T� y el yo se van conjugando en una exquisita reciprocidad de ternura. Tal vez pueda parecer extra�o que �acapare� de esa manera a su Se�or; pero lo �nico que hace es apropiarse las palabras de san Pablo: �Me am� hasta entregarse por m�� (Gal 2,20). <4> Cf estr. 18 y Or 6. <5> En 1889-1890, la sed de Jes�s que Teresa deseaba apagar era sobre todo la del Crucificado (Jn 19,28; cf LC 145 en CG, p. 631). En 1893, pensaba m�s en el episodio de la Samaritana (Cta 141). En 1895, combina los dos temas en el Ms A (45v� y 46v�) y aqu� (estr. 10 y 25). Finalmente, en 1896 los escribir�, junto con otros textos evang�licos, en una estampa de Cristo en la cruz, con referencias expl�citas (Est 1). Cf tambi�n Cta 196 (= Ms B 1v�). <6> Expresi�n que s�lo se encuentra aqu� y en Ms B 4r�. <7> Junto con una furtiva alusi�n a la tempestad calmada, es �ste el �nico milagro que se menciona en la poes�a. Teresa usa siempre una gran discreci�n al referirse a los milagros. <8> Teresa recoge aqu� de nuevo, aplic�ndola a Jes�s, su ex�gesis tan personal, de 1892, de la invitaci�n a �levantar los ojos�: �Levantad los ojos y ved. Ved c�mo en mi cielo hay sitios vac�os, a vosotros os toca llenarlos...� (Cta 135). <9> Posible alusi�n a la herida de amor de junio de 1895 (CA 7.7.2). <10> Unica vez que emplea en este sentido esa expresi�n en sus escritos, no obstante la importancia del fuego en el vocabulario de Teresa. <11> La madre In�s escogi� en un primer momento estos dos versos para adornar la cruz de la tumba de Teresa y definir as� su misi�n p�stuma, netamente apost�lica; cf CSG, p. 200. Cf tambi�n RP 4,4v� y P 31,6. <12> El padre del hijo pr�digo, para Teresa, es el propio Jes�s en seis de los ocho pasajes en que ella menciona (RP 2,3r�; Cta 142; aqu�; Ms C 34v� y 36v�; Cta 261). <13> Cf Cta 122: �El coraz�n de mi Esposo es s�lo para m�, como el m�o es s�lo para �l�. <14> Los escritos de Teresa evocan con frecuencia este �misterio� de la maternidad espiritual de la virgen consagrada que se une a Jes�s; cf, por ejemplo, Cta 124 (la flor Celina); Cta 129, 135, 182, 183, 185; Ms A 81r� y Ms B 2v�; P 29,6; etc. <15> De las siete palabras de Cristo en la cruz, la que m�s veces cita Teresa es la queja �Tengo sed� (Ms A 45v�, 46v�, 85v�; P 20, estr. 5 y 6. Cf supra, nota 5. <16> �Tambi�n� sugiere que la muerte de Jes�s es ya una locura de amor, que justifica el deseo de Teresa: �amarte con locura�. Y esta aspiraci�n no es nueva: cf Cta 85, 93, 96, 169; Ms A 39r�, 82r� (finales de 1895). Y se hace m�s acuciante en 1896: cf Ms B (en el que la palabra �locura� recurre hasta diez veces) y Cta 25. <17> A pesar de la fuerza de su amor, Teresa prefiere amar a Jes�s de acuerdo al estilo que ha elegido para s� (cf RP 7,1v�). Muy poco antes de morir, reafirmar� su deseo de �no ver� a Dios o a los santos aqu� abajo (cf CA 4.6.1; 5.8.4; 11.8.5; 11.9.7). <18> La misma idea en Ms A 48v� y en P 16,6. <19> Amar a Dios no s�lo con �mil corazones�, sino con su propio Amor, con su �propio Coraz�n divino�, es una aspiraci�n que va creciendo en Teresa hasta el final (cf Ms B 3v� y Ms C 35r�; PN 41,2,7-8). <20> El �reposo� saboreado �nicamente en la �voluntad� de Jes�s, el deseo de cumplir siempre su voluntad, es un tema teresiano del que encontramos huellas en todos sus escritos, y muy temprano (cf Po�sies, II, p. 169). En la enfermer�a, Teresa repetir� esta estrofa 32 �con semblante y acento celestiales�: cf CA 14.7.3. En ese mismo sentido, v�ase tambi�n CA 10.6; 10.7.13; 14.7.9; 30.8.2. P 16 MIS DESEOS JUNTO A JES�S ESCONDIDO EN SU PRISI�N <1> DE AMOR Compuesta a petici�n de sor San Vicente de Paul. La misma melod�a que la anterior, o bien la de la glosa de santa Teresa. 1 Llavecita, yo te envidio, porque puedes cada d�a abrir y cerrar la puerta de la c�rcel donde mora el Dios hecho Eucarist�a. Mas �oh dichoso milagro!, por la virtud de mi fe y de mi amor tambi�n puedo el tabern�culo abrir y en �l esconderme yo <2> cerca de mi amado Rey. 2 Quisiera en el santuario junto a mi Dios consumirme, y, como t�, lamparilla, brillar siempre en el misterio. �Oh qu� dicha!, yo tambi�n unas llamas tengo en m�, y con ellas ganar puedo para Jes�s muchas almas y abrasarlas en su amor... 3 En cada aurora te envidio, piedra santa del altar. Como un d�a en el establo, veo en ti nacer a Dios. Atiende mi humilde ruego, ven a mi alma, mi Se�or. Lejos de hallar piedra fr�a, en ella hallar�s el eco de tu propio coraz�n. 4 Corporales, rodeados de �ngeles, tambi�n yo envidia os tengo a vosotros. Como los limpios pa�ales, envolv�is a mi Jes�s, mi �nico y solo tesoro. Mi coraz�n cambia, �oh Virgen!, en corporal puro y bello, para poder recibir la hostia blanca do se esconde tu amado y dulce Cordero. 5 Patena santa, te envidio. En ti viene a reposar Jes�s, el Verbo hecho carne. �Que su infinita grandeza se digne abajarse a m�...! Jes�s colma mi esperanza sin esperar a que llegue la tarde de mi destierro. �Viene a m�! Con su presencia me hace su custodia viva... 6 Yo quisiera ser el c�liz en el que adoro la sangre de mi Dios y Salvador. Mas puedo en la santa Misa recogerla cada d�a. A Jes�s le gusta mi alma m�s que los vasos de oro. El altar es un Calvario donde por m� y para m� se derrama gota a gota toda su sangre divina. 7 �Oh Jes�s, vi�a sagrada!, lo sabes, mi Rey divino: soy un racimo dorado <3> que han de arrancar para ti. Exprimida en el lagar del oscuro sufrimiento, yo te probar� mi amor. Mi �nico gozo ser� inmolarme cada d�a. 8 �Oh qu� suerte para m�! Fui contada entre los granos de maduro y puro trigo destinados a perder por Jes�s su ser y vida. �Oh exquisito arrobamiento! Tu esposa querida soy, ven, mi Amado, vive en m�. �Ven, tu belleza me encanta, ven a transformarme en ti! NOTAS P 16 - MIS DESEOS JUNTO A JES�S ESCONDIDO EN SU PRISI�N DE AMOR Fecha: oto�o (?) 1895. - Compuesta para: sor San Vicente de Pa�l, a petici�n suya. - Publicaci�n: HA 98 con el t�tulo �Mis deseos al pie del tabern�culo�), siete versos corregidos. - Melod�a: Par les chants les plus magnifiques, o bien la Glosa de santa Teresa �Je meurs de ne point mourir�. En este poema eucar�stico-lit�rgico, Teresa no deja volar la inspiraci�n. Es una meditaci�n en un tono sumamente sobrio, centrada en los objetos de culto, de los que habla como si fueran palabras o im�genes de la Sagrada Escritura. Tan s�lo en la �ltima estrofa da rienda suelta al amor y al entusiasmo. La fe de Teresa la lleva a descubrir la forma de hacer realidad sus �deseos�: �Mas yo puedo...� No tiene ning�n motivo para �envidiar� a la llave del sagrario, a la l�mpara, a la piedra del altar, o a los vasos sagrados. Ella tiene m�s valor, ella es incomparablemente m�s valiosa que esos objetos inanimados. La �esposa� se asocia al sacrificio como v�ctima, aun cuando esta palabra no se pronuncia, y con �arrobamiento�. <1> Cf Ms A 31v�; PN 19,1; P 15,28; Cta 189 y 201; Or 7. <2> Jes�s escondido en la hostia, en el sagrario, es uno de los temas favoritos de la santa del Dios escondido: cf Cta 140; numerosas referencia en las Poes�as y en RP. <3> Primero de los tres anuncios de la �pasi�n� de Teresa bajo el s�mbolo del �racimo�, junto con RP 5,2r� y Ms A 85v� (escudo de armas). P 17 RESPONSORIO DE SANTA IN�S 1 Cristo es mi amor, �l es toda mi vida, �l es el prometido que enamora mis ojos. Oigo vibrar la nota melodiosa de su armon�a suave. 2 Engalan� mi mano con perlas nunca vistas y colg� de mi cuello collares de gran precio. Los diamantes preciosos que veis en mis orejas regalo son de Cristo. 3 Estoy toda adornada de rica pedrer�a y fulgura en mi dedo el anillo nupcial. El quiso recubrir de perlas luminosas mi manto virginal. 4 Yo soy la prometida de aquel a quien los �ngeles, temblando, servir�n eternamente, cuya alabanza cantan sol y luna y su belleza admiran 5 Es el cielo su imperio y su ser es divino. Una virgen por madre escogi� aqu� en la tierra. Su padre es el Dios vivo que no tiene principio y es esp�ritu puro. 6 Cuando amo a Cristo y cuando yo le toco, se hace mi coraz�n m�s puro y limpio y me vuelvo m�s casta. El beso de su boca me da el dulce tesoro de la virginidad. 7 Sobre mi frente ha impreso ya su sello, a fin de que otro amante no se acerque ya a m�. Mi amable Rey sostiene con su divina gracia mi d�bil coraz�n. 8 De su sangre preciosa me siento empurpurada, y gusto ya en mi alma las delicias del cielo. De sus labios sagrados recojo leche y miel. 9 A nada tengo miedo, ni al hierro ni a las llamas, nada turbar ya puede mi inexpresable paz. Y este amor, cuyo fuego el alma me consume, nunca se apagar�... NOTAS P 17 - RESPONSORIO DE SANTA IN�S Fecha: 21 de enero de 1896. - Compuesto para: madre In�s de Jes�s, priora, para su santo. Publicaci�n: HA 98 (�C�ntico de santa In�s�), once versos corregidos. - Melod�a: Le Lac, o bien Himne � l'Eucharistie. Resplandeciente como una novia que se adorna para su Esposo: as� se nos muestra Teresa a trav�s de este poema. Con �l termina un a�o de paz, de amor y de luz. Ese mismo 21 de enero, entrega a la madre In�s su primer cuaderno autobiogr�fico. Aunque en estilos diferentes, el Manuscrito y el este poema no cantan sino un mismo Magnificat. Poema de esponsales. Al leerlo, uno piensa de inmediato en la p�gina maravillada del Ms A en que Teresa reproduce la profec�a de Ezequiel (que ella toma del C�ntico Espiritual de san Juan de la Cruz, canci�n 23): �Cuando lleg� para m� el tiempo de ser amada -era en 1887-, hizo alianza conmigo y fui suya... Extendi� su manto sobre m�... Me visti� con bordados, d�ndome collares y aderezos inestimables... S�, todo eso hizo Jes�s conmigo� (Ms A 47r�). En 1887, no era m�s que el comienzo de los esponsales. Hoy, en 1896, despu�s de un a�o de plenitud que toca a su fin, los esponsales se realizan en secreto. Pronto se va a escuchar la �primera llamada�, tr�gica, �qu� duda cabe?, pues se trata de una hemoptisis, pero gozosa �como un dulce y lejano murmullo que me anunciaba la llegada del Esposo� (Ms C 5r�). Teresa lo indica expresamente en el t�tulo: quiere traducir los Responsorios del Oficio de santa In�s [El t�tulo original del poema reza as�: �Responsorios de santa In�s�. N. del T.]. La liturgia de la joven m�rtir (muerta hacia el 305) se remonta a una gran antig�edad: siglos VII-VIII. Teresa asimil� el texto hasta el punto de revitalizar su simbolismo desde el interior, como puede comprobarse haciendo una sinopsis lineal del poema con sus diversos modelos (cf Po�sies, II, p. 180ss). La transcripci�n de Teresa es de especial calidad. Habr�a que observar c�mo se transforman las palabras al pasar del modelo al poema; como, gracias a una admirable organizaci�n po�tica, Teresa va elaborando su miel sirvi�ndose de todas las im�genes dispersas en el texto latino, para desplegar esa gran visi�n de un movimiento arm�nico. P 18 EL C�NTICO ETERNO CANTADO EN EL DESTIERRO 1 Tu esposa, �oh Se�or m�o!, en tierra extranjera puede cantar el c�ntico eterno del amor, porque en el seno mismo de su oscuro destierro la abrasas con el fuego de tu amor, como lo har�s un d�a all� en el cielo. 2 �Oh belleza suprema y dulce Amado m�o!, t� te entregas a m�, y yo pago tu entrega am�ndote, Jes�s. Haz que toda mi vida sea un acto de amor. 3 Olvid�ndote t� de mi inmensa miseria, vienes a hacer morada aqu� en mi coraz�n. �Ah qu� misterio grande, mi d�bil amor basta para tenerte m�o y encadenarte a m�! 4 Amor que me inflamas, penetra mi alma. Ven, yo te reclamo, ven, cons�meme. 5 Tu llama me urge, y quiero sin tregua �oh divino horno!, abismarme en ti. 6 El sufrir me es gozo cuando en raudo vuelo a ti para siempre se alza el amor. 7 �Oh patria celeste, dulzura infinita, t� d�a tras d�a encantas mi alma! 8 �Oh celeste patria, oh gozo infinito, no eres m�s que Amor! NOTAS P 18 - EL C�NTICO ETERNO CANTADO EN EL DESTIERRO Fecha: 1 de marzo de 1896. - Compuesta para: sor Mar�a de San Jos�, a petici�n suya (?) para su santo. - Publicaci�n: HA 98, siete versos corregidos. - Melod�a: Mignon regrettant sa patrie. Sin fijarse en los problemas psicol�gicos de su compa�era (igual que Jes�s lo hace con ella, ella olvida tambi�n la �inmensa miseria� de esta hermana), Teresa no habla m�s que de �amor� a esta disc�pula de buena voluntad, de la que pronto ser� �segunda� en la lavander�a. El poema es pobre, aunque resulte precioso saber que Teresa vive al pie de la letra lo que canta en nombre de la destinataria del mismo. P 19 GLOSA A LO DIVINO Compuesta por N.P. san Juan de la Cruz y puesta en verso por la m�s peque�a de sus hijas para la profesi�n de su querida hermana sor Mar�a de la Trinidad y de la Santa Faz. �Sin arrimo y con arrimo, sin luz y a oscuras viviendo, toda me voy consumiendo�. 1 Al mundo, �oh dicha suprema!, yo le di un eterno adi�s... ... Elev�ndome sobre �l, mi coraz�n ya no tiene fuera de Dios otro arrimo. Y voy a decir ahora lo que, cerca de �l, estimo: es ver que mi coraz�n y mi alma viven ya con arrimo y sin arrimo. 2 Y aunque padezco sin luz en este vivir de un d�a, en la tierra, por lo menos, poseo al Astro celeste del Amor. En el camino que sigo los peligros no me faltan. Pero por amor yo quiero vivir sin luz y en destierro. 3 El amor, tengo experiencia, el bien y el mal que halla en m� lo aprovecha, �qu� poder!, y mi alma transforma en s�. Y este fuego que arde en m� penetra mi alma sin tregua. Por eso, en su llama viva toda me voy consumiendo en el amor y de amor. 30 de abril de 1896. Teresa del N. Jes�s y de la S. Faz rel. carm. ind. NOTAS P 19 - GLOSA A LO DIVINO Fecha: 30 de abril de 1896. - Compuesta para: sor Mar�a de la Trinidad, para su profesi�n. - Publicaci�n: HA 98, seis versos corregidos. - Melod�a: ninguna indicaci�n. Nadie como Mar�a de la Trinidad ha hablado del amor de su maestra a su Padre san Juan de la Cruz, del cual Teresa traslada aqu�, a veces literalmente, la Glosa a lo divino seg�n la traducci�n de las carmelitas de Par�s. �Por amor yo quiero�: he aqu� su respuesta heroica ante las pruebas m�s fuertes. Ayer, en aquel gran dolor familiar (�Querer todo lo que Jes�s quiere, Cta 87); hoy, al entrar en la noche �sin luz y en las tinieblas�; pronto, enfrentada con la �ltima agon�a (�S�, Dios m�o, todo lo que quieras�, CA 30.9). Tal es la fuerza del Amor. Semejante contexto confiere a este breve poema, por lo dem�s muy parecido a su modelo, un autenticidad y una intensidad realmente conmovedoras. Pero Teresa es la �nica que conoce por entonces su significado, pues vive su prueba �en silencio y esperanza�. Al entreg�rselo a su destinataria, el d�a de su profesi�n, �nicamente le se�ala �el pensamiento que a ella m�s le gusta (...): que el amor sabe sacar provecho de todo: del bien y del mal que encuentra en nosotros� (estr. 3-4; cf Cta 142 y Ms A 83r�). Esta certeza es el potente motor de su carrera por el �caminito�. Las faltas de una joven carmelita todav�a d�bil, la prueba purificadora de una santa que camina hacia su final, todo puede ser asumido y superado por una confianza absoluta en el �Amor consumidor y transformante� (Cta 197, eco del �ltimo verso de san Juan de la Cruz). P 20 C�NTICO DE SOR MAR�A DE LA TRINIDAD Y DE LA SANTA FAZ Compuesta por su hermanita sor T. del N.J. 1 Jes�s, al desterrarte a nuestra tierra, movido por tu amor, por m� t� te inmolaste. Toma mi vida entera, Amado m�o, yo sufrir por ti quiero, quiero morir por ti. E. 1 T� mismo, mi Se�or, nos lo dijiste: �Nadie puede hacer m�s por los que ama que por ellos morir�. Pues bien: mi amor supremo eres t�, mi Jes�s. 2 Se hace ya tarde, el d�a ya declina, ven, Se�or, a guiarme en el camino. Con tu cruz voy trepando por la colina arriba. Qu�date aqu� conmigo, peregrino celeste. E. 2 En mi alma tu voz encuentra un eco, quiero a ti parecerme. reclamo el sufrimiento. Tu palabra encendida me quema el coraz�n. 3 Tuya es para siempre la victoria, y extasiados los �ngeles la cantan. Antes de entrar en la celeste gloria, el Dios-Hombre ten�a que sufrir. E. 3 �Cu�ntos desprecios por mi amor sufriste en tierra extra�a! Tambi�n yo quiero oculta y despreciada vivir y ser en todo la �ltima por ti. 4 Tu ejemplo, Amado m�o, a abajarme me invita y a despreciar honores. Para encontrarte, quiero permanecer peque�a. Olvid�ndome a m� tu dulce coraz�n cautivar�. E. 4 No ambiciono otra cosa que en soledad vivir, donde encuentro mi paz y mi alegr�a. En complacerte es s�lo mi ejercicio y mi felicidad... eres t�, mi Jes�s. 5 T�, el Dios inmenso, a quien rendido adora el infinito cielo, vives dentro de m�, hecho mi prisionero noche y d�a. Tu dulce voz me implora y a cada instante me repite quedo: ��Yo tengo sed! �Yo tengo sed de amor!� E. 5 Yo tambi�n soy, Jes�s, tu prisionera, y a mi vez quiero repetirte siempre tu emocionada imploraci�n divina: �Amado m�o, hermano, �yo tengo sed de amor!� 6 Yo tengo sed de amor, colma mis esperanzas y aumenta en m�, Se�or, tu llama viva. Yo tengo sed de amor, mi sufrimiento es grande, a ti volar quisiera... �a ti, Dios m�o...! E. 6 Tu amor es mi martirio, mi �nico martirio. Cuanto m�s �l se enciende en mis entra�as, tanto m�s mis entra�as te desean... ���Jes�s, haz que yo muera de amor por ti...!!! NOTAS P 20 - C�NTICO DE SOR MAR�A DE LA TRINIDAD Y DE LA SANTA FAZ Fecha: 31 de mayo de 1896. - Compuesta para: sor Mar�a de la Trinidad, en su santo. Publicaci�n: HA 98 (bajo el t�tulo �Tengo sed de amor�), seis versos corregidos. - Melod�a:ninguna indicaci�n. Esta poes�a, de ritmo vibrante, es una especie de di�logo m�stico, en el que se puede percibir como en una transparencia la voz de Jes�s y la respuesta de Teresa, y que deja una impresi�n bastante dram�tica que expresa muy bien el t�tulo elegido para su publicaci�n en la Histoire d'une �me: �Tengo sed de amor�. Teresa sabe que su muerte est� pr�xima, y la noche desciende sobre su alma. Pero Jes�s �est� con ella� en el oscuro camino, en esa subida a �la colina� del Calvario. Y como a los peregrinos de Ema�s, a ella tambi�n le dice: ��No era necesario que el Mes�as padeciera para entrar en su gloria?� Y su �palabra encendida quema el coraz�n� de Teresa. Para ella no habr� otro camino: el amor y la muerte. Por eso, �reclama� el sufrimiento: primero el �desprecio�, en el cual el �caminito� garantiza al alma que se parecer� a Jes�s; la �sed� del Crucificado, �sed de amor� inextinguible, que implora como en un estertor y que despierta en ella una sed semejante a la de �l; y finalmente, el �martirio de amor�, que repite incansablemente la �ltima estrofa, pat�tica como un preanuncio de la agon�a de Teresa. En ella se pueden leer, a la vez, el amor m�s absoluto y la angustia, una esperanza apasionada rayana en la desesperanza. Esta estrofa apasionada y su estribillo, en su expresi�n llameante y dram�tica, hace pensar en la Llama de amor viva de Juan de la Cruz: �Las profundas cavernas del sentido� (Explicaci�n del v. 3 de la 3� canci�n). P 21 MI CIELO Festividad del Ssmo. Sacramento 7 de junio de 1896. 1 Para poder soportar el destierro de este valle de l�grimas, de mi amado Salvador necesito la mirada. Esa mirada divina, llena de amor, me revela sus inefables encantos, nuncios de la dicha eterna. Y mi Jes�s me sonr�e cuando por �l suspiro, y entonces ya no siento la prueba de la fe. La mirada de mi Dios y su inefable sonrisa �son mi cielo para m�! 2 Mi cielo es atraer sobre las almas, sobre mi Madre la Iglesia <1> y mis hermanos, las gracias de Jes�s y sus divinas llamas que abrasan y que alegran del hombre el coraz�n. Todo puedo obtenerlo cuando, all� en lo secreto, a mi divino Rey le hablo, coraz�n a coraz�n. Esta �ntima oraci�n cerquita del santuario �es mi cielo para m�! 3 Mi cielo est� escondido en la peque�a hostia en que Jes�s, mi Esposo, se oculta por amor. Y de este divino horno quiero sacar mi vida, mi Salvador est� en �l y me escucha noche y d�a. �Oh dichos�simo instante, cuando en tu inmensa ternura vienes a m�, Amado m�o, para transformarme en ti! Esta inefable embriaguez y esta uni�n de corazones �son mi cielo para m�! 4 Mi cielo es sentir en m� la semejanza de Dios, que con un soplo potente <2> a su imagen me cre�. Mi cielo es permanecer en su presencia divina, y llamarla Padre m�o, y ser y sentirme su hija. En sus divinos brazos no temo la tormenta. �Es toda y mi sola ley el abandono completo <3>! Dormitar sobre su pecho, muy cerquita de su cara �es mi cielo para m�! 5 Mi cielo yo lo he encontrado en la santa Trinidad, que, prisionera de amor, habita en mi coraz�n. Contemplando all� a mi Dios, yo le repito, sin miedo, que quiero amarle y servirle hasta mi postrer aliento. Es mi cielo sonre�r a ese Dios al que adoro cuando �l se quiere esconder para probar mi fe. Sonre�r mientras espero a que �l mi mire otra vez �es mi cielo para m�! (Pensamientos de sor san Vicente de Paul, puestos en verso por su hermanita sor Teresa del Ni�o Jes�s.) NOTAS P 21 - MI CIELO Fecha 7 de junio de 1896. - Compuesta para: sor San vicente de Paul, a petici�n suya. Publicaci�n: HA 98, tres versos corregidos. - Melod�a: Himne � l'Eucharistie. Poes�a algo melanc�lica, pero iluminada por una sonrisa y llena de confianza, sin duda para responder a los �pensamientos� de la destinataria. La �mirada llena de amor� de Jes�s, el �coraz�n a coraz�n� con �l en una oraci�n que se hace intercesi�n por la Iglesia, La �uni�n de corazones� en la Eucarist�a transformante, la �semejanza� filial, el �abandono completo� en el Coraz�n del Padre, la inhabitaci�n de la �santa Trinidad� en el coraz�n amante van siendo cantados uno tras otro en versos alejandrinos que a veces alcanzas una hermosa solidez. Sin embargo, Teresa desliza en ellos discretamente (y con su propio nombre), al principio y al final, una evocaci�n de su propia �prueba de la fe� (�nica menci�n en los escritos). Seguir, a pesar de todo, sonriendo al Dios que se esconde (�redoblar las ternuras�, P 29,4; hacerle toda suerte de cumplidos�, CA 6.7.3): �sta ser� su respuesta hasta el �ltimo atardecer. <1> Primera vez que aparece esta expresi�n que har� famosa el Ms B 3v� y 4v�. <2> S�lo aqu� se encuentra esta bella expresi�n -soplo-, que para Teresa es siempre sin�nimo de suavidad y frescor primaveral. <3> Esta palabra no hab�a vuelto a aparecer en las Poes�as desde P 2 (de abril de 1894); la encontraremos luego en siete ocasiones (PN 38; P 26, 28, 34). P 22 LO QUE PRONTO VER� POR VEZ PRIMERA Fiesta del Sagrado Coraz�n de Jes�s 12 de junio de 1896. 1 Me encuentro en tierra extranjera todav�a, mas presiento la futura, eterna dicha. Quisiera dejar la tierra para contemplar de cerca las maravillas del cielo. So�ando en aquella vida, no siento de mi destierro ni el peso ni la medida. Pronto volar�, Dios m�o, hacia mi �nica patria, �volar� por vez primera! 2 Dame, Jes�s, blancas alas para emprender hacia ti, rauda y alegre, mi vuelo. Quiero verte, mi tesoro, quiero volar a las playas eternas de tu azul reino. Quiero volar a los brazos maternales de Mar�a, y descansar en su trono, que para m� es su regazo, y de mi Madre querida el dulce beso de amor �recibir por vez primera! 3 No tardes en descubrirme, �oh, mi Amado!, la dulzura de tu primera sonrisa. Cumple mi ardiente delirio <1>, d�jame estar escondida en tu coraz�n divino. �Oh dichos�simo instante, oh felicidad cumplida, cuando escuche el dulce acento de tu voz, y cuando pueda de tu rostro el claro brillo contemplar por vez primera! 4 Lo sabes bien, mi martirio, mi �nico y solo martirio, �oh Coraz�n de Jes�s!, es tu amor, y si suspiro por verte pronto en el cielo, es para amarte, que amarte m�s y m�s cada vez quiero. En el cielo, emborrachada dulcemente de ternura, yo te amar� sin medida, Jes�s, te amar� sin ley. Y esta mi felicidad constante y eternamente me parecer� tan nueva �como la primera vez! La hermanita del Ni�o Jes�s. NOTAS P 22 - MI ESPERANZA Fecha: 12 de junio de 1896. - Compuesta para: sor Mar�a del Sagrado Coraz�n, a petici�n suya para su cumplea�os. - Publicaci�n: HA 98 (bajo el t�tulo �Mi esperanza�), seis versos corregidos. - Melod�a: ninguna indicaci�n. �Pronto, volar, ver, amar�: �ste es el deseo apasionado de Teresa en junio de 1896, lo que exige su amor, lo que ella �quiere�. Hace un mes, la Venerable madre Ana de Jes�s, que la visit� en sue�os, le dijo: �S�, pronto, pronto, te lo prometo�. Este sue�o -�rayo de gracia en medio de la m�s oscura tormenta�- encuentra un eco en esta poes�a, llena de fervor, movida, orientada hacia el m�s all�, y con un cierto grado de angustia o de melancol�a subyacente. El �pronto, pronto� que Teresa repite con verdadera alegr�a aviva el deseo de rasgar los velos. �Pronto� no son alas de paloma lo que ella pide, como el salmista, para �volar y descansar�, sino �las propias alas del Aguila divina� (Ms B 5v�). Y �pronto� podr� ver. La �sonrisa�, el �coraz�n� el �rostro� del Amado: es un amor a la vez humano y sobrenatural el que aqu� se expresa. Un amor que es fuente de �martirio�, y hay que darle toda su fuerza a esta palabra que brota de manera espont�nea (estr. 4). Teresa, cual esposa impaciente, sufre un verdadero martirio por causa de su amor a Jes�s que a�n no puede abrirse en plenitud en su presencia. Y ya s�lo suspira ardientemente por ese cielo en donde podr� �amar sin medida y sin ley� (n�tese la fuerza de la expresi�n). <1> Palabra rara en Teresa, que confirma el tono apasionado de esta estrofa. <2> Reproche afectuoso a Jes�s por dejarla tanto tiempo �en tierra extrajera�, su ��nico martirio�, pues, en su comparaci�n, los sufrimientos de aqu� abajo nada cuentan para Teresa: no es el deseo de verse liberada de ellos lo que la hace �suspirar� por el cielo. P 23 ARROJAR FLORES 1 Jes�s, Amado m�o, al pie de tu calvario quiero, todas las tardes, arrojarte mis flores, deshojarte mi rosa -mi rosa primavera <1>- y enjugar con sus p�talos tu llanto <2>, mi Se�or. E. 1 �Arrojarte mis flores, ofrecerte en primicia sacrificios peque�os, mis suspiros m�s leves, mis dolores m�s hondos, y mi dicha y mis penas..., arrojarte mis flores <3> y mi rosa, Se�or! 2 De tu inmensa belleza se ha prendado mi alma <4>. Yo quiero prodigarte mis flores y perfumes, por tu amor arrojarlos sobre el ala del viento e inflamar corazones para ti, mi Se�or. E. 2 Y cuando sufro y lucho <5> por salvar pecadores, arrojarte mis flores. Mis flores son el arma que me da la victoria. Te desarmo y te venzo con mis flores, Se�or. 3 Mis flores con sus p�talos acarician tu rostro y te dicen que es tuyo todo mi coraz�n. De mi rosa en deshoje t� entiendes el lenguaje, miras y le sonr�es a mi amor t�, Se�or. E. 3 �Arrojarte mis flores, repetir mi alabanza es mi �nica alegr�a, es todo mi placer en este oscuro valle de sombras y de l�grimas! Al cielo pronto ir�, con los peque�os �ngeles ir� a arrojarte flores �mis flores, oh Se�or! NOTAS P 23 - ARROJAR FLORES Fecha: 28 de junio de 1896. - Compuesta para: la madre In�s de Jes�s para su santo (Paulina). - Publicaci�n: HA 98, tres versos corregidos. - Melod�a: Oui, je le crois, elle est immacul�e. Todas las noches del mes de junio de 1896, Teresa y las cinco j�venes novicias se re�nen alrededor de la cruz de granito del patio. Recogen los p�talos que han ca�do de una veintena de rosales y los arrojan al Crucifijo. Este rito simb�lico acaba gust�ndole a la madre In�s de Jes�s. A pesar de algunos aciertos, el texto no tiene mayores pretensiones po�ticas. Su gracia virgiliana, la ternura de la expresi�n, el encanto de las im�genes pueden llamar un poco a enga�o acerca de la fuerza real del s�mbolo, tan rico de por s� en el caso presente. Tal vez se sienta tambi�n excitada la sensibilidad del lector a causa de los estereotipos asociados a esa imagen de Teresa (�arrojar flores�, �rosa deshojada� �angelitos�), para la que este poema es uno de los lugares privilegiados. Ser�a una pena que esto nos llevase a despreciar una poes�a que es esencial en el repertorio teresiano, tanto m�s cuanto que ese s�mbolo de arrojar flores hunde sus ra�ces en la infancia de Teresa (Ms A 17r�). La �ltima etapa de toda su vida de amor la cantar� nuestra carmelita en Una rosa deshojada (P 33). El anuncio floreado de su misi�n p�stuma, �una lluvia de rosas� (CA 9.6.3) desvela -o, mejor, no deber�a velar- la �nica pretensi�n de Teresa para el cielo y en la tierra: amar a Jes�s y hacerlo amar. <1> Teresa cita estos cuatro versos en CA 14.9.1. La �rosa primavera� es entonces ya ella misma, a quince d�as de la muerte. <2> Un deseo muy antiguo en Teresa (cf Cta 74, 95, 115, 134), un gesto que se asemeja al de la Ver�nica (cf Cta 98). <3> Cf Ms B 4r�/v� y CA 6.8.8. <4> Es �sta la primera de las once veces que se menciona la lucha en las Poes�as en las Recreaciones Piadosas hasta marzo de 1897; cf Po�sies, II, p. 260. Casi todas ellas tienen miras apost�licas. Este vocabulario guerrero es un d�bil eco de la obra teatral de �ndole muy combativa El triunfo de la humildad (RP 7), que hab�a sido representada unos d�as antes (21/6/1896). P 24 S�LO JES�S 1 Mi coraz�n ardiente quiere darse sin tregua, siente necesidad de mostrar su ternura. Mas �qui�n comprender� mi amor, qu� coraz�n querr� corresponderme? En vano espero y pido que nadie pague con amor mi amor. S�lo t�, mi Jes�s, eres capaz de contentar mi alma. Nada puede encantarme aqu� en la tierra, no se halla aqu� la verdadera dicha. �Mi �nica paz, mi amor, mi sola dicha eres t�, mi Se�or! 2 T� supiste crear un coraz�n de madre, por eso encuentro en ti al m�s tierno y amable de los padres. �Oh, Jes�s, mi �nico amor, Verbo eterno!, tu coraz�n es para m� m�s dulce que el coraz�n m�s dulce de una madre. A cada instante y paso me sigues en mis pasos y me guardas. Cuando te llamo, acudes prontamente. Y si, tal vez, parece que te escondes, t� mismo vienes en mi ayuda luego para poder buscarte. 3 En ti solo, Jes�s, mi afici�n pongo, corro a tus brazos, a esconderme en ellos. Como un ni�o peque�o quiero amarte, como un bravo soldado luchar quiero. Como un ni�o, te colmo de caricias, y de mi apostolado en la palestra como un guerrero a combatir me lanzo... 4 Tu coraz�n divino, que guarda y que devuelve la inocencia, no es capaz de frustrar mis esperanzas. En ti, Se�or, reposan mis deseos: despu�s de este destierro, al cielo a verte ir�. Cuando la tempestad se alza en mi alma, levanto a ti mis ojos, y en tu tierna mirada compasiva yo leo tu respuesta: ��Hija m�a, por ti cre� los cielos!� 5 Yo s� que mis suspiros y mis l�grimas ante ti est�n y te encantan, mi Se�or. Los serafines forman en el cielo tu corte, y sin embargo t� vienes a buscar mi pobre amor... Quieres mi coraz�n, aqu� lo tienes, te entrego enteros todos mis deseos. Y por ti, �oh mi Rey y Esposo m�o!, a los que amo seguir� yo amando. NOTAS P 24 - S�LO JES�S Fecha: 15 de agosto de 1896. - Compuesta para: sor Mar�a de la Eucarist�a, a petici�n suya, para su cumplea�os y para el primer aniversario de su entrada en el Carmelo. - Publicaci�n: HA 98, dos versos corregidos. - Melod�a: Pr�s d'un berceau. Teresa descuella por su capacidad de ponerse en el lugar de los dem�s, sin dejar de ser, cuando habla, plenamente ella misma. En S�lo Jes�s es f�cil, ciertamente, reconocer a la gran enamorada de Jes�s en ese verano de 1896; pero se puede leer tambi�n ah�, con la misma facilidad, una biograf�a espiritual de Mar�a de la Eucarist�a. En esa �poca, Teresa est� viviendo unas semanas de un extraordinaria densidad espiritual. Su �noche�, sin ser tan oscura como llegar� a serlo en 1897, la lanza con mayor fuerza que nunca hacia la persona de Jes�s. El 6 de agosto, se hab�a consagrado a la Santa Faz (junto con dos novicias) en una plegaria totalmente impregnada de amor (Or 12). Combatiente con el P. Roulland, que acaba de partir para China, descubre en Isa�as, con nuevas tonalidades, los hermosos textos de la infancia espiritual (cf Cta 196). Aspira cada vez m�s a �amar como un ni�ito�. En su interior bulle un n�mero incalculable de deseos vehementes y bien probados que logra integrar en la sencillez de una �nica vocaci�n (cf Ms B). El poema habla el lenguaje del amor humano, al estilo del Cantar de los Cantares. Por uno de esos cambios bruscos de direcci�n, tan propios de Teresa, la �ltima estrofa incita a una actitud completamente distinta a la del punto de partida. Al comienzo, la criatura propon�a su amor como para la galer�a: ��Qui�n comprender�?�, ��Qu� coraz�n querr�?�. Ahora descubre un coraz�n de una ternura mucho m�s desbordante a�n que el suyo: un amor que se hace pobre, pedig�e�o, que �mendiga� los suspiros y las l�grimas de su criatura. A un amor as� no se puede resistir, hay que entregarse por entero. El amor a �Jes�s solo� es el programa que Teresa propone a la generosidad de Mar�a de la Eucarist�a, a medio camino entre el �descanso� del primer c�ntico que compone para su prima (P 13) y el violento �combate� del de su profesi�n (P 32). La ant�tesis �ni�oguerrero � queda por la graf�a cursiva que Teresa reserva para las palabras importantes. El vocabulario es el del Ms B 2v� y el de Cta 194. NOTAS P 25 - LAS SACRISTANAS DEL CARMELO Fecha: principios de noviembre de 1896. - Compuesta para: sor Mar�a Filomena de Jes�s, a petici�n suya, y las dem�s sacristanas. - Publicaci�n: HA 98, cinco versos corregidos. - Melod�a: ninguna indicaci�n. Evocar�amos aqu� gustosos algo parecido a la escala de Jacob, para expresar ese intercambio misterioso entre el cielo y la tierra, cuyos agentes incansables son las sacristanas, y que viene expresado en unas estrofas llenas de ternura. Ternura callada de la �mujer de su casa�, por as� decirlo: esposa �m�s feliz que una reina�, cuyo coraz�n est� siempre atento a su esposo, mientras sus manos trabajan diligentemente por �l. Ternura callada tambi�n la de la carmelita, asociada al ap�stol desde el lugar que a ella le corresponde, el de acompa�ante escondida. En uno y otro caso, compa�era que se ha hecho semejante al hombre a quien ayuda. A estas se�as responde perfectamente la primera destinataria de la poes�a, sor Mar�a Filomena, que ha pedido a su antigua compa�era de noviciado que le componga unas coplillas para cantarlas en la soledad. En un tono sumamente sencillo, la segunda parte (estr. 7-10) ofrece una respuesta al aparente desaf�o del Manuscrito B. All� Teresa proclamaba, entre otros ardientes anhelos, su deseo de ser sacerdote, deseo irrealizable debido a las circunstancias. Aqu� canta su forma concreta de tomar parte sin demora en la �sublime misi�n del sacerdote�. �Transformada� en Jes�s por la eucarist�a, �convertida� en �l, �no acaba siendo �otro Cristo�, como entonces les gustaba definir al sacerdote? Y va describiendo la parte que ella tiene en la misi�n, en la penitencia, en la eucarist�a. Por lo tanto, ning�n complejo de inferioridad frente a los �hombres�, frente a los sacerdotes. Pero tampoco la m�s m�nima presunci�n: para Teresa, quien act�a es Jes�s, con la colaboraci�n de los hombres... Y de las mujeres. Una bella imagen para concluir este hermoso poema: el cop�n se dilata hasta alcanzar las dimensiones infinitas del cielo, que no solamente est� �poblado� de elegidos (p 15,16, sino incluso �lleno�. No hay �sitios vac�os� (cta 135). Teresa va a �luchar por ello sin tregua ni descanso� (p 29,6). Ni siquiera en el cielo habr� reposo hasta que est� �completo el n�mero de los elegidos� (CA 17.7). P 26 AL NI�O JES�S 1. T�, Jes�s, me conoces, t� mi nombre conoces, y me llamas con la dulce mirada de tus ojos� Ellos me comunican tu palabra: �Simple abandono, conducir yo quiero, mi amada, tu barquilla�. 2. Y con tu voz de ni�o, �oh maravilla!, s�lo con tu voz d�bil, calmas el mar rugiente, pones paz en el viento. 3. Si mientras brama la tormenta, �oh Ni�o!, t� te quieres dormir, posa tu linda cabecita blonda sobre mi coraz�n. 4. �Qu� encantador sonr�es cuando duermes! Con mi canto m�s dulce yo mecer� tu cuna tiernamente, �Oh hermoso Ni�o m�o! NOTAS P 26 - AL NI�O JES�S Fecha: diciembre de 1896. - Compuesta para: sor Mar�a de San Jos�, a petici�n suya. - Publicaci�n: HA 98 (con el t�tulo de �Al Ni�o Jes�s�), tres versos corregidos. - Melod�a: O� vas-tu quand tout est noir? Una vez m�s, una poes�a hecha por encargo, en la que Teresa juega al equilibrio entre el �ni�o� y la �tormenta�, y luego Jes�s que calma la tempestad... El ni�o que duerme (o, mejor, que no duerme...) durante la tormenta forma parte de los arquetipos de la infancia. Mientras tanto, Jes�s quiere dormir, como m�s tarde en la barca... Un juego sutil. Este dulce encantamiento es especialmente apropiado para la destinataria, una compa�era de car�cter tormentoso que Teresa se ha propuesto domesticar. Pues esta mujer tan dura es a la vez como la manteca, y unas pocas palabras infantiles logran desarmarla mejor que mil razonamientos. Y unas coplillas como �stas pod�an transformar un mar tempestuoso... en madre mimosa que meza �tiernamente� la �cabecita rubia� del Ni�o que se entrega a ella para llevarla a entregarse a �l. P 27 LA PAJARERA DEL NI�O JES�S 1 Para los desterrados de la tierra Dios cre� los graciosos pajarillos. Ellos van gorjeando su plegaria por bosques, valles, montes y laderas. 2 Los traviesos y alegres rapazuelos, tras de escoger algunos preferidos, los cazan y aprisionan en lindas jaulas de doradas rejas. 3 �Oh Jes�s, hermanito!, t� abandonaste el cielo por nosotros, pero sabes muy bien que es el Carmelo Ni�o divino, tu bella pajarera. 4 Amamos nuestra jaula, sin ser ella dorada. Nunca de su prisi�n escaparemos ni a la llanura azul ni al bosque oscuro. 5 Jes�s, los bosques de este mundo no pueden contentarnos. En la profunda soledad queremos cantar para ti solo. 6 Es tu blanca manita la que orienta y atrae nuestro vuelo. �Qu� bellos son, oh Ni�o, tus encantos! En tu sonrisa quedan, cautivos de su luz, los pajarillos. 7 Aqu� el alma sencilla, pura y c�ndida halla el motivo exacto de su amor. Aqu� la blanca y t�mida paloma no teme ya el ataque del buitre carnicero <1>. 8 En alas de una c�lida plegaria el coraz�n se eleva como alondra ligera, como alondra que sube cantando y sube alt�sima. 9 Se escucha aqu� el gorjeo del reyezuelo y del pinz�n alegre. Ni�o Jes�s, tus pajarillos cantan, en su jaula, tu santo y dulce nombre. 10 Vive siempre cantando el pajarillo, su pan no le preocupa, ni siembra ni recoge, y un granito de mijo le contenta. 11 Y como al pajarillo, en nuestra pajarera todo, Divino Ni�o, nos viene de tu mano. S�lo una cosa es necesaria, una, y esta cosa es amarte. 12 Por eso, con los puros esp�ritus del cielo contamos noche y d�a tus glorias y alabanzas. Y sabemos con cu�nto amor los �ngeles <2> nos miran a nosotras, tus pobres pajarillos del Carmelo. 13 Para enjugar las l�grimas que te hacen derramar los pecadores, tus pajarillos cantar�n tus gracias, y el dulce canto de tus avecillas te atraer� corazones. 14 Un d�a, lejos de la triste tierra, al escuchar tu voz y tu llamada, desde tu pajarera tus pajarillos volar�n al cielo. 15 Y all�, con las falanges de peque�os y alegres querubines, eternamente, Ni�o, cantaremos tus glorias. NOTAS P 27 - LA PAJARERA DEL NI�O JES�S Fecha: Navidad de 1896. - Compuesta espont�neamente para la comunidad en la noche de Navidad. Publicaci�n: HA 98, cuatro versos corregidos. - Melod�a: Au Rossignol. Una hermosa imagen es el punto de partida de esta �Navidad de los p�jaros� que estira un poco demasiado la comparaci�n entre la pajarera y el Carmelo. Pero para la recreaci�n de un fiesta como Navidad, bien puede permitirse alg�n exceso... Cada p�jaro canta aqu� en su propio registro: la paloma, la alondra, el reyezuelo, el pinz�n. Al igual que los p�jaros del Evangelio, �que no siembran ni siegan�, la carmelita lo recibe �todo de la mano� de Jes�s; de ah� su alegr�a y su abandono y su consagraci�n a �la �nica cosa necesaria, amar�. Al final, todos los p�jaros, ya libres, �volar�n al cielo�, en donde continuar�n su canto de alabanza. Diez a�os antes, una pajarera adornaba la �pobre buhardilla� de Teresa (Ms A 42v�); en el Carmelo, los p�jaros seguir�n poblando sus sue�os (Ms A 79r�); en el verano de 1896, con el Ms B, el valor simb�lico del p�jaro adquiere una nueva dimensi�n: ser� la se�al por excelencia de la unidad din�mica, y aun cuando �no est� en su poder el volar�, como el p�jaro es canto tanto como vuelo, ni siquiera en el mismo coraz�n de la tormenta - las pruebas del cuerpo y del alma- Teresa renunciar� a cantar (estr. 10; cf 34,15 y Ms B 5v�). <1> Cf Ms B 5v� y P 2,53-54. <2> Cf Ms B 5r�/v�. P 28 A MIS HERMANITOS DEL CIELO �El que sea peque�ito que venga a m�� (Proverbios) 1 Venturosos peque�ines, �con qu� amor, con qu� ternura, en otro tiempo Jes�s, el Rey del cielo, os bendijo, y de caricias y besos vuestras frentes jubilosas �l colm�! De todos los inocentes erais vosotros figura, y adivino las riquezas y los gozos que en el cielo, sin medida, a manos llenas, os dar� vuestro Jes�s, Rey de reyes. 2 Contemplasteis los encantos y las bellezas del cielo, inmensas e innumerables, antes de haber conocido las tristezas y amarguras del destierro, �lirios blancos peque�itos! �Oh capullos perfumados, en la virgen luz del alba <1> cortados por el Se�or...! El dulce sol del amor que vuestras tiernas corolas un d�a hizo estallar <2> �fue, sin duda, su divino coraz�n! 3 �Oh que inefables cuidados y qu� exquisitas ternuras, cu�nto amor, oh ni�os reci�n nacidos, os prodiga aqu� en la tierra la Iglesia, que es nuestra Madre! En sus brazos maternales fuisteis a Dios ofrecidos como c�ndidas primicias. Eternamente ser�is del hermoso y azul cielo las delicias. 4 Compon�is vosotros, ni�os, el cortejo virginal que sigue al dulce Cordero, y pod�is cantar tambi�n -�asombroso privilegio!- el c�ntico de las v�rgenes canto nuevo. Sin combatir ni luchar como los conquistadores, su misma gloria alcanzasteis: el Salvador os gan� la victoria y la corona, �oh graciosos vencedores! 5 No luce en vuestras cabezas luz de brillantes preciosos, s�lo el reflejo dorado de vuestros sedosos bucles, que a los bienaventurados embelesa... �Todo es vuestro <3>, los tesoros de todos los elegidos, sus palmas y sus coronas! En el cielo, sus rodillas <4> son vuestros m�s ricos tronos, �ni�os santos! 6 Junto a los angelitos jug�is al pie del altar, vuestros cantos infantiles, �oh encantadoras ras falanges!, son el encanto del cielo, �dulce encanto! Dios os cuenta c�mo hizo los p�jaros y los vientos <5> y las rosas. Ning�n genio hay en la tierra que sepa lo que vosotros, peque�ines. 7 Alzando del firmamento el velo azul, misterioso, cog�is en vuestras manitas <6> las estrellas de mil luces. Cuando cruz�is el espacio, a vuestro paso dej�is una hermos�sima estela argentada. Cuando miro por la noche la brillante V�a L�ctea, me parece en ella veros a vosotros. 8 A los brazos de Mar�a corr�is tras de vuestros juegos, y escondiendo vuestras rubias cabecitas infantiles bajo su velo estrellado, os dorm�s... Gusta el inmenso Se�or, �oh peque�os traviesillos!, de vuestra infantil audacia: �os atrev�is a llenar de besos y caricias <7> su augusta, adorable faz!, �qu� favor! 9 El Se�or me dio en vosotros, dulces santos inocentes, un acabado modelo. Yo quiero en la tierra ser vuestra imagen, ni�os m�os peque�itos. Ayudadme a conseguir las virtudes de la infancia: me encanta vuestro candor, vuestro abandono perfecto y vuestra amable inocencia cautivan mi coraz�n. 10 �Oh, mi Se�or, t� conoces estos ardientes deseos de mi alma desterrada! Lirio hermoso de los valles, para ti segar quisiera lirios henchidos de luz... Busco y quiero para ti capullos de primavera, el agua de tu bautismo <8> vierte sobre ellos, Se�or, �y luego ven a cortarlos! 11 Quiero aumentar la falange de los santos inocentes, mi alegr�a y mis dolores cambio por almas de ni�os. �Oh Rey de los elegidos!, quiero <9> entre esos inocentes tener tambi�n yo mi puesto: como ellos quiero besar tu dulce rostro, Jes�s, en el cielo. NOTAS P 28 - A MIS HERMANITOS DEL CIELO Fecha: 28 de diciembre de 1896. - Compuesta: espont�neamente para ella misma. - Publicaci�n: HA 98 (con el t�tulo de �A mis hermanitos del cielo, los Santos Inocentes�), cuatro versos retocados, - Melod�a: La rose mousse, o bien Le fil de la Vierge. Desde el verano de 1896, en que descubre los textos m�s bellos sobre la infancia, Teresa piensa mucho en los Inocentes. Durante sus ejercicios espirituales del mes de septiembre, pinta, en dos ejemplares, una estampa-recuerdo de sus cuatro hermanitos y hermanitas muertos de ni�os. Al dorso, escribe unos vers�culos de la Sagrada Escritura sumamente significativos (cf Est 5 y 6). A la luz de estos vers�culos, las estrofas de esta poes�a proclaman la misericordia gratuita, incluso escandalosa, que Dios ha desplegado en favor de unos ni�os que nunca llegaron al uso de raz�n y para los que �el Salvador�, y s�lo �l, �gan� la victoria�. Diez a�os antes, sus �hermanitos del cielo� hab�an liberado a Teresa del tormento de los escr�pulos (Ms A 44r�); hoy su ejemplo la salva de la angustia de las �manos vac�as� (CA 23.6). En un exceso de amor (Ms A 4v�), Teresa llegar� incluso a �desear la muerte� a muchos ni�os bautizados; pero no, en primer lugar, �para que vayan al cielo�, sino para ofrecer a Jes�s esas �frescas flores abiertas� que son las que �l prefiere.... N�tese que Teresa no se deja enga�ar por su imaginer�a,un poco exagerada (cf Ca 21/26.5.9); esas flores, esos ni�os y ese mundo estelar pretenden trasladarnos a un mundo espiritual, radiante de frescor, de luz y de alegr�a. <1> El tema de esta poes�a no es el de unos ni�os m�rtires: es Jes�s, y no el perseguidor, quien corta sus lirios. La referencia de HA 98 a los Santos Inocentes es, pues, inexacta. <2> Cf Cta 124. <3> Cf Cta 182, que remita a la Oraci�n del alma enamorada de san Juan de la Cruz. <4> Para Teresa y Celina, habr� algo mucho mejor que las �rodillas� de los elegidos: las del propio Jes�s... Cf Cta 211+, un billete contempor�neo de P 28; y P 11,54. <5> Preciosa imagen po�tica para expresar la idea de que Dios concede su reino a los peque�os y no a los sabios... <6> Estas im�genes c�smicas son tanto m�s fuertes cuanto que se est� hablando de ni�os; cf RP 2,7r�. <7> Cf Ca 5.7.3. <8> Cf RP 2, 6v�. <9> Teresa exige mucho en sus poes�as (PN 12,8; P 10,5; 15,11; 18,4; PN 29,8; P 20,2; PN 35,4; P 24,1; PN 41,2; y aqu�)... P 29 MI ALEGR�A 1 Hay almas en la tierra que van, en vano, en busca de la dicha. No es �se el caso m�o: yo llevo la alegr�a dentro del coraz�n. No es una flor ef�mera, la tengo para siempre, cada d�a me manda al alma su sonrisa, lo mismo que una rosa de eterna primavera. 2 Soy, en verdad, dichosa en demas�a, hago siempre y en todo lo que deseo y quiero. �C�mo podr�a yo no estar alegre, c�mo ocultar mi j�bilo? Amar el sufrimiento es mi alegr�a, sonr�o cuando lloro. Con gratitud escojo la espina entre mis flores <1>. 3 Cuando el azul del cielo se oscurece y parece que el cielo me abandona <2>, mi alegr�a es quedarme en medio de la sombra, escondida y peque�a. Mi alegr�a es cumplir siempre la santa voluntad de mi Jes�s, mi �nico y solo amor. As�, vivo sin miedo, amo el d�a y la noche <3> por igual. 4 Mi alegr�a es ser peque�a, permanecer peque�a <4>, as�, si alguna vez en el camino caigo, me levanto enseguida, y mi Jes�s me coge de la mano. Y colm�ndole entonces de caricias, le digo que �l es todo para m�... Redoblo mis ternuras cuando �l se hurta a mi fe. 5 Mi alegr�a es esconder a mis hermanas, cuando lloro, mis l�grimas, que tiene el sufrimiento sus encantos cuando velar sabemos con flores su aridez. Quiero sufrir, mas sin decir palabra, para que mi Jes�s se sienta consolado, que mi alegr�a es ver c�mo �l sonr�e mientras en el destierro est� mi coraz�n. 6 Mi alegr�a es luchar siempre, sin tregua ni descanso, por poder engendrar multitud de elegidos. Es decir, con ternura y muchas veces, a mi dulce Jes�s: �Por ti, hermano divino, sufro gozosamente. Mi alegr�a en la tierra, mi �nica alegr�a, es poder alegrarte�. 7 Quiero seguir viviendo largo tiempo en la tierra, si �se es tu deseo, mi Se�or. Quiero seguirte al cielo, si te complace a ti <5>. El fuego de la patria, que es el amor, sin cesar me consume. �Qu� me importa mi vida? �Qu� me importa la muerte? �Amarte, �se es mi gozo! �Mi �nica dicha, amarte...! NOTAS P 29 - MI ALEGR�A Fecha: 21 de enero de 1897. - Compuesta para: la madre In�s de Jes�s por su santo. - Publicaci�n: HA 98 (�Mi paz y mi alegr�a�), catorce versos corregidos. - Melod�a: O� vas-tu, petit oisseau? �Ah� est� toda mi alma�, dice simplemente Teresa al entregar Mi alegr�a a la madre In�s para su cumplea�os, en unos momentos en los que va a abordar los pasos m�s terribles de su prueba de la fe y pronto los de la agon�a. Tras una expresi�n y unas im�genes aparentemente ingenuas, est�n en juego una actitud de fe y un combate m�stico, que se expresan sin refinamientos art�sticos pero s� con una intensidad interior y una fuerza vital realmente sorprendentes. Cada palabra lleva una gran carga de experiencia y de madurez, y el fluir de las estrofas nos lleva realmente a penetrar en el �alma� de Teresa. Este poema anuncia ya la famosa p�gina de junio de 1897: �T�, Se�or, me colmas de alegr�a con todo lo que haces� (MS C 7r�), aun cuando en enero esta alegr�a sea a�n un acto de fe dictado por la voluntad. A Teresa no le basta con creer en la alegr�a, con aceptar el sufrimiento, con esconder las l�grimas, con sonreir a Jes�s que se empe�a en ocultarse: su alegr�a consiste en �luchar sin tregua ni descanso� para engendrar nuevos elegidos. Esta breve indicaci�n ayuda a embellecer todo el poema: Teresa se deja escapar que todas sus paradojas y todas sus ant�tesis ella ha sabido �velarlas con flores� y que su alegr�a se cifra en una dura e incesante lucha avivada por el fuego del amor (estr. 6 y 7). <1> En la segunda estrofa contin�a el paisaje aparentemente id�lico de la primera, pero el interrogante de los versos 3 y 4 muestra ya lo que esta alegr�a tiene, si no de forzado, s� al menos de voluntariamente querido. En los versos 5-7 el velo se desgarra (cf Ms C 4v� y Ms A 4v�). <2> La prueba de la fe; cf P 21,6-8. <3> Verso de una gran valent�a, que Teresa rubricar� con toda su conducta hasta la muerte. Tras la �noche de esta vida (PN 12,9,3; P 8,18,1), se encuentra realmente en la noche m�s oscura: �noche de la tierra� (P 32,4,4), �noche de la fe� (P 36,15,12 y tambi�n 36,16,2). <4> Cf Cta 141+ y PN 11,3,5; P 8,5; 20,4; 36,6; Ms C 3r�. <5> Cf SAN JUAN DE LA CRUZ, C�ntico Espiritual, explicaci�n de las canciones 20 y 21: �En el vivir y en el morir est� conforme y ajustada con la voluntad de Dios� [C�nt Esp B, 21-22, n� 11. N. del T.]; y Llama de amor viva, explicaci�n del verso �Acaba ya si quieres� [Ll A, 1,23. N. del T.]. En las Ultimas Conversaciones hay numerosas observaciones sobre este abandono de Teresa ante la vida o la muerte, porque �me gusta lo que �l hace� (CA 27.5.4). P 30 A MI �NGEL DE LA GUARDA 1 �Oh mi glorioso guardi�n, guardi�n del cuerpo y del alma, que en el cielo est�s brillando hecho dulce y pura llama junto al trono del Eterno! Por m� bajas a la tierra y me alumbras con tu luz, te haces mi hermano, �ngel bello, mi amigo y consolador. 2 Conociendo que soy d�bil, �gran debilidad la m�a!, t� me coges de la mano <1>, y te veo, conmovida, apartar de mi camino la piedra que lo entorpece <2>. Me invita tu dulce voz a no mirar m�s que al cielo. Y cuanto mas peque�ita y m�s humilde me ves <3>, tanto m�s tu clara frente irradia de puro gozo. 3 T� que los espacios cruzas m�s r�pido que el rel�mpago, vuela por m� muchas veces al lado de los que amo. Seca el llanto de tus ojos con la pluma de tu ala, y c�ntales al o�do cu�n bueno es nuestro Jes�s. �Oh, diles que el sufrimiento tiene tambi�n sus encantos! Y luego, murm�rales quedo, muy quedo, mi nombre. 4 Yo quiero en mi breve vida salvar a los pecadores <4>, mis hermanos. �Oh �ngel bello de la patria!, dame tus santos ardores, para que en el mismo fuego que t� te abrasas me abrase. Fuera de mis sacrificios y de mi austera pobreza, nada m�s tengo, �ngel m�o. Unelo todo a tus gracias y ofr�ceselo al Dios Trino. 5 Para ti la gloria, el reino, las riquezas del que es Rey, Rey de los reyes del mundo. Para m� el Pan del sagrario y el tesoro de la cruz. Con la cruz y con la hostia, y con tu celeste ayuda, espero en paz la otra vida, la felicidad del cielo, que nunca terminar�. (A mi querida sor Filomena, en recuerdo de su hijita, Teresa del Ni�o Jes�s y de la S.F., rel. carm. ind.) NOTAS P 30 - A MI �NGEL DE LA GUARDA Fecha: enero de 1897. - Compuesta espont�neamente, y m�s tarde dedicada a sor Mar�a Filomena de Jes�s. - Publicaci�n: HA 98, tres versos corregidos. - Melod�a: Par les chants les plus magnifiques. El tono de sereno fervor de este poema es caracter�stico de la �ltima �poca de su vida, menos visionaria y menos rodeada de consuelos sensibles. Son muchos los temas que se esbozan, y el centro de poema lo constituye la estrofa 3, en la que Teresa, a lo que parece, se considera ya a s� misma en otro mundo. Tras esas primeras estrofas, marcadas por la humildad, el tono glorioso desemboca en un final casi exultante, al estilo de los salmos con esos �Para ti... Para m�... Con... Con... Con...� al comienzo del verso, y con esas palabras tan ricas: �Reino, Gloria, Riquezas�, Rey de los reyes, Sagrario, Cruz�, con frecuencia rimando entre ellas [en el original franc�s, naturalmente. N. del T.]. El final del caminito puede quedar escondido; Teresa camina hacia �l en la �paz�, mientras va repitiendo esta letan�a gloriosa en la que se concentran en unos pocos versos una gran cantidad de bienes eternos, de alegr�as y �felicidad que nunca terminar��. <1> El �ngel de la guarda es el compa�ero de Teresa a lo largo del �caminito�. Esta escena familiar nos trae inevitablemente el recuerdo la ni�ez de Teresa cuando su padre la llevaba de la mano (cf Ms A 18r�; P 6, estr. 6). <2> Comparar con Ms A 38v�/39r�. <3> La humildad adquiere en Teresa una tonalidad y unos nuevos desarrollos a partir del verano de 1896 y sobre todo en 1897 bajo el yugo de la prueba de la fe. <4> Esta es la primera vez que Teresa designa a los �pecadores� como sus �hermanos�; preludio de la �mesa de los pecadores�del Ms C 6r�. Ver tambi�n P 36, estr. 4 y 20. P 31 A TE�FANO V�NARD Sacerdote de las Misiones Extranjeras, martirizado en Tonk�n a los 31 a�os de edad. 1 M�rtir angelical, �oh Te�fano santo!, los elegidos cantan tus loores, y en los coros ang�licos el encumbrado seraf�n se siente honrado de servirte. No pudiendo mezclar en el destierro mi voz con la sublime santa voz de los cielos, quiero, al menos, tomar mi lira en tierra extra�a para cantar con ella tus virtudes. 2 Fue tu breve destierro como un canto muy dulce que supo conmover los corazones. Tu alma de poeta <1> hac�a, a cada instante, brotar flores, flores para Jes�s. Y al elevarte a la celeste esfera, hasta tu �ltimo canto fue un canto juvenil de primavera. Al morir, murmuraste: ��Yo, que soy un ef�mero, me voy al cielo azul, voy el primero <2>!� 3 �Afortunado m�rtir, al borde del suplicio t� gustaste la dicha de sufrir! Sufrir por Dios te pareci� delicia. T� supiste vivir y supiste morir alegre y sonriente. Cuando el verdugo quiso abreviar tu tormento, replicaste enseguida: ��Cuanto m�s largos sean mi dolor y mi martirio, mayor valor tendr�n, estar� m�s contento <3>!� 4 �Oh lirio virginal!, en la plena y hermosa primavera de tu vivir escuch� el Rey del cielo tu deseo. T� eres �la rosa abierta que para su recreo cort� Dios� <4>. Ya no est�s desterrado, los bienaventurados admiran tu esplendor. Eres rosa de amor, la inmaculada Virgen de tu aroma respira la frescura. 5 Apr�stame tus armas, �oh soldado de Cristo! <5>, yo quiero aqu� en la tierra, por salvar a los pobres pecadores, sufrir y combatir a la sombra de tu palma. Dame tu protecci�n, sost�n mi brazo, por ellos luchar quiero en incesante guerra y tomar al asalto el reino de mi Dios. El Se�or a la tierra no vino a traer paz, sino fuego y espada. 6 Yo amo esa playa infiel, la que fue blanco de tu amor ardiente: hacia ella volar�a gozosamente yo, si un d�a mi Jes�s me lo pidiese. Mas yo s� que a sus ojos se borran las distancias y el universo entero es s�lo un punto. Mi flaco amor y mis peque�os sufrimientos, bendecidos por El, hacen amar a Dios m�s all� de los mares. 7 �Ah, si yo fuese flor de primavera que cortar pronto mi Se�or quisiera! �Oh, mi m�rtir glorioso, te conjuro, baja del cielo a m� en mi postrer momento <6>! Que de tu amor las llamas virginales me abrasen en la vida, y un d�a pueda ser yo de las almas que forman tu cortejo... NOTAS P 31 - A TE�FANO V�NARD Fecha: 2 de febrero de 1897. - Composici�n espont�nea. - Publicaci�n: HA 98, diez versos corregidos. - Melod�a: Les adieux du martyr. �Mi alma se parece a la suya�, dir� Teresa a sus hermanas (Ultimas Conversaciones, Burgos, Monte Carmelo, 1973, p. 355), y, como recuerdo de despedida (Cta 245), les har� entrega de una antolog�a de las cartas de este �santito�, misionero m�rtir en Tonk�n, cuya biograf�a le hab�a recomendado el P. Roulland. A partir del 21 de noviembre de 1896, hab�a ido copiando en su �libreta de apuntes� tres p�ginas de extractos de esas cartas (cf �Otros Escritos�). Para cantar a su santo amigo, Teresa vuelve a encontrar los acentos que poco antes le inspirara su �santa predilecta�, santa Cecilia. Cantos y flores, pero tambi�n sufrimiento y martirio y el apostolado en�rgico y vigoroso, �la espada y el fuego�, he ah� los temas que la inspiran. El 19 de marzo, al enviar el poema al P.Roulland (cf Cta 221), llama su atenci�n sobre la pen�ltima estrofa, desvelando as� su proyecto misionero: irse para la reciente fundaci�n de Hanoi, si su salud no se lo impide. Esperanza poco razonable, pero el deseo misionero no cesa de crecer en su coraz�n y, en estas mismas semanas, se consolida su confianza de �volver a la tierra� para trabajar en ella sin respiro �hasta el fin del mundo� (CA 17.7). En la enfermer�a, la imagen de Te�fano V�nard ya no la abandonar� y le servir� de mucha ayuda en la prueba (CA 10.8.1; 10.8.3; 19.8.5; 20.8.13; 6.9). <1> Al igual que Teresa, Te�fano tambi�n escrib�a poes�as. <2> Cita de un a carta del 20./1/1861; cf Cta 245+. <3> Respuesta aut�ntica de Te�fano al verdugo, un c�nico jorobado, que pregunt� al joven �cu�nto le dar�a por ejecutarlo h�bilmente y con rapidez�. Y la cabeza no rod� por el suelo hasta el quinto golpe de sable. <4> Otra cita de Te�fano. <5> El vocabulario guerrero anuncia ya Mis armas, su pr�xima poes�a. <6> Cf Ca 16.8.3. P 32 MIS ARMAS (C�ntico compuesto para el d�a de una profesi�n) �Revest�os de las armas de Dios, para poder resistir los estratagemas del enemigo� (San Pablo). �La esposa del rey es terrible, como un ej�rcito en orden de batalla. Se parece a un coro de m�sica en medio de un campamento� (Cant. de los Cant.) 1 Vest� las armas <1> del Omnipotente, y su mano divina me adorn�. Nada me har� temer en adelante, �qui�n podr� separarme de su amor? A su lado, lanz�ndome al combate, ya ni al fuego ni al hierro temer� <2>. Sabr�n mis enemigos que soy reina, que esposa soy de un Dios <3>. Guardar� la armadura que me ci�o, Jes�s, ante tus ojos adorados, y hasta la �ltima tarde del destierro ser�n mis votos mi mejor adorno. 2 Eres t�, �oh Pobreza!, mi primer sacrificio, te llevar� conmigo hasta la muerte. S� que el atleta, puesto en el estadio, para correr de todo se despoja. Gustad, mundanos, vuestra angustia y pena, de vuestra vanidad amargos frutos; yo, jubilosa, alcanzar� en la arena de la pobreza las triunfales palmas. Jes�s dijo que �por la violencia el reino de los cielos se conquista�. Me servir� de lanza la pobreza, y de glorioso casco. 3 Hermana de los �ngeles victoriosos y puros la Castidad me hace. Formar espero un d�a en sus falanges; mas debo en el destierro como lucharon ellos luchar yo. Luchar continuamente, sin descanso ni tregua, por mi Esposo adorado, el Se�or de los se�ores. Porque es la castidad celeste espada <4> que puede conquistarle corazones. La castidad ser� mi arma invencible, con ella vencer� a mis enemigos. Por ella llego a ser, �oh inefable ventura!, la esposa de Jes�s. 4 En medio de la luz grit�, orgulloso, el �ngel: ��Nunca obedecer�... <5>!� En medio de la noche de la tierra yo grito: ��Siempre obedecer� <6>!� Siento nacer en m� una divina audacia, al furor del infierno desaf�o. Y es mi fuerte coraza y de mi coraz�n escudo fuerte, la Obediencia. �Oh mi Dios vencedor!, no ambiciono otra gloria que la de someter mi voluntad en todo, pues ser� el obediente quien cantar� victoria en el descanso de la eternidad. 5 Si tengo del guerrero las poderosas armas y le imito luchando bravamente, quiero tambi�n como graciosa virgen cantar mientras combato. T� haces vibrar las cuerdas de tu lira, �y es tu lira, Jes�s, mi coraz�n <7>! Por eso, cantar puedo la fuerza y la dulzura de tus misericordias. Sonriendo, yo afronto la metralla, y en tus brazos, cantando, �oh --divino Esposo--, mi divino Esposo!, morir� <8> sobre el campo de batalla, �las armas en la mano! NOTAS P 32 - MIS ARMAS Fecha: 25 de marzo de 1897. Compuesta para: sor Mar�a de la Eucarist�a con ocasi�n de su profesi�n. - Publicaci�n: HA 98, tres versos corregidos. - Melod�a: Canto de despedida a los misioneros �Partez, h�rauts de la bonne nouvelle�. Una poes�a en�rgica, aguerrida, tensa, echada sobre el papel como para entablar batalla. Una Teresa segura de s� misma y segura de Dios, que pasa por el crisol de la prueba como Juana de Arco por la hoguera. Ella sabe bien que es reina, una reina que lucha y que bru�e sus armas para triunfar, y cuya primera preocupaci�n es la eficacia. La cita de san Pablo en el ep�grafe (tomada de la Regla del Carmelo) introduce directamente en la ceremonia de �armar caballeros�; la audaz yuxtaposici�n de dos vers�culos independientes del Cantar de los Cantares da la imagen de una reina imponente y de inmenso poder�o, �terrible como un ej�rcito en orden de batalla, semejante a un coro de m�sica en medio de un campamento�. Hay que tener verdadera mirada de poeta para elaborar de esa manera una cita tan brillante, herm�tica y antit�tica, como fuente de inspiraci�n capaz de animar una profesi�n religiosa y de bosquejar una alegor�a completa de los votos, tema ingrato donde los haya para hacer una poes�a. La destinataria es Mar�a Gu�rin, a la vez �angelito� y �mujer fuerte�, �ni�ito� y �valiente guerrero� (P 24); pero tambi�n sor Genoveva, que el a�o anterior hab�a quedado defraudada [porque a Teresa no se le hab�a pedido componer para ella una poes�a en nombre de la comunidad y tuvo que conformarse con entregarle casi a escondidas apenas unas migajas] (cf PN 27) y que sigue vibrando con las �im�genes de la caballer�a�. Pero para Teresa se trata mucho m�s de un romance de caballer�a, aunque el lenguaje aleg�rico pueda llamarnos a enga�o (cf Cta 224); ella libra su batalla en �la realidad de la vida� (cf Ms A 31v�), y pronto la librar� en la de la muerte. �Sonriendo� (como su amigo Te�fano), �cantando� (como una esposa enamorada), Teresa lucha hasta el l�mite de sus fuerzas, antes de caer �con las armas en la mano� (n�tese la fuerza de este final). <1> Obs�rvese el vocabulario tan paulino de esta poes�a, inspirada en Ef 6, aun cuando las alegor�as sean diferentes: en Pablo, �la verdad como cintur�n, la justicia como coraza, como calzado el celo por anunciar el Evangelio, como escudo la fe, como casco la salvaci�n y como espada la del Esp�ritu; en Teresa, �la armadura� son los �sagrados votos: la Pobreza, lanza y casco; la espada de la Castidad; la coraza de la Obediencia; el escudo de mi coraz�n�. <2> Cf P 17,9. <3> Cf RP 7, 1r�. <4> La espada implica en el caso de Teresa un trasfondo b�blico en el que se mezclan Mt 10,34 y Ef 6,17; cf P 31,5 y Or 17. <5> Cf RP 7,3r�. <6> Teresa recobra por un momento (en estos versos) el tono de los poetas rom�nticos (Vigni, Lamartine, Hugo), a los que les gustan los di�logos fant�sticos a trav�s de los espacios infinitos... La ant�tesis luz-noche hace que la prueba de la fe aparezca en toda su intensidad; este enraizamiento existencial del poema confiere un car�cter de aut�ntica bravura a lo hubiera podido parecer pura literatura o una simple bravata. <7> Tras el choque del enfrentamiento, la calma. La ternura de la femineidad recobra sus derechos, a ejemplo de santa Cecilia (la �virgen�, con la menci�n de la lira; cf P 2). <8> Esta muerte en el campo del honor le habr�a encantado a Teresa de Avila: �Los defensores de la Iglesia (...) pueden morir; ser vencidos, jam�s� (Camino de perfecci�n, cap. 3). [Las palabras originales de la Santa son: �Porque, como no haya traidor, si no es por hambre, no los pueden ganar. Ac� esta hambre no la puede haber que baste a que se rindan; a morir, s�, mas no a quedar vencidos�, Camino 3,1.] P 33 UNA ROSA DESHOJADA 1 Jes�s, cuando te veo que abandonas los brazos de tu Madre, y tenido por ella, ensayas, vacilante, por nuestra triste tierra tus indecisos y primeros pasos, yo quisiera ir delante deshojando una rosa blanca y fresca, y as� tu piececito posar�a muy suave y dulcemente sobre una flor. 2 La rosa deshojada, �oh mi Ni�o divino!, es la m�s fiel imagen del coraz�n que quiere a cada instante por tu amor inmolarse enteramente. Hay muchas rosas frescas que gustan de brillar en tus altares y se entregan a ti. Mas yo anhelo otra cosa: deshojarme... 3 La rosa en su esplendor puede, mi Ni�o, embellecer tu fiesta. A la rosa en deshoje se la olvida, se la tira y arroja al capricho del viento. La rosa, deshoj�ndose, se entrega a cada instante con ansia de no ser. Como ella, quiero yo buscar mi dicha d�ndome, mi Jes�s, del todo a ti. 4 Se pasa sobre p�talos de rosa deshojada, y se pisan sin pena. Y esos muertos despojos son un simple ornamento, dispuestos al azar, sin arte y sin estudio, lo comprendo... Yo prodigu� mi vida, prodigu� mi futuro por tu amor, �oh Jes�s! A los ojos profanos de los hombres, como rosa marchita para siempre un d�a morir�... 5 Mas morir� por ti, �oh Ni�o m�o, hermosura <1> suprema! �Oh suerte venturosa! Deshoj�ndome quiero demostrarte mi amor, �oh, mi tesoro...! A zaga de tus pasos infantiles, escondida vivir quiero aqu� abajo. Y aun suavizar quisiera tus �ltimas pisadas camino del Calvario... NOTAS P 33 - UNA ROSA DESHOJADA Fecha: 19 de mayo de 1897. - Compuesta para: Mar�a Enriqueta, del Carmelo de Par�s, a petici�n suya. - Publicaci�n: HA 98 (�La rose effeuill�e�), cinco versos corregidos. - Melod�a: Le fil de la Vierge, o bien La rosse mousse. La verdad es que pocos m�sticos han llegado tan lejos como Teresa, minada por la enfermedad, en el l�mite de sus fuerzas y que ofrece su �nada� arroj�ndose a los pies de Jes�s en un acto de amor puro y total. As� la descubrimos aqu�: no pide nada, se entrega por entero, est� casi casi al otro lado de la muerte, se dir�a que al otro lado del amor. En mayo ya no est� en condiciones de participar en la liturgia floral de las novicias (cf P 23). Uno tras otro va renunciando a los actos de comunidad. Ahora le queda una tarea suprema: �Debo morir�. Morir disolvi�ndose al filo de los d�as, como una �rosa� que se �deshoja�. En la m�s completa oblaci�n: �enteramente, a cada instante, sin pena alguna�, sin escenograf�as (�sin arte y sin estudio�). Su generosidad s�lo puede compararse con su delicadeza: que su vida as� �prodigada� sea s�lo dulzura bajo el �piececito� del Ni�o Jes�s y bajo las ��ltimas pisadas� del Var�n de dolores. El s�mbolo de la rosa deshojada, hoy aparentemente desgastado, surge aqu� en toda su pat�tica belleza, con la autenticidad de lo vivido. Teresa ya no sue�a siquiera con entregarse a Jes�s, sino con deshojarse bajo sus pasos, con morir disolvi�ndose. En las estrofas 3 y 4 desarrolla esta idea hasta unos l�mites a los que antes a�n no hab�a llegado: �La rosa en su esplendor puede embellecer tu fiesta, a la rosa en deshoje se la tira y arroja (n�tese la fuerza de esta palabra al final del verso) al capricho del viento� (es decir, a ninguna parte, no importa d�nde). La rosa deshojada se entrega para ya no ser m�s (�con ansias de no ser�), lo cual es ya el colmo del abandono; ni siquiera se le presta atenci�n (4,1-3), no es m�s que unos �muertos despojos�. Teresa �lo comprende�: ella �prodig� su vida, prodig� su futuro�, est� �marchita para siempre, un d�a morir�...�. De esta manera, ofrece la prueba suprema de su amor, sin saber lo que Jes�s har� de ella. Ella es s�lo una rosa deshojada, es decir, nada. Teresa responde a una petici�n de una carmelita de Par�s, antigua priora, que hab�a o�do hablar maravillas de sus dotes de poeta y que quiere pon�rselas a prueba: �Si es verdad que esa hermanita es una joya (...), que me env�e una de sus poes�as, y lo comprobar� por m� misma�; y, seg�n Mar�a de la Trinidad, propon�a incluso el tema de la rosa deshojada. �La madre Enriqueta qued� muy contenta (...), pensando �nicamente que le faltaba una �ltima estrofa para explicar que, a la hora de mi muerte, Dios recoger�a esos p�talos para volver a formar con ellos una rosa preciosa que brillar�a por toda la eternidad�. �Qu� gran error! Para Teresa, �amar es entregarse� sin pedir nada a cambio. Y contesta: �Que esa buena Madre haga la estrofa tal como lo dice, que yo no me encuentro en absoluto inspirada para hacerlo. Mi deseo es ser deshojada para siempre, para alegrar a Dios. Y se acab��. <1> Teresa tiene un sentimiento muy agudo de la Belleza (cincuenta y seis veces emplea esa palabra en sus escritos, y veintiocho veces ser trata de la belleza de Jes�s). Belleza suprema en P 15,31; 18,2; RP 2,1r� y 8r�; RP 4,3r�. P 34 EL ABANDONO ES EL FRUTO DELICIOSO DEL AMOR 1 Hay en la tierra un �rbol, �rbol maravilloso, cuya ra�z se encuentra,�oh misterio!, en el cielo <1>. 2 Acogido a su sombra, nada ni nadie te podr� alcanzar; sin miedo a la tormenta, bajo �l puedes descansar. 3 El �rbol inefable lleva por nombre �amor�. Su fruto <2> deleitable se llama �el abandono�. 4 Ya en esta misma vida este fruto me da felicidad, mi alma se recrea con su divino aroma. 5 Al tocarlo mi mano, me parece un tesoro. Al llevarlo a la boca, me parece m�s dulce todav�a. 6 Un mar de paz me da ya en este mundo, un oc�ano de paz, y en esta paz profunda descanso para siempre. 7 El abandono, s�lo el abandono a tus brazos me entrega, �oh Jes�s m�o!, y es el que me hace vivir con la vida de tus elegidos. 8 A ti, divino Esposo, me abandono, y no quiero nada m�s en la vida que tu dulce mirada. 9 Quiero sonre�r siempre, dormirme en tu regazo y repetirte en �l que te amo, mi Se�or <3>. 10 Como la margarita de amarilla corola, yo, florecilla humilde, abro al sol mi capullo. 11 Mi dulce sol de vida, mi amad�simo Rey, es tu divina hostia peque�a como yo... 12 El rayo luminoso de tu celeste llama nacer hace en mi alma el perfecto abandono. 13 Todas las criaturas pueden abandonarme, lo aceptar� sin queja y vivir� a tu lado. 14 Y si t� me dejases, �oh divino tesoro!, aun vi�ndome privada de tus dulces caricias, seguir� sonriendo. 15 En paz yo esperar�, Jes�s, tu vuelta, no interrumpiendo nunca mis c�nticos de amor. 16 Nada, nada me inquieta, nada puede turbarme, m�s alto que la alondra sabe volar mi alma. 17 Encima de las nubes el cielo es siempre azul, y se tocan las playas del reino de mi Dios. 18 Espero en paz la gloria de la celeste patria, pues hallo en el cop�n el suave fruto �el dulc�simo fruto del amor! NOTAS P 34- EL ABANDONO ES EL FRUTO DELICIOSO DEL AMOR Fecha: 31 de mayo de 1897. - Compuesta para: sor Teresa de San Agust�n, a petici�n suya. - Publicada: HA 98 (�L'Abbandon�), tres versos corregidos. - Melod�a: Si j'�tais grande dame. Una canci�n, pero una canci�n que va m�s all� de ella misma, una canci�n para capear �la tormenta� y entregarse de coraz�n, pero tranquilos, seguros, �en paz� (palabra que se repite cuatro veces). La confianza de las cuatro �ltimas estrofas no es fingida: es el aut�ntico �abandono�, por encima de los consuelos sensibles. Aunque menos vibrante y m�s parco en confidencias que Una rosa deshojada, este poema es tambi�n un poema personal. La destinataria, una monja tan virtuosa como severa, hab�a hecho �voto de abandono a todos los deseos de Dios�, no sin descontar del todo un cierto complejo �de superioridad en la perfecci�n�. Para Teresa, el abandono no es �obra del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia�. Al reconocer en s� misma ese abandono total ante la muerte, rendir� homenaje por ello a su �nico autor: �Ahora ya estoy en �l; Dios me ha hecho llegar a �l, me ha tomado en sus brazos y me ha puesto en �l...� (CA 7.7.3). <1> Bella imagen de un �rbol A LA CHAGALL, �cuya ra�z se encuentra en el cielo�. El s�mbolo del �rbol es muy poco frecuente en Teresa (�sta es la �nica vez que se encuentra en las poes�as, y en la Cta 137 el �rbol de Zaqueo). <2> Este fruto es la ant�tesis del fruto del libro del G�nesis (3,6): se lo puede tocar sin temor (Gen 3,3) y comer de �l; y no trae consigo el desorden del pecado y de la muerte, sino �un mar de paz� y la felicidad ya en esta vida. <3> En estas estrofas 7-9 volvemos a encontrar el tono y el colorido de P 2, Santa Cecilia (vv. 29-32), �la santa del abandono�. <4> Teresa �espera en paz�. Pero es una espera que no tiene nada de ocioso: la fuga repentina de la alondra (est. 16), en una ascensi�n vertical que rompe la �espesa niebla� (Ms C 5v�), lo dice bien claro. Y evoca irresistiblemente los actos anag�gicos de san Juan de la Cruz: para el alma que se ve acosada por la tentaci�n, lo mejor es echarse a volar de un salto hacia Dios...Y Teresa vuela incluso �m�s alto que la alondra�: la mirada puede seguir al p�jaro por el cielo, pero no nos es posible ver volar a la carmelita hasta los confines de esa tierra prometida donde hunde sus ra�ces el Arbol de la vida. P 35 A SOR MAR�A DE LA TRINIDAD 1 Se�or, me has elegido desde mi tierna infancia <1>; puedo en verdad llamarme la obra de tu amor. �C�mo quisiera yo poder, Dios m�o, pagarte, agradecida, devolvi�ndote amor. Jes�s, Amado m�o, �qu� privilegio es �ste? Yo, pobrecita nada <2>, �qu� hab�a hecho por ti? �Y me veo en el blanco cortejo de las v�rgenes que componen tu corte, dulce y divino Rey! 2 Sabes que soy, Dios m�o, pura debilidad, sabes tambi�n, Se�or, que no tengo virtud. Pero igualmente sabes que mi �nico amigo <3>, el �nico a quien yo amo, el que me ha cautivado, eres t�, mi Jes�s. Cuando en mi joven coraz�n la llama se encendi� del amor, t� viniste, Jes�s, a quemarte en tu fuego. �Y s�lo t� pudiste saciarme el alma entera, pues mi urgencia de amar era infinita! 3 Cual tierno corderillo lejos de la majada, jugueteaba alegre ignorando el peligro. Mas �oh Reina del cielo, mis pastora querida!, tu blanca, tu invisible, dulce mano sab�a protegerme. Y as�, aunque yo jugaba al borde de los hondos precipicios, ya t� me se�alabas la cumbre del Carmelo, y ya yo comprend�a las austeras delicias que habr�a de abrazar para volar al cielo. 4 Si amas, mi Se�or, la pureza del �ngel -de ese brillante esp�ritu que nada en el azul-, �no amar�s la blancura del lirio que se eleva sobre el fango, del lirio que tu amor supo conservar limpio? Si el �ngel de alas rojas goza de presentarse ante tus ojos radiante de pureza, yo me gozo tambi�n, porque ya en este mundo el ropaje que visto al suyo se parece, pues poseo el tesoro de la virginidad <4>... NOTAS P 35 - A SOR MAR�A DE LA TRINIDAD Fecha: mayo de 1897. - Compuesta para: sor Mar�a de la Trinidad, a petici�n suya. - Publicaci�n: HA 98 (�Un lis au milieu des �pines�), trece versos corregidos. - Melod�a: L'envers du ciel. A pesar de su tonalidad lamartiniana, este poema -de una firmeza que se ve confirmada por la graf�a, y de una energ�a sorprendente en una enferma de esa �ndole- es sobrio, con una impronta cl�sica y una notable reducci�n de adjetivos, Teresa ofrece a Mar�a de la Trinidad un verdadero �canto de las misericordias�. Esta, �d�bil y sin virtudes�, gracias al humillamiento constante a que se somete, es una candidata de primera calidad para la obra del �amor consumidor y transformante� (Cta 197). Y sobre todo para Teresa, ahora m�s que nunca, ya s�lo cuenta el amor (Cf Cta 242, final). Un toque de travesura ilumina la estrofa 3 al evocar las escapadas de la adolescencia al torbellino de las atracciones de Par�s: estampa simp�tica y pintoresca, con �el cordero lejos de la majada�, que �retoza alegre ignorando el peligro�..., y la Virgen Sant�sima como �pastora�..., una ant�tesis alpestre de los �precipicios� y de la �cumbre del Carmelo�..., y todo ello endulzando de antemano las �austeras delicias� de los dos �ltimos versos. <1> La elecci�n divina; cf pr�logo del Ms A, 2r�; PN 16,6; P 16,8; 25,6. <2> La misma tonalidad de la Rosa deshojada. La prueba de la fe y el debilitamiento producido por la enfermedad producen en Teresa una toma de conciencia m�s aguda de su �nada�. Cf Ms B (cuatro veces) y Cta 197; y sobre todo, en la primavera de 1897: Cta 226, 243, 261 y Ms C 2r�. Lo mismo en la enfermer�a: CA 6.8.8; 7.8.4; 8.8.1; 13.8.1. <3> Cf P 14,5. La amistad con Jes�s, que implica igualdad en la confianza y en la ternura, floreci� muy pronto en el alma de Teresa; cf Ms A 40v�; Cta 57 (dos veces), 74, 92, 109, 141, 157, 158, 169; Ms B 4v�; y en este mes de mayo, el �tierno amigo� de Cta 226. En las poes�as: PN 15,5 y 9; P 14,5; 25,6. <4> Unas brillantes im�genes (estr. 4, vv. 2, 5, 7, 9, 12-13) concurren a exaltar la �virginidad�, �ltima palabra y coronaci�n del poema. P 36 POR QUE TE AMO, MAR�A 1 Cantar, Madre, quisiera por qu� te amo . Por qu� tu dulce nombre me hace saltar de gozo <1> el coraz�n, y por qu� el pensamiento de tu suma grandeza a mi alma no puede inspirarle temor. Si yo te contemplase en tu sublime gloria, muy m�s brillante sola que la gloria de todos los elegidos juntos, no podr�a creer que soy tu hija, Mar�a, en tu presencia bajar�a los ojos... 2 Para que una hija pueda a su madre querer, es necesario que �sta sepa llorar con ella, que con ella comparta sus penas y dolores. �Oh dulce Reina m�a, cu�ntas y amargas l�grimas lloraste en el destierro para ganar mi coraz�n, �oh Reina! Meditando tu vida tal como la describe el Evangelio, yo me atrevo a mirarte y hasta a acercarme a ti. No me cuesta creer que soy tu hija, cuando veo que mueres, cuando veo que sufres como yo <2>. 3 Cuando un �ngel del cielo te ofrece ser la Madre de un Dios que ha de reinar eternamente, veo que t� prefieres, �oh asombroso misterio!, el tesoro inefable de la virginidad. Comprendo que tu alma, inmaculada Virgen, le sea a Dios m�s grata que su propia morada de los cielos. Comprendo que tu alma, humilde y dulce valle, contenga a mi Jes�s, oc�ano de amor <3>. 4 Te amo cuando proclamas que eres la siervecilla del Se�or, del Se�or a quien t� con tu humildad cautivas. Esta es la gran virtud que te hace omnipotente y a tu coraz�n lleva la Santa Trinidad. Entonces el Esp�ritu, Esp�ritu de amor, te cubre con su sombra, y el Hijo, igual al Padre, se encarna en ti... �Muchos habr�n de ser sus hermanos pecadores para que se le llame: Jes�s, tu primog�nito! 5 Mar�a, t� lo sabes: como t� <4>, no obstante ser peque�a, poseo y tengo en m� al todopoderoso. Mas no me asuste mi gran debilidad, pues todo los tesoros de la madre son tambi�n de la hija, y yo soy hija tuya, Madre m�a querida. �Acaso no son m�as tus virtudes y tu amor tambi�n m�o? As�, cuando la pura y blanca Hostia baja a mi coraz�n, tu Cordero, Jes�s, sue�a estar reposando en ti misma, Mar�a. 6 T� me haces comprender, �oh Reina de los santos!, que no me es imposible caminar tras tus huellas. Nos hiciste visible el estrecho camino que va al cielo con la constante pr�ctica de virtudes humildes. Imit�ndote a ti, permanecer peque�a es mi deseo, veo cu�n vanas son las riquezas terrenas. Al verte ir presurosa a tu prima Isabel, de ti aprendo, Mar�a, a practicar la caridad ardiente. 7 En casa de Isabel escucho, de rodillas, el c�ntico sagrado, �oh Reina de los �ngeles!, que de tu coraz�n brota exaltado <5>. Me ense�as a cantar los loores divinos, a gloriarme en Jes�s, mi Salvador. Tus palabras de amor son las m�sticas rosas que envolver�n en su perfume vivo <6> a los siglos futuros. En ti el Omnipotente obr� sus maravillas, yo quiero meditarlas y bendecir a Dios. 8 A san Jos�, que ignora el milagro asombroso que en tu humildad <7> quisieras ocultar, t� le dejas llorar cerca del tabern�culo donde se oculta y vela la divina beldad del Salvador. �Oh, cu�nto amo, Mar�a, tu elocuente silencio! Es para m� un concierto muy dulce y melodioso, que canta a mis o�dos la grandeza, y hasta la omnipotencia, de un alma que su auxilio s�lo del cielo espera... 9 Luego, en Bel�n, os veo, �oh Mar�a y Jos�!, rechazados por todos. Nadie quiere acoger en su posada a dos pobres y humildes forasteros. �S�lo para los grandes tienen sitio...! Y en un establo m�sero, rudo y destartalado, tiene que dar a luz la Reina de los cielos a su Hijo Dios. �Madre del Salvador, qu� amable me pareces, qu� grande me pareces en tan pobre lugar! 10 Cuando veo al Eterno en vuelto en los pa�ales y oigo el tierno vagido del Verbo entre las pajas, �podr�a yo, Mar�a, en ese instante, envidiar a los �ngeles? �Su Se�or adorable es mi hermano querido! �C�mo te amo, Mar�a, cuando en nuestra ribera abres para nosotros esa divina Flor! �C�mo te amo, Virgen, cuando escuchas a los simples pastores, y a los magos, y guardas y meditas todo eso dentro del coraz�n! 11 Te amo cuando te mezclas con las dem�s mujeres que dirigen sus pasos al templo del Se�or. Te amo cuando presentas al Ni�o que nos salva al venerable anciano que le toma en sus brazos. Al principio yo escucho sonriendo su c�ntico, mas pronto sus acentos hacen correr mis l�grimas. Hundiendo en el futuro su mirada prof�tica, Sime�n te presenta la espada del dolor. 12 �Oh Reina de los m�rtires, la espada dolorosa traspasar� tu pecho hasta la tarde misma de tu vida! Ya te ves obligada a abandonar el suelo de tu patria por escapar, huyendo, del furor sanguinario de un envidioso rey. Jes�s duerme tranquilo bajo los suaves pliegues de tu velo cuando Jos� te advierte que hay que partir aprisa. Y es pronto tu obediencia: t� partes sin demora y sin razonamientos. 13 En la tierra de Egipto, me parece, �oh Mar�a!, que, a pesar de vivir en la suma pobreza, lleno de gozo y paz vive tu coraz�n. �Qu� te importa el destierro? �No es, acaso, Jes�s la patria de las patrias, la m�s bella? Posey�ndole a �l, t� posees el cielo. Mas en Jerusal�n, una amarga tristeza te envuelve y, como un mar, tu coraz�n inunda. Por tres d�as Jes�s se esconde a <8> tu ternura, y entonces si, sobre tu vida cae un oscuro, implacable, riguroso destierro. 14 Por fin logras hallarle, y al tenerle, rompe tu coraz�n en transporte amoroso. Y le dices al Ni�o, encanto de doctores: �Hijo m�o, �por qu� has obrado as�? Tu padre y yo, con l�grimas, te est�bamos buscando�. Y el Ni�o Dios responde, �oh profundo misterio!, a la Madre querida que hacia �l tiende los brazos: ��A qu� buscarme, Madre? �No sab�as, acaso, que en las cosas que son del Padre m�o he de ocuparme ya?� 15 Me ense�a el Evangelio que sumiso a Mar�a y Jos� permanece Jes�s, mientras crece en sabidur�a. �Y el coraz�n me dice con qu� inmensa ternura a sus padre queridos �l obedece siempre! Ahora es cuando comprendo el misterio del templo, las palabras ocultas del amable Rey m�o: Tu dulce Ni�o, Madre, quieres que seas t� el ejemplo vivo del alma que le busca a oscuras, en la noche de la fe. 16 Puesto que el Rey del cielo quiso ver a su Madre sometida a la noche, sometida a la angustia del coraz�n <9>, �ser�, acaso, merced sufrir aqu� en la tierra? �Oh, s�...! �Sufrir amando es la dicha m�s pura <10>! Puede tomar de nuevo Jes�s lo que me ha dado, dile que por m� nunca se moleste. Puede, si a bien lo tiene, esconderse de m�, me resigno a esperarle hasta que llegue el d�a sin ocaso en el que para siempre se apagar� mi fe <11>... 17 Yo s� que en Nazaret, Virgen llena de gracia, viviste pobremente sin ambici�n de m�s. Ni �xtasis ni raptos ni milagros tu vida hermosearon, �Reina de los electos! Muchos son en la tierra los peque�os, y ellos pueden alzar, sin miedo, a ti los ojos. Por el com�n camino, oh Madre incomparable, caminas t�, gui�ndonos al cielo! 18 Vivir contigo quiero, Madre amada, a la espera del cielo, seguirte en el destierro d�a a d�a. En tu contemplaci�n yo me hundo absorta, y de tu inmenso coraz�n descubro los abismos de amor. Tu maternal mirada desvanece mis miedos, y m ense�a a llorar, y me ense�a a re�r. Lejos de despreciar las fiestas de la tierra, las fiestas que son santas, t�, Madre, las comparte y bendices. 19 Al ver que los esposos de Can� no pueden ocultar al gran apuro en que se encuentran por faltarles vino, con maternal solicitud acudes al Salvador, tu Hijo, de su poder divino esperando la ayuda. Jes�s parece rechazar tu s�plica en un primer momento: �Mujer, �qu� no importa esto a ti y a m�?� Mas de su coraz�n all� en el fondo madre suya te llama, y para ti y por ti Jes�s realiza su milagro primero. 20 Te veo un d�a, Madre, en la colina, entre los pecadores <12> que escuchan la palabra de aquel que m�s nadie desea recibirles a todos en el cielo. Alguien dice a Jes�s que quieres verle. Entonces �l, Hijo divino tuyo, ante la gente muestra lo inmensamente que nos ama: ��Qui�n es mi hermano -dice-, qui�n mi hermana, y mi madre qui�n es, sino el que cumple mi voluntad en todo?� 21 Al escucharle, t�, Virgen inmaculada, �oh Madre, la m�s tierna!, no te entristeces <13>, antes bien te alegras de que nos haga comprender entonces que aqu� abajo, en la tierra, nuestra alma se hace familia suya. �Oh, s�, te alegras, Virgen, de que �l nos d� su vida, el tesoro infinito de su divinidad! �C�mo no amarte y bendecirte, viendo en ti tanto amor, tanta humildad? 22 T� nos amas, Mar�a, como Jes�s nos ama, por nosotros aceptas verte alejada de �l. Amar es darlo todo, darse incluso a s� mismo: quisiste demostrarlo quedando con nosotros como fuerte y visible ayuda nuestra. �Conoc�a Jes�s tus �ntimos secretos y la inmensa ternura de tu divino coraz�n de madre! Te nos dej� a nosotros, como refugio fiel de pecadores, cuando, para esperarnos en el cielo, abandon� la cruz. 23 Te me apareces, Virgen, en la sombr�a cumbre del Calvario, de pie junto a la cruz, igual que un sacerdote en el altar, ofreciendo tu V�ctima, tu Jes�s amad�simo, nuestro dulce Emmanuel, para desenfadar la justicia del Padre. Un profeta lo dijo, �oh Madre desolada!: ��No hay dolor semejante a tu dolor!� �Oh Reina de los m�rtires, quedando en el destierro, prodigas por nosotros toda la sangre de tu coraz�n! 24 La casa de san Juan se hace tu �nico asilo, de Zebedeo el hijo reemplaza a tu Jes�s... Y es �ste ya el �ltimo detalle que nos da el Evangelio <14, de la Virgen Mar�a no vuelve ya a hablar m�s. Pero, Madre querida, su silencio profundo �acaso no revela que el Verbo eterno -�l mismo- cantar quiere de tu vida los �ntimos secretos, para gozosa gloria de tus hijos, los santos moradores de la patria del cielo? 25 Yo escuchar� muy pronto esa dulce armon�a, ir� muy pronto a verte en , el hermoso cielo. T� que viniste a sonre�rme, Madre, en la suave ma�ana de mi vida, ven otra vez a sonre�rme ahora..., pues ha llegado ya de mi vida la tarde. No temo el resplandor de tu gloria suprema <16>, he sufrido contigo, y ahora quiero cantar en tus rodillas, Virgen, por qu� te amo �y repetir por siempre y para siempre que yo soy hija tuya...! La peque�a Teresa... NOTAS P 36 - POR QUE TE AMO, MAR�A Fecha: mayo de 1897. - Compuesta espont�neamente (pero tambi�n a petici�n de sor Mar�a del Sagrado Coraz�n). - Publicaci�n: HA 98, treinta y nueve versos corregidos. - Melod�a: La plainte du mousse. �Todav�a tengo que hacer una cosa antes de morir�, le dec�a Teresa a Celina: �Siempre he so�ado con exponer en un canto a la Sant�sima Virgen todo lo que pienso sobre ella� (PA, Roma, p. 268). En este mes de mayo comienza a vislumbrar la posible difusi�n de sus escritos. Y juzga que sus �pensamientos� sobre Mar�a son parte integrante de la �obra important�sima� que se est� preparando (CA 1.8.2). Ahora m�s que nunca, Teresa �no puede alimentarse m�s que de la verdad� (5.8.4). Necesita �ver las cosas tal como son� (CA 21.7.4). Y respecto a la Virgen Mar�a, lo �nico que le interesa es �su vida real, no su vida supuesta� (CA 21.8.3*). E instintivamente vuelve su mirada al Evangelio, su �nica fuente ya de inspiraci�n.: �Este libro me basta� (CA 15.5.3 y cf Cta 226). Y nos informa incluso sobre el �m�todo� que ella sigue: �Me ense�a el Evangelio ... y el coraz�n me dice� (estr. 15). Y el coraz�n le hace �comprender�, por connaturalidad, el sentido escondido de los hechos y el alcance de los mismos para su vida de hoy y muy pronto tambi�n para su eternidad. Estos �ltimos meses la mirada del coraz�n se ha ido afinando en ella de mil maneras, pero sobre todo en dos campos muy concretos: el misterio del sufrimiento bajo el crisol de la prueba; la amplitud de las exigencias de la caridad, gracias a luces muy intensas que recibi�; y todo ello rodeado de silencio. Este largo poema hay que acogerlo, ante todo, en actitud de oraci�n: es, en efecto, una especie de himno lit�rgico, de doscientos versos alejandrinos, que traducen a la perfecci�n �la objetividad� a la que quiere ce�irse la autora. Pero, no obstante, una emoci�n contenida recorre estas estrofas que alcanzan momentos de gran altura (estr. 8, 16, 22...). Bellas im�genes vienen a enriquecerlo (3,8-9; 7,6-8...); brotan f�rmulas lapidarias (10,5; 16,6, que son como el Credo de Teresa; y el famoso 22,3). Lo corona todo una estrofa realmente magn�fica. �La peque�a Teresa� firma estas l�neas con mano desfalleciente: humilde y conmovedor punto final a toda su obra po�tica. <1> Expresi�n fuerte que merece tanta m�s atenci�n cuanto que Teresa, acrisolada por la prueba, �ya no sabe lo que son las alegr�as vivas� (CA 13.7.17); �El pensamiento de la felicidad eterna apenas si hace estremecerse a mi coraz�n� (Cta 254). Ese verbo [�Tressaillir� = saltar de gozo, estremecerse. N. del T.] aparece usado catorce veces en los escritos (Ms A 60v�; Ms B 3r�; Cta 74, 107, 134, 254, 258, 261; y cinco veces en las RP), y adem�s en CA 17.7 y 20.8.4. <2> Ese parecido en la debilidad es como una constante que tiene el don de emocionar a Teresa; cf, por ejemplo, P 34,11. Sobre el sufrimiento de Mar�a, cf 20.8.11. <3> Esta hermosa imagen del �humilde y dulce valle�, lecho del �oc�ano de amor� sugiere muy a las claras la plenitud de paz y de sosiego que Dios pide y ofrece a la criatura que acepta recibirlo a �l. <4> Misterio de la omnipotencia que se realiza en la peque�ez de la criatura: �ste es el �tesoro� que tienen en com�n la madre y la hija. Una y otra han recibido �el tesoro inefable de la virginidad� (3,4), �tierra natal de Jes�s� (Cta 122). Las dos tienen en ellas al �Hijo igual al Padre� (4,8), una por el misterio �nico de la Encarnaci�n (estr. 4), la otra por la inhabitaci�n trinitaria (5,2-3, que no remite a P 10,2) y especialmente por la comuni�n eucar�stica (5,10-11). Madre e hija acogen en ellas a �Jes�s, (el) Cordero� con id�nticas disposiciones. <5> Como ya ocurr�a en P 15, tambi�n en este poema el coraz�n� ocupa un lugar importante: catorce veces se menciones, y diez de ellas se refiere a Mar�a. <6> Imagen profundamente teresiana, en la que el Magnificat se compara a una rosaleda que �envuelve en su perfume� (toda la riqueza de la rosa y del perfume, en Teresa...). <7> Tema dif�cil, que viene tratado con sobriedad. Teresa expresa con bellas im�genes la dolorosa expectaci�n de Jos� y el �elocuente� silencio de la Virgen. <8> �Esconderse� (13,9; 16,9; y 15,6 en el original franc�s), �buscar� (14,5 y 7; 15,10): �ste es el austero drama que describen todos esos versos consagrados al �misterio del templo�. Y la meditaci�n se va haciendo cada vez m�s profunda, hasta llegar a esa asombrosa proclama de paciencia de la estrofa 16,7-12, c�spide del poema, en que volvemos a encontrar aquel pat�tico despojo de la Rosa deshojada. <9> Estos cuatro versos (1-4) desarrollan la intuici�n anunciada en 15,9-12: es el propio Jes�s quien quiere la prueba para los que m�s ama. Esta certeza, que es una constante en Teresa, aparece afirmada muchas veces en las cartas; cf, entre muchas otras, Cta 190. <10> Esta alegr�a en el sufrimiento est� ampliamente documentada en esta �poca de la vida de Teresa: Cf Ms C 7r�; Cta 253; P 31,3; y en las Ultimas conversaciones. Podr� comprobarse el progreso realizado desde enero, releyendo P 29, donde la �alegr�a� es a�n un acto de fe voluntario, y se dir�a que no muy alegre... Despu�s de haber alcanzado el punto m�s alto del abandono (�Una rosa deshojada), la encontraremos, en la enfermer�a, con una naturalidad total y con una alegr�a sin fisuras ya. <11> No s�lo ser� la fe lo que se �apagar�� para ella, como para todo el mundo, en �ltimo d�a, sino tambi�n �la angustia del coraz�n�; cf Ms C 5v�. Teresa �se resigna� -mejor, acepta- a tener una paciencia ilimitada. Abandono realmente heroico, admirablemente expresado por la imagen de �la fe� (esa �antorcha de la fe� en el coraz�n de la noche, Ms C 6r�) que �se apagar�� cuando amanezca �el d�a sin ocaso� de la visi�n cara a cara. <12> La �colina� donde se reunir�n los �pecadores�: una precisi�n que no encontramos en ninguno de los sin�pticos, pero que est� acorde con el esp�ritu del Ms C. <13> Mar�a no se reserva codiciosamente su condici�n �nica de �Madre� de Jes�s. Acepta ser desapropiada de ese t�tulo, a la espera de la desapropiaci�n efectiva y real cuando Juan �reemplace a Jes�s� (24,2). <14> El velo vuelve a caer sobre la existencia de Mar�a. Teresa no menciona el descendimiento de la cruz. �Ve... mira... oye... escucha� lo que relata el evangelista, y no va m�s all� con la imaginaci�n. Omite, pues, los �misterios gloriosos�. El propio Jes�s se reserva para s� el ser su canto en el cielo (cf estr. 24). <15> La sonrisa de la Virgen en los Buissonnets, el 13 de mayo de 1883, cf Ms A 30r�. El 8 de julio, cuando baje a la enfermer�a, encontrar� all�, para recibirla, a la Virgen de la Sonrisa: �Nunca me pareci� tan hermosa� (Ultimas Conversaciones, Burgos, Monte Carmelo, 1973, pp. 385s). Una hora antes de morir, volver� a clavar largamente en ella su mirada (Ib., p 335). <16> El poema vuelve sobre s� mismo, y el lazo se cierra con el verso 7 que responde a la estrofa 1.

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