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sábado, 20 de abril de 2013

SANTA TERESA DE LISIEUX .. ESCRITOS .---- POR RITA AMODEI

ESCRITOS VARIOS I. EN LOS BUISSONNETS (1880-1884) 1. Notas de retiros 5-7 de mayo de 1884. Notas del retiro 17-20 de mayo de 1885. Notas del retiro Octubre de 1885. Notas del retiro 2. Notas cronológicas (1884-1886) Comuniones 3. Dictado y ejercicios de redacción Dictado (5 de junio de 1880) Enero de 1885. Ejercicios de redacción 15 de octubre de 1885. Ejercicios de redacción Diciembre de 1886 - Enero de 1887. Ejercicio de redacción Marzo (?) de 1886. Ejercicio de redacción 1887. Ejercicio de redacción Junio de 1887. Ejercicio de redacción Marzo o abril de 1887. Ejercicio de redacción 4. Notas sacadas de Arminjon 30 de mayo de 1887. Copia 4-5 de junio de 1887. Copia II. EN EL CARMELO (1888-1897) 1. Estampas bíblicas Est 1 Cristo en la cruz (julio-agosto de 1896) Est 2 Juana de Arco en prisión (julio? de 1896) Est 3 La adoración de los pastores (segundo semestre de 1898) Est 4 La Sagrada Familia (verano de 1896) Est 5 y 6 «Recuerdo del breve destierro» (agosto-septiembre de 1896) Est 7 La Navidad (agosto de 1896 - marzo de 1897) Est 8 Ecce Homo - Virgen de los Dolores (agosto de 1897?) Est 9 El Niño Jesús («de Messine» - 1897) 2. Memoria sobre la madre Genoveva de Santa Teresa Confidencias de la madre Genoveva. Relato (después del 8 de septiembre de 1890) Memoria sobre la madre Genoveva. Relato (primavera de 1892) 3. Textos diversos 24 de noviembre de 1888. Testamento de san Juan de la Cruz Primavera (?) de 1889. Notas del retiro (P. Pichon). Copia 24 de noviembre de 1891. Testamento de san Juan de la Cruz 19 de marzo de 1892. Testamento de san José. Copia 1892-1893. Consejo espiritual. Nota 1892-1895. Sentencias para estampas. Copia 20 de febrero de 1893. Exhortación del canónigo Delatroëtte 12 de junio de 1896. Deseo del Sagrado Corazón Comienzos de julio de 1896. «Mil vidas...» Julio de 1896. Para la fotografía del P. Roulland Alrededor del 20 de junio de 1896. Fechas 21 de noviembre de 1896. Cartas de Teófano Vénard Diciembre de 1896. Boletín del Sagrado Corazón 1 de mayo de 1897. P. Mazel Junio de 1897. «Me colmas de alegría» 4. Selecciones bíblicas Concordancia pascual (1896 ó 1897) Recordatorio del señor Martin (1894) Album de la madre María de Gonzaga ++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++ I. EN LOS BUISSONNETS (1880-1884) 1. Notas de retiros Octubre de 1885. Notas del retiro. En el Cuaderno azul, en una hojas sueltas escritas a lápiz, se encuentras unas notas del retiro espiritual de octubre de 1885, quizás del martes 6 por la noche al sábado 10 por la mañana. El abate Domin sólo les dio la primera charla; desconocemos el nombre del predicador que le sucedió. (Texto publicado en VT, nº 74, pp. 134-135). Retiro de 1885 La primera charla nos la ha dado el Señor abate Domin. De este retiro sólo pondré las cosas más importantes. Por la impresión, me acordaré bien. Miércoles mañana Sobre el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. Cuando pierde una, va en su busca y no vuelve hasta que la ha encontrado. A las 11 Sobre el Sagrado Corazón de Jesús. El deseo de una hija del Sagrado Corazón debe ser hacer latir el corazón de su Jesús. A las 2 Los principales defectos de una joven son la frivolidad y la impresionabilidad. A las 6 Sobre el pecado. El pecado nos vuelve horribles a los ojos de Dios. Pero Dios está deseando perdonarnos. Jueves Cómo meditar. A las 11 Sobre las almas del purgatorio. Nosotros podemos liberar las almas del purgatorio, y no lo hacemos. En un sepulcro había «Hoy yo, mañana tú». ¡Cuánto me ha hecho pensar esta frase! A las 2 Sobre el juicio. Inmediatamente después de nuestra muerte, compareceremos ante Dios que nos (¿enviará?) al cielo o al infierno o bien al purgatorio. A las 6 de la tarde Sobre la muerte. Podemos morir dentro de un minuto o dentro de un segundo. Viernes mañana Sobre el infierno. A las 2 Somos apóstoles del Corazón de Jesús. Todas las mañanas ofreceremos todos nuestros actos, éste es el 1 grado; rezar todos los días una decena con los misterios es el 2º grado. Además, una comunión al mes. A las 6 Nuestro Señor ha querido recibir un bautismo de sangre para redimir nuestros pecados. Sábado Contrición de los pecados. Nuestro Señor ha querido tomar sobre sí todos nuestros pecados en nuestro lugar. 2. Notas cronológicas (1884-1886) Textos de Cuaderno gris (1884-1886), publicado en VT, nº 74, pp. 131s. Notas a lápiz. - Tom es el perrito blanco de Teresa (cf CG, p. 202, nota d). - Glos: una pequeña localidad a unos 5 kms. de Lisieux. - El viaje del señor Martin durará de seis a siete semanas; cf Cronología. - Pardillo: cf Ms A 53rº. Al final de este Cuaderno gris, Teresa registró la lista de sus comuniones de 1884-1885. En aquella época no se podía comulgar sin permiso del confesor. Entre paréntesis hemos añadido las fechas necesarias. - El orden de las comuniones 21 y 22 está invertido. «Mamá» recuerda el aniversario de la muerte de su madre. El 26 de junio llegó Tom a nuestra casa. Año 1884. El 1 de octubre del 84 me dieron un dado de hueso. El 2 de octubre del 84 fuimos en tren a Glos. El 22 de agosto de 1885 papá partió para Constantinopla. En el mes de julio de 1885 me trajeron un pardillo. El 25 de mayo del 86, martes, estreno unos zapatos blandos. Heredo 20 francos. 18 de septiembre de 1884: nacen mis pececitos. Comuniones 1ª comunión, 8 de mayo del 84 2ª, Ascensión (22 de mayo de 1884) 3ª, Confirmación (14 de junio de 1884) 4ª, aniversario de mamá (muerta el 28 de agosto de 1877) 5ª, triduo de la Natividad (8 de septiembre de 1884) 6ª, el retiro (octubre de 1884) 7ª, Todos los Santos 8ª, El día de los Difuntos 9ª, Inmaculada Concepción 10ª, 1º de año de 1885 11ª, Epifanía 12ª, Purificación 13ª, Anunciación 14ª, Ramos (29 de marzo de 1885) 15ª, Pascua (5 de abril) 16ª, Ascensión (14 de mayo) 17ª, 2ª comunión (21 de mayo) 18ª, Trinidad (31 de mayo) 19ª, Corpus (domingo 7 de junio) 20ª, Asunción 21ª, Natividad V. (8 de septiembre) 22ª, Mamá (28 de agosto) 3. Dictado y ejercicios de redacción Dictado (5 de junio de 1880 Teresa tiene siete años y medio. El interés de este «dictado» (inédito), un tanto incoherente, está en que nos ofrece informaciones acerca de varios miembros de la familia Martin y sobre la propia Teresa, sus gustos, sus temores, sus juegos, sus preocupaciones religiosas. Tal vez se trate incluso de un texto completamente improvisado por ella... - El miedo a las arañas aparecerá de nuevo en las Ultimas Conversaciones (cf CA 13.7.18 y 18.8.7). - Teresa no será curada por la Santísima Virgen (último párrafo) hasta tres años más tarde. Ayer se confirmó Celina. Hoy he leído la historia de la resurrección de Lázaro y la curación del centurión. Me gustan las grandes margaritas, los acianos y las amapolas. Las arañas grandes me dan mucho miedo. Hoy está lloviendo mucho, no me gusta el mal tiempo. Cuando haga bueno, nos iremos al campo. Hay un precioso nido de pardillos en el jardín, son unos pardillos brillantes. Celina y Leonia tendrán vacación el viernes, y yo también si soy buenecita. Hay dos guindas en el jardín. Leonia está cortando cartulina. El tapiz es verde, la noche es oscura, la tinta es negra. La corbata de Paulina es roja y el cuello es blanco. La Santísima Virgen fue al templo a la edad de tres años. Destacaba entre sus compañeras por su piedad y su dulzura angelical; todos la querían y la admiraban, pero mucho más los ángeles, que la consideraban como su hermanita. Los cielos proclaman la gloria de Dios. Ayer fui al campo con papá y me divertí mucho. Cogí un hermoso manojo de margaritas grandes para hacer una corona y traje en mi cestita más flores bonitas para Celina. Pronto llegarán las vacaciones de verano. Me gustan las fresas, las frambuesas, las cerezas, las grosellas, las grosellas negras, las peras, las manzanas, las ciruelas, los melocotones, los albaricoques, las uvas, los higos, etc. Tengo una muñeca grande y muy bonita, pero me gusta más el niñito que me regaló mi tía como aguinaldo. También tengo toda clase de muñequitas con las que me divierto mucho. Quiero ser una buena muchachita. La Santísima Virgen es mi Madre querida y lo normal es que los hijos se parezcan a su madre. Papá está en Trouville y a lo mejor nos trae cangrejos de mar. Me alegro, es tan divertido ver esos animalitos negros volverse rojos cuando se les cuece... Enero de 1885. Ejercicios de redacción Publicado en la revista Carmel, 1975/II, pp. 89-90, con un error de fecha (1886 en vez de 1885). Misa de Gallo Querida amiga: Me dices en tu carta que no han querido dejarte asistir a la Misa de Gallo. Para compensarte, te voy a hacer partícipe de mis impresiones con ocasión de esa hermosa fiesta. Por la tarde no estaba contenta, hablaba continuamente del día siguiente y quería que hubiera llegado ya. María quería que me acostase hasta que llegase la hora, aunque yo le aseguraba que no iba a poderme dormir; y de hecho, me costó mucho dormirme. Pero cuando María vino a despertarme a las once y medio, no me hice de rogar para levantarme; me levanté enseguida, y nos fuimos. Por el camino, yo pensaba en los pastores, que hace mil ochocientos ochenta y ocho años se habían puesto también en camino a esta hora para adorar al divino Niño Jesús, que acababa de nacer. Pero, al igual que ellos, yo no iba para verlo con los ojos del cuerpo, sino con los ojos del alma y para oírle hablar a mi corazón. ¡Y qué cosas tan dulces me dijo después de la comunión! Desde el día de mi primera comunión, nunca le había oído hablar tan bien a mi corazón. Creo realmente que hacía falta que fuese Navidad y que él viniese como un niñito a mi corazón para decirme palabras tan dulces. Así que ya ves, querida Genoveva, qué hermoso es recibir al Niño Jesús el día de navidad, y sobre todo en la Misa de Gallo. Por eso, espero que este año seas muy sensata y cuides tu salud para que el año que viene te permitan ir a la Misa de Gallo Adiós, querida amiga. Te dejo, esperando una próxima carta. Tu amiga que te quiere mucho, Teresa, hija de los Santos Ángeles 15 de octubre de 1885. Ejercicios de redacción Carta ficticia al señor Martin, publicada en CG, pp. 200s, con el número LTS 18a, donde podrá encontrarse un extenso comentario. Se trata del viaje del señor Martin a Constantinopla. En esta composición es difícil distinguir la ficción de la realidad. - Sobre el episodio bíblico al que Teresa se refiere, cf Tb 5,20-21 y 11,9. - Otro ejercicio de estilo (LTS 18b), del 11 de febrero de 1886, podrá encontrarse en CG, p. 202s. Querido papaíto: Hace ya tres semanas que nos dejaste. Tres resulta muy largo para tu hijita desde que se separó de ti. Si supieras cómo deseo que vuelvas. Me imagino muchas veces tu llegada: todos estamos contentos, nos apresuramos por llegar a la estación, tenemos miedo de no llegar a tiempo, y al fin llegamos un cuarto de hora antes. Por fin, llega el tren y de damos un abrazo. Tú estás bien y nosotras estamos encantadas. Pero con mucha más frecuencia el cuadro es negro. Me imagino que has retrasado la vuelta y que, en vez de quince días, será un año o aún más lo que tendremos que esperar. O que estás enfermo porque no te cuidas lo suficiente. Papaíto querido, me vas a decir que no soy juiciosa, que me invento quimeras. Quizás eso sea un poco verdad, ¡pero qué se le va a hacer!, yo soy así; y además, creo que no me falta razón, porque, en realidad, ¿no puedes retrasar el viaje?, y además tienes que reconocer, papaíto, que nunca tomas suficientes precauciones para no caer enfermo, siempre dices que no hay peligro, pero hay un proverbio que dice: A Dios rogando y con el mazo dando. Pero me doy cuenta de que, a este paso, te voy a poner la moral por los suelos. Perdóname, querido padre, es el miedo que tiene tu hijita a que te pongas malo lo que la hace hablar así. Todos en casa desean también que vuelvas. Te tenemos acribillado a oraciones, invocamos a no sé cuántos santos, entre otros a san Rafael para que guía tu viaje como el de Tobías y te devuelva sano a nosotras. Estamos deseando que vuelvas lo más pronto posible, y estoy (segura) de que también Tom es de mi opinión, pues se aburre en tu ausencia y estoy segura de que se prepara para mover la cola a tu regreso como el perro de Tobías y a celebrarlo con saltos de alegría. Hasta pronto, queridísimo papá. Un abrazo de todo corazón. Tu hija que te quiere tanto como se puede querer a un papá como tú Teresa, hija de los Stos. Angeles Finales de diciembre de 1886 - Comienzos de enero de 1887. Ejercicio de redacción Ejercicio de redacción escrita después de la gracia de Navidad de 1886 (cf Ms A 44vº/45vº) José Jesús ¡¡¡María!!! ¡¡¡Navidad!!! La hermosa fiesta de Navidad es el aniversario del nacimiento de Jesús, nuestro Redentor, que vino al mundo en la noche del 25 de diciembre de 4004. Jesús, para salvar a los hombres, quiso nacer más pobre que los pobres. Aunque para salvar al género humano le habría bastado con derramar una sola gota de su sangre, quiso hacerse niño pequeñito y nacer en un establo, sin que hubiera para cubrirlo más que unos pañales prestados y para calentar sus delicados miembrecitos un buey y una mula. ¿Quién logrará nunca entender este misterio de amor? Todo un Dios baja del cielo, donde es adorado y alabado, para salvar a un criatura ingrata y culpable. ¿Cómo podremos alabar y agradecer lo suficiente a este Niñito que viene a nosotros y que, en recompensa por todo lo que hace por nosotros, no nos pide más que nos entreguemos a él sin reservas? ¿Quién, Jesús, se atreverá a negarte este corazón que tan merecidamente has conquistado y al que has amado hasta hacerte semejante a él y dejarte luego crucificar por unos verdugos despiadados? Además, eso no te pareció todavía suficiente: tuviste que quedarte para siempre cerca de tu criatura, y desde hace diez y ocho centenares de años estás prisionero de amor en la santa y adorable Eucaristía. Marzo (?) de 1886. Ejercicio de redacción Publicado en la revista Carmel, 1957/II, p. 99 San José ¡San José! ¿Quién se atreverá a pregonar sus alabanzas? ¿Quién podrá contar su vida y sus méritos? El Evangelio, al hablar de san José, no dice más que una cosa: que era un hombre justo y temeroso de Dios. Jesús quiso correr un velo misterioso sobre la vida de aquel a quien llamaba padre, con el fin de que las acciones de José fuesen sólo para él. Pero, con todo, a través de ese velo, Jesús nos permite distinguir algunos rasgos de la grandeza de alma de san José. San José siempre correspondió a las gracias divinas y nunca le pareció demasiado dura hacer la voluntad de Dios. ¡Qué ejemplo de fe nos da san José! Apenas el ángel le dijo que huyese con Jesús y María, se levanta y se pone en camino. Su vida está llena de acciones semejantes a ésta, obedeciendo siempre a los deseos de Dios. ¡Y qué poder no tendrá san José ante el que él alimentó durante su vida mortal...! Sí, vayamos con confianza a José. Jesús mismo nos lo recomienda, pues no puede negar nada al que durante su existencia buscó siempre agradarle. ¡Gran santo!, tú que todo lo puedes ante Jesús, ablanda su corazón en favor de la pobre Francia y pídele que no aleje de ella su gracia, recuérdale que Francia es la hija primogénita de la Iglesia. 1887. Ejercicio de redacción Un texto muy significativo de Teresa, escrito a lápiz. Apareció en la revista Carmel, 1957/II, p. 106. (En ese mismo número se pueden encontrar otros dos ejercicios de 1887, de cierto interés, aunque bastante convencionales, sobre El mar y sobre Pascua). Si mis sueños se hacen realidad, un día iré a vivir en el campo. Cuando pienso en ese proyecto, me siento transportada en el espíritu a una casita encantadora o a un chalet muy soleado. Todas las habitaciones miran al mar, pues mi casita estaría en un pueblecito a la orilla del mar. Escogería uno aislado, sin más habitantes que algunos viejos marineros y algunas pobres gentes por el estilo. Podría satisfacer mis gustos y a la vez hacer mucho bien en el pueblecito. Me gustaría que mi casa fuese lo más pequeña posible. Tendría simplemente, Iº, en la planta baja una cocina y un comedor; en el primer piso un dormitorio, un pequeño cuarto de baño y una sala, todo para una sola persona; y finalmente, en el tercer piso, un granero y una buhardilla. Olvidé decir que debajo de la casa me gustaría tener un bodega bien provista, para socorrer a los pobres y fortalecerlos con vino generoso; y detrás de la casa, un pequeño leñero. El jardín sería bastante grande, con un pequeño invernadero y un cobertizo al fondo. Detrás del jardín, una pradera con un establo en la que habría una vaquita bretona y un asno. Tendría también algunos corderitos, pollos y una gran pajarera. El invernadero estaría siempre lleno de hermosas flores. Tendría un barquito para poder darme de cuando en cuando un paseo por el mar. Mi casa no estaría lejos de la iglesia, para poder ir todas las mañanas a Misa; e inmediatamente después, montada en el asno, iría a visitar a los pobres del pueblo y les llevaría provisiones y medicinas. Junio de 1887. Ejercicio de redacción Este «sueño de Juana de Arco» es una tarea escolar, probablemente de junio de 1887, siguiendo el borrador detallados de un Tratado de narraciones; cf Récréations, p. 320, donde apareció este texto por primera vez. Juana de Arco está en Rouen. Está allí, en su prisión, y pide perdón para sus verdugos, para los ingleses que la han condenado tan injustamente. Pide perdón también para el rey, para aquel rey que, en vez de la gratitud que debe a la generosa heroína, sólo tiene para ella olvido e indiferencia. ¡Cómo debe de sangrar su corazón cuando, sola y abandonada en su prisión, se acuerda de sus victorias y de sus triunfos! Entonces todo el mundo la aclamaba, veía como las multitudes se apretujaban emocionadas a su paso. Pero hoy todos la abandonan, y no ve más que olvido e indiferencia. Sin embargo, Juana no pierde el valor. Su espíritu está sereno, su confianza en Dios no tiene límites, posee la paz del corazón, da muestras de una conciencia pura. Sus enemigos podrán quitarle la vida, pero aunque todos se unan contra ella no lograrán quitarle lo que tiene de más precioso en la tierra. Se duerme con la conciencia tranquila. Es la víspera de su muerte, pero ¿qué le importa a Dios la muerte?, mañana estará con él. En sus sueños, Juana no ve sus victorias, no consigue nuevos triunfos; se ve transportada a los lugares queridos de su juventud, está en Domrémy, y allí vuelve a ver su rebaño ya sus queridas compañeras, vuelve a jugar los juegos de su niñez, pasa momentos felices con sus familiares, saluda el paisaje que tantas veces contemplaron sus ojos: el vallecito, el río plateado, las verdes praderas, la iglesita donde tantas veces escuchó las voces de sus santos preferidos. En el pueblo la reciben entre transportes de alegría; sus ancianos padres yerguen orgullosos sus blancas cabezas. Juana se encuentra en el colmo de la felicidad. Pero de pronto resuenan fuertes pasos bajo las bóvedas sonoras: son los del carcelero que viene a buscar a la prisionera. Juana se levanta valerosa, fortalecida por su sueño bendito, y se va a coronar en los cielos el sueño que había comenzado en la tierra, y que ya no conocerá interrupciones. Su sueño se convertirá en realidad, durante toda la eternidad gozará de la visión de Dios y volverá a encontrar a su padres a los que tanto había amado en la tierra, y ya nunca se separará de ellos. Marzo o abril de 1887. Ejercicio de redacción Esta evocación de la naturaleza fue publicada en Carmel, 1957/II, pp. 103s, y en Mss II, p. 9, a propósito del paseo al castillo de Grogny (Sarthe), en el Ms A 8vº. Un parque Cuando llega abril, el hermoso mes en que las flores brotan de sus capullos color rosa y en que las violetas despliegan a porfía sus pequeñas corolas perfumadas, también los niños, al igual que las flores, sienten necesidad de aire y de movimiento. Conozco, a la orilla del mar, un precioso castillo, rodeado de un gran parque. En ese parque retozan siete u ocho hermosos pelirrojos, semejantes a una nidada de reyezuelos. ¡Qué alegre que es ver en primavera cómo se despierta este viejo castillo! Se ve, al poco, la encantadora cabecita de un niño, mirando, inclinada, los pececitos rojos del acuario. Allí, a través de la enramada, se ven flotar al aire las cintas multicolores de las niñeras, que tienen en brazos un rorró que sonríe al sol y a la llegada de la primavera que sus ojos ven por primera vez desde que llegó al mundo. Un poco más lejos, bajo los grandes castaños seculares, otros niños que se vuelven semejantes a los pájaros y parecen volar por el aire: una hermana mayor empuja un silloncito en forma de columpio, y la niña hace resonar el aire con su risa argentina al ver que sube tan alto que sus hermanas quedan muy por debajo de ella. En este gran parque no hay solamente niños. Hay también gacelas, gamos y corzos domesticados. Se ven pasar velozmente ante los ojos a estos preciosos animales. Al principio, uno cree estar en un bosque y contiene el aliento por miedo a asustarlos. Pero no tengáis miedo, mirad a esa gacela seguida de su cervatillo: va a comer de la mano de un niño que le ofrece un trozo de pan blanco. A la vista de esto, uno creería estar realmente en el paraíso terrenal. Pero en este gran parque hay todavía otro entretenimiento más. Mirad, aquí más cerca, en medio de ese césped esmaltado de flores, otros niños montados en un caballo de madera que da vueltas y más vueltas alrededor de un círculo reducido; pero no por eso se les ve menos contentos, y querrían seguir cabalgando sin cesar alrededor de esa línea sin fin, si los brazos del viejo criado no se sintieran cansados por un momento. En ese gran parque hay también muchas otras maravillas que me llevaría mucho tiempo enumerar. Las personas que deseen adquirir un mayor conocimiento de mi parque sólo tienen que dirigirse al puertecito de mar de L... La encantadora familia X... recibe todos los años muchos visitantes. 4. Notas sacadas de Arminjon En 1887, Teresa quedó fuertemente impresionada por la lectura de un libro del abate Carlos Arminjon: «Copié varios pasajes sobre el amor perfecto», etc. (Ms A 47 rº/vº). Se trataba del Fin del mundo presente y misterios de la vida futura, una serie de conferencias predicadas en la catedral de Chambéry (1ª ed., Palmé-Albanel, Paris/Bruxelles, 1881; Teresa conoció también, ya en el Carmelo, la 2ª ed., Imprimerie Saint-Paul, 1882; cf VT, nº 79, p. 219). La reedición de 1970, en la OCL, ofrece una concordancia entre la paginación de 1882 y la de 1970. 30 de mayo de 1887. Copia El primer texto copiado (reproducido en Mss II, p. 32) aparece en la 165 de la edición de 1881, en la p. 149 de la edición de 1882, y en la p. 205 de la edición de 1970 (conferencia «Sobre el Purgatorio»); Teresa lo conservaba en su Manual del cristiano. El hombre abrasado en la llama del amor divino es tan indiferente a la gloria o a la ignominia como si estuviese solo y sin testigos en la tierra. Desprecia todas las tentaciones. Los sufrimientos le preocupan tan poco como si fuese otro el que los padece. Lo que está lleno de suavidad para el mundo no tiene ningún atractivo para él. Es menos susceptible de coger el más mínimo apego a las criaturas, que el oro refinado siete veces de coger herrumbre. Estos son, ya en esta tierra, los efectos del amor divino cuando se apodera con fuerza de un alma. 30 de mayo del 87. Extracto de «Fin del mundo presente y misterios de la vida futura», del abate Arminjon (Conferencias) 4-5 de junio de 1887. Copia Estas copias, hechas en un cuaderno escolar de tapas negras, provienen de las pp. 290s y 315s de la edición de 1882 (7ª conferencia: «De la eterna Bienaventuranza y la visión sobrenatural de Dios»). Reproducidas en Mss II, pp. 32s. 4 de junio de 1887. Extracto de Fin del mundo presente y misterio de la vida futura. Conferencia sobre el cielo, del abate Arminjon. - ...Y Dios, agradecido, exclamará: ¡Ahora me toca a mí! A la entrega que los santos me hicieron de sí mimos ¿podré yo responder de otra manera que entregándome a mí mismo sin restricción alguna y sin medida? Si pongo entre las manos de quienes me han servido con fidelidad el cetro de la creación, si los rodeo con los torrentes de mi luz, sería ya mucho, sería ir mucho más allá de cuanto se hayan encumbrado sus sentimientos y sus esperanzas; pero no es ése el último esfuerzo de mi corazón: yo les debo mucho más que el paraíso, mucho más que todos los tesoros de mi sabiduría, les debo mi vida, mi sustancia eterna e infinita. Si yo hago entrar en mi casa a mis servidores y a mis amigos, si los consuelo, si les hago estremecerse con los encantos de mi ternura, si los estrecho en un abrazo de mi amor, es para saciar sobreabundantemente su sed y sus deseos, muy por encima incluso de lo que sería necesario para el descanso total de su corazón. Pero ni aun esto es suficiente para que mi corazón se sienta conforme y mi corazón plenamente satisfecho. Es necesario que yo sea el alma de su alma, que los penetre y los impregne de mi divinidad como el fuego hace con el hierro; que, mostrándome a su espíritu sin nubes y sin velos y sin la mediación de los sentidos, me una a ellos en un cara a cara eterno; que mi gloria los ilumine, que transpire e irradie por todos los poros de su ser, para que, «conociéndome como yo los conozco, se vuelvan también ellos dioses». - Padre, exclamó Jesús: «te pido que donde estoy yo estén también conmigo los que yo he amado». Que se abismen y se pierdan en las profundidades del océano de mis claridades; que deseen, que posean, que gocen, que sigan poseyendo y deseando; que desaparezcan en el seno de tu eterna felicidad, y que de alguna manera sólo quede de su personalidad el conocimiento y el sentimiento de su dicha. 5 de junio En el cielo la felicidad es estable. Los elegidos, confirmados en gloria, son inasequibles al temor. Los siglos se sucederán unos a otros sin que disminuya su felicidad y sin que se extienda por su frente una sola nube de tristeza. La certeza de poseer eternamente los bienes que tanto aman centuplica su dulzura. ¡Qué gran motivo de júbilo cuando, después que hayan transcurrido millares y millares de siglos, contemplando en la lejanía del pasado el día en que hicieron su ascensión triunfante, digan: Nada de todo esto ha pasado, hoy reino, hoy estoy en posesión de mi dicha, y la poseeré mientras Dios se Dios, es decir, Siempre, siempre...! Inicio II. EN EL CARMELO (1888-1897) 1. Estampas bíblicas Teresa compuso nueve estampas para el breviario, las más de ellas partiendo de fotografías sacadas por su hermana Genoveva (Celina). Ateniéndonos a la escritura, podemos pensar que ninguna de ellas es anterior al verano de 1896. Teresa rodea estas estampas ce texto básicamente bíblicos, de acuerdo a unos temas bien definidos. Remitimos al lector a la presentación exhaustiva que de ellas se hace en VT, nº 77, enero 1980, pp. 68-80. Las citas se encuentran, en su punto y lugar, en La Bible avec Thérèse de Lisieux (BT). Est 1 Cristo en la cruz (julio-agosto de 1896) Un citrato representa a María Magdalena postrada a los pies del Crucificado (cuadro de Kehren o de Müller). Es la reproducción de la estampa que Teresa tenía en su misal, en el verano de 1887, y que le inspiró «la sed de almas» (cf Ms A 45vº/46vº). La mujer allí postrada es al mismo tiempo la Samaritana, María Magdalena la pecadora y la propia Teresa que aspira a «pasar su vida recogiéndola para las almas» (CA 1.8.1). Esta estampa puede verse en DLTH, p. 77. Las tres estrofas al dorso están sacadas de la poesía de Teresa Jesús, amado mío, acuérdate (P 15, estr. 10, 25 y 26, con algunas variantes.) Anverso Tengo sed... Dame de beber... Juan XIX,28 - IV,7 Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», tal vez tú se lo pedirías a él y él te daría agua viva... El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed, y el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna... Señor, dame de esa agua, y así no tendré más sed. (Juan IV) Señor, tú sabes que te quiero... pero ten compasión de mí, que no soy más que un pecador. Juan XXI,15 - Lc XVIII,13 Acuérdate, Jesús: junto al brocal de un pozo, un viajero, cansado del camino, hizo que rebosaran sobre cierta mujer samaritana los raudales de amor que encerraba su pecho. ¡Yo sé quién es aquel que pidió de beber él es el don de Dios, la fuente de la gloria! Eres tú, el agua que brota, eres tú, Jesús, que nos has dicho: »Venid a mí». Acuérdate de la amorosa queja que, clavado en la cruz, se te escapó del pecho. ¡En el mío quedó, Jesús, grabada, y por eso comparte el ardor de tu sed! Y cuanto más herido se siente por tu fuego, más sed tiene, Jesús, de darte almas. De que una sed de amor me quema noche y día ¡acuérdate! ¡Acuérdate, Jesús, Verbo de vida, de que tanto me amaste, que moriste por mí! También yo quiero amarte con locura, también por ti vivir y morir quiero yo. Bien sabes, ¡oh Dios mío!, que lo que yo deseo es hacer que te amen y ser mártir un día. Quiero morir de amor. Señor, de mi deseo ¡acuérdate! Est 2 Juana de Arco en prisión (julio? de 1896) Esta estampa doble se compone de un soporte de cartón en el que están pegadas, al dorso y en el reverso, dos fotografías de Teresa en «Juana de Arco en su prisión» (VTL, nº 13 y 14; DLTH, pp. 220-221, 285). La foto de VTL 13 lleva como leyenda: «La Ven. Juana de Arco en su prisión», y la de VTL 14: «La Ven. Juana de Arco consolada en su prisión por Sta. Catalina, v.m.» (virgen y mártir). Los versículos bíblicos elegidos traducen a la vez las Pasión de Juana de Arco y la «prueba de la fe» de Teresa. De esta estampa ha habido al menos cinco ejemplares (con tres borradores). Ultima cita del anverso: Sal 41,6.5; la segunda del anverso: Mt 5,10; y luego, Mt 5,5 y 2 Tim 4,7-8. Anverso: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. Mt XV, 24-25 Ten piedad de mí, Señor, que soy la burla de mis enemigos, el espanto de mis conocidos... Me han olvidado como a un muerto. Pero yo confío en ti, Señor..., te digo: ¡Tú eres mi Dios...! Sal XXX,12.13.15 Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. Juan XII,24-25 Alma mía, ¿por qué estás triste...?, ¿por qué te me turbas...? Sí, marcharé entre la multitud de los justos y entraré con ellos en la casa de Dios, entre gritos de júbilo y cánticos de alabanza, entre la multitud de las vírgenes transportada de alegría... Anverso: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos y se las has revelado a los pequeños. Lucas X,21. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios... Mateo, c. V. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados... He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta. Ahora sólo me queda recibir la corona de justicia... San Pablo Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa... Estad contentos y saltad de alegría, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Mateo V,11-12. Est 3 La adoración de los pastores (segundo semestre de 1898) Sobre un soporte de cartón, reproducción en medallón de la «Navidad» de Müller. Las citas son las siguientes: Lc 2,14; Mt 12,46-50; Jn 17,25- 26.3.10.23. Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad... El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo he dado a conocer tu nombre a los que me has dado, y ellos han conocido que tú me has enviado... Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, a ti y a Jesucristo tu enviado... En ellos he sido glorificado... Yo en ellos y tú en mí, porque tú los has amado como me has amado a mí... San Juan XVII,25-3-23 Est 4 La Sagrada Familia (verano de 1896) La misma presentación que la de la estampa anterior. En el centro, «La Sagrada Familia» de Müller. A Teresa le gustaba esta estampa (cf CA 10.9.2). La dimensión misionera del grupo está bien caracterizada. Cf Cta 264 y CG, p. 1281. La segunda cita del anverso: P 15, estr. 15 y 17 con variantes; luego, Mt 9,37-38; Jn 4,35-37; Lc 12,49. Anverso: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega... San Juan IV,35 Para que tu cosecha recoger pronto puedas, mi Dios, todos los días me inmolo y te suplico. Son mi dolor y gozo para tu segadores... Yo quisiera, Dios mío, llevar lejos tu fuego... La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande trabajadores a su mies... Uno siembra y otro siega, y se alegran lo mismo sembrador y segador... He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo...! Mt 9 - Juan IV - Lc ,49 Reverso: (Fórmulas conclusivas de las oraciones del Oficio divino, en latín.) Est 5 y 6 «Recuerdo del breve destierro» (agosto-septiembre de 1896) Soporte de cartón con tres citratos ovalados, en el anverso, que representan a los hermanitos y hermanitas de Teresa muertos en temprana edad. Debajo, simbolizando a la primera «Teresita», de la que no existe ninguna foto, una delicada miniatura: una paloma que levanta el vuelo desde la tierra y se eleva hacia unos rayos dorados (cf DLTH, p. 227). La estampa 6 es muy parecida a la estampa 7, con muy pocas variantes; Teresa la guardó para sí, y la madre Inés se quedó con ella tras la muerte de su hermana. Las citas bíblicas, al dorso, son las siguientes: Mc 10,14; Mt 18,10; Mt 18,4; Mc 10,16; Rom 4,6.4 y 3,24; Is 40,11; Ap 14,2-5. Anverso: Recuerdo del breve destierro de nuestros angelitos y de su nacimiento para el cielo: María Elena, 13 oct. 1896 - 22 febr. 1897 María José Luis, 20 sept. 1866 - 14 febr. 1867 María José Juan Bautista, 19 dic. 1867 - 25 agosto 1868 María Melania Teresa, 16 agosto 1870 - 8 oct. 1870. Reverso: Dejad que los niños se acerquen a mí, de ellos es el reino de los cielos... Sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial... El que se haga pequeño como un niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. Jesús abrazaba a los niños después de bendecirlos. Evangelio. Dichoso aquel a quien Dios otorga la justificación prescindiendo de sus obras, pues al que hace un trabajo el jornal no se le cuenta como un favor sino como algo debido... Y los que no hacen un trabajo son justificados gratuitamente por Su gracia, en virtud de la redención cuyo autor es Cristo Jesús. Cta. de san Pablo a los Romanos. El Señor apacentará a su rebaño. Su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos. Isaías, c. LX Oí una voz que bajaba del cielo; era como el son de arpistas que tañían sus arpas. Y cantaban un cántico nuevo ante el trono de Dios, y nadie podía cantar este cántico excepto las vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero adondequiera que vaya... Han sido rescatados como primicias de la humanidad para Dios y el Cordero. En sus labios no hubo mentira y han sido encontrados sin mancha ante el trono de Dios. Apoc. c. XIV Est 7 La Navidad (agosto de 1896 - marzo de 1897) En un soporte de cartón, citrato pegado da «La Navidad» o «Adoración de los pastores», pintada por Celina en 1882; ésta escribió a lápiz al margen: «Estampa que perteneció a sor María de la Eucaristía: los textos son de Sta. Teresa del Niño Jesús». Referencias de las citas: Lc 2,14; san Bernardo, cf Cta 162; Pr 9,4; Mt 18,4; Is 40,11; Is 66,13.12; Sal 102,13.12.8; Mt 12,50; Jn 17,24.23. Varios textos se encuentran en el Ms B 1rº/vº. El reverso está reproducido en facsímil en CSG, p. 38, y en DLTH, p. 226. Anverso: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad... Jesús, ¿quién te ha hecho tan pequeño? El amor. Reverso: El que sea pequeñito, que venga a mí... (Prov.) El que se haga pequeño como un niño, ése es el más grande en el reino de los cielos... (Ev.) El Señor reunirá a los corderitos y los tomará en brazos. Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo. Os llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas os acariciaré. (Isaías) Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor compasión por nosotros. Como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros los delitos de que somos culpables. El Señor es compasivo y misericordioso, lento para castigar y rico en misericordia. (Sal CII) El que cumple la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre. (Ev.) Padre, a los que me diste tú los has amado como me has amado a mí. (Ev.) Est 8 Ecce Homo - Virgen de los Dolores (agosto de 1897?) En el anverso, litografía del Ecce Homo de Guido Reni, ovalada. A Teresa el gustaba esta reproducción; la pegará, muy reducida, en la parte inferior de la estampa de Teófano Vénard que tenía prendida en las cortinas de su lecho en la enfermería (UC, pp. 447s). En el reverso, reproducción de una Mater Dolorosa de Carlo Dolci, ovalada (cf DLTH, p. 226). Teresa pegará también una reducción de esta imagen en la estampa de Teófano. Este montaje estaba destinada a sor Genoveva. La última cita está sacada de Lm 1,12. Anverso: Y pronto veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo... San Marcos, c XIV. v. 61.62 Reverso: Ecce Mater tua San Juan, c. XIX, v. 27 Mirad y ved si hay dolor como mi dolor... Est 9 El Niño Jesús («de Messine» - 1897) En un cartón está pegado un citrato que representa al Niño Jesús de Ittenbach, que sor María de la Trinidad había traído del Carmelo de la avenida de Messine (cf UC, p. 414). En el reverso, imagen de «Totó y Lilí» (Teresa y Celina: dos niños protegidos por un ángel), de los que habla sor Genoveva (UC, p. 526 y 546). Teresa será fotografiada con este Niño Jesús el 7 de junio de 1897 (VTL, nº 41, 42, 43; DLTH, pp. 289 y 291). La conservará a su lado en la enfermería (UC, p. 251 y 395). La primera frase está sacada de la leyenda áurea de santa Teresa de Avila, que estaba escrita en una estampa que Teresa tenía en su breviario. Un niño viene hacia la Madre y le pregunta: «- ¿Cómo te llamas? - Yo soy Teresa de Jesús. - Pues yo soy Jesús de Teresa, replico el niño» (cf Or 13 a 16). La segunda cita es de Pr 9,4; cf Est 7 y Ms C 3rº. Yo soy Jesús de Teresa... El que sea pequeñito, que venga a mí. Prov 2. Memoria sobre la madre Genoveva de Santa Teresa Estas páginas, inéditas, fueron escritas en base a recuerdos de la niñez que la madre Genoveva de santa Teresa confió a la joven carmelita. Ya sabemos la amistad que las unía (cf Ms A 78rº/vº). La fundadora del Carmelo de Lisieux estaba considerada como un «santa» (Ms A 69vº). Es probable que Teresa haya escrito estos recuerdos a petición de sor Inés de Jesús, con miras a la circular necrológica de la antigua priora; pero no parece que hayan sido utilizados (cf La Fondation du Carmel de Lisieux et sa Fondatrice, la R. Mère Geneviève de Sainte-Thérèse, OCL, 1912). Antes de entrar en el Carmelo de Poitiers, la madre Genoveva se llamaba Clara Bertrand. Murió el 5 de diciembre de 1891, y Teresa soñó que le legaba su corazón (Ms A 79rº). Confidencias de la madre Genoveva. Relato (después del 8 de septiembre de 1890) J.M.J.T. «Pues bien, hija mía, voy a confiarte un pequeño secreto. Un día, estando yo en mi celdita, había hecho una novena a nuestro bienaventurado Padre san Juan de la Cruz. Y oí una voz que, entre grandes consuelos, me dijo estas palabras: 'Ser la esposa de todo un Dios', y la voz se detuvo como para hacerme saborear mejor la dulzura de esas palabras... Y luego la voz prosiguió: '¡Qué título...!', y la voz se detuvo de nuevo, y continuó: '¡Qué privilegio!' Yo no sé, hijita, dónde estaba, pero ciertamente saboreé las alegría del éxtasis, y cuando todo hubo pasado me encontré toda bañada en lágrimas, pero eran lágrimas muy dulces... «De esto hace ya mucho tiempo; yo tenía entonces tu edad, diecisiete o dieciocho años. Pero me quedó tan fuertemente grabado este recuerdo, que cuando en las tomas de velo oía cantar el Amo Christum, creía, hijita, que el corazón se me iba a salir del pecho... ¡Comprendía la gracia de nuestra vocación...! «Cuando yo era pequeña -tenía entonces unos tres años-, el Sr. de Beauregard venía a menudo a la comunidad donde yo estaba con tres o cuatro niñas de mi edad, pero siempre se dirigía a mí: 'Bertrand, pecadorzuela, sube a mi habitación...' Y más tarde, en el momento de partir, me dijo que le parecía que desde ese mismo momento Dios había posado su mano sobre mi cabeza... Y no se equivocó... Reza por mí cuando me encuentre ante el que juzgará toda justicia... «Hijita, tú puedes decir que Dios ha hecho milagros contigo al conducirte como de la mano... ¡Y tu padre que estaba allí, en tu toma de hábito...! Pero si ahora Dios lo prueba con el sufrimiento, es porque le tiene reservado un lugar muy hermoso en el cielo». Memoria sobre la madre Genoveva. Relato (primavera de 1892) J.M.J.T. Siendo todavía muy niña, en esa edad en que los niños aún no pueden sostenerse entre los brazos de sus padres, la madre Genoveva ya se mantenía erguida: a su padre le gustaba sentarla en su mano, y ella, en vez de tener miedo a caerse, aguantaba así sin menearse y miraba altivamente a las personas que había a su alrededor. Y cuando el Sr. Bertrand la dejaba en el suelo, no dejaba de repetir: «¡Otra vez, otra vez!» En la casa en que vivía había muchos inquilinos, entre otros la Sra. de Messemay y otras señoras nobles; había también un joven llamado Amable. Los modales encantadores de la niña y su talento precoz hacían que todos en la casa la buscasen. Amable había pegado detrás de un puerta un gran alfabeto para enseñar a leer a la pequeña Clara, a la que gustaba mucho este ejercicio; pero en cuanto el bueno de Amable, al terminar la lección, la posaba en el suelo, la niña se escapaba corriendo. Le preguntaban por qué, y ella respondía: «Yo no quiero a Amable, porque me hace muecas». En efecto, Amable, para hacerla reír, se divertía haciéndole muecas que no le gustaban lo más mínimo a la niña. Sin embargo, gracias a ese alfabeto, a los dieciocho meses sabía todas las letras, y poco después, cuando un señor le preguntó si sabía leer, respondió: «Sí, señor, sé leer muy bien; sólo el latín no sé leerlo todavía de corrido « (No estoy segura si era el latín o escribir cartas.) «Había en la casa un señor que sabía varias lenguas. Imagínate lo bonito e interesante que me parecía eso. Así que iba a menudo a su encuentro y le decía: 'Señor, ¿tendría la bondad de decirme en inglés cómo tengo que pedir la merienda a mamá?' Y en cuanto me lo decía, bajaba las escaleras de cuatro en cuatro y me iba adonde mi mamá para chapurrearle lo que había aprendido. '¿Pero qué es lo que me estás diciendo?, me decía ella extrañada. ¿Quieres dejarme en paz?' 'Mamá, te estoy pidiendo la merienda en inglés...' Luego volvía a subir corriendo la escalera. 'Señor, ¿querría decirme lo mismo en español?' Y volvía a bajar más rápidamente, recitando mi lección, y cuando llegaba junto a mi mamá se la decía toda orgullosa; y como no me entendía, me apresuraba a decirle: 'Pero, mamá, te estoy hablando en español'. Y hacía lo mismo con otras lenguas, pidiendo a aquel señor que me dijese tal o cual cosa en la lengua en que lo quería saber. «Un día que mi mamá estaba enferma, vino a visitarla el Sr. de Beauregard. Yo estaba sola abajo para recibirle. 'Pequeña, me dijo, ¿puedo ver a tu madre?' Yo, muy orgullosa de recibirlo, le respondí que sí y que yo lo acompañaría si tenía la amabilidad de subir. Pero, hijita, yo no sabía que mi madre estuviese tan enferma, pues el médico había prescrito que le pusiesen sanguijuelas, y precisamente se las estaban poniendo mientras yo subía la escalera de cháchara con el Sr. B. Cuando llegué a la puerta, la abrí toda decidida; entonces mi padre se volvió para ver quien había allí. ¡Cuál no sería su sorpresa al ver al Sr. de B.! Yo, por mi parte, me quedé muy asustada al ver a mi madre acostada con todo aquel collar de sanguijuelas que le ponían alrededor del cuello. El Sr. de B. dijo a mi madre: 'Señora Bertrand, ya veo que hoy no está para visitas, volveré otro día'. Entonces mi padre se deshizo en excusas, pidiendo perdón por su hija. (Esta tendría en aquellas fechas a lo sumo unos tres años). Luego acompañé al Señor Cura a la puerta, pero ahora toda avergonzada y sin saber qué decirle. Entonces lo sentí mucho, pero ahora, cuando pienso en esta escena, no puedo por menos de reírme, pues la verdad es que fue cómico. Estando un día en casa de su maestra, quiso mirar por una ventana alta. Como era muy pequeña para llegar, se izó como pudo subiéndose a algo. Pero no sabía que la gata de la maestra esta en la parte de afuera de la ventana, durmiendo sobre una almohada. Así que, al subirse, la tiró y la gata cayó allá lejos con su cama. No se hizo ningún daño, pero algunas compañeras malintencionadas, felices de tener algo que contar a la maestra, corrieron a buscar la gata y le dijeron a la maestra que Clarita le había roto una pata tirándola adrede por la ventana. Entonces la maestra le impuso a la pobre niña el castigo más severo que se estilaba en el internado y que consistía en cubrirse la cabeza con un sombrero penitencial. La actuación de las compañeras de la madre Genoveva fue tanto más ruin cuanto que, al ser mucho mayores que ella, estaban seguras de que la castigarían más fácilmente. La madre Genoveva soportó este castigo con una paciencia de ángel; no dijo nada para excusarse; únicamente, me dijo, «tenía mi corazoncito muy apenado, pero no dije nada en absoluto». La víspera del nacimiento de su hermano pequeño, la madre Genoveva, que entonces tenía nueve años, estaba con su hermano Julio en una habitación que se hallaba en un edificio separado de aquel en el que estaba la habitación de sus padres. La madre Genoveva, que iba a ser la madrina, no paraba de hablar con su hermano de sus proyectos de futuro para su ahijada, pues estaba segura de que sería una hermanita.»Julio, la llamaré Joé...» Y añadía a este nombre muchos otros que eran sus preferidos. Pero en mitad de la noche, impaciente por ver si tenía ya una hermanita, se levantó, se puso tan sólo su faldita y se puso en camino hacia la habitación de su madre. Iba muy despacito caminando de puntillas, pero al llegar al final de su viaje tuvo una gran decepción, pues su padre, al oír un ligero ruido, salió de su habitación y, al ver a su hijita a esas horas de la noche viajando tan ligeramente vestida por la enorme casa, y con riesgo dedijo que, como penitencia, no sabría hasta el día siguiente si Dios le había regalado o no una hermanita. «Al día siguiente por la mañana, dice la madre Genoveva, mientras yo desayunaba con mi hermano, vi entrar a mi padre que, poniéndose junto a Julio, se quitó majestuosamente el sombrero y le dijo saludándolo: «Julio, te anuncio que tienes un hermanito». Puedes imaginarte mi decepción... Julio estaba radiante y me decía con ironía: «Lo llamaré Joé, lo llamará así, lo llamaré asá...». Y decía todos los preciosos nombres que la madrinita había decidido poner a su ahijada. Sin embargo, el día del bautizo estuvo contenta, pues tuvo un compañero, que se llamaba Armando, que le regaló un hermoso par de guantes y unas deliciosas almendras garrapiñadas. «Cuando llegamos a la iglesia, el sacerdote que celebraba el bautismo, tras las ceremonias de costumbre, preguntó: '-¿Qué nombre queréis dar la niño? -Armando, me apresuré yo a responder. -No existe ningún san Armando, respondió el sacerdote, escoged otro nombre. -Se llamará Augusto, dijo mi padre. -¿Por qué, me dijo por lo bajo mi compañerito, por qué no dijiste Bonifacio? Yo me llamo también así. -Bueno, no podía adivinar que te llamases Bonifacio, tenías que habérmelo dicho antes'. Ya había sufrido muchas decepciones, pero todavía no había llegado al final: cuando llegamos a la sacristía, no dijeron que firmásemos. Armando firmó, pero cuando me llegó el turno a mí, como no sabía hacerlo, dije sin desconcertarme lo más mínimo: 'Armando, firma por mí'. Pero el sacerdote se dio cuenta y me dijo: '¿Cómo? ¡Una madrina que no sabe firmar...?' Imagínate mi confusión... «Perdí de vista a mi compañero, pero dos años después me mandaron a hacer un recado a casa de sus padres; nos saludamos muy educadamente respeto, pero cuando terminé la visita, estando ya en la puerta del jardín, su madre, que era de una cortesía exagerada, lo riñó muy fuerte diciéndole: '¡Maleducado!, ¿cómo dejas cómo permites que esta señorita vuelva sola, sin acompañarla hasta la puerta?' Armando corrió enseguida detrás de mí lagrimeando: '-Perdón, señorita, discúlpeme. -Pero, Señor, no hay de qué, usted no me ha ofendido'» Tras muchas ceremonias, reverencias y cortesías, la ilustre señorita de once años se separó, riéndose con todas las ganas, de su antiguo compañero convertido ahora en un señor tan cortés y bien educado. Detrás de la casa había un espacio cubierto donde se podía caminar. El techo daba a la casa de un vecino que tenía unas magníficas acacias cuando estaban en flor. La madre Genoveva, con su primita y sus hermanos se divertían mucho pasando a través de una buhardilla para ir a cortar hermosos ramos de flores y luego hacer una solemne procesión por el tejado. Pero la cosa no le gustaba al Sr. Bertrand, que decía que los coger una enfermedad, la riñó por ser curiosa y le niños le rompían las pizarras; y así, en cuanto oían el menor ruido, se apresuraban a volver a entrar a toda prisa por la ventana. El Sr. Bertrand tenía un certificado que lo autorizaba a llevar una condecoración. La madre Genoveva pensó que también ella debería llevar una; así que compró una, de plomo y se la llevó a la Sra. de Messemay, que la quería mucho; este señora le puso una preciosa cinta blanca para que la sujetase a su vestidito. Un señor, al verla así, le dijo: «Pero, criatura, ¿tienes autorización para llevar esa condecoración? No puede llevarse sin permiso». Se lo decía en bromas, pero la madre Genoveva contestó con cómica gravedad: «Señor, papá la tiene». Al lado de la casa había un muchachito que vendía flores de lis pintadas en pedazos de tela. La madre Genoveva le compró uno y después de recortar la flor, lo pegó en un banderín blanco y se lo regaló a su hermanito; a los demás niños les parecía tan bonito, que querían comprárselo, pero ella no se lo quiso vender. Un día en que el pequeño Augusto estaba sentado en un mueble de una sala de la planta baja, y se había quedado la puerta abierta, pasaron unos locos, y, al ver a aquel niño que tenía en la mano su banderita blanca, le dieron con la hoja de su sable en las piernecitas, con peligro de rompérselas, y todo por odio a la flor de lis. El Sr. Bertrand cogió a su hijo, que por suerte no tenía más que algunas magulladuras, y se fue al ayuntamiento a enseñar las piernas del niño y pedir justicia. Habiéndose ido la señora de Messemay para otra ciudad, la madre Genoveva y su prima se imaginaron que en el gran armario donde antes guardaba sus hermosos vestidos igual podían encontrar alguna cosa, dejada allí, para sus muñecas. Como la madre Genoveva era la más pequeña, se encargó de hacer la exploración; así que subió de estante en estante, pero no encontró ni perlas, ni cintas, ni el menor trocito de seda o de bordado. Totalmente decepcionada, bajó del gran armario. Sin duda sin darse cuenta, dio un empujón al mueble; el caso es que en cuanto la niña puso pie en tierra, apenas hubo dado un paso hacia un lado cuando el gigantesco armario cayó y se rompió con gran estrépito. La señora de Bertrand llegó toda asustada, pensando encontrar aplastada a una de las niñas, pero su hija no tenía nada, ni siquiera un solo rasguño. La madre Genoveva no podía por menos de decir que, sin una ayuda de tipo extraordinario, el armario tenía que haber caído sobre ella y matarla. La madre Genoveva tenía un cuervo que se llamaba Santiagón. Lo dejaba en libertad, y cuando quería hacerlo volver, se ponía a la ventana y lo llamaba: «Santiagón, Santiagón», y el pájaro se apresuraba a volver de inmediato. «Me gustan mucho los cuervos, me dijo la madre Genoveva. En la vida de los santos se habla de ellos muchas veces: uno de ellos era el encargado de alimentar a san Pablo, el primer ermitaño, y Dios se sirvió a menudo de estos pájaros para hacer prodigios. Yo quería mucho a mi Santiagón; a mi madre no le gustaba lo mismo, y, cuando el cuervo venía a su habitación, ella se apresuraba a ahuyentarlo; pero mi amigo veía venir el golpe: con gran elegancia, volaba sobre la cama o sobre la mesa donde mi madre había dejado la labor de punto y le tiraba todas las agujas, y luego se marchaba graznando con aire burlón sin haber recibido un solo golpe. «Vivíamos por aquel entonces en una casa alejada de la ciudad; por eso, para hacer venir al cristalero, esperábamos a que hubiese varios cristales rotos, y, en su lugar, pegábamos papel. Una mañana, encontramos en el comedor, en el que todavía no se había levantado la mesa, todos los vasos volcados. Nuestra sorpresa fue grande, pero no duró mucho, pues no tardamos en comprender que había sido obra de nuestro Santiagón. En efecto, por la noche habíamos oído ruido: era mí pájaro que había perforado valientemente los cristales de papel para entrar en la sala y luego había estado volando ágilmente por encima de la mesa; con su patita, había volcado suavemente un vaso, de manera que el vino que quedaba le cayó en el pico, que él había tenido cuidado de poner debajo de la mesa; la misma ceremonia había tenido lugar con todos los demás vasos, de los que ni uno solo se rompió. Pero si a Santiagón le gustaba el vino, no le gustaba menos la carne. Un día, dos religiosas estaban a punto de sentarse a la mesa en una de las habitaciones de la planta baja; pero mi Santiagón lo divisó y, saltándole encima, se lo llevó, mientras las pobres religiosas se quedaban boquiabiertas. En esta ocasión, por más que lo llamé, no me respondió hasta que no hubo dejado nada de su asado, que comió cómodamente instalado sobre un tejado vecino. «Era también muy piadoso e iba a la iglesia en compañía de las religiosas, se ponía en su reclinatorio y danzaba haciendo exactamente los mismos movimientos que ellas, (cantando): «cua-cua-cua, cua-cua» en el mismo tono en el que las hermanas decían sus rezos. Santiagón tuvo un final digno de él, pues murió en la pila de agua bendita de la iglesia. El Sr de B(eauregard), además de reprocharle sus rizos, también la reprochó por llevar collares. «Yo llevaba por entonces unos collarcitos, como era la moda. Eran, con todo, muy sencillos, pero, no sé por qué, al Sr. de B. no le gustaron y me dijo que no los volviera a llevar. Esta vez tuve que hacer un sacrificio, (pues), cuando se lo dije a mi madre, ésta me respondió: «Hija, tienes que obedecer a tu confesor». Desde entonces no usé más los collarcitos, que, sin embargo, eran muy monos. Tenía también un chal rojo que le desagradaba mucho; sin embargo, yo no sentía vanidad al llevarlo, pues no era más que un chal indio que yo había dado a la hija de un granjero para que me lo terminara. En la iglesia, mi madre y yo nos colocábamos cerca del banco de los sacerdotes frente al púlpito. Había también frente a nosotras dos personas de mala catadura, a las que yo no les prestaba la más mínima atención No ocurría lo mismo con ellas, pues, sin que yo me diera cuenta, se pasaban todo el tiempo de la misa observándome y tratando de hacerme reír haciendo muecas. «En el banco de los sacerdotes había un joven clérigo que se llamaba Sr. Duchesne. Yo no lo conocía más que de vista y nunca había hablado con él. Un día, lo encontré en la calle donde vivían las dos personas de que te he hablado; yo estaba en una acera y él en la otra. Lo saludé, como tenía por costumbre hacer con todos los sacerdotes, y seguí mi camino; pero apenas había dado unos pasos, cuando unas personas conocidas salieron de su casa pidiéndome que entrase. 'Señorita Bertrand, me dijeron, ¿no sabe lo que se dice de usted? Pues mire enfrente'. Yo miré, y vi en la casa que me indicaban a mis dos vecinos de la iglesia que se reían, que hablaban fuerte y que hacían grandes demostraciones de alegría. Yo no entendía nada de todo aquello, pero las personas que me invitaron a en entrar en su casa me lo explicaron: 'Señorita, nos sentimos en la obligación de informarla de la calumnia que le han levantado: esas persona que está viendo reírse la llaman a usted por todas partes señorita Duchesne, dicen que en misa usted le dirige sonrisitas al joven sacerdote que está delante de usted, y van a la iglesia sólo para espiarla'. «Yo contuve la emoción y les agradecí la advertencia; pero, cuando llegué a casa, me arrojé, deshecha en lágrimas, en brazos de mi madre. Cuando supo el motivo de mis lágrimas, se quedó tan atónita como yo ante esa negra calumnia que nada podía justificar, ya que las personas que la habían inventado nunca habían tenido relación alguna con nosotros. Inmediatamente salí con mi madre y nos fuimos directamente a su casa; su sorpresa fue grande al vernos entrar. 'Señoras, les dijo mi madre, he venido a preguntarles qué daño les ha hecho mi hija para que se hayan atrevido a atacar de esa manera su reputación...' Nuestras interlocutoras se quedaron sin decir palabra, y yo proseguí: 'Ustedes, señoras, dicen que yo le dirijo sonrisitas a un joven sacerdote que se encuentra frente a mí en la iglesia; para lograrlo, ustedes no saben ya qué muecas inventar; yo no recuerdo haber sonreído nunca, pero sepan que si me ha sucedido alguna vez, sólo han sido sonrisas de compasión'. Después de esta visita, no he vuelto a oír hablar de esas personas, ni siquiera las he vuelto a ver. J.M.J.T. «A mi hermano pequeño le gustaban mucho las alcachofas crudas, pero yo no se las daba todavía, por miedo a que le hiciesen daño. Un día, escondió una en el bolso y fue a regalarse él solo lejos de la casa. Cuando volvió, le noté, por sus dientecitos negros, que había comido del fruto prohibido: 'Augusto, ¡has vuelto a comer alcachofas!' Su sorpresa fue grande. 'Pero, querida Clarita, quién ha podido decírtelo? ¡Es increíble...! ¡Me había escondido tan bien...! ¿Es que lo sabes todo...?' Otra vez, al volver del internado, me dijo: ¡Si tú supieras, querida Clarita, cómo nos gustan las fiestas del Santísimo Sacramento! Imagínate que todo a lo largo de los caminos del jardín has y unas estupendas plantas de fresas. Cuando suena la campanilla, inmediatamente nos prosternamos todos con tal diligencia, que nuestro superior se queda encantado; pero tú, querida Clarita, ya estás pensado, ¡y piensas bien!, que no perdemos el tiempo: nos comemos todas las fresas que nos caen al alcance de los dientes'. «Me gustaba mucho oír cantar a las carmelitas. A menudo asistía allí el domingo a vísperas con mi hermanito. El era prudente y se mantenía muy recogido, aunque con frecuencia el oficio le parecía un poco largo. Y cuando el coro hacía una pausa -por ejemplo, para decir el Pater noster-, enseguida Augusto me tiraba del vestido diciéndome por lo bajo: 'Se acabó, vámonos ya, Clarita'. Pero pronto el canto volvía a comenzar, y mi pobre hermanito se veía obligado a volver a la oración, esperando una nueva pausa que le permitiese renovar su deseo de salir. Sin embargo, yo no abandonaba la capilla hasta que las vísperas habían terminado por completo. «Tras la muerte de mi madre, yo iba con frecuencia a visitar a mi prima Teresa; sentía que su piedad y su experiencia podían serme muy provechosas. Pero a mi hermanito sus conversaciones le parecían demasiado serias: se movía, daba vueltas a mi alrededor, me tiraba del vestido y luego, acercándose, me decía muy bajito: 'Ven enseguida, Clarita, que no estoy a gusto más que contigo' <1>. Entonces mi prima me decía: '-¿Pero qué le pasa a tu hermanito? ¡Está muy inquieto! ¿Quiere algo? -No, no, prima, no es nada, va a estarse muy tranquilo'. Y luego hacía una señal a Augusto, que, al ver que no tenía nada que esperar, me esperaba pacientemente. ¡Pero qué alegría la suya cuando salíamos! 'Venga, Clarita, cuéntame un cuento, me gusta tanto escucharte...' Cuando nombraron obispo al Sr. de Beauregard, tenía que escoger confesor. El capellán del Carmelo, Sr. de Rochemonteux, atrajo inmediatamente sus miradas; pero era joven, y la madre Genoveva, que ya sentía vocación, se decía: «No tengo que elegirlo para confesor, pues mi prima Teresa diría: 'Fíjate, todos esos sacerdotes jóvenes no valen más que para entusiasmar a las chicas y enviarlas a un convento'. Mi prima tenía de confesor a un viejo canónigo de la catedral; sin embargo, fui a verla y le dije: -'Querida prima, quiero pedirte un favor: que me escojas un confesor. -No, no, elige el que tú quieras, ya eres lo bastante mayor, y además libre. -Querida prima, tomaré el que tú me indiques...' Estaba segura de que mi prima me orientaría hacia algún viejo canónigo de la catedral. Sin embargo, como no hacía nada sin antes aconsejarse, oyó hablar del capellán de las carmelitas como de un joven santo, y cuál no sería mi sorpresa cuando me anunció que su elección había recaído sobre el Sr. de Roche(monteux)... Yo disimulé mi alegría y simplemente le di las gracias. Ahora, pensé, ya no podrá hacerme ningún reproche cuando sepa lo de mi vocación». (Creo que a quien fue a pedir consejo la anciana prima fue al Sr. Dulys). La madre Genoveva fue por primera vez al Carmelo a la edad de diecisiete años. Yo no sé si fue para hablar de su vocación, pero ciertamente no fue para pedir entrar; creo que fue para agradecerle al Sr. Dulys su ayuda. Vio a varias Madres, creo que fue en el torno y no en el locutorio. Una de ellas le dijo: «-Señorita, ¿cuántos años tiene? -Soy ya muy vieja, señora, tengo diecisiete años». La madre Genoveva debía de tener alrededor de veinte años cuando se decidió su entrada. Las cosas ocurrieron como se cuenta en su Circular. En el locutorio no dejó ver en lo más mínimo su emoción, pero cuando volvió a su habitación derramó un torrente de lágrimas. «Cuando iba al castañar con mi padre, me gustaba enseñar el catecismo a los niños de la aldea. Comencé con unos pocos, pero pronto corrieron la voz entre ellos: '¡Sabes?, la señorita del castañar enseña el catecismo, ¿vamos también nosotros?' Así que pronto tuve a mi alrededor toda una pequeña muchedumbre. Me acuerdo especialmente que, un día, vinieron a verme dos niñas y me dijeron: '-Señ'ita, ¿quieres enseñarnos el catecismo? -¿Cómo no, hijitas? ¿Cómo os llamáis?' La menor, que era la más graciosa, se apresuró a contestar: 'Yo me llamo Margarita, Señ'ita, pero me llaman Gothon; usted llámeme como quiera, me da lo mismo. - Pues bien, chiquilla, te llamaré margarita.. ¿Y tú cómo te llamas?', le dije a la mayor, que era feúcha pero parecía buena y cariñosa. '-Yo, Señ'ita, a mí me llaman Madeluche'. Margarita volvió a tomar enseguida la palabra: '¿Sabe, Señ'ita? Vengo de casa del maestro, pero no consigo aprender nada, y me gano buenos coscorrones, pero eso no me hace mejore y no hago absolutamente nada. Es verdad, Señ'ita, que soy más holgazana que una rata; pero creo que con usted sí que voy a aprender, porque no soy tonta y tengo muchas ganas de hacer la primera comunión' «Animé a mis dos nuevas alumnas y pronto comprobé que era muy inteligentes; pero todo lo que Madeluche tenía de cariñosa y de dócil, lo tenía Margarita de vivaz y de ardiente. Durante la catequesis, yo iba a esconderme detrás de una columna de la iglesia, y cuando volvía, preguntaba a las niñas: 'Vamos a ver, Margarita, dime lo que dijo esta mañana el Señor Cura'. Margarita se levantaba, cogía un ángulo del delantal y lo enrollaba entre los dedos: '-E..., sí lo sé, Señ'ita. El Señor Cura ha dicho, e..., ha dicho..., sí, lo sé..., lo tengo casi en la punta de la lengua... Ha dicho..., ha dicho...' Y la pobre criatura se quedaba ahí. Entonces yo decía a Madeluche: '-Vamos a ver, ¿podrás decirnos tú algo? -Creo que sí, Señ'ita', y tímidamente ante el asombro de sus compañeras, iba repitiendo todo lo que había dicho el Señor Cura... «Un día, al volver de un sermón, pude ver a Margarita en todos estos estados de ánimo: '¡Sabe, señ'ita, que Señor Cura ha dicho que todas las que vayan a la asamblea que va a haber, y (ella misma?) no haré la primera comunión este año? Estoy muy enfadada, pues me había hecho tantas ilusiones... -¿Y tú?, le dije a Madeluche, ¿siente tú no ir a la asamblea? -No, Señ'ita, a mí da igual. -Sí, replicó Margarita, yo te conozco bien, ¿qué crees?, hazte la santa todo lo que quieras, yo te digo que estoy enfadada por no poder ir a la asamblea'. Otra vez, margarita me dijo: 'Si supiera, Señ'ita, qué preciosa voy a estar el día de mi primera comunión... Mi mamá me ha comprado un hermoso vestido blanco y una hermosa cofia, todo muy bonito'. Pregunté a Madeluche cómo iría vestida ella: 'No lo sé, Señ'ita, no me preocupo lo más mínimo, mi mamá me pondrá como ella quiera'. Sin embargo, y a pesar de este sorprendente contraste, Margarita hacía progresos reales. Se acercaba el gran día, pero, ¡ay!, la pobrecita cayó enferma. Yo me apresuré a ir a verla, y en cuanto su madre me vio a lo lejos, corrió a mi encuentro... '¡Ay!, Señ'ita, ¿cómo se lo voy a agradecer? Mi hija está irreconocible: ella, que antes no quería hacer nada, ahora busca la ocasión de ser servicial; ya no es la misma; yo no sé como lo ha hecho usted'. «Afortunadamente, mi enfermita se puso pronto buena, y el día de su primera comunión llamó la atención de todo el mundo por su piedad y su elegancia. No ocurrió lo mismo con mi pobrecita Madeluche: '¿La has visto?, decían. Está fea y tiene un aire tonto con su boca abierta...' ¡Ay!, me decía yo por dentro al oír hablar así, si su rostro no es bonito, su alma es muy hermosa y agradable a Dios. Más tarde, estando ya en el Carmelo, vinieron a decirme que Margarita me esperaba en el locutorio. Seguía siendo buena y atenta y se hacía querer por todos los que la rodeaban. 'Se acuerda de Madeluche, ¿no?, me dijo. Pues sigue igual que cuando usted la conoció. Se ha casado, tiene hijos y es un ejemplo para todo el pueblo'. Si hubiese querido, Margarita habría venido a verme muchas veces más; pero no hice nada por comprometerla a ello, prefiriendo ir lo menos posible al locutorio. «Otra vez, dos niños vinieron juntos a verme. '-Señ'ita, ¿quiere enseñarnos a leer? -Sí, chiquitos, ¿cuántos años tenéis? -Yo, dijo el mayor, tengo seis años y me llamo Pedro; mi hermano tiene cinco y se llama Juan'. Me puse a explicarles la religión y, entre otras cosas, les recomendé que no dijeran nunca blasfemias, diciéndoles que eso era muy feo y que desagradaba mucho a Dios. Al día siguiente, Pedro entró en mi casa muy enfadado con su hermanito: '¿Sabe, Señ'ita?, usted nos dijo que no dijéramos blasfemias, y Juan acaba de decir una. -¿Cómo has hecho algo tan feo, Juanito? -Señ'ita, ¿no tenía motivos para hacerlo? ¡Pedro cogió polvo del camino y me lo echó en la boca...! -Pedro, tu qué eres el mayor, has hecho mal en echarlo polvo a tu hermano en la boca; pero tú, Juan, no tenías que haber dicho una blasfemia'». «El día que se había fijado para mi entrada en el Carmelo, yo tenía que estar libre a las 6 de la tarde. Como había arreglado todos mis asuntos, mi confesor me dijo que, si quería, podía esperar al día siguiente. Pero yo le respondí: 'Padre, ya que esta tarde quedo libre a las 6, entraré a las 6'. Dígame, hija mía, si no fue una buena inspiración: al día siguiente de mi entrada, recibí una carta de la residencia en la que mi hermano pequeño estaba de interno. Me decía que mi hermano estaba enfermo y que, con mis cuidados y el aire del campo, no tardaría en restablecerse. Así que, si no hubiese entrado la víspera del día en que quedé libre, quizás habría perdido la vocación: los obstáculos que se sucedieron uno a otro me habrían hecho aplazar la fecha y tal vez habrían terminado por impedirme entrar en el Carmelo. «En el Carmelo estaba una de mis amigas, a la que yo había conocido en el mundo (ella era entonces novicia de velo blanco). Antes de mi entrada, hablaban un día en la recreación de mí y de otra postulante que iba a entrar próximamente, pero que encontraba obstáculos a su vocación. Mi amiga dijo simplemente: '¡Bueno, con tal que entre la señorita Bertrand...! La otra no me preocupa, puede quedarse muy bien donde está! Enseguida varias religiosas comentaron entre ellas: '¡Vaya!, ya va a comenzar una amistad particular». «Yo no sabía nada de todo esto. Por eso, cuál no sería mi sorpresa, después de mi entrada, al ver cómo había cambiado mi amiga respecto a mí. Me acompañaba a todos los lugares adonde tenía que ir, pero se mostraba reservada, e incluso fría. Yo no le pregunté qué era lo que había motivado ese cambio, pero más tarde, una vez admitida a pronunciar los sagrados votos, me contó durante la licencia el motivo de su conducta, y admiré su prudencia y su virtud. ........................................ «El día de mi profesión, por la mañana, me encontraba tan turbada, que pedí permiso para ir a hablar con mi confesor, y sólo por orden suya pronuncié los sagrados votos. ........................................ «En el monasterio había varias hermanas que usaban vejigatorios. Poco tiempo después de mi entrada, apareció una más, que no quería decirlo. Un día, durante el lavado, dijo irreflexivamente: 'Seguro que sor Genoveva tiene un vejigatorio; no quiere decirlo, por miedo a que no se la reciba'. Mi maestra, que estaba presente, al oírlo, pensó que era verdad y que se lo había ocultado, y desde entonces se mostraba muy severa conmigo. Yo, que no sospechaba nada, seguía conduciéndome con ella normalmente, sin poder explicarme su severidad, que me resultaba incomprensible. Un día, fui a su celda para pedirle permiso para lavarme los pies. '-¿No tiene nada más que pedirme?, me dijo severamente. -No, hermana, creo que no tengo nada más. -¡Cómo, hipocritilla, embustera!, ¿no tienes nada más que eso? ¿Y el vejigatorio que tienes en el brazo y que nos estás ocultando...?' Mi sorpresa fue supina. Le aseguré que yo no tenía ningún vejigatorio, pero no conseguí tranquilizarla, y tuve que acabar enseñándole los brazos para demostrarle que no la estaba engañando. «Poco tiempo antes de mi toma de hábito, la buena de la hermana ropera me llamó y me dijo: 'Hermana Genoveva, la voy a tratar como a privilegiada: mire qué capa le voy a dar'. Y sacó del armario la capa en cuestión. Era una capa que había pertenecido a una monja que había muerto muy anciana. Como esta hermana había estado sentada continuamente en un sillón durante los últimos años de su vida, nadie se había dado cuenta de que su capa era extraordinariamente corta (yo creo que había encogido a fuerza de lavados) y que estaba totalmente amarilla. «Al verla, se me encogió el corazón..., ¡yo que me había hecho tantas ilusiones con tener una hermosa capa blanca...! Me entraron muchas ganas de llorar; sin embargo, le di las gracias a la ropera, sin decirle nada de mi pena. Varios días después, una novicia que acababa de tomar el hábito, al enterarse de que yo no tendría una capa nueva, se echó a llorar, diciendo: '¡Y yo, que tanto había deseado tener una capa vieja! ¡Qué suerte la de sor Genoveva!' ¡Ay, me dije a mí misma, qué imperfecta tengo que ser! Mi compañera llora por que no tiene una capa vieja, ¡y yo llorando porque la tengo! (La madre priora no permitió que la madre Genoveva llevase aquella capa, que, aunque era pequeña de estatura, no le llegaba ni a las rodillas.) «Yo tenía el oficio de ropera, junto con una religiosa joven, y teníamos como primera de oficio a una buena viejecita. Un día, teníamos una cesta llena de túnicas para arreglar con urgencia. Mi compañera y yo nos dimos tan buena mano, que a la noche toda la cesta estaba vacía. Nos hacíamos grandes ilusiones por la sorpresa que le íbamos a dar a nuestra primera de oficio. Pero cuando llegó la buena anciana, puso manos a la obra como de costumbre, sin decirnos una sola palabra. Las dos nos miramos consternadas, pero mi joven compañera no tardó en tomar la palabra: '- Hermana, ¿no está contenta? Fíjese lo bien que hemos trabajado... - Perdón, hermanitas, no sabía que hubierais hecho por mí toda esa labor; yo creía que habíais trabajado por Dios, y por eso no os di las gracias; pero ahora que lo sé, os estoy muy agradecida... Gracias..., gracias, queridas hermanitas'. Puedes imaginarte, hijita, la impresión que nos produjeron esas palabras; tanta, que también nosotras tuvimos la tentación de volver a empezar. «En Poitiers era costumbre que la última profesa fuese la tercera enfermera; así que, enseguida de profesar, me pusieron en esta oficio. Pero era tan torpe, que no podía tocar nada sin dejarlo caer. Un día, me pusieron en las manos un plato de ciruelas, recomendándome que lo llevara con cuidado; pero apenas hube dado tres pasos, ¡cataplún!, el plato a tierra y las ciruelas por el suelo. La madre priora, los días que yo rompía algo, como castigo, no me dejaba comulgar. Una mañana, antes de Misa, rompí un objeto. Estuve muy tentada de no decirlo hasta después de la Misa, pero pensé que no debía hacer eso, pues sabía que nuestra Madre me quitaría la comunión si se enteraba. Así que fui a decírselo: '-Madre, acabo de romper tal cosa. -Quítese la capa, hermana Genoveva'. «En la enfermería había una hermana de velo blanco, la hermana Radegunda, que era una verdadera santa. El olor que despedía a su alrededor era tan repelente, que, la víspera de su muerte, el médico que la atendía sólo se quedó muy poco tiempo, y, al salir del monasterio, fue a pedir a las tornera algo de beber, pues le fallaba el corazón. 'Estas mujeres, dijo, tienen que ser muy santas para soportar semejante olor, ¡no se puede soportar!' Pues bien, hijita, el día de su muerte desapareció todo el mal olor. Fue un verdadero milagro, pues no esperábamos poder velarla, como nos había dicho el médico. En vez de eso, alrededor de su lecho se respiraba un auténtico perfume. Era verano y hacía mucho calor. ¡Con qué alegría y devoción me entregué a prepararle coronas de rosas y a cambiarlas enseguida cuando se marchitaban...! «Había en la enfermería una enferma que, para cerrar las mangas de la túnica, tenía un gran número de cordoncitos (creo que eran veinticuatro). Un día, me pidió que le cambiase los cordones, que estaban ya muy gastados. Me fui enseguida a buscar a la primera enfermera para pedirle cordones; ella me indicó dónde estaban, e hice ese trabajo, que fue un poco largo. Cuando terminé, fui a llevarle mi trabajo a la enferma, que se puso muy contenta. Pero no tardó en venir a buscarme la enfermera: 'Pero, sor Genoveva, ¿qué has hecho? Has puesto cordones nuevos a la túnica. Tenías que haber dado la vuelta a los que tenía. -Gracias, hermana por decírmelo; ya voy a descoser los que he cosido y a poner los viejos'. Y volví a toda prisa al lado de la enferma, rogándole que me devolviese la túnica. -Pobrecita, me dijo, cuánto trabajo te doy. -No se preocupe, hermana, pronto se la vuelvo a traer'. Y volví a comenzar mi trabajo, pues tenía mucho miedo a cometer una falta contra la santa pobreza». CONTINUARA PAG 31 ......

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